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11.4.25

Las oscuridades que tocas durante la vida

Decidí volver a ser estudiante por unos meses y me inscribí en un seminario sobre ateologías. Cada semana debemos enviar notas de la sesión en cuestión que iré subiendo en el blog.

Primera sesión

Con la instrucción de escuchar la canción “You Want it Darker” para la primera sesión del seminario escogí a bote pronto el remix electrónico de Solomun. El remix inmediatamente me redirigió a cuando de madrugada, después de una noche de fiesta con mi hermano menor, regresábamos a la casa familiar. La oscuridad del antro donde nos hicimos cómplices de la fiesta gay durante los años noventa del siglo pasado contrastaba con las luces del amanecer y la música vibrante que nos dejaba sordos cuando prendían las luces del lugar, una vez que la fiesta terminaba. Salíamos borrachos, extenuados y extasiados de bailar sin parar, de cantar, gritar y tratar de ligar a alguien, daba igual, era de noche y todo se valía. 

Después de la primera sesión escuché la versión de la canción original. La interpretación de esta contrastaba con la dicha del recuerdo. Un canto solemne de esos a los que Leonard Cohen nos tiene acostumbradas, una voz rasposa, penetrante, una cadencia con pocas licencias y muchas texturas. La alegría del primer momento se esfumó en un segundo y me remitió a una segunda oscuridad, la de su muerte. La oscuridad del agujero negro en que se convierte la propia existencia durante el tiempo que tardas en intentar sanar del trauma (algo que creo nunca se logra), mientras haces eso que Derrida llama el trabajo de duelo. 

Durante la sesión me resultaba difícil organizar ambos sentimientos, el de una gran dicha y el de una gran tristeza. Escuchaba la interpretación de la canción y trataba de entrelazar ambos momentos, tocar ambas oscuridades mediante la mediación de una lectura completamente ajena a lo que estaba sintiendo. “Hineni hineni / I’m ready, my Lord”. Pensaba en mi hermano a quien la muerte lo sorprendió de manera violenta y pensaba en lo que he sentido los últimos seis años. Castigo, sufrimiento, aceptación no son propiamente las categorías con las que me he querido identificar estos años, pero sin duda las he transitado constantemente.

Una oración me hizo sentido mientras la sesión transcurría: el espíritu capturado por Dios se da en la oscuridad. Momento en el que pierdes el control. Tocar la oscuridad muchas veces en la vida, acostumbrarte a ella, es quizá la posibilidad de saber que estás viva, aunque alguien más ya está muerto.  


1.9.23

Y después del trabajo de duelo-trauma viene la calma

El duelo me sorprendió como sorprende la muerte de alguien que amas. El trabajo de duelo es una trabajo de tiempo completo y no puedes claudicar hasta que deja de doler tanto. El duelo-duele y no es un pleonasmo. El trabajo de duelo es solitario, a veces trágico, a veces dulce, a veces se instala, hasta que un día, sin darte cuenta, lo integras a tu vida diaria. El duelo es una luz que prendes-apagas con la memoria, el recuerdo, la generosidad. 

Poco tiempo después de tener bajo control el apagador del duelo experimenté nuevamente la presencia del miedo, la angustia, la ansiedad. Me tardé en identificar con lo que me enfrentaba: los fantasmas de alguien que desconozco, a quien no le pude ver la cara, las dudas de si hubiera... o el miedo nuevamente a la muerte, a la mía. Hasta que un día entendí que también había que trabajar el trauma. 

El tiempo deja de ser importante cuando te instalas en el trabajo de duelo-trauma, lo único que importa es sobrevivir y así lo hice. Sobreviví a tu muerte y empecé a pensar a sentir la mía. Debí talar profundo para encontrar las raíces que nos unían, además de la homosexualidad, y cortar con eso que nos fue consumiendo para pertenecer: las sutilezas del lenguaje corporal que son imperceptibles y van minando la certezas de lo que se es. ¿Y qué se es? ¿Importa? ¿A quién le importa? 

Han pasado casi cinco años, Arturo, y hoy te puedo decir que siento calma. Una calma de ver a mi madre ilusionarse por las próximas elecciones, la calma de saber que mi padre sigue entero y más amoroso. La calma de mis perros que vinieron después de tu muerte, la calma de un hogar compartido con Claudia. La clama que me dan mis estudiantes que quieren comerse al mundo y a veces no saben por dónde empezar a conocerlo. La calma de la gente que ya no está, de los amigos que ya no lo son, de los que lo siguen siendo y de los que vendrán. La calma de navegar mientras nado. La calma de abandonar el agujero negro en el que se convierte el trabajo de duelo-trauma. 

Las certezas que ahora tengo son las certezas de quienes nos antecedieron: "no hay mal que dure cien años, ni nadie que lo aguante" o "después de la tormenta viene la calma". La calma se convierte en el bien más preciado y en la fuerza para seguir viviendo.