17.5.15

Los ciclos en algún punto se cierran

Hace años, más de veinte, seguramente no salía todavía del bachiller, compré El porvenir es largo. No recuerdo el momento en que me interesé por leer a Althusser o quizá solo fue por el título del libro... Compré, lo que ahora entiendo -después de leer la biografía de Derrida que escribe Benoît Peeters- es una obra autobiográfica postraumática de la crisis mental que llevó a Althusser a asesinar a su esposa. Recuerdo único que tuve del filósofo durante muchos años. No volví a comprar un libro suyo hasta hace un par de años para un seminario de Teoría Critica. Sin embargo, con la lectura de la biografía de Derrida, un texto bastante bien documentado, entiendo esta relación antagónica entre estos dos filósofos del siglo XX que comparten un origen, una lucha, un desasosiego. Cada uno con su estilo, cada uno con sus fobias. Hace veinte años yo no sabía quién era Derrida, pero sí Althusser; tampoco sabía de la cercanía entre ambos. Ahora no solo los conozco a ambos, como se conoce a alguien por sus lecturas, y no necesariamente por sus presencias, y reconozco en ambas voces ese silbído del oráculo. Un canto de sirenas que con paciencia arriba al puerto del conocimiento esperado, donde se logra la sinápsis del entendimiento. Un entendimiento no solo epistemológico, también ontológico.


8.5.15

terapia de la celebración

Hace unos días no fuimos de paseo para aprovechar el puente del día del trabajo. Desde hace meses tenemos la costumbre de reunirnos los tres para platicar de nuestros agobios, ligues y cualquier otra cosa que nos aflija o alegre. Al encontrarnos, lo primero que nos dijimos fue lo rápido que se ha ido el año, ya en mayo. De inmediato reaccioné y les dije, en Monterrey me di cuenta que tengo dos objetivos en la vida: que el tiempo no transcurra tan rápido; es decir, que debo disfrutar cada momento y no ceder al estrés de la ciudad, del trabajo, de la creatividad, y para ello debo aprehender mis logros. Ambos coincidieron en la primera parte pero la segunda no estaba tan clara. Les expliqué lo complicado que me resulta sentir la satisfacción del logro. Mentalmente la puedo entender, pero sentirla, abrazarla, regocijarme, pocas veces. Obvio es una conducta aprendida de la familia, les dije, donde reiteradamente mis padres me decían "tu obligación es estudiar, lo mínimo es un ocho, lo ideal es un diez". Así crecí. Así crecimos varios, con la exigencia de unos padres que transmitieron su propia exigencia seguramente porque con el paso de los años comprobaron los resultados. Yo también los he comprobado y estoy satisfecha, pero después de los cuarenta el tiempo es cada vez más volátil y los recuerdos efímeros. ¡Pues empecemos a festejar!,  dijeron. Nosotros festejamos todo el tiempo, cada ocasión se debe celebrar. Miré mi antebrazo, donde tengo tatuada una estrella, una estrella que me puse cuando me doctoré, un símbolo de la infancia, de los recuerdos de la guardería, donde por buena conducta nos ponían una estrella en la frente al salir cada día. No me tengo que tatuar cada logro, pensé, no lo tengo que hacer evidente, solo debo sentirlo, permitir-me el regocijo, saborearlo y disfrutarlo. Los logros no empiezan con acciones fáciles, se trabajan, se sufren, se gozan. No es una obligación ser exitoso, es una forma de vida, pero el éxito reside en como cada uno asume sus propios logros. ¿Con qué empezamos?, dijimos mientras llegábamos a nuestro destino. Cada uno hizo un recuento de la semana y brindamos, brindamos por las satisfacciones durante tres días que estuvimos juntos.