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19.4.16

#298 Crónicas de viaje: Israel-Palestina

Día 8

I
El avión salía a las nueve am. Tenía que estar a las seis am. Había puesto el despertador a las cinco am. Salí a la calle a coger un taxi, tuve que caminar un poco, me consolaba que para ellos el domingo era nuestro lunes y que en algún momento pasaría alguno libre. Veinte minutos tardé en conseguirlo. Llegué al aeropuerto 6:20 am y mal humorada. Busqué la aerolínea y obviamente estaba repleta. Otro avión jumbo para la vuelta. Una familia de judíos-argentinos se colaron delante de mí. Ya había entendido que la actitud pasiva no va con esta sociedad, si quieres que no pasen por encima de tu espacio vital tiendes que empezar a repartir codazos y así lo hice. Llegué frente al entrevistador. No carburaba ni en inglés ni en español. Me preguntó que a donde iba le dije a Jerusalén y Tele Aviv. Me volvió a preguntar, le dije que a Barcelona. Pidió el pasaporte, se lo entregué. Preguntó porque había estado en Nador, le contesté. No hizo más preguntas. Pidió que lo siguiera. Me imaginé en el cuarto de las entrevistas. Imprimió una etiqueta y la pegó a la mochila. Me deseó buen viaje y alcancé a entender que me iban a revisar.

II
Al entregar el pase de abordar me enviaron a otra puerta. Junto a una negra y a una árabe. A todas nos revisaron el equipaje de mano, nuevamente el escaneo de todos los aparatos eléctricos. Terminó la revisión y me dejaron ir. No lo podía creer. Ya había preparado mi entrevista en la cabeza. Dudé, seguramente no me volverán a dejar entrar nunca más a este país. Tampoco me importó, no sé si quiero volver en estas condiciones. Fui por mi pase de salida, ahora el permiso es rosa y sustituye al sello de migración en cualquier otro país. Me senté a esperar. Nuevamente el vuelo iba retrasado. Empecé a leer La nostalgia feliz, era lo único que me distraía. Llamaron para abordar, nos formamos, nuevamente la gente queriéndose meter en mi lugar y con mi bolsa los golpeaba. No está de más decir que esta actitud termina sacado de sus casillas a cualquiera que no esté acostumbrado. En el avión lo mismo para ocupar los asientos. En un momento del viaje me dio un ataque de ansiedad, pero esta vez pensé que si me pasaba algo, que se hicieron cargo ellos, seguramente me dirían que me tranquilizara en tono militar y me darían una cachetada... Ya estaba muy molesta porque todo el rato pegaban en el asiento quienes no podían quedarse sentados. Preferí retomar la lectura y me topé con una párrafo de Nothomb: "Esta pulsión de aniquilación de uno mismo tiene una potencia demencial. Nunca me he dejado vencer por ella, pero la he experimentado miles de veces, sin que ninguna explicación haya logrado convencerme". Me tranquilizó. Al poco rato sirvieron de comer y después pude dormir.

III
Casi al aterrizar un hombre abre el compartimento de arriba del asiento y empieza a meter maletas. Lo observo. Deja la mía al fondo y le digo que la ponga arriba. No cierra la gaveta. Le digo que tenga cuidado, que ahí va mi cámara. Duda y le digo en tono irónico, qué no hay otro espacio donde guardar sus cosas. Voltea y abre otra gaveta. Aquí. Dónde quiere que ponga sus cosas, me pregunta. Me río de enojo. Donde están. Se da la vuelta y se va. Estoy a punto de enfurecer. Aterrizamos. Por fin. Me urge dejar ese avión, el slogan de la compañía dice algo como no solo es un avión, es el país entero. Pienso que es la extensión de su pequeño-gran coto de poder, ahí no puedo gritarle a ninguno porque me encierran, pero ya estando afuera puedo enloquecer si es necesario. Corro para cruzar migración lo antes posible y no volver a ver a esta gente. Para mi decepción, habían llegado tres vuelos al mismo tiempo y tenían abiertas solo cinco ventanillas. Me formo, no sin antes luchar con dos grandulones que querían rebasarme. Empiezo a dar golpes con mi mochila. Una hora en la fila, una hora con dos hombres encima de mí que no conocen el mínimo respeto por el espacio vital. Mi turno, revisan mi pasaporte, ven mi visa, y me dan la bienvenida. Estoy en casa.




#297 Crónicas de viaje: Israel-Palestina

Día 7

I
Había decidido ir a la playa, a tomar el sol y nadar un poco en el mar (llevaba meses sin estar en el agua, el mar muerto no cuenta), previo al último tour que había contratado, ahora para conocer Tel Aviv. Tomé un café con pan, escribí un poco antes de salir. Esta vez no compré jugo porque pensaba desayunar algo en la playa. Shorts, bikini, toalla. Caminé hasta la parte israelí. Error. Hubiera sido mejor quedarme en la parte de Jaffa. Llegué temprano, alquilé sombrilla y camastro. Me recosté a contemplar el mar. Pasaron un par de horas y la playa empezaba a estar repleta. Ya me había remojado un par de veces, el agua fría fría que seguramente ayudó a la circulación había templado mi cuerpo. Tenía hambre, me acerqué al quiosco a pedir algo. El camarero mal encarado hizo como si no comprendiera mi pregunta sobre si vendían comida, le volví a preguntar. Negó con la cabeza y se giró. Regresé al camastro, ya empezaba a estar un poco engentada, había escogido la playa "familiar". Una escena peor que en la familia burrón, chamacos por todos lados gritando y aventando arena. Al principio me parecieron simpáticos, después los quería borrar a todos de mi espacio vital. Ya no digamos a los adultos, gritones, invasivos y sin considerar mi presencia a su lado. Los de la izquierda, que eran dos, al final terminaron siendo ocho, en el mismo pedazo de arena que tenían desde el principio. A su lado un grupo de señoras mayores con el bronceado de la anciana que sale en la película de Loco por Mary. A mi derecha, un grupo de adultos panzones comiendo semillas y escupiendo la cáscara en la arena. Atrás familias con hijos, más atrás familias con más hijos.

II
Era temprano, todavía me quedaban un par de horas antes de ir al tour, decidí pedir algo de comer al camarero de la playa. Me prestó el menú y pedí lo que entendí, es decir "sandwich de pollo...". Obvio no leí lo que venía después de los tres puntos o si lo leí no lo entendí. Me entregó un pan pita partido en dos relleno de vísceras de pollo con mayonesa preparada y una ensalada de pepino a lado. Cuando lo vi pensé que era carne y se había confundido, pensé en comérmelo y no decir nada. Conforme le fui agarrando el sabor me di cuenta que me estaba comiendo los riñones, el corazón y lo demás que se pueda comer del pollo. Me terminé la primera mitad pero ya estaba un poco asqueada (y eso que soy de buen comer). Todavía tenía hambre y pensé en comerme la segunda mitad, lo hubiera hecho si no lo hubiera abierto, lo primero que vi un corazón (grande) de pollo. Me dio asco, lo cerré y me comí el pepino picado. Hasta la cebolla me hizo feliz. El sabor al principio lo había disfrutado pero la consistencia chiclosa hizo imposible que terminara de comerlo.
Me puse los audífonos para aislarme de la gente con poco éxito, en los diez centímetros que quedaban entre mi camastro y la silla de la derecha pasaban los niños mojados que salían y entraban al agua. A veces también los papas gritando que no se metieran tan al fondo. Ví el reloj y pensé que todavía tenía tiempo y que quizá podría meterme una vez más al agua. La playa de Tel Aviv es como la de Tampico, caminas y caminas y caminas y como cincuenta metros después empiezas a flotar. Pensé en mojarme solo los pies y terminé mojándome todo el cuerpo. Regresé por mis cosas y huí. No podía más, en México le hubiera avisado a los de junto que me iba, por si querían ocupar el espacio. Aquí me daba igual, el espacio iba a ser del más gandalla. Inmediatamente pensé: los israelíes en algún momento van a terminar corriendo a los palestinos y cuando no tengan un enemigo en común van a empezar a matarse entre ellos. Me dio pena. Sobre todo porque este conflicto es de muchos y muchos gobiernos son responsables de la injusticia histórica con una comunidad particular.

III
Regresé al hotel, me bañé y salí para el punto de encuentro, nuevamente la torre del reloj de Jaffa. Eramos solo tres los apuntados al tour, tendría que haber cuatro para salir. Tenía ganas de que se cancelara. Estaba insolada. Al final el guía decidió que lo hacía con los tres que estábamos, un italiano, una argentina y yo. En todo el camino no hablamos entre nosotros, solo nos dirigimos al guía. No sé si el efecto de invisibiizlar al otro ya lo habíamos adoptado. Lo cierto es que yo ya iba con la reserva de la batería y mi cuerpo andaba en automático. Nuevamente nos contó la historia de una ciudad que tiene a lo más cincuenta años de existencia, que ha tirado todo el pasado de otras culturas y que empieza a tirar parte de su propia historia, o sea, no hay mucho que ver en Tel Aviv, salvo algo de Art Decó, de Bauhaus y otro tanto de lo moderno contemporáneo. Aun así el guía hacía narraciones extensísimas de la grandeza judía. Sólo veía el reloj, me parecieron las dos horas más largas del viaje. Me distrajo la pistola que traía en la cintura. Pensé en preguntarle si era necesario cargarla todo los días pero me contuve varias veces, solo lo observaba y observaba su pistola cuando iba detrás de él. No se dio cuenta que se asomaba hasta tiempo después e inmediatamente la cubrió con su playera. Terminamos en tour y tenía que volver a Jaffa, era otra media hora de vuelta y no me quería perder. El guía dijo que enseñaba el camino de regreso, por un momento estuve a punto de decirle que no, pero estaba tan cansada que acepté.

IV
El regreso fue mejor. Con mi actitud de ignorante no politizada pude hacerle todas las preguntas que tenía. Obviamente la actitud de macho-blanco-colonizador afloró y contestó todas mis dudas con un cinismo impecable. Militar, capitán de 58 años, que había trabajado para el gobierno en Estados Unidos. Supongo que retirado, pero también una forma de espía, tener contacto con el turismo e identificar los posibles terroristas. Como maestro de primaria fue exponiendo cada parte de lo que le preguntaba. Cómo viven el día a día, me acordé no solo por la pistola, sino porque en la comida del día anterior me habían comentado que después de un atentado quedas sensible y no te dan ganas de salir a la calle, sobre todo a los lugares donde se concentra la gente. Me contestó que el no vive con miedo, que ahí no pasa nada, que tiene su rutina, llevar a su hija al colegio, recogerla, trabajar. Ese es su día día. Le pregunté sobre el conflicto, dijo que el conflicto está en Jerusalén, en el dominio de la Mezquita. A ellos les preocupa la comunidad que vive ahí, no la que está del otro lado de la frontera. Sobre los territorios ocupados y la expansión del dominio israelí contestó que de momento no piensan  controlar más. No le creí. A diferencia de Mohamed, que se burla de la frontera israelí porque dice que solo sirve para encerrar a los judíos, al guía le parece natural, es una forma de delimitar el territorio y protegerse. Se burla de la intervención estadounidense, dicen que no entienden nada del conflicto, que de principio los acuerdos se deben firmar en árabe, no en inglés como ellos quieren. Sobre la convivencia fronteriza dice no haber problemas, la lengua común es el inglés, la que se enseña en las escuelas además del árabe o el hebreo, según la comunidad a la que pertenezcan los alumnos. Me regaló un separador de libros con los diferentes rompimientos históricos y ocupaciones del territorio desde la era de piedra (5800 adc) hasta 1948, que es cuando la ONU determina la ocupación de la mitad del espacio para los judíos (lo que sería Israel). Me explicó cada época. O sea que el regreso de media hora se convirtió en un hora, lo cual le agradecí como investigadora, aunque nunca se lo dije. Una vez que terminó de explicar la línea del tiempo que seguramente el había diseñado, sonreí y le dije que entonces después de Israel seguramente vendría alguna otra comunidad, parece que esta tierra al final no es de nadie. Sonrío sin ofenderse pero dejó de ser elocuente el resto del camino. Ya faltaba poco para llegar al sitio donde había estacionado su auto, así que nos despedimos, no sin antes agradecerle su tiempo.

V
Comí un sushi, no podía más con el humus ni el falafel ni con las vísceras de pollo. Pasé por unos panecillos para tomar café en la terraza y no salí hasta el día siguiente.

Foto: Roxana Rodríguez



#296 Crónicas de viaje: Israel-Palestina

Día 6

I
Estaba como nueva. Había podido dormir cantidad de horas, las que no había dormido en los días anteriores. Tenía previsto hacer un tour para conocer Jaffa, después una comida con unos amigos de mi hermano que están viviendo ahí y un paseo por la playa en la tarde. Un café en la terraza y empecé a escribir las travesías del viaje. Llegaba la inspiración después del reposo. Escribí hasta poco antes de la once de la mañana que era cuando iniciaba el tour.

II
Compré un juego, aquí afortunadamente tiene mucha fruta, y descubrí el juego de granada, una delicia. Algunos días lo mezclaba con jugo de naranja, otros con toronja. Es mejor la primera combinación, la segunda es muy ácida. Me dirigí al punto de encuentro. La torre del reloj de Jaffa, de la cual obviamente nos contaron la historia. Aquí todo son historias inventadas o reinventadas, donde casi siempre los protagonistas principales por casualidad, terminan siendo judíos... El guía, un cuarentón ingles, bastante flemático. Nos caímos mal desde el principio. De hecho, a estas alturas del partido yo ya me caí un poco mal a mí misma. Había decidido hacer el performance de turista ignorante no politizada que se creía el cuento de todo. Además, a diferencia de la gente en Jerusalén que está muy pendiente de ti, acá te ignoran toda el tiempo, no solo con la mirada, también con el cuerpo, la gente es invasiva del espacio vital e irrespetuosa de tu dignidad, ya no digamos de tu propia cultura. No les interesa más que lo que sea judío, de preferencia europeo o estadounidense. Lo demás no existe.

III
Obviamente, desde el inicio del tour me desconecté. El guía en algún momento se dio cuenta y me dijo en su mal español, si no entiendes algo me puedes preguntar. Le contesté en mi perfecto español. Entiendo todo, gracias. Nos enseñó Jaffa, los recovecos, con los cuales seguramente no hubiera dado en un día. Algunos lugares hermosos. De hecho, si fuera una persona no politizada y critica del sistema (en general) diría que Jaffa es un gran lugar para conocer.
Cuando sacó el antiguo testamento y empezó a leer partes, no pude más. Ahí me concentré en el helado de chocolate que me estaba comiendo. Pensé en abortar la misión, pero todavía me queda tiempo para ir a la próxima cita, así que esperé a que concluyera el tour. En un momento me le acerqué, quizá solo por molestarlo, y le dije con mi perfecto inglés (o eso hubiera querido, falso, mi inglés es muy básico) que me recomendara algunos libros, que era investigadora y necesitaba comparar las posturas. Se enfadó un poco, me dio un par de nombres e hizo como si le urgiera contestar una llamada. Seguimos avanzando, se acercó a mí. Me dijo que había escuchado a Edward Said en Oxford, cuando era estudiante. No sé que dijo sobre la conferencia, y le contesté que había estado en Palestina. Nuevamente se incomodó y dejó de escucharme. Se acabó el tour. Pidió amablemente su propina.

IV
Había quedado a las dos para comer. Empezaba el shabat y la gente estaba como loca en la calle, comprando por aquí y por allá. Mucho tráfico por todos lados. Tenía que caminar a Tel Aviv, había visto que eran como cuarenta minutos, decidí hacerlo. Obviamente me perdí, terminé tomando un taxi que afortunadamente me llevó al destino. Esto es lo que tiene Tel Aviv, hay gente amable todavía, poca, pero hay. Me encontré con los amigos de mi hermano. Me dio un gusto enorme hablar con gente conocida y en español, llevaba toda la semana pensado en inglés. Hablamos de todo, la comida estaba buenísima. La cocina israelí tiene su punto de exótico, incluso para una mexicana. Ese día pidieron entre varios de los platillos algo como cuello de ternera a las especies. Buenísimo. Nos tomamos algunas cervezas y nos despedimos un par de horas después. Había sido muy ilustrador, me habían resuelto no solo dudas, sino que había podido confirmar algunas aseveraciones.

V

Regresé a Jaffa por el malecón. De un lado, la playa de los israelíes, que aunque no está estipulado, la misma distribución urbana así lo delimita. Por otro lado, llegando a Jaffa, los musulmanes. Me senté alrededor de una hora a observar a la gente pasar mientras se ponía el sol. Sentí paz. Me acordé de Derrida y su monolingüismo del otro, lo importante que es la lengua materna y el sentimiento de orfandad cuando te prohiben hablarla. El ocaso, un espectáculo, como en cualquier rincón del mundo. Compré algo para cenar en la terraza. Quería seguir escribiendo.

Foto: Roxana Rodríguez

#295 Crónicas de viaje: Israel-Palestina

Día 5

I
Jueves. Primer día que me siento a desayunar con calma. Un desayuno abundante, me lo comí todo. Regresé al hotel por mi maleta para tomar el tranvía que me llevaría a la estación central de buses (CBS). Tomé el 405, el que va a Tel Aviv. Cosa curiosa, la estación está en un edificio de cuatro o seis pisos, abajo es un tipo de centro comercial, tipo mercado, arriba salen los autobuses. Alcancé ventana y junto a mí se sentó un soldado, iban varios, uno con un arma enorme en el asiento de enfrente. Todos adolescentes, entre 18 y 21 años, que es la edad en la que hacen el servicio militar. Ni que decir, estaba atónita. La gente de mi alrededor lo tiene completamente normalizado. Pensaba, en México, esto todavía nos asusta, aunque con las políticas de seguridad actuales espero nunca lleguemos a normalizar estas prácticas en la calle. En fin, intenté dormir, no pude. Puse música. (En este viaje la música y Amelie Nothomb fueron mis acompañantes. Me leí tres libros de ella en una semana.) Iba viendo el paisaje, las construcciones de las nuevas carreteras, los puentes, los túneles. Impresionante la capacidad para construir (y destruir).

II
Llegamos a Tel Aviv. Desde el primer día me pareció que esta ciudad es un San Diego venido a menos. Y así lo comprobé durante los días que estuve aquí. Por un lado edificios muy altos, casas habitación casi todos, y muchos desocupados, parece que la gente ha decidido comprar casas para tenerlas de "reserva" por si algo pasa en Europa. Por otro lado, casas de una o dos plantas, algunas modernas, otras no tanto. Construcciones de los años cincuenta en adelante. Obviamente al ser una ciudad reconstruida sobre otras ciudades que ya existían, mucho del cemento y materiales de construcción se han tirado al mar. Es absurdo el derroche de recursos en esta ciudad (en este país). Además de que los bienes inmuebles son tan caros que resulta imposible para los más jóvenes hacerse de una vivienda.
Llegamos a la estación de buses, nuevamente en el piso más alto y abajo otro centro comercial venido a menos. Contrastes, todo el tiempo contrastes. Al salir del bus nos piden los papeles y si están de buenas nos dejan pasar, si no te revisan el equipaje. Nuevamente vieron mi pasarte y no me detuvieron. Para salir de la estación tardé como media hora, no tenía idea en dónde estaba la calle. Al salir, pedí un taxi para el hotel. Había reservado en Jaffa, que obviamente ya la alcanzó la mancha urbana de Tel Aviv, entonces todo está junto con pegado. Me instalé en la habitación, fue lo que más me gustó. Grande, de techos altos, iluminada, con un terraza que daba a una de las calles principales.

III
Caminé al puerto. La primera impresión me agradó bastante. Tel Aviv es como un San Miguel Allende con mar. Restaurantes y bares a la orilla. Galerías de arte de todo tipo en los edificios del puerto. Caminé algunos metros por el malecón y pensé ¿que sería de Tel Aviv si fuera musulmán?  Contrastes con respecto a la otra punta en la que había estado hace unos meses, en Nador, casi 4,000 km de distancia. Contrastes culturales parece que irreconciliables. Mi perspectiva occidentalizada de las zonas con mar, de principio, me hicieron creer que esto era mejor que lo otro. Ahora reculo, no puedo opinar, son distintas sociedades y cada una tiene lo propio.
Regresé a la zona del hotel, repleta de tiendas de todo tipo. Es una zona que se está transformando, por un lado están las tiendas que venden artículos para restaurantes y cocinas, muebles y objetos antiguos. Un tipo de lagunilla. Por otro, están las boutiques de pequeñas confeccionistas que hacen su propia marca. En este punto del viaje me debatía entre comprar algún regalo o no, por un lado ya me había gastado mucho dinero en todo el viaje (la comida es muy cara, también el hospedaje), otro tanto en la tienda de souvenirs en Palestina, y, en realidad, lo que más me agobiaba era el boicot que en teoría debería estar haciendo en contra de Israel. Absurdo a estas alturas pensar en ello me decía a mi misma. Al final decidí no gastar más de lo necesario, es decir, solo compraría la comida y listo. Busqué un sitio para comer algo ligero. Al terminar fui directo a la habitación. No quería saber más nada de la gente. Me dormí toda la tarde y toda la noche. No podía más ni con la luz del día ni con el ruido, mucho menos con mis propios pensamientos.


