28.4.16

#299

El regreso a Barcelona fue más duro de lo que pensaba. El viaje a Israel-Palestina dejó una huella traumática que todavía no se bien a bien cómo se presentará en su próxima manifestación, quizá ansiedad en un avión, quizá solo dormida, como sucedió hace días que de un sobresalto desperté, no lo sé... lo único cierto es que esa huella se vincula con un gran temor. No es causalidad que la últimas semanas haya aflorado mi hipocondría cuando tenía meses de sentirme completamente sana. El viaje develó una huella clavada en el espíritu que el corazón no ha sabido digerir. Paradójicamente esa huella libero otras en efecto dominó. Llevo días sintiéndome otra. Otra que se puede ver a sí misma sin juzgarse, sin exigirse, sin regañarse. Otra que encuentra en la sutileza de los gestos la sabiduría. Otra que encuentra la mejor forma de enojarse riéndose del mundo y de sí misma. He cambiado. El viaje me ha cambiado. No el viaje de una semana, aunque estoy convencida que la ida a Israel-Palestina no la hubiera podido realizar sin la fuerza y la confianza que me han dado los años. Lo más placentero de estar viva es ser una misma, repito con sorpresa. Antes de ayer, por ejemplo, me grabaron presentado avances de mi investigación. Y al verme en la grabación conecté con los demonios que mi mente se ha narrado durante, por lo menos, las últimas dos décadas. Es decir, al dejar la adolescencia me convencí que era ruda (así tenía que ser por ser lesbiana), que era parca y poco interesante, ya no digamos divertida (así tenía que ser por ser la tercera hija de cuatro), que mis facciones indígenas eran burdas (así tenía que ser porque lo dicta el canon eurocéntrico)... Y puedo seguir con la lista que hice de mis propios defectos, que si la gordura, la celulitis, las chichis, las nalgas, los muslos...todo grande, obvio. En el espejo de la represión no cabe el ridículo. Y pienso en Derrida, y en la autoinmunidad, cuando la violencia ha cedido a sus propias fronteras no queda más que el respiro, la libertad, la resilencia. La autoinmunidad no destruye, cambia, transforma. El triple suicidio metafórico puede postergarse al infinito. O puede transformar el tanatos en eros. Dejando a un lado el halo metafísico, que está presente sin duda, la transformación hacia la vulnerabilidad es una elección de vida y es una práctica cotidiana. Las huellas traumáticas se difuminan y se aprende a vivir con ellas desde la generosidad con una misma.


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