23.11.14

Marchar es un delirio

Mi primera marcha fue en 1991, durante la guerra del Golfo Pérsico. Recuerdo bien porque al mismo tiempo estaba entrando al bachiller, al Colegio Madrid. Venía de estar siete años en una escuela la sallista donde eso de las marchas, salvo que fueran procesiones, no eran bien vistas. En esa ocasión salimos varios grupos a caminar unas cuantas cuadras para manifestarnos en favor de la paz, mientras cantábamos "Give Peace a Chance". Un momento inolvidable pero curiosamente me acordé de esto hace un par de días que hacia memoria de cuándo y por qué había salido por primera vez a manifestarme a la calle.
Las marchas que le siguieron fueron las del orgullo gay, donde al principio, desde la banqueta, veíamos cómo pasaban los carros alegóricos y posteriormente, junto con mis amigos, nos fuimos sumando como fuimos asumiendo que esas marchas ya no nos significaban una batalla. La lucha ya había sido dada y podíamos seguir adelante.
En el 2001 me sumé a la caravana zapatista cuando llegó a la Ciudad de México. Estaba el ambiente muy enrarecido y fue más mi desencanto que también olvidé ese momento.
Pasaron un par de años para que volviera a salir a la calle. Otra vez un guerra, nuevamente en Oriente. En ese entonces vivía en Barcelona y llenamos casi todo Paseo de Gracia y calles aledañas a Plaza Cataluña. Me sobrecogió la experiencia, pero al paso del tiempo la olvidé.
Cuando regresé a Mexico, con poco entusiasmo fui a una que otra, recuerdo una de sucumbió a la ciudad porque Reforma estaba completamente plagada de gente vestida de blanco. No se volvió a repetir hasta el 20 de noviembre de 2014.
Desde hace casi tres años las marchas son parte crucial de mi actividad o quizá de mi activismo. Cuando la UACM se fue a paro estudiantil retomé mi andar, al principio con recelo, más por cuestiones personales, que por cuestiones ideológicas. Durante los meses del paro no solo marchábamos, literal nos instalábamos en la calle durante las horas de negociación con el GDF. Nos acostumbramos a la convivencia de solidaridad y comunidad. Se terminó el paro y volvimos a las aulas. Extrañábamos las marchas, decíamos en broma, con algo de verdad. 
No pasó mucho tiempo para que volviera a salir a la calle a denunciar #AyotzinapaCrimenDeEstado. Al principio fuimos los mismos "revoltosos" de siempre. Los "paristas flojos y violentos" que vende Televisa en sus noticieros nocturnos. Poco a poco se ha ido sumando la gente (uso el antepresente porque espero que esto no termine aquí), el jueves pasado caminamos gente de muchos lados, de muchas clases, de muchas creencias, con una consigna, o con muchas, que impregnaba el ambiente: justicia y solidaridad.
Marchar es un delirio. La gente se contagia del fervor con que se gritan o recitan las consignas. Los más creativos van componiendo mientras van caminando, los menos se van sumando al unísono. De pronto el silencio, hasta que alguien lo vuelve a romper. Todos lo secundan. Los pies ligeros caminan, a veces con tropiezos, otras con miedo, pero siempre con energía. Algunos prefieren separarse antes de concluir, los más perseverantes queremos llegar a la plancha del zócalo. Lugar simbólico de triunfo, de victoria. 
Al finalizar nos dispersamos con la certeza de que habrá otra, las que sean necesarias para que nos escuchen, para que la ciudadanía responda, reaccione.
Solo por eso, por el gusto de haber cumplido con el llamado solidario, nos encontramos en algún bar a recapitular los momentos más significativos. Con una chela en mano volvimos a cambiar el mundo, o por lo menos así lo creemos hasta que nos despedimos.
Tengo esperanza en las generaciones venideras, ha pasado el letargo de mi generación y la que le siguió. Marchar es un delirio y eso se contagia de generación en generación.


22.11.14

#AyotzinapaSomosTodos

1, 2, 3,
la ciudad se levanta




4, 5, 6,
contamos desaparecidos




7, 8, 9
estudiantes



10, 11, 12
normalistas




14, 15, 16
fue el Estado




17, 18, 19
gritamos indignados





20, 21, 22
de norte a sur





23, 23, 25
de este a oeste




27, 28, 29
#AyotzinapaSomosTodos





30, 31, 32
marchamos




33, 34, 35
codo con codo





36, 37, 38
exigimos justicia





39, 40, 41
para los familiares




42, 43
Porque vivos se los llevaron
Vivos los queremos.


