Foto: Roxana Rodíguez

18.4.16

#294 Crónicas de viaje: Israel-Palestina

Día 4

Por fin tocaba la salida hacia Palestina. Había dudado mucho en cómo hacer el viaje, si sola o acompañada. Los primeros días buscaba un posible candidato de acompañante, con poco éxito. No me animé a hacerlo sola hasta que la inglesa me dijo que ella y la argentina habían encontrado el tour "político" que incluía Ramallah, Betlehem y Jericho. Es decir, si el gobierno israelí está enterado que se hacen tours desde Jerusalén a Palestina y no ha hecho nada para evitarlo, entonces podía fácilmente tener una coartada para cuando me enfrentara de nuevo al famoso interrogatorio, previo a dejar el país, que normalmente dura tres horas, dicen los que ya han pasado por ahí. Esta aseveración, a su vez, me hizo dudar de todo el performance del interrogatorio en el aeropuerto: cómo puedes por un lado sugerir no ir a Palestina porque es peligroso, a su vez que permites que las agencias de viajes vendan los tours denominados "políticos"... Busqué en el internet y son varias las compañías que los ofrecen. Aún así, esa noche dormí mal, pensando si estaría segura, a pesar de que ya muchas personas con las que había tenido algún tipo de comunicación, y habían estado en Palestina, me habían dicho que no tendría problemas.

I
Al levantarme no tenía ni idea del recorrido. Busqué en internet qué hacer en Ramallah y lo primero que apareció fue la visita al museo-casa de Mahmud Darwish, poeta palestino, me pareció un pretexto perfecto, porque además de que he leído bastante de su obra, en algún momento de mis múltiples pretensiones de investigaciones, pensé en hacer un trabajo crítico de su poesía... Así que rápido me bañé, comí algo en el camino y me dirigí a la estación de autobuses, que está en la puerta de Damasco. Ahí hay dos estaciones, la primera es la "oficial", la que te lleva a los territorios ocupados o controlados por el gobierno de Israel, incluido Bethlehem, la segunda es la que te lleva al resto de Cisjordania, incluido Ramallah. Dar con ella es un tanto complicado porque al momento en que preguntas a alguien por la calle te expones a que te ven con mala cara.
La van es la número 19 y el costo es bastante económico. Como el pesero, en México, el chofer espera a que se medio llene para iniciar el recorrido. Salimos y es difícil entender que la distribución de las vías está hecha de tal forma que las que te llevan a Cisjordania quedan replegadas y al margen de las que se ven cuando viajas por territorio israelí (esto se puede apreciar incluso en el google maps una vez que entiendes el detalle).
Pronto llegamos a la frontera, ningún control fronterizo, situación que me sorprendió porque pensé que en algún momento nos pararían para pedirnos los papeles. Luego pensé que era lo mismo al cruzar de El Paso a Juárez. Es decir, cuando vas de regreso a México realmente no importa quién entre al país, lo realmente significativo es quien entre a Estados Unidos, o, en este caso, a Israel. Pasamos un laberinto amurallado, grafiteado del lado palestino, y en breve nos encontramos en la estación de buses de Ramallah. No me sorprendió, al conocer previamente Nador, me la había imaginado bastante similar. Lo que me sorprendió fue lo que dije antes, esta cercanía que existe entra uno y otro sitio divido por un muro. Esta cercanía cultural que fue atravesada por la ocupación del territorio.
Era temprano y la estética de la ciudad no me llamaba mucho la atención. No había programado entrevistas con ninguna organización, así que no tenía ganas de deambular por ahí. Tomé un taxi que me llevó al museo de Darwish y me sorprendió bastante. Un estructura en la punta de un cerro en tonos terracota edificada en peldaños. La bandera palestina izada en la explanada. Me emocioné. Subí y entré al museo. Una sola habitación, algunas imágenes, artículos personales, premios, constancias, libros traducidos, una pantalla que transmitía un video. Eso era todo. Me quedé un rato contemplando, tomé algunas fotografía, entré a la tienda de souvenir, compré un libro de poesía con ilustraciones, firmé el libro de invitados y salí.
Una visita rápida, no por ello menos significativa. En tan poco tiempo es complicado externalizar lo que implica estar en estos territorios en todos los niveles, no solo pensando en lo profesional, en el júbilo que para mí implica la esencia de esta frontera, sino también en el plano personal. En los riesgos que asumo tomar por saciar esa sed de conocimiento. Y como eso se traduce en un estado de bienestar, de confort, de autocomplacencia, de libertad. Tomé un par de fotos más, y salí del sitio. Busqué otro taxi que me llevara nuevamente a la estación de buses para ir a Bethlehem. Empezaba a tener hambre y poco humor, así que le pregunté al taxista si me podía llevar él. Me dijo que sí, negociamos el costo del viaje y nos encaminamos.

II
Una vez puestos, me ofreció uno de sus chicles, esta vez no dudé en aceptarlo, ya entendí que es un gesto de cortesía. Le iba explicando lo que quería hacer y entendió a la perfección sin decirnos mucho. Cuando me veía tomar fotos o video disminuía la velocidad. Cuando le preguntaba por tal o cual construcción me explicaba en pocas palabras. Cuando afirmaba una obviedad solo asentía. Alrededor de hora y media duró el trayecto desde el museo hasta el centro de Bethlehem. Le pregunté qué significaba para él la ocupación. Me dijo que no le interesaba (mentía) que él solo se dedicaba a trabajar y a estar con su familia. Después de un rato, me confesó que había nacido en algún lugar de lo que ahora es Israel, que tenía pasaporte palestino, pero que en realidad ese pasaporte no servía para mucho. Que solo podía ir a Jordania con él pero que tampoco le interesaba salir de Ramallah, ahí estaba su familia nuclear, la otra, algunos, se habían quedado en Israel. El recorrido fue ilustrador y él me iba mencionando los puntos álgidos, como el check point que existe cuando sales de Ramallah para tomar hacia Bethlehem. Pregunté por qué estaba ahí el ejercito israelí y contestó que ellos se encargan de controlar ese paso porque Ramallah funciona como la capital de la Autoridad Nacional Palestina, aunque el control lo tiene Israel. El tema es bastante complejo y no solo es necesario deconstruir las capas culturales, sino también las capas de las negociaciones políticas. Al final, tantas capas hacen que el conflicto se vuelva incomprensible, lo cual, sin duda, favorece a quienes tienen el mayor armamento y la capacidad militar.

