20.6.16

El viaje sin regreso


I
Después de hacer una parada en Atenas volamos a Tesalonica para hacer trabajo voluntario y observación participante en los campos de refugiados. Habíamos planeado el viaje meses antes, con la esperanza de poder contribuir en algo. A mis 41 años no dejo de pensar en querer cambiar el mundo, aunque el mundo no se deje cambiar... Dormimos en un hotel de paso, pues el plan consistía en alquilar un carro y llegar cerca de la frontera con Macedonia, donde recientemente habían evacuado a miles de refugiados que se encontraban en #Idomeni (cerca de 8 mil personas) y en una estación de gas #EKO (cerca de 1,500) sobre la autopista. 
Iniciamos el recorrido pasadas las doce del medio día, después de intentar llegar al campo de recogida que está en el mar. Fue imposible encontrarlo porque no hay calles que den a la altura donde llegan los refugiados. Las fábricas o bodegas, que parecen abandonadas, cierran cualquier rincón para poder llegar a la orilla. Continuamos la ruta por la autopista recta que lleva a la frontera con Macedonia. Previo a consultar el "Estado actual de los campos de refugiados en #Grecia" que publica el Canal de Refugiados. A la izquierda vimos a lo lejos un campo militar y no nos detuvimos. Anduvimos cerca de 50 km en una carretera enorme y ancha con una luz opaca que paradójicamente deslumbra y con un paisaje extenso de verano donde las flores violeta pintan el grisáceo concreto. Al principio estuve a punto de claudicar, hace meses que no manejaba y nunca lo había hecho en Europa. Poco a poco la ansiedad se transformó en placer y manejé el resto del día por la misma autopista varías veces más.

II

Pasamos la primera salida, la que nos llevaría a #ParkHotel, donde íbamos a ofrecer nuestros servicios para limpiar verdura y empaquetarla para llevarla a los campos militares donde ahora están los refugiados. Continuamos sobre la carretera hasta que llegamos a la estación de gas #EKO donde solo quedan los escombros y la basura: casas de campaña, mantas, zapatos, ropa, comida, dibujos... Un cementerio. Bajamos del carro entramos a la tienda por agua sin saber lo que podíamos o no hacer, si había restricciones para tomar fotografías o estaba prohibido andar por ahí... Temerosos empezamos a caminar, un par de jóvenes estaban al fondo y fuimos poco a poco haciendo fotos. Silencio sólo silencio. Mientras en mi cabeza pasaban las imágenes de lo que semanas antes había sido ese campo. Primer momento de impotencia. Ahí no queda nada, ni quedará sombra de ello cuando terminen de limpiar la zona. 



III

Regresamos a la carretera para ir a #idoneni, un poblado de 140 personas que en pocos meses se convirtió en uno de los campos de refugiados más emblemáticos de este éxodo. La entrada al pueblo parece que está resguardada, aunque cuando nosotros pasamos afortunadamente no había policía, al salir sí estaba una patrulla controlando la entrada. No fue difícil dar con el campo porque está junto a las vías del tren y  todavía quedan los contenedores de ciertas ongs que han sido desmantelados por los lugareños, junto con otros montones de basura e instalaciones prefabricadas in situ para la organización de la vida cotidiana en el campo. Nuevamente tomamos fotografías y fue curioso observar que otros turistas estaban haciendo lo mismo. Intentamos ir a la frontera con Macedonia siguiendo la ruta del río pero nos perdimos en un campo de arbustos húmedos que contrastaba por la cercanía con la aridez del campo. Contrastes en todo el camino. 



IV

Salimos del campo en busca de un hotel pero como nos desviamos nuevamente de la ruta, al volver, escúchamos el tren a lo lejos y regresamos al campo de idomeni para asegurarnos de que ya no había gente en el trayecto. Volvimos a parar, ahora había un tercer auto y nos sentimos más relajados para hacer más fotos, seguimos al carro de adelante, donde iba una mujer sola. Al bajar por segunda vez nos sorprendió que era una policía. Al principio nos asustamos, pensamos que nos diría algo, antes ya habíamos pasado por la estación de policía con temor a ser identificados como turistas, pero lo cierto es que solo quería hablar un poco. Llevaba cigarros en la mano pero no se atrevió a prender uno porqué le ganó el sentimiento. De repente sus ojos se humedecieron cuando nos preguntaba si habíamos estado durante la ocupación. Le dijimos que no y le preguntamos cómo había cambiado a la comunidad la instalación del campo. Ahí no pudo seguir hablando, se le hizo un nudo en la garganta y se despidió de nosotros. Silencio. Ni Thales ni yo supimos que decir ni hacer. 



V

Regresamos a la autopista para ir a #parkhotel pero nos volvimos a pasar, otros cincuenta minutos para dar una vuelta en U y volver a nuestro destino. Los ánimos ahí ya estaban caldeados entre nosotros, tanto por el cansancio, el calor, y sobre todo por la impotencia de no poder hacer nada. En semanas limpiaron la zona y no dejaron huella de la existencia de miles de personas que pasaron por ahí. Es impresionante la eficiencia de los gobiernos para hacer limpiezas étnicas. Por fin llegamos a nuestro destino inicial. Thales fue a preguntar cómo podíamos ayudar y yo entré al baño del hotel. Un hotel de paso en una carretera perdida cerca de la frontera. En el porche había unos cuantos refugiados con sus celulares y en el interior unos cuantos voluntarios. Todavía quedaban los letreros en varios idiomas con indicaciones sobre el mantenimiento y la limpieza de los baños. Al salir me encontré con Thales quien me dijo que podíamos trabajar de 10 a 18 horas limpiando verduras para después poder ir a entregarla a los campos militares. Pensé que no era una opción y que preferiría no hacerlo. Es muy fácil perder de vista el objetivo de las investigaciones cuando estoy bajo presión, cansancio, ansiedad, o exceso de sensibilidad. 

VI

Decidimos no hacer parte de lo que queríamos hacer durante el viaje. Es decir, trabajo voluntario. Decidimos ir a Macedonia. Estábamos muy cerca. Pasar una noche allí, cruzar la frontera del espacio Schengen y regresar al día siguiente con otro plan. Nos encaminamos nuevamente, nos formamos en la línea y pasamos el primer control sin problemas. El segundo ya no fue tan sencillo porque nos pedían el "green card". Obviamente pensé en la tarjeta verde estadounidense y me pareció muy extraño, cuando en realidad era una forma migratoria. Nos bajamos del carro y fuimos por ella. La sorpresa fue que costaba €50 para cada uno. Volvimos al carro y volvimos a la autopista no sin antes ser revisados por la policia fronteriza griega. Entre el cansancio y la frustración, estas escenas fronterizas ya parecían una burla. Habíamos planeado una ruta que con cada desacierto se fue modificando y al final parece que no logramos nada, aunque ahora que escribo esto pienso que hicimos todo por conseguirlo, aunque el factor sistema, tan bien engranando hace imposible continuar avanzando.



Paramos a comer en #EKO, la estación de enfrente. Mientras en la televisión pasaban el triunfo de la formula uno, un mexicano entre ellos; del otro lado de la autopista veíamos los escombros del campo, y en la mesa de junto llegaba la policia que nos habíamos encontrado antes. No nos dirigimos la mirada. Regresamos a Tesalonica. Una ciudad turística que al parecer no se enteraba de nada. La gente en el malecón, en los bares, y nosotros en búsqueda de un hotel. Éste no era el resultado del viaje. Habíamos venido a contribuir con algo y estábamos en una situación que nos obligaba a hacer turismo en una ciudad que posiblemente no visitaríamos si no fuera por los refugiados. Silencios, contrastes, frustraciones, malestar... No me imagino el nivel de impotencia que sienten quienes han perdido su casa por una guerra absurda y han perdido la libertad de movilidad por políticas mezquinas. 




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