9.11.14

la frontera: una esperanza

La imposibilidad de estar en dos lugares al mismo tiempo puede también ser un gran acierto. Mientras dialogaba en la frontera con gente que de un segundo a otro se vuelve entrañable por su capacidad de empatía y humildad, en el df mis amigos se desvelaban por defender lo que parece hasta cierto punto indescifrable: la desaparición de los 43 normalistas. El whats up enloquecido durante la conferencia de prensa de Murillo Karam me impedía por momentos seguir lo que sucedía en Tijuana, es sorprendente como ciertas veces es tan transparente el sentimiento de quienes escriben, como sucedía ese viernes con lo que estábamos viviendo: una desgracia a todas luces que conmociona a los más sensibles y corrompe a los más ignorantes. El twitter, a su vez, no dejaba de actualizarse segundo a segundo, en el caso de Ayotzinapa cada vez son menos los que no se enteran, aunque deberían ser más lo que hacen algo. Diálogos cruzados no solo por las fronteras de la tecnología también por la distancia. Quería estar en los dos lugares pero al final solo estaba en uno: en la frontera, y ahí me quedé escuchando a quienes tienen una trayectoria recorrida, no solo de dolor, también de satisfacción. La frustración no encaja en su ser, quizá por los años, quizá por las compañías y las alianzas. Solidaridad escuchaba, un concepto que a todas luces me parece demagógico por la prostitución política de su uso durante el salinato, pero no así en las voces de quienes lo han vivido mientras ganaban batallas. La frustración, ahora que lo pienso, es un sentimiento de egoísmo, no de lucha. Narraciones paralelas entre el df y tj pero no con las misma experiencia, mientras en el df llorábamos por los desparecidos, en tj pensábamos cómo contravenir las desapariciones, no solo de los 43 estudiantes, también de las trabajadoras de la maquilla, de los migrantes de San Fernando, de las mujeres de Juárez, de todos quienes han sido usados como carne de cañón por los gobiernos mercantilistas. Un auditorio lleno en una universidad pública donde está prohibido pronunciares. Muchas cosas deben cambiar en las universidades, así como en el resto de la sociedad. Lo cierto es que esos cambios se dan con gotero y con activistas comprometidos. Conocí varios, unos que empiezan, otras que están consolidadas. Todos con mucha energía. Quise trasmitir a quienes en el df sentían tanta impotencia por una frase desafortunada de quien ante la adversidad no sabe que hacer más que salir corriendo. Les llevamos ventaja pensé, la resistencia es nuestro mejor aliado y nuestros maestros están en las fronteras, no solo geográficas, también espirituales.

2.11.14

Los libros se venden o se regalan?

Me invitaron a presentar mi ultimo libro, el que lleva por título Epistemología de la frontera. Modelos de sociedad y políticas públicas (un título de por sí complicado, pero sobre todo caprichoso) a San Diego City College. En cuanto recibí la invitación gustosa dije que sí, un pretexto para viajar otra vez a la frontera. El tiempo me ganó y la maleta le hice el último día. Si bien es cierto que cada vez intento viajar más ligera, también he tenido que ceder mucho del espacio de mi maleta para llevar libros. La ropa la escatimo y casi siempre, al llegar a los lugares, me doy cuenta que no serán suficientes las playeras (con los calzones, como con los libros, siempre acierto) o que no combinan los zapatos con el único cinturón que me puse antes de salir de casa. Al deshacer la maleta dedico una gaveta a los libros y otra a la ropa, ahí es cuando me pregunto en qué momento una se vuelve todologa... Ya no basta con escribir los libros, ahora también los tengo que promover, difundir, transportar, y, en el mejor de los casos, vender... Digo en el mejor de los casos porque soy tan mala para vender que he roto récord: estoy por llegar a la meta de regalar 1500 libros en lo que va del año. Podría hacerme la interesante y decir que el conocimiento se regala, o que uno escribe por una necesidad vital, sin importar el éxito, pero lo cierto es que soy demasiado introvertida para vender cualquier cosa. Hace varios años, cuando era estudiante de licenciatura, mis padres maquillaban ropa y me tocaba ir a venderla al "tianguis", sufría tanto cuando me regateaban. En ese entonces no podía regalar nada porque de eso dependía una parte de las colegiaturas. Ahora que no es así, que busco financiamiento para financiarme mis proyectos, he optado por asumir mi condición de todologa y lo único que deseo gustosa es regresar con la maleta vacía. Sin libros, y a veces también sin ropa. Para ello he optado por regalar los libros. A veces me pregunto si es acertado hacerlo así, en el sentido de si la gente realmente "valora" lo que les estoy regalando. La respuesta no la tengo porque la pregunta es una falacia. Un mercantilismo-moral puro. Podría decir que una aporía, pero tampoco tendría sentido. Cierro con una anécdota que responde hiperbólicamente a ese intento de cuestionamiento fidedigno, pero incorrectamente formulado: hace unas semanas, en uno de esos seminarios donde he regalado mis libros, me acerqué a un defensor de migrantes para presentarme y saludarlo. Al momento de decirle mi nombre contestó "tú eres la del libro de Epistemología". Sí, dije con la cabeza. Cómo lo conseguiste, le pregunté. "Me lo regalaron y me ha servido mucho para escribir sobre la frontera sur", afirmó.