III
Llegamos a Bethlehem. El chofer preguntó a otro taxista cuánto me cobraba por llevarme al check point de regreso a Jerusalén y nos despedimos. Comí algo en una de las terrazas de la plaza principal y hacía tiempo porque había empezado a llover. No me quería mojar y tampoco sabía bien a bien qué hacer. Si ir a la iglesia, lo cual me llamaba poco la atención, o conseguir un taxista que me llevara a la zona del muro a ver los grafitis de #Bansky, que ahora también son parte del servicio de visitas guiadas que ofrecen las compañías a los turistas, no solo para que los observes, sino para que también hagas tus propios dibujos. Cuando me lo contaron me pareció absurdo, pero a estas alturas del viaje ya todo me parecía una sin razón de unos cuantos que se empecinan en controlar el territorio.
Decidí subir por la calle de las tiendas de souvenir, igual me encontraba con algún regalo para llevar a mi familia, pero en el camino fui interceptada por un señor mayor que me ofrecía imanes con imágenes de la virgen (de esos recuerdos para el refrigerador). Ya me habían advertido de los vendedores de la calle y su insistencia. Le dije que no varias veces y para escabullirme me metí en una iglesia pequeña, el espacio que supuestamente utilizó la virgen María para amamantar a Jesús (imagen que se expone en una de las esquinas). Un lugar fresco, como cueva y vació. Me alegré de estar ahí, necesitaba un poco de silencio.
Al salir el señor seguía ahí. Me insistía en que le comprara, me contó sus penurias. Volví a negarme varias veces hasta que me ofreció el servicio de taxi o de guía por la iglesia. Detuve la camita y giré para negociar con él: no me interesa la iglesia, quiero ir a la frontera. Podemos hacer un recorrido rápido por aquí y luego la llevo a donde quiera, me contestó. Acepté gustosa. Mi segundo taxista en el día que me había encontrado en el camino de mi investigación. Mohamed me metió a la iglesia de la Natividad, resguardada por la policía árabe, y como nos es católico pues pasaba de los turistas y en realidad no me explicaba nada, solo me mostraba cosas que él suponía importantes para los católicos o para la geografía política del momento. Al salir me llevó a la mezquita que estaba enfrente. Primera vez que entraba a una mezquita. Me enseñó el piso donde rezan los hombres, al de mujeres ni nos asomamos. Me explicó el funcionamiento del rito y al final me sugirió leer el Corán. Asentí simplemente. Después me llevó a la "fábrica" de los souvenirs. Un 30 por ciento más barato le va a salir todo... Error. Si te dejas embaucar por un árabe pierdes. Son tan astutos para dorarte la píldora que al final terminé pagando una fortuna por un puñado de regalos nada ostentosos.
Al salir de ahí nos subimos a su auto. Un renult blanco de los años setenta. Había sido profesor de historia y geografía. Actuaba como tal. Me dio lecciones todo el camino. Explicaba con pasión cada rincón de la frontera y había encontrado en los grafitis de #Bansky un refugio a su frustración. Interpretó cada uno y desde la enunciación de la resistencia sentía orgullo de su lucha, de su pueblo. Estaba encantada con el recorrido. Visitamos no solo el muro, me explicó cómo el ejercito va aislando casas, ocupando territorio, me llevó de un lado al otro de la montaña, me enseñó los nuevos territorios ocupados, que están de frente a Bethlehem y que son ahora destinos turísticos. Para que los extranjeros ya no se queden de este lado, sino del otro, los israelíes construyeron tiendas y restaurantes, también hoteles. Nos quitan lo poco que tenemos de ingresos y allá todo es más caro.
Me explicó lo de los impuestos, del bloqueo, del control del agua. Depende al cien por ciento de la economía de Israel, otro tanto del mercado negro que entra por Jordania. Las pocas fábricas de material de construcción que existían las demolió el ejercito israelí y la economía es de autoservicio, agricultura, algo de ganadería, trabajo de la madera del olivo (que es con lo que hacen mucho del tallado de los souvenirs) y no mucho más. También me llevó a los campos de refugiados. Campos que han dejado de serlo, ahora son pequeñas ciudades perdidas al interior de la propia ciudad.
En los años noventa del siglo pasado, en los campos se podían observar las casa de campaña, después empezaron a construir cuartos pequeños por familia, pero al crecer las familias, los cuartos se hicieron casas. No solo se reprodujo la población en poco tiempo, también las ciudades fueron creciendo sin contar con una planeación o desarrollo urbano. Estos campos, uno de ellos da al cementerio árabe, son como las favelas, si entras seguro no sabrás como salir sin la asistencia de algún lugareño. Me llevó a dos, el Ayda Refugee Camp, cerca a la Tumba de Raquel. Otro eslabón perdido en el conflicto porque es un lugar sagrado de los musulmanes que los israelíes ya tienen bardeado y amurallado. El otro campo al que me llevó se llama Al Azza, y existe un tercero, si no mal recuerdo que ya no conocimos.
Me contó de su familia, de la enfermedad de su esposa, de sus hijos que están en la cárcel, uno en Gaza, otro en Israel, de sus diez nietos. Al terminar me dejó en la parada del bus 231, el que va a Jerusalén.

IV
En la parada, mientras esperaba a que saliera el bus, sentí por primera vez un gran temor. Decenas de autos llenos de jóvenes con banderas palestinas empezaron a circular en sentido contrario tocando las bocinas. Paraban el tráfico y gritaban consignas. Me quedé paralizada. Pensé que si se les ocurría iniciar algo ahí no tendría forma de correr a ningún lado. La gente del bus tampoco sabía que hacer, pero estaban menos asustados que yo, parece que es una imagen cotidiana. Una imagen potente de la juventud que está dispuesta a luchar. Me acordé de las últimas marchas en México, de los estudiantes desaparecidos, de la frustración que sentimos muchos con la injusticia y la voracidad del capitalismo. Incluso me alegré de verles, ya cuando se había ido. La lucha sigue, aunque dudo que sean ellos los que salgan adelante si sus aliados no se suman para defenderlos. El chofer, que se había bajado para ver desde la altura de calle a los jóvenes, arrancó el bus y regresamos a Jerusalén. Desde la altura vi nuevamente el muro serpenteante que se empezaba a esconder, a trasformar, a confundir con la arquitectura de Jerusalén. Llegamos al cruce fronterizo, más moderno que el de Ramallah, unas diez casetas de vigilancia sobre la autopista, donde los militares se encargan de controlar el pase fronterizo, más parecido a la garita de San Isidro, en Tijuana.
El chofer paró en un costado y la gente empezó a bajar. No sabía si bajar también, hice el intento de moverme y el chofer con la mano me indicó que me sentara. Obedecí. Sólo nos quedamos la anciana que venía en el asiento de frente y yo. Los demás hicieron una fila de frente a dos jóvenes soldados. Uno de ellos se subió al bus, echó una mirada rápida. Me vio, no sabía si verlo a los ojos o no, pero como no me acostumbro a no hacerlo, le devolví la mirada. Afortunadamente llevaba lentes oscuros puestos de otra forma hubiera visto mi cara de congojo y cansancio que ya tenía a esa hora del día. Un interrogatorio en ese momento no estoy muy segura que lo hubiera soportado. Dudó y me pidió el pasaporte, se lo ofrecí, vio el país de procedencia y se bajó del bus. Dí las gracias por ser mexicana-mujer-sola-soltera-cabello-corto-cano. Agradecí a todos mis ancestros indígenas por haber diseñado el calendario solar que es el símbolo de nuestro pasaporte. Los demás fueron subiendo uno por uno después de enseñar el permiso de trabajo. Una vez arriba todos volvimos a la autopista y de un momento a otro ya estábamos en Jerusalén, el nombre de las calles ya no estaba en árabe sino en hebreo.


Muro: Israel-Palestina en Jerusalén / Foto: Roxana Rdoríguez

#293 Crónicas de viaje: Israel-Palestina

Día 3

El tour de este día me ilusionaba por la visita al Mar Muerto, pensaba que era la combinación perfecta del viaje: fronteras y mar (mis dos grandes pasiones). Sin embargo, el guía era bastante pro-Israel, a diferencia de lo que había sido el día anterior. Aunado a que la mala organización de la compañía, esperamos al rededor de una hora en el estacionamiento de alguna universidad porque no llegaba el bus que venía de Tel Aviv, incluía el paseo por la fábrica de sales minerales israelíes que en ningún momento lo tenía contemplado. El guía, un señor mayor, hablaba todo el rato. El bus en el que nos trasladábamos, con bocinas en cada asiento, hacia imposible aislarse del todo, a pesar de que llevaba mis audífonos, situación que desde el primer momento incomodó al guía porque se dio cuenta de mi poco interés por su narración. Los compañeros de viaje, a diferencia también del día anterior, pasaban de los cincuenta en promedio, era de las más jóvenes, junto con una pareja de mujeres polacas que me hicieron pensar en mis relaciones pasadas y en lo que no quiero para el futuro. Me vi perfecto en esa lógica de ser pareja-muegano que no habla con nadie. De por sí, nunca hablo con nadie estando sola, menos en un tour. Aunque en este viaje me esforcé un par de veces por traspasar esa otra barrera de mi introversión, pero luego pensaba, si ya de por sí es complicado estar aquí sola, para qué me esfuerzo más en hacer plática con esta gente que no comparte mi misma pretensión del viaje. Yo no vengo propiamente a admirar la historia de las religiones, sino a conocer la cultura actual donde se desarrolla el conflicto entre religiones. Al final, casi siempre me mantenía al  margen y escuchaba sin poner atención las barbaridades del guía, que decía cosas como: "los palestinos no quieren integrarse a la comunidad judía", justo cuando pasábamos junto al check point que está en la carretera, al salir de Jerusalén, para ir al Mar Muerto, y que da a la entrada de Ramallah. O, "los beduinos son pobres y les gusta vivir como pobres, como pueden observar en esas casuchas que están a la orilla de la autopista (sic), a pesar de que el gobierno israelí les ha ofrecido ayuda para trasladarlos a otra parte", también de camino al Mar Muerto. Con esos dos comentarios tuve suficiente para empezar a sentir malestar que se transformó en ataques de ansiedad, entre el ruido de su voz que ya me molestaba, y el tour que estaba planeado para comprar los productos israelíes, solo me quedaba distraerme y me hice compañera de viaje de un estadounidense de más de setenta años que tenía una empresa de seguridad y hacia negociaciones con el gobierno israelí. Lo acaban de operar de la rodilla y le costaba caminar. Luego entendí porqué en ese tour iba gente mayor.

I
Además del paisaje y la geografía de Medio Oriente, lo que tiene de gustoso el paseo es estar por abajo del nivel del mar. Llegado al punto 0, espera un guardián sentado a la sombra en lo que pudiera ser una glorieta sobre la carretera con una escultura al centro que indica la altura del nivel del mar. A partir de ahí, bajamos hasta los cerca de menos 400 metros, que es donde se encuentra el Mar Muerto (que en realidad no es un mar pero si se está muriendo).
Primero dejamos a las chicas que habían pagado el spa en el Mar Muerto. Cuatro ingleses se bajaron. Estuve a punto de hacer lo mismo, pensé que sería una forma de no padecer al guía el resto de las seis horas que me quedaban, pero me ganó el deber ser, como siempre, y continué el viaje.

II
Llegamos a la fábrica de cosméticos y sales minerales extraídas del Mar Muerto. El guía nos ofreció un vale de descuento, para ello había que ver la presentación. Afortunadamente llevaba rato con ganas de hacer del baño y en el momento en que la dependienta de la tienda, bastante mal humorada, nos obligaba a entrar en la sala para oír su explicación, como si se tratara de una organización piramidal, le dije al guía que tenía que hacer del baño y salí huyendo. Afuera estaba mi amigo Paul y nos pusimos a hablar de filosofía, desde ahí ya nos buscábamos a cada rato con la mirada cuando llegábamos a un lugar distinto.

III
Llagando a Masada, que es este complejo que se atribuyen los israelíes como antecedente de su cultura en esta zona, entendí porqué en el tour iba gente mayor. A Masada actualmente se puede subir andando o en teleférico. Obvio, nosotros subimos en teleférico. Fue lo único que agradecí de mi error al elegir esta compañía, con el clima, aunque nublado, caminar en subida al medio día hubiera acabado con mis nervios. Es curioso, y por lo mismo hay que desconfiar de ello, los israelíes todo el rato están buscando, aludiendo, expresando y justificando su pertenencia a dicho territorio en el Antiguo Testamento. Un argumento bastante endeble que resulta, a su vez, ser su Talón de Aquiles, por ello usan la fuerza y la dominación. Aquí el guía abusó de lo recreativo (otro Epcot Center) para mostrarnos lo brillante que fueron los ingenieros judíos de esa época, que en realidad eran romanos, cuando construyeron semejante maravilla. Lo escuchaba atónita y pensaba, este sujeto nunca ha estado en Mexico, si bien es cierto que la geografía y la vista del Mar Muerto, para mí resulta exuberante, lo cierto es que las pirámides son mucho más majestuosas que este montón de piedras (como diría mi papá) que enuncian el discurso del colonizador actual. Lo que ha hecho la naciente nacionalidad israelí (hablo en sentido administrativo, no religioso) es colonizar un territorio con ayuda de Occidente, una responsabilidad histórica compartida entre Europa, Estados Unidos y Medio Oriente, que les pasará factura tarde o temprano.

IV
El Mar Muerto es incómodo, es cierto que flotas, pero en realidad no te sostienes, tienes que ejercer algún tipo de resistencia. Si te entra el agua a los ojos, no te la acabas, es de un ardor impresionante, más vale cerrarlos y abrirlos varias veces hasta que dejen de arder. De hecho te arden todas las partes que segregan mucosa... Obvio la cara nunca la debes meter, y después de un rato, entre las nalgas, sientes una comezón, que me recordó el comercial del desparacitante. Y luego pensé, ojalá la sal del mar sirva también de desparacitante, no solo de exfoliante. Eso sí, sales con la piel suave, suave, suave. Lo malo viene después, compartir las pocas regaderas con las turistas. Me tocó un grupo de chinas, lo cual no me disgustó porque es otra estética y cuidado del cuerpo. No lo digo como voyeur, sino como morbosa.
Otro indicio para entender el conflicto está justo aquí, en el Mar Muerto, un territorio rico en minerales que está dividido entre Jordania e Israel. Jordania es el único país que reconoce el pasaporte palestino y es la única puerta de entrada y salida para quienes habitan las fronteras del territorio ocupado (Cisjordania).

V
Al fin de la tarde había quedado para cenar con unas chicas que había conocido el día anterior. Esa primera noche habíamos ido al único bar gay de Jerusalén, un tanto por casualidad, no porque supiéramos de su existencia. Y en esta ocasión les tocaba a ellas escoger otro bar. Ellas ya habían viajado por Jordania y Tel Aviv, pronto dejarían Israel. Como en chiste, éramos una inglesa-india, una argentina-europea y una mexicana-indígena. Salvo por la argentina, hubiéramos pasado por la clase-turista-del-excluido, y así se lo hicieron sentir a la inglesa con sus rasgos indios muy marcados en el restaurante donde cenamos. Ahí, por primera vez, empecé a sentir la discriminación israelí y el maltrato por los turistas que no son, como todos sabemos, los más ricos del mundo. Después de comer con un mal sabor de boca, a pesar de que la comida era buena, nos dirigimos a un bar. Error, bar de adolescentes que no tenía punto de comparación con el ambiente del de la noche anterior. Vacío, ruidoso, sucio. Una chica de camarera mal encarada. Nos trajo las bebidas de mala gana y decidimos terminarnos esa y salir huyendo. Al pagar no dejamos propina. Lo cierto es que no sabía que se tenía que dejar propina hasta ese día. Error. La camarera montó en furia y nos exigió su diez por ciento de propina. Nos decía que debíamos pagarle por su trabajo. Salimos del lugar y nos persiguió todavía un par de metros hasta que otro chico de otro bar la calmó. Ahí ya empecé a sospechar de la buena voluntad de la gente en Jerusalén.

Foto: Roxana Rodríguez


#292 / Crónicas de viaje: Israel-Palestina

Día 2

Pude dormir poco. La habitación era cómoda pero Jerusalén es muy ruidoso, al rededor del hotel hay varías construcciones y edificios abandonados. Israel, en general, está todo el rato en construcción. Obviamente no es casualidad. El hotel estaba bien ubicado, una zona céntrica cercana a la Puerta de Jaffa, una de las entradas del cuadrante de los templos, y lo suficientemente alejado de la avenida (Jaffa porque desemboca en la puerta del mismo nombre) por la que circula el tranvía que normalmente está llena de gente local y turistas (cada vez más extranjeros se animan a hospedarse ahí, debido a la tensa-calma que existe en estos tiempos entre palestinos e israelíes, normalmente hacen el viaje a Jordania y de ahí cruzan la frontera para entrar a Jerusalén).  

I
Busqué un sitio para desayunar donde pasara la gente y poder observar a los lugareños. Jerusalén es lo suficientemente urbano para ser una ciudad pequeña donde prevalecen las costumbres ortodoxas del recato, la no exhibición del cuerpo, sobre todo femenino, el honor a la familia sin importar el número de hijos que se tenga (mientras más mejor). Obvio mi presencia incomodaba a varias. Como en Nador, en varios momentos sentí esa exclusión-tolerante de ser la otra. Mujer-sola-soltera-cabello-corto-cano. Algo que no se ve por la calle de Jerusalén, salvo entre las muy jóvenes (menos de 25 años). El resto de las mujeres van cubiertas de cabeza a pies, ya sean árabes, judias, armenias, cristianas. La estética es diferente entre ellas, aún así es posible identificar los trazos culturales de dominación patriarcal sobre el cuerpo de la mujer. Incluso cuando hacen el servicio militar (otra forma de dominación patriarcal), dos años en que la estética femenina se masculiniza, las opciones de ocupar su cuerpo con otros discursos son pocas, por lo menos en Jerusalén, y pocas lo logran. 
Con sorpresa observo que sus grandes instituciones controlan la moral y la estética: la religión (cualquiera de las tres religiones del libro que conviven en esta ciudad) y el ejército. Los y las niñas pasan de cumplir sus obligaciones sagradas a cumplir con sus obligaciones ciudadanas. Es decir, después de consagrarse con la pureza espiritual, entregan su cuerpo al mandato nacional. En la calle se pueden observar jóvenes (hombres y mujeres) en uniforme militar armados, una imagen completamente normalizada y asumida entre la sociedad. En Israel, tarde o temprano, todos son soldados, y es mejor que no tengas una enfermedad que te lo impida porque eso es incluso sinónimo de vergüenza familiar y nacional.

II
Camino a la puerta de Jaffa, lugar donde se dan cita los turistas, como yo, que han comprado un tour para conocer ese cuadrante dividido por religiones: judios, musulmanes, cristianos, católicos, armenios, ortodoxos y no ortodoxos. De todo. Espero a que se junte el grupo. La verdad es que el tour poco me importaba, era más un pretexto para conocer en poco tiempo los recovecos y, por lo menos, el tour de este día cumplió su cometido. Cuatro horas a paso veloz recorriendo los templos todavía amurallados en la vieja ciudad de Jerusalén (Iglesia de la Sagrada Sepultura, el Muro de las Lamentaciones y la Mezquita de Al-Aqsa), más la tumba del Rey David, que se encuentra en otro lado de la ciudad. Los tres primeros, impresionantes, no sólo por la carga histórica, también por la devoción de la gente ahí presente. El último, es bastante más hechizo y siempre dudo de los lugares que me recuerda al Epcot Center de mi infancia (parques temáticos, entiéndase la analogía).

II
Casi siempre me pasa que cuando llego a un sitio nuevo tardo en ubicarme, pero en este viaje el factor tiempo era importante pues solo estaría una semana, entonces decidí poner la mayor atención posible y con todos mis sentidos. Error. En estas ciudades te consume la violencia latente y muy a flor de piel. A los tres días ya había fundido mi cerebro y un poco el espíritu.

III
El guía nos lleva primero por la iglesia, estéticamente impecable, pero la verdad es que no me interesaba mucho y entendí poco de lo que nos iba exponiendo. Mi curiosidad estaba puesta en el conflicto judio-musulman o israelí-palestino. Caminamos por la Vía Dolorosa, visitamos algunas de sus puertas, la vía por donde supuestamente Jesús cargó la cruz, unas callejuelas que sirven a su vez de mercadillo para los turistas y que con mucha facilidad puedes perderte por lo laberíntico que resulta la disposición de los templos en esta zona. Apenas estaba por empezar lo bueno para mí. Después del descanso para el refrigerio, el guía nos encamina hacia la primera frontera interna que se debe cruzar para entrar al Muro de los Lamentaciones (o Muro Occidental). Israel es toda frontera dentro de frontera, la arquitectura, por lo menos en Jerusalén es así, incluso fuera del cuadrante de los templos. 

Llegamos a uno de los puntos de revisión, por lo menos ubiqué dos para entrar y, como era lunes, cuando normalmente se celebra el Bar Mitzvah, había muchas personas en el templo, entre turistas y religiosos, aunque eso no parecía inmutar a los guardias. Primera sorpresa, aquí el uso de la fuerza prevalece entre todos. Los israelíes no conocen el respeto por el espacio ajeno ni mucho menos por la dignidad del otro y como todos han sido, son o serán soldados, porque los educan para la guerra, el conflicto no es de desigualdad económica (como en otros países), es por dominar al otro, por desterrarlo de su espacio vital si le estorba, incluso para llegar antes en la fila del bus. Y bajo esta consigna, alejada completamente de algún tipo de moral, lo israelíes llevan por mucho la ventaja con respecto a su contraparte, si fuera el caso de la única capa del conflicto, que no lo es.

El guía no se detiene sino hasta la otra frontera, la que se debe cruzar para entrar a la Mezquita. Y nos explica que para entrar a lo que los judíos llaman el Monte del Templo, se debe pasar otro control y solo está abierto en ciertas horas del día y puede ser que si la policía cree que es inseguro abrirlo entonces no podamos acceder a él. Es por ello que prefiere formarse mientras nosotros visitamos el Muro de las Lamentaciones. Hasta este punto, por más atención que ponía, no entendía nada. Me costaba seguir al grupo, pero sobre todo me costaba entender el conflicto de la seguridad-religión-muros. Como faltaban cuarenta minutos para que abrieran el acceso a la Mezquita, fui a pasear por el Muro, a dejar mis lamentos en la pared, una tradición que consiste en escribir algo que te aflige o que deseas o lo que quieras en un papel y meterlo entre la hendiduras de las rocas. El Muro está dividido, como todo en Israel, por un lado las mujeres, por otro los hombres. Después de hacer lo propio, dejar mi papel, que en algún momento lo incinerarán junto con el resto, regresé donde el grupo. Faltaban diez minutos para saber si podíamos entrar o no y ya la fila daba la vuelta a la esquina. Solo una hora se puede estar adentro una vez que se accede. Esta puerta de entrada no es la única, pero es por la que entran los judíos, los musulmanes usan otra. Todas están controladas por la policía israelí, aunque una vez adentro quien controla es la autoridad palestina. Primer eslabón perdido para entender algo del conflicto. Los conflictos de los últimos años que se han dado en Jerusalén tienen que ver con quién puede o no rezar en este espacio, donde confluyen las dos religiones mayoritarias, la judía y la musulmana. Los musulmanes se oponen a que los judíos usen ese espacio para su ritos y los judíos quieren expulsar a los musulmanes de ahí para construir un tercer templo. Quien a la fecha regula la convivencia entre religiones, por más absurdo que parezca, es el rey de Jordania, que se ha erigido como un tipo de mediador en el conflicto. Un mediador que a la fecha respetan los representantes de ambos lados.

IV
Una vez adentro de la Mezquita puede pasar de todo y es, de hecho, uno de los sitios más inseguros para estar mientras siga el conflicto entre judíos y musulmanes. En ambos casos hay provocaciones. Mientras estuvimos ahí entró un grupo de judíos ortodoxos que normalmente tiene que ir acompañado por la policía, y a su paso, las mujeres musulmanas les empiezan a gritar consignas. A su vez, los niños musulmanes usan la explanada del domo dorado para jugar futbol, situación que irrita a la autoridad judía. Mientras, la autoridad musulmana es quien se encarga de decir si la gente está en condiciones adecuadas para entrar debido a su vestimenta. Las mujeres no pueden enseñar casi nada de piel, y los hombres normalemnte no pueden entrar en bermudas, de ser así tiene que comprar una kufiya (la china que es barata, la palestina solo se encuentra en Cisjordania) que les amarran a la altura de la cadera y que simula un falda mal cortada. Si digo que la no-convivencia que se da en este espacio es surrealista, me quedo corta, es tétrica. Los templos están cerrados por lo que solo se pueden observar desde afuera.


Foto: Roxana Rodríguez

14.4.16

#291 / Crónicas de viaje: Israel-Palestina

Dia 1

Las instrucciones de la aerolínea decían que debía estar tres horas antes en el aeropuerto porque la autoridad puede (o no) hacerte una serie de preguntas (interrogatorio) antes de subir al avión, que incluye la revisión de equipaje de mano y aparatos eléctricos, o lo que sea necesario.

I
Salí de casa con tiempo, y, a pesar de que habían cerrado parte de las vías importantes en Barcelona por una carrera, llegué justo antes de las tres horas. Me formé en una fila que parecía enorme pero en realidad no lo era. A los cinco minutos tocó mi turno. Turno al interrogatorio. Primera sorpresa. El interrogatorio lo hacen jóvenes muy jóvenes, menos de treinta años, vestidos de traje negro, hombres y mujeres. No alcancé a identificar cómo se organizan para decidir quién "entrevista" a qué pasajero, pero lo cierto es que lo hacen. Los ciudadanos pasan de inmediato, los turistas, si son familia, pasan de segundo, quienes somos mujeres-solas-solteras, esperamos a que quien nos interroga quede satisfecho con las respuestas. Es decir, que tenga la certeza de que no somos una amenaza para el país. Que nadie nos ha enviado ni respondemos a intereses ajenos. 

A continuación intentaré transcribir la hora que duró, aproximadamente, la "entrevista".

Una mesa que me llega a la altura del pecho sirve de frontera entre David (su nombre es pura casualidad) y yo. 

D: Shalom
Yo: Shalom
D: a dónde viaja?
Y: Israel
D: de dónde viene?
Y: México 
D: enséñeme el pasaporte, por favor.

Abro la cartera que había comprado un día antes para llevar todas las tarjetas, visas, incluída la de Estados Unidos (para comprobar que soy moralmente solvente para los estándares internacionales), y demás documentos que pudieran solicitarme. En el apartado de los pasaportes tenía al frente el mío y una libreta roja del tamaño de un pasaporte atrás. Le entrego el pasaporte.

D: enséñeme el otro pasaporte también.

Se refería a la libreta roja que alcanzó a ver en la milésima de segundo que saqué mis documentos. Espero que también haya podido ver mi visa estadounidense, un tesoro identitario en algunos países...

Y: es una libreta.

Se da media vuelta y en una computadora revisa mis datos y sellos en el pasaporte de mis entradas y salidas del país.

D: a qué fue a Marruecos?
Y: a trabajar con la gente de la universidad.
D: qué universidad?
Y: la Autónoma de Barcelona?
D: a hacer qué exactamente?
Y: presentar avances de investigación.
D: a que va a Israel?

En este punto, a pesar de que me había imaginado el interrogatorio y las posibles preguntas, me pareció incorrecto decir de vacaciones. Preferí afirmar que iba de trabajo pero sin mencionar que mi trabajo en realidad consistía en ir a las zonas de convivencia fronteriza.

Y: a conocer su cultura.
D: viaja sola?
Y: sí.
D: tiene residencia española?
Y: no, tengo una visa de investigadora.
D: qué es eso?
Y: estoy de sabático y hago investigación.
D: a qué se dedica?
Y: soy profesora, académica, escribo libros...
D: qué investiga?
Y: las comunidades desde la filosofía.
D: qué es eso?
Y: investigo la convivencia entre comunidades para establecer modelos de sociedad desde la filosofía de la cultura.
D: y por qué viaja a Israel?
Y: porque varios de los filósofos con los que trabajo se refieren a la filosofía semita. Además, al ser católica es importante para mí entender de dónde proviene parte de mi ideosincracia.
D: qué filósofos son esos?
Y: Enrique Dussel, Étienne Balibar, Jacques Derrida, entre otros.
D: pero eso qué tiene que ver con su viaje?
Y: pues al estar influenciados por el dominio de la filosofía eurocentrica quiero conocer parte de los orígenes judeo-cristianos.
D: desde cuando planeó el viaje.
Y: desde hace más de un año porque hacer todos los trámites para obtener la visa española toma su tiempo.
D: qué documentos le pidieron para la visa?
Y: carta de aprobación de sabático por parte de mi universidad, carta de aceptación de la universidad española, seguro de gastos médicos y comprobante de ingresos.
D: tiene esos documentos? 
Y: puede ser que en el dropbox.
D: me los enseña por favor.
Y: ok

Empiezo a buscar pero como no quería usar mis datos móviles y no estaba funcionando la free wi-fi, David sacó su celular y me