28.7.23

¡Qué fantástico es el mundo de los y las científicas!

El miércoles, en el tradicional 2x1, que aplica en la Cineteca Nacional, fuimos a ver la más reciente película de Christopher Nolan: Oppenheimer, el científico que inventó la bomba atómica, bajo encargo del gobierno estadounidense, y mató a cientos de miles de personas en Japón.

La reflexión-discusión ética alrededor de esta invención es y sigue siendo indispensable porque no solo le corresponde a este acto atroz en la historia de la humanidad, sino también a los inventos que están por venir, entre ellos, uno que nos da mucho dolor de cabeza últimamente, la inteligencia artificial y uno más complejo todavía de comprender: el diseño genético.

Dos son los argumentos centrales de la defensa ética de Oppenheimer, como científico, y son muy sencillos: si no lo inventamos nosotros lo van a hacer otros (rusos, alemanes o japoneses) y conociendo las consecuencias devastadoras de la bomba no habrá otra guerra con estas características. En realidad los dos argumentos son válidos para la época que les estaba tocando vivir, no para la nuestra. Eso no ha impedido que se sigan probando bombas de todo tipo en diferentes continentes (con el pensamiento banal del "por si las dudas).

La película tiene varias capas: la vida de Oppenheimer, la geopolítica de la guerra fría, el invento en sí mismo de la bomba y la relación entre colegas (la más relevante es la relación Oppenheimer-Einstein que además es de un solo diálogo). Ninguna de esas capas realmente es suficiente para sostener, mucho menos para aprobar, la invención de la bomba atómica. Sabemos que la ciencia, lo vimos durante la pandemia de covid-19, responde a los intereses gubernamentales y económicos de las empresas, sean farmacéuticas o, en este caso, armamentistas.

Lo único que me interesa comentar de la película, no es la única que recurre a ese recurso cinematográfico, es el interés de Nolan de evidenciar el fluir de la conciencia de Oppenheimer (como en la serie Gambito de Dama), de ahí que los efectos audiovisuales (que en la Cineteca no se aprecian porque tienen muy descuidadas las salas), su símil en la literatura son las figuras retóricas, sean indispensables para que las diferentes capas de la película sitúan al espectador dentro y fuera de la mente del científico.

Eso me lleva a pensar o a concluir lo siguiente: sí o sí es imposible seguir inventando cosas que no consideren los ecosistemas de los seres vivos-no-vivos y a las mentes geniales se las consume el antropoceno a pesar de poder observar, adentrarse y recrear las más profundas imágenes de lo que es el ser-vida (la Gaia). La pregunta que me queda pendiente por resolver es si se puede inventar en "beneficio del ser humano" sin destruir la propia humanidad del ser humano.


26.7.23

¡Vámonos a volar junto con el pajarito azul!

El blog y las redes sociales fueron un parteaguas en mi vida. De ser una muchacha tímida, callada, reprimida y con mucha facilidad para la escritura, encontré en los blogs y las redes sociales la salida a mi anonimato e invisibilidad (anomia, nombrada clínicamente por mi terapeuta). Empecé a escribir desde muy joven, ya lo he comentado en este mismo espacio, desde los siete años en los yesos que cada tanto necesitaba porque me encantaba andar en la calle jugando con mis "camaradas" de la cuadra. Así que pasaba algunos meses encerrada con poca actividad y sin poder ver la TV porque teníamos horarios establecidos para ello. Después, en la adolescencia, cuando mis camaradas se hicieron "hombres" y cambiaron la amistad por relaciones de pareja, empecé a escribir sobre la soledad, el devenir, las relaciones que a mí no me interesaba tener: no me interesaba reproducir la heteronormatividad sexo genérica en mis relaciones de amistad, yo quería seguir jugando a que el mundo nos pertenecía. La escritura y la lectura se convirtieron en el único escaparate para una infinidad de dudas existenciales que nadie podía resolverme. Seguí escribiendo conforme fui creciendo, encontrando mi propia voz, mi propio estilo. De un dia para otro me sentí lista para dejar los cuadernos y lanzarme a la escritura en blog que se puso muy de moda a principios de este siglo. La rebeldía de la autopublicación digital pretendió irrumpir, evidenciar, transgredir el establishment literario de las editoriales que no eran tan grandes ni monopólicas como ahora. Fuimos varias las que nos subimos a la ola de la era digital para dar a conocer nuestro trabajo, pero nadie nos dijo que con los años iba a ser un trabajo extra y sin paga porque lo digital también se viralizó, se corrompió y se volvió un negocio con alcances inimaginables hace veinte años. Escribía por el mero placer de escribir como ahora. Lo que cambió es que esa chamba extra de visibilizar mi escritura que trajo consigo las redes sociales consistió en un desgaste inaudito y una inhibición de la creatividad, empecé a escribir para la gente, para ganar likes y seguidores y dejé de escribir para mí. Con el reciente anuncio de Elon Musk de modificar el logotipo de Twitter, un pájaro azul hermoso (uno de los logos más creativos en lo que va del siglo, junto con el de Kindle) por una espantosa X (y eso que mi nombre también es de x), decidí dejar Twitter. Ya tenía tiempo incómoda con su devenir, incluso con el de los blogs que también se los comió el mercado, el MKT digital, el tecnocapitalismo, perdiendo toda su esencia aurática de rebeldía. Llevaba meses pensando qué futuro le esperaba a una de mis redes favoritas  cuando Musk anunció que Twitter, como en su momento lo hizo Zuckerberg con Meta, se convertiría en un sistema financiero global. ¡Vámonos a volar!, pensé inmediatamente. Y aquí estoy, regresé a los clásicos, al gusto por la escritura en primera persona, a escribir para mí y para quien quiera leerme sin prisa y con calma. No voy a cerrar mi cuenta de Twitter porque quiero conservar mi nombre de usuario @roxrodri con su x incluída, solo voy a dejar de usarla tanto como una fuente de investigación como un escaparate de mi trabajo intelectual. Regreso a los blogs con esa idea inicial que tuve cuando empecé a utilizarlos: llevar un diario de campo, sistematizar las fichas bibliográficas, redactar proyectos de investigación, darle una salida a las verborreas mentales, escribir mis clases y seminarios, y publicar textos cortos de divulgación e investigación. Sigo convencida que el blog, a diferencia del giro reciente en las redes sociales, es la vía más democrática de compartir y generar conocimiento.