Hace casi un mes me escribe Marisol, una estudiante de mis inicios como docente en la UACM, para decirme que está trabajando en "x" lugar y que les gustaría entrevistarme. Como política personal, casi siempre digo que sí a las invitaciones que me hacen quienes fueron mis estudiantes, mucho por el placer de que recuerden mi trabajo, mucho por apoyar su causa. Me dice que harán una entrevista previa para conocerme y hablar de la dinámica.
Espero paciente instrucciones, como siempre hago cuando me dicen que me van a entrevistar. Nunca pregunto nada, ni quién es el/la entrevistador/a, ni de qué va la entrevista. Aprendí con los años que es mejor el factor sorpresa para no prejuzgar el evento en sí que ya es un performance. Tengo esa primera plática con quién hará la entrevista, debo reconocer que no la ubico de nada, pero me cae bien de inicio. Me pregunta sobre mi infancia, sobre mi vida, de lo que hago. Me platica que empieza leyendo un cuento de su autoría sobre la persona en cuestión, o sea sobre mí.
Primer descoloque, estoy acostumbrada a que no me pregunten nada de mí, sino de lo que sé, de lo que pienso (incluso creo que para eso me pagan, para pensar sobre lo que investigo, no por quien soy). Todavía estoy en Oaxaca, acabo de escribir un manuscrito sobre la muerte, el duelo, mi hermano, la amistad, el amor, la hospitalidad y un montón de cosas que traigo a flor de piel, no solo se las platico sino que le comparto el manuscrito así como está. Nos despedimos.
Termina mi residencia artística en Oaxaca. Regreso a la CDMX. Llega el día de la entrevista. Como hago todas las veces que me toca presentar un libro o que me entrevisten, recojo la casa, platico con Ramona, mi perra, le doy unos premios para que se esté quieta, a veces estos eventos duran cinco minutos, otras se alargan un tanto más, y Ramona se desespera, algunas yo también. Obediente, siguiendo las instrucciones, saco del refrigerador la botella de vino que había abierto el día anterior, la pongo sobre el escritorio-mesa de mi comedor-estudio (que incorporé como parte del home office durante mi sabático-confinamiento) y me siento a la hora indicada a que inicie la conexión.
Con la pandemia todo es virtual, lo que a mí me encanta porque como soy diurna hogareña ensimismada, me cuesta un montón salir de casa después de cierta hora, pero con las conexiones por internet, me saco la ropa de estar , que es la que uso todo el día para trabajar, me pongo algo medianamente presentable, me lavo los dientes, me medio peino, y me paso del futón del estudio a la mesa del comedor-escritorio. Estas dinámicas de pandemia me han hecho ser más sociable de lo que normalmente acostumbro en no-pandemia.
Platicamos un poco antes de "entrar al aire", me encantan esas metáforas, y empieza el performance, me dejo llevar, hablo sin tapujos de quien soy, de mis experiencias, de mi vida. Me divierto cantidad, me río mucho. Me desconozco como también creo que me desconoce quien nos está viendo-escuchando. Lo que hasta ese día se había vuelto costumbre, una entrevista, me sorprende y mucho. Hay de entrevistas a entrevistas y sin duda hay que tener oficio para hacerlas, pero no cualquier oficio, sino el de la escucha atenta, la responsabilidad de lo que se dice, el acierto de las preguntas, la cadencia de los tiempos y el respeto por lo que se quiere saber, Laura Luz logró todo eso e hizo mágico este encuentro que aquí les comparto: