24.11.08

Aunque las palomas no vuelen la vida continúa

Para Dan

El plan original consistía en hacer un picnic en la casa de campo de mis padres, cerca del Popocatépetl; en un principio la convocatoria fue bien recibida por los comensales, pero conforme se acercó el día, quizá por el frío, quizá por los compromisos, poco a poco fueron cancelando y al final sólo viajamos tres. Situación que agradezco porque en un momento de distracción olvidé las llaves de la casa y no me di cuenta hasta que llegamos a nuestro destino. Afortunadamente, los tres íbamos sin ninguna expectativa, sólo queríamos beber, comer y descansar. Después de un par de burlas, lo primero que se me ocurrió para mitigar mi error fue pasar a casa de Dan, un amigo de mis padres que desde hace más de veinte años vive en la que en un momento fue su casa de campo. A Dan tenía muchos años de no verlo, pero sabía que no habría ningún problema; por los muchos recuerdos que tenía de mi infancia, sabía que si queríamos comer, pasarla bien, platicar y beber, la opción era su casa, donde por lo menos el alcohol nunca faltaba. Una vez instalados con una montejo en la mano, intentando decidir lo que íbamos a hacer, fui presa de mis recuerdos. Empecé a sentir nostalgia y melancolía por los fines de semana que pasamos en su casa, por las borracheras interminables de mis padres, por los paseos que mi hermana mayor organizaba, donde la vida citadina y rutinaria era desplazada por excursiones a haciendas abandonadas; así como por las palomas que antes habitaban su casa. Ahora sólo quedan las de ornato: una colección que ha ido creciendo gracias a los regalos que lleva la gente que, como yo, sólo está de paso. Cada paloma guarda un secreto, hay que saber escucharlas en silencio para entender su historia y la historia de Dan: un hombre que al paso de los años ha decidido cambiar su vida y abrir su corazón a nuevas experiencias. Al final del día, los tres habíamos superado nuestras expectativas, no sólo descansamos, comimos y bebimos, también nos adentramos en la placentera dimensión de quien detiene el vuelo, pero no por eso deja de vivir como si fuera su último día.


29.10.08

Moraleja: no puedo perder de vista la ruta

Empiezo la competencia midiendo la corriente. La autocomplacencia me da para salir al frente del grupo, tirando fuerte para evitar los atropellos de una nadadora con visor que sin sacar la cabeza avanzaba velozmente. Logro el primer cambio con algunas dificultades, ya estoy del lado derecho del río y ahí debo mantenerme casi medio kilómetro. Me concentro en el calor que poco a poco va generando mi cuerpo para contrarrestar el frío del agua. Quiero bajar el tiempo pero desconozco las vicisitudes de la corriente, me confío, el río baja más rápido que en mayo, el agua está más agitada y la vegetación mucho más crecida. Pierdo de vista la ruta, sólo pienso en el tiempo, y, en un momento, me encuentro encima de las algas. No me doy cuenta de su presencia hasta que me siento rodeada, si pataleo rozo con ellas, si braceo me enredo, si levanto la cara sólo veo algas. En un segundo mi mente se desquicia y empiezo a sentir como el cuerpo intenta salir a toda prisa de ese ramalar de vegetación acuática. La desesperación me lleva a más y, en vez de avanzar con un estilo ligero, empiezo a dar patadas de ahogada. Trago agua, la orilla está a un brazo, con sólo estirar la mano puedo salir huyendo y refugiarme en la cálida tierra seca. Prefiero cambiar de estilo y salir de pecho. Sigo tosiendo, cada vez con menos miedo, logro sobrepasar las algas. Estoy cansada y no llevo ni trescientos metros. Dudo por un momento si realmente deseo seguir adelante. Evidentemente ya perdí varios minutos en esto y no podré hacer la ruta en los veintitrés que había planeado. Del miedo paso a la frustración y al enojo. Varias veces me repito, a manera de reproche, me confié, me confíe, me confíe. En esta tarabilla sin sentido dejo de sentir las piernas y los brazos, estoy cansada física y mentalmente. Debo decidir si continuo o abandono la competencia. Prefiero continuar por mero orgullo y reconciliarme con el río. Empiezo nuevamente a tomar ritmo, el cansancio se desvanece y pronto comienzo a fluir. Fue sólo un momento de impaciencia, pero un momento en que se me iba la vida. Terminé un kilómetro de distancia en veintiséis minutos: tiempo suficiente para sentirme vulnerable y, paradójicamente, para hacerme fuerte. Pude dominar a la mente, pude salir avante, pude terminar la ruta, pero eso sí, no he podido quitarme el malestar de sentir enojo. No me puedo confiar, no puedo dejar que la soberbia ni el confort me invadan porque entonces pierdo la capacidad de asombro y la ilusión de vivir cada día. Una vez en tierra miré el lugar donde me había varado, desde afuera se ve tan escueto, sólo algunos pares de matorrales acuáticos. Seguí caminando, todavía tenía miedo.

14.10.08

sigo la línea curva

mi corazón se entrega a los vivos.
vuelvo a nacer en pleno otoño,
los treinta y tres no son suficientes,
quiero amar de nuevo.

hoy me desprendo de los muertos,
ya no intento la línea recta del comportamiento,
ahora deseo tomar las curvas
y dejar que mi espíritu flote en la montaña.

mi mente regresa al cuerpo.
al fin aire, no necesito pisar tierra,
y aunque una mentira fuera,
siempre he deseado volar alto.

hoy vuelvo a ser libre,
como la libertad de mi gata,
como la libertad de mi alma,
ambas encerradas en un crisol sin dueño.

Bendita desesperanza que trae la fatalidad
y más bendita aun la hora en que decidí huir de mi propia trampa.

17.9.08

no me puedo bajar de la rueda de la fortuna

Im fucking tired, o lo que es igual a: tiro la toalla, no puedo más, estoy harta de mis masturbaciones mentales y de que mi vida se encuentra barada en un sólo pensamiento y en muchos sentimientos encontrados. He planteado y experimentado cualquier tipo de metodologías para encontrar nuevamente la paz interior, desde la evasión, el ensimismamiento, la negación, el ejercicio exhaustivo y, hasta ahora, nada ha funcionado, me queda el psiconálisis y el reiki. Y como soy una mujer de fe, me inclino más por la segunda debido a su inmediatez y prefiero dejar las terapias para el resto de mis problemas mundanos.
Además, estoy harta de los dichos bien conocidos y repetidos por casi todos ["Después de la tormenta viene la calma", "no hay mal que dure cien años... ni nadie que lo aguante"] porque en este momento me son inmunes ya que sólo sirven para resarcir los estragos de la insipiente naturaleza humana que con "sabiduría" aprende a sobrellevar "los retos" que la vida les va poniendo [sic] sin detenerse a pensar que ninguno de ellos aplica por una cuestión de mera sobrevivencia; es decir, si lo que buscamos es consuelo, no hay más que repetir como tarabilla alguno de estos dichos, pero si quisiéramos salir del "hoyo" con plena conciencia de que lo vivido, por más doloroso que sea (visto evidentemente desde una perspectiva individual y, en la mayoría de los casos, egoísta), es sólo circunstancial, entonces la percepción de nuestros actos cambiaría y, por ende, también nuestra responsabilidad frente a un acto supuestamente fallido [y digo supuestamente porque todo evento tiene varias caras desde donde se puede realizar un análisis crítico objetivo, incluso las relaciones interpersonales]. En este sentido, me río de mi misma y de mi conclusiones apresuradas porque siempre termino justificando mis elucubraciones en lugar de, no sé, empezar de nuevo...pero a escribir el texto porque ya cai en mi misma trampa. Lo único que tengo por verdadero es que todo es cíclico y no me puedo bajar del rueda de la fortuna.

31.8.08

el café en la barra

Para Bertha Rodas.

Desconozco cómo me hice adicta a frecuentar cafés, es un gusto que no termino de entender, pero a la menor provocación me cacho sentada en una nueva cafetería consumiendo un americano con un libro en el regazo. Conozco varios en esta ciudad, desde la grandes franquicias estadounidenses hasta los lugares más escondidos de los barrios. Me inclino por los que tienen mesas y sillas al aire libre, siempre y cuando la vista sea placentera (algo difícil en esta ciudad), aunque he de confesar que le soy fiel sólo a uno, a un lugar que está Coyoacán (Centenario 33), cuya característica principal son las barras, barras largas y de madera que lo circunscriben, y sin importar en qué punto de la barra te sientes, siempre tienes de frente a la persona que te atiende, de lado a otro cliente y detrás a alguien pidiendo por encima del hombro.
Esta cafetería es la analogía de la cantina (lugar emblemático de la sociedad mexicana): a los clientes asiduos el cantinero les pone la bebida en la barra y los saluda por su nombre cuando entran por la puerta; lo mismo sucede en la cafetería, ya no es necesario pedir, con sólo sentarte en la barra la persona que está detrás sabe a lo que vas, claro que para llegar a este punto se necesitan varias sesiones previas, y en la misma franja horaria, de otra forma no logras que te ubiquen. En este sentido, tomar café en la misma cafetería y a la misma hora se vuelve una rutina diaria. En mi caso, una rutina que al paso de los años me ha dejado muchas satisfacciones por lo libros que he leído, las amistadas que he hecho, las parejas que he conocido, y el tiempo que he invertido tratando de averiguar (situación que todavía desconozco) en qué consiste la magia que tienen las personas que trabajan detrás de la barra.
La primera vez que me paré en la barra me sentí desnuda frente al otro [otra, en este caso], las veces posteriores me pasó igual, sólo logré vencer mi timidez la vez que sin decir nada ya tenía servido mi vaso de café y una dona con chispas de chocolate, hasta ese momento me sentí como en casa y no he dejado de sentirme así desde hace diez años. La rutina se volvió costumbre y desde entonces soy una cliente asidua, ahora en diferentes horarios, ya no sólo por el gusto de tomar café, sino por la tranquilidad que da llegar a un lugar donde la mujer que me atiende es mi amiga y mi confidente. Una mujer taciturna que habla con los ojos y sonríe en contadas ocasiones, que tiene la palabra justa para la ocasión en turno y que sabe escuchar a sus clientes, detrás de la barra, haciendo honor a una costumbre cada vez menos frecuente en la sociedad contemporánea.
En definitiva, la suma de todos los factores (incluso aquéllos que no mencioné por creerlo innecesario) hacen que tomar café en la barra sea uno de los mejores momentos del día.

13.8.08

A Edwiviges:

La libertad tiene su precio.
Nunca más volví a ver a mi abuela.
Marjane Satrapi


No esperaste más, el cansancio acabó contigo, o quizá fue la soledad. Dudo que haya sido la vejez pues siempre fuiste fuerte, lo único que te aterraba era la enfermedad y estar hospitalizada. Te dije que llegaría en junio, pero el miedo se apoderó de ti y no dejó descansar a tu corazón. No te he llorado mucho, trato de ser fuerte ante tu ausencia. Ausencia que se hace presente ahora con tu muerte y no con mi distancia. Tú que siempre estuviste esperando, esperando el amor de tus padres y hermanos; el amor carnal de un amante, de un esposo; el amor filial de los hijos y de los nietos; no pudiste o no quisiste esperar más. Te fuiste sin hablar, como casi siempre lo hacías, nunca decías lo que te molestaba, tratabas de no hacer ruido, de no importunar a nadie, pero al final siempre estabas presente en todo y en todos. Presente en nuestro cuidado, en nuestra educación, en las peleas de mis padres, en la comida, en los cumpleaños. Presente para escucharme, para apapacharme, para darme un consejo. Siempre te admiré, siempre te presumí, pero tú nunca te enteraste. Yo nunca te lo dije, como nunca te dije que te amaba. La última vez que te vi ya eras anciana, nunca te había visto tan pequeña y tan débil como esa noche en que fui a despedirme de ti. Temí haberte despertado, pero ahora sé que fue lo mejor pues desde ese día supe que no te volvería a ver. Llegaré en junio pero tú no estarás, iré a tu cuarto que fue mi cuarto y ya no te veré. Ahora sólo estaré yo o quizá nadie. Edwiviges, te fuiste sin decir adiós o a Dios pediste que te dejara descansar. Como haya sido, ahora sólo espero que tus noches de insomnio hayan valido la pena, que tus miedos se hayan esfumado y que duermas en paz.

4.8.08

espacio de la memoria


Regreso de Berlín, después de participar varios días en un taller temático sobre el espacio, la cultura y el poder. Temas que desarrollé en mi tesis con mayor o menor detalle y que marcan el camino de la investigación que he realizado por varios años sobre la frontera México-Estados Unidos. Sin embargo, el hecho de darme cuenta que Alemania es un país que ha decidido no olvidar su historia bélica, racista y xenófoba, y ha decidido ocupar el espacio físico de las ciudades con monumentos y museos; recordatorios constantes del daño y las muertes que puede ocasionar un pueblo bajo los influjos de una ideología que se propaga como plaga, me genera una gran sorpresa debido a que desconozco si esta medida funcione en estos tiempos posmodernos. Es decir, la impresión que me dan las nuevas generaciones es que prefieren el olvido, no el perdón, de los hechos que padecieron, o propinaron, sus padres y/o abuelos. En este sentido, todos estos monumentos que se han erigido para recordar a los muertos, para recordar la barbarie de una época, se han convertido en lugares turísticos, más que en lugares de culto, porque aquéllos que los visitamos somos precisamente los turistas, los que desconocemos los hechos, la historia, incluso la experiencia de una guerra, la hambruna (física y espiritual) que genera y el desasosiego de estar a la deriva. Lo que me hace pensar que el espacio que ocupa la memoria es aquel que cada uno le quiere dar a cada hecho dependiendo de lo traumática o enriquecedora que haya sido la experiencia. De tal forma, no se puede forzar a un pueblo entero a recordar o a olvidar un momento determinado de la historia de la humanidad, lo que sí debemos es evitar que vuelva a suceder, situación que hasta ahora no hemos logrado porque los mismos hechos que se suscitaron durante la segunda guerra mundial se repiten constantemente con diferentes actores y en diferentes partes del mundo. La pregunta, entonces, consiste en si es el espacio el que debe allanar la memoria o la memoria la que se hace presente en el espacio y, por ende, en el devenir comunitario?

decálogo postesis y postitulación

En diciembre del año pasado escribí en este mismo sitio un "decálogo para hacer una tesis" con la intención de liberarme un poco de la presión que sentía en ese momento. Hace un par de semanas finalmente la presenté y fue bastante alentador el resultado. Releyendo lo que puse en ese entonces me di cuenta que me equivoqué en un punto, en el número cinco, que se refiere a "no esperen comprensión de los suyos". Lo cierto es que el apoyo y la comprensión de los que están cerca de nosotros (amigos, compañeros de trabajo, parejas, amantes, familiares...) es invaluable, pero estamos tan inmiscuidos en terminar la tesis que seguramente esperamos demasiado de la gente -casi desearíamos que la escribieran por nosotros-, y no percibimos su presencia hasta que nos titulamos...cuando el tiempo nos sobra, nuestro cerebro empieza a relajarse y entramos en un momento de plenitud que queremos compartir con quienes no han dejado de estar ahí, cerca de nosotros, y que, con paciencia y amor, han sabido aguantar nuestra neurosis. De tal suerte, para no volver a cometer el mismo error es importante considerar los siguientes puntos una vez que hemos obtenido el grado:

1. Descansar hasta saciarse.
2. Hablar, con agenda en mano, a cada una de las personas que estuvieron con nosotros para agradecerles su apoyo.
3. Evitar caer en el relativismo del aburrimiento, sólo es cuestión de tiempo. Recordemos que varios meses (años) nuestra mente estuvo en constante estrés y cuesta trabajo cambiar la rutina.
4. Sentir a plenitud el cierre de un ciclo.
5. Gozar el resultado obtenido.
6. Caminar largamente bajo el rayo del sol para volver a agarrar color después de meses de encierro.
7. Leer los libros que fuimos haciendo a un lado en el camino para evitar que nos distrajeran de nuestro objetivo.
8. Deconstuir nuestra obsesiva mente y hacer cosas que nos resultan ridículas.
9. Recompensar nuestro trabajo con un obsequio.
10. Bosquejar el próximo reto sin iniciarlo inmediatamente... Sería irrisorio pensar que una vez obtenido este logro puedo dormirme en mis laureles porque ya que he superado esta experiencia me siento con más fuerza y madurez para iniciar otro.

6.7.08

¿Algún día mi mente alcanzará el mismo ritmo circadiano que mi cuerpo?

Llevo más de un mes pensando en las cinco veces que tengo que subir y bajar de un avión, los cuatro países que pisaré y los dos continentes que transitaré en un lapso de 48 horas, puede resultar absurda la mención de mi itinerario para aquéllos que ya están acostumbrados a vivir en los aviones, pero por mi mente han pasado una cantidad de ideas aterradoras que lo único que me han provocado son una gran ansiedad y temor por emprender un viaje que, en su esencia, implica el cierre de un ciclo de seis años de duración ininterrumpida, dos relaciones, algunos affaires, la ruptura con mi hermano, una fuerte deuda en la tarjeta de crédito y un agotamiento físico y mental; por no decir la sobreinformación con la que cuenta mi cerebro actualmente y que desconozco como iré drenando, así como la obsesiva ordenación de mis ideas en un texto de trescientas páginas, llamado tesis doctoral, que evidentemente no reconozco como mío cuando lo leo; comportamiento que también se reproduce en mi obsesiva rutina diaria.
¿Cómo deconstruir este estado en el que me encuentro sin que me genere ansiedad? La respuesta todavía no la tengo, he intentado varias situaciones desde tirarme en la cama varios días sin hacer nada, sin abrir un libro, sin comunicarme con la gente y saciarme de la televisión; hasta estar fuera de la casa por varias horas al día, buscando una u otra actividad que me distraiga de mis obligaciones y que me lleve a socializar con la gente que en estos años fui haciendo a un lado por la imperiosa necesidad de trabajar en la tesis. Hasta ahora ninguno ha funcionado porque los he llevado al extremo, ni tanta soledad, ni tanta sociabilidad son la opción. Tendría que encontrar el equilibrio, situación que en teoría no me debería costar trabajo porque según mi signo zodiacal represento la balanza... no hay cosa más absurda que ésta porque en realidad siempre estoy en búsqueda de ese equilibrio y todavía no lo encuentro, e incluso cuando creo que lo he logrado destapo otra caja de Pandora y me encuentro nuevamente a la deriva, como lo estoy ahora.
Afortunadamente, me da confianza el hecho de saber que nada dura para siempre y que cuando esté postrada en el banco de la presentación ante los cinco teóricos que evaluarán mi trabajo mucha de la ansiedad que ahora siento se difuminará poco a poco. En consecuencia, mi mayor temor no es la presentación de la tesis, ni el viaje con sus cuatro escalas, sino cerrar un ciclo de por sí complicado y rico en experiencias, madurez y conocimiento. Así como el miedo que me provoca empezar otro que ya está en puerta, y la posibilidad de no detenerme jamás, de no hacer un alto en el camino para recopilar lo andado, de no estar satisfecha con mis logros porque no he aprendido a verlos como tales sino como obligaciones, y a no tener una pareja con quién compartirlos porque no sé cómo compaginar mis relaciones personales con mi desarrollo personal-profesional.
¿Cómo le hago para empezar a fluir a buen ritmo? Algo he aprendido en la alberca, pero no puedo cantar victoria porque todavía me falla el timing. Supongo que como todo en la vida sólo es cosa de práctica, constancia, disciplina y voluntad. Espero algún día mi mente pueda alcanzar el ritmo como lo hace el cuerpo o cualquier organismo vivo que está expuesto a determinados factores ambientales (luz y temperatura, principalmente). Analógicamente hablando ojalá pudiera encontrar ese "temporizador" que me permitiera tener menos fluctuaciones mentales o, por lo menos, poder entablar alianzas con los factores endógenos que no puedo controlar pero que me siguen provocando estrés. Ojalá algún día pueda utilizar la misma maquinaria de mi reloj circadiano para regular mi vulnerabilidad y volatilidad mental.


24.6.08

10km

[competencia: 10 km en relevos de 7, o lo que es igual a un aproximado de 30 clavados y mil 500 metros por persona.]

tiempo del recorrido: más de dos horas y media.
promedio en cada 50: cincuenta segundos.

conclusiones:

no pensar en el trayecto, sino en el fin, facilita la obtención del objetivo.
no anhelar el triunfo, sino probarme en la competencia, elimina la angustia.
no precipitarme en el arranque, sino llevar timing, asegura el desenlace.
no desertar cuando dejo de sentir los brazos, sino estirar más, emancipa a la mente del cuerpo, o lo que es lo mismo a alcanzar el grado máximo de liviandad aunque dure tan sólo un segundo.

19.6.08

entre lo público y lo privado

Dónde está la línea que divide un ámbito del otro en la era cibernética cuando todos estamos en el ojo del huracán. Llámese hi5, facebook, blog, chat, msn o una interminable lista de no-lugares, de espacio o de sitios www -habría que empezar por aclarar cada uno de estos conceptos-, desde los que es posible observar, indagar, urgar, entre otras actividades provocadas, la mayoría de la veces, por el morbo, la curiosidad y la osciosidad, en la vida de los otros.
Orwell se quedó obsoleto con su tan reconocido y comentado 1984; estamos en otro momento de la historia, no estaría muy segura de si es posmoderno o sobremoderno, de lo que sí estoy convencida es que, en la cibercultura, la tecnología nos posiciona en el aparador para hacernos visibles -o invisibles- ante los demás. Lo que era privado se ha vuleto público por la necesidad de hacernos presentes frente al otro, aunque sea de manera virtual. Por eso subimos a la red las fotos de nuestros hijos, de nuestras parejas, de nuestras mascotas, de todo lo que nos represente y tenga un vínculo afectivo. ¿En algún momento nos hemos preguntado a qué se debe o de que deviene la necesidad de mostrarnos ante el otro, de hacernos visibles en sociedad?
Evidentemente el ser humano es sociable por naturaleza pero hasta qué punto es impresindible ventilar nuestra intimidad, aun conociendo los riesgos que puede traer consigo esta actividad. Riesgos que no están contemplados en las leyes nacionales ni internacionales porque la era virtual ha propiciado un aletargamiento en la toma de decisiones con respecto a la tipificación de los delitos "cibernéticos".
En la actualidad, confundimos lo público de lo privado, lo que nos da la facultad de opinar sobre los otros gracias a que hemos hecho publica nuestra vida. Sin embargo, desconocemos el costo de la mercantilización de nuestra intimidad, lo que me intriga es por qué lo seguimos haciendo, y me incluyo.

13.6.08

desde mi ventana

Clementeco es mi callejón, San Pablo Tepetlapa mi barrio y Coyoacán el centro de reunión por mucho tiempo. Llevo un par de años viviendo en el 9-3, y he de confesar que me encanta mi barrio: la tortillería en la esquina del callejón saliendo a mano derecha, la carnicería a lado; caminando por la izquierda está la "tiendita", la cremería, la vidriería, la papelería y una estética. Por las noches algunas señoras abren sus portones y las calles se transforman en un corredor gastronómico: quesadillas, sopes, tacos en todas su modalidades, pozole, tostadas, entre otras delicias que se puedan degustar en cualquier temporada del año.
Lo mejor del hogar es disfrutar de las risas de los chiquillos que no dejan de jugar hasta que los mandan a dormir; sentir el amanecer desde mi balcón, los rayos de sol que se asoman y se pierden entre los cables de luz; y observar desde la ventana del estudio los tendederos de mis vecinas (tender la ropa en mi barrio sigue siendo una labor de mujeres). Nunca pensé decir esto pero cuando nuestras miradas se encuentran, ellas tendiendo la ropa y yo escribiendo en la computadora, existe cierto grado de complicidad, ninguna de nostras quisiera intercambiar de roles, mas sentimos la satisfacción de estar haciendo lo que nos corresponde, y no podemos evitar hacer como que no nos vemos aunque sabemos que estamos aquí.
Son las seis de la tarde y desde mi ventana veo el ocaso, queda poca ropa en los mecates, pronto subirá alguna de ellas a quitar las prendas restantes antes de que empiece a llover.

12.6.08

Levanto la huelga

Gracias a la alberca vuelvo a tener claridad.
Hoy por fin pude "navegar", sentir las olas al ras de mi respiración , observar como cambia el color de las bollas conforme mi cuerpo avanza, jugar con las nubes del cielo que me indican el camino del refugio, del remanso de paz que dura lo mismo que un suspiro. Ojalá algún día pueda lograr que el navegar sea tan fluido como luchar; que pueda andar-nadar-gozar sin clavar el brazo como espada, en un claro afán de cortar el agua o de limitar su cauce.
Hasta hoy endentí lo que es navegar: es fluir con la cadencia del ritmo que marca la velocidad de mi marcha.

23.4.08

negarme el afecto es tan mezquino como el miedo a la soledad.
el tiempo no es un detonante ni un aliado, sólo un factor más.
la indecisión no está en el aire sino en la propuesta como tal.
cómo evitar que la exigencia pueda más,
cuando comprobado está que los prejuicios son mis limitantes
y la intolerancia es mi caverna?

1.4.08

Guía práctica para una relación

1. Aprende a coger con placer sin sentirte culpable.
2. Respetate a ti misma antes que al otro/a.
3. Ama a la persona de la que te enamoraste y no intentes cambiarla a tu imagen y semejanza.
4. Ama sabiendo que una relación dura lo que tiene que durar.
5. Ama intensamente.
6. No comas coños atascadamente, todo es pausado.
7. La esencia del amor es soñar/volar con libertad, no perder tu voluntad.
8. Cuando buscas en otro/a lo que no hay en ti te haces más pequeña.
9. Los celos y engaños sólo reflejan tus miedos y carencias.
10. Si tienes dudas sobre tu relación, dejate llevar por la pasión más que por el amor.

Colofón: Si aún así la relación termina no dudes en pedir ayuda a una amiga/o, en coger con cualquiera, y en reírte de ti misma.

pd. siempre hay una mano amiga dispuesta a ayudarte.

por Sandra Rojas y Roxana Rodríguez

17.3.08

Nada que declarar

Los días se escurren entre los dedos de mis manos esperando alguna noticia tuya, sé que no llamarás, pero no por eso puedo dejar de extrañarte en la noche cuando dormida busco tu cuerpo para cobijarme en él. Hoy fui al teatro y te extrañé más, la butaca de mi derecha estaba vacía, como aguardando tu llegada, nunca apareciste, sólo conversé contigo al final, como lo hacíamos al salir de cualquier función. Caminamos del brazo hasta el carro y te dije adiós. No tengo nada que declarar porque nuevamente empiezo a andar el camino que me dé paz para poder aprender a estar sin ti.

11.3.08

Me declaro voyeurista

Para Mayra, Juan, Felipe y Beto por enseñarme su Juárez.

Una ciudad no se conoce si no te asomas a escudriñarla de noche: el momento idóneo para entregarte a la morbidez humana y a los placeres lacerantes de la pobreza ajena. Un espectáculo meramente voyeurista de quien, con mirada ajena, irrumpe el devenir de los cholos, las maquiladoras, las prostituas, los franeleros y demás seres que a diario acuden a la dionisíaca fiesta de Avenida Juárez. Un lugar de paso para los que van y vienen a diario de uno a otro lado; un lugar de descanso para los que se instalan en una de las tantas barras a platicar con una lady que animosa les sirve trago tras trago mientras aparenta escuchar las mismas aventuras que otros cientos de deportados le han contado.

La Avenida Juárez encarna desde el medio día cualquier infierno representado en la literatura, salvo que en éste no importa si se está de por vida o, simplemente, de paso; de igual forma te regodeas en el fuego de la desesperanza externa o te consumes en el propio desasosiego. Nada que una cerveza fría y el cantante mal entonado de "Don Beto" pueda mitigar, pues mientras la música suene, los cuerpos calientes de los danzantes descansan en el brazo de quien los envuelve en un pasito duranguense.

El recorrido es exhaustivo y sería una necedad intentar allanar cada uno de los antros que existen en la Juárez, porque después de esta aventura el ánimo queda reducido, pero las imágenes permanecen en la memoria y sólo encuentran su cauce en las palabras que representan lo que se puede ver en Juárez, nada que la ficción no haya intentado reproducir, pero que nunca será suficiente para transmitir una serie de binomios emocionales que se llegan a experimentar cuando te encuentras en limbo, en la frontera que divide la cotidianidad de la morbidez humana. Una frontera efímera e inquebrantable porque sólo existe en cada uno de los que con morbo nos adentramos en este recorrido para, desde el anonimato, liberar nuestras fantasías más perversas.

6.3.08

se equivocan quienes afirman
que un centro comercial
no guarda ningún vínculo afectivo
y sólo alberga ilusiones difuminadas.

hoy recorrí cada aparador
con la sombra de tu recuerdo a cuestas.

dos años no son nada
si se comparan con la vida misma,
pero en ese tiempo se albergan
tantos sueños irrealizables
como desilusiones irreconciliables.

se equivocan quienes afirman
que un no-lugar es sólo de paso
cuando los fantasmas del ayer
deambulan en los pasillos de la memoria.

5.3.08

diez cincuentas.
estilo libre.
control de aire.
no importa cuánto
avance sin respirar;
siempre hay un punto
donde la angustia
me vence.
la angustia placentera
de fundirme con el agua.
en un segundo
te vuelve el alma al cuerpo.
no sabes cuándo
ni cómo.
sólo se instala
en el plexo,
y el corazón
avanza de nuevo.
palabras sordas,
oídos necios.

cada una actúo
con base en su intuición.

la representación fue innegable,
y, el desenlace,
una muerte anunciada.

la apuesta está en el aire
y el costo de oportunidad
se inclina por la desilusión.

18.2.08

seis kilometros estilo libre y un tercer lugar;
el triunfo es más insolente cuando no estás dispuesto a ganar.

7.1.08

Corte de caja


Cada 31 de diciembre es el mismo ritual: agradecer por el año que termina, brindar, comer uvas, bailar, tronar cohetes o disparar al aire doce veces, proponer cambios en la rutina diaria, creer que ahora sí va a ser nuestro año, embriagarnos y amanecer crudos el uno de enero. Además, como una gran mayoría somos supersticiosos, y me incluyo, creemos que los primeros doce días representan los doce meses del año. Entonces, si el uno amanece nublado, todo enero estará nublado; si el dos llueve a cantaros, todo febrero lloverá; si el tres hace un calor insoportable, todo marzo será árido –de paso lo ligamos con el dicho popular que dice "febrero loco y marzo otro poco"–, y así sucesivamente. Lo mismo sucede con nuestro estado de ánimo y nuestras actividades diarias: el uno amanecemos crudos y todo enero andamos como sombies y de mal humor porque la ropa no nos queda, estamos entumidos de tanto comer, beber y desvelarnos, intentamos poner orden en nuestra mente para iniciar los proyectos, pero cuando nos damos cuenta ya se ha terminado el primer mes del año que con tanto ahínco queríamos iniciar. De tal suerte, en febrero, y en el resto de los meses, volvemos al aletargamiento en el que estábamos inmersos el año anterior y el anterior y el anterior, hasta que nuevamente inicia diciembre. Este es el mes de las vacaciones, del consumo, de la esperanza y del maratón Guadalupe-Reyes: festejos que se han vuelto sagrados en casi todos los mexicanos que predican la religión católica, y también en quienes no somos creyentes, pues son un buen pretexto para desestresarnos de la carga de trabajo de todo un año, y añorar con entusiasmo el inicio de otro.

Todo el año grecorromano vivimos con la expectativa de un cambio exógeno que nos permita lograr nuestros objetivos, cuando el cambio siempre tiene que ser interno. Entonces, ¿por qué esperar a que pasen trescientos sesenta y cinco días para comenzar de nuevo, y con tropiezos? ¿Por qué desear que el cambio sea inmediato una vez que termina un año y empieza otro, en vez de aceptar nuestra realidad y, desde la perspectiva de cada uno, proyectar el cambio interior? La respuesta es simple: vivimos enmarcados por el tiempo y los ciclos de vida, pues es más fácil escribir nuestra historia en cuestión de fechas, que en cuestión de hechos, gracias a que tenemos poca memoria, y, casi siempre, nos acordamos de los momentos fatídicos debido a que nuestra mente occidentalizada está acostumbrada a ser pesimista y a vanagloriarse de nuestros fracasos, más que de nuestros éxitos. Esto resulta una gran paradoja porque el mundo posmoderno en el que estamos inmersos como individuos y sociedades nos obliga a sobresalir, pero son tan pocos los espacios en los que podemos desarrollarnos en nuestra área de especialidad, producto de la inequitativa distribución de la riqueza, que sólo el más fuerte –poderoso, rico- sobrevive, y los demás tenemos que conformarnos con permanecer en limbo, al margen o en la periferia porque somos indispensables para seguir alimentando la maquinaria de consumo que permite el libre intercambio de dinero y de mercancías, así como el enriquecimiento de unos cuantos. Lo que trae como consecuencia que cada sujeto se esfuerce por salir adelante a un costo elevadísismo –calidad de vida, salud, estrés, frustración, ansiedad, depresión, entre muchos otros factores que actualmente afectan a los individuos–, que repercute en la conformación de sociedades autómatas que viven al día y han perdido la ilusión y la fe en sí mismas. En este sentido, estamos obligados a rendir cuentas, a hacer un corte de caja y a sopesar cuál ha sido la ganancia anual, como se hace en cualquier empresa. De tal suerte, sólo aquel/aquella que ha logrado el "éxito" puede sentirse satisfecha, los demás tenemos el consuelo de que "el próximo año" será mejor y lograremos nuestras metas.

Feliz 2008.