12.10.15

De tatuajes a tatuajes

Hace dos semanas me hicieron mi cuarto tatuaje, una línea recta de 16 cm de largo y 1 mm de ancho en el antebrazo. 

Visualmente se explica así:

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Límite, borde, frontera, obstrucción, separación, distancia, ruptura, rajada, rayón.

Visualmente es así:
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De un día para otro lo decidí, sabía que quería hacerme un tatuaje más, pero no tenía claro qué. No había prisa, podía seguir imaginando qué podía ser tan potente para ponerlo en símbolo o letra. Sin embargo, un día me escribió Evelia, "ya me quiero tatuar". Llevábamos retrasando la decisión hasta que un evento fortuito, casi un milagro, que procuró durante meses de angustia, se dio. Le dije que sí solidariamente, por la felicidad y paz que sabía le había regresado a su alma tan buena noticia. El viernes, me dijo. Acepté. Ahí nos vemos a las doce.

Evelia se tatuó una frase de Heráclito en griego que se refiere al movimiento de los seres sensibles, yo una línea recta, que paradójicamente alude a la flexibilidad de los límites gracias al movimiento de los músculos y huesos (el cuerpo humano es lo más perfecto que existe).


Salimos del local contentas con nuestros tatuajes, cada una con la significación implícita del recuerdo, placer, memoria o satisfacción plasmada en el brazo.

Pasaron los días y observaba mi rayón. Algunos con gusto otros con inquietud y confusión. No estaba segura si me gustaba del todo. No le di más vueltas, ya está, pensé, me acostumbraré, y la gente seguirá pensando que es un rayón que me hice con pluma bic. Quien me conoce y sabe que lo que más me apasiona son las fronteras entenderá inmediatamente que me haya tatuado mi propia frontera.

Pasaron los días, fui a masaje-terapia y ahí me di cuenta que el significado iba más allá. Es resultado de una labor terapéutica de muchos años, de muchos especialistas y de muchas técnicas. Es el resultado de lidiar con mi personalidad obsesiva y disciplinada. Es lo que quedó de mi frontera como caparazón emocional que durante años me encargué de engrosar para evitar que nadie me hiciera daño, solo yo, y que de forma inversa, también durante años, me he encargado de adelgazarla para que pueda palpar mi corazón. 
Estoy vulnerable le dije a Ricardo, al terminar la sesión, y tengo miedo. Ahora solo queda el recuerdo de esa gran frontera que durante años construí, de esas máscaras a las que alude Octavio Paz, o de esos velos que hay que deconstruir, según Derrida. Pero queda algo, algo muy profundo que debes honrar, me contestó. 
¿Honrar? Me asusté. Sí, dijo. "Comprende la diferencia entre hacer un movimiento suave, como acercarte para oler una flor, y uno brusco, como evitar que alguien te de un golpe en la cara. Ambas son formas de reaccionar y ambas necesitan extensión y contención. Pero para ello no necesitas engrosar tus fronteras sino hacerlas flexibles, móviles, sensibles y estéticas".


Salí confundida y agobiada. Han pasado los días, la gente sigue pensando que me pinté con una pluma por descuido. Ya no intento sacarlos de su error ni explicar que es un tatuaje ni lo que significa. La frontera sigue ahí, como recuerdo, como herramienta, como amuleto. 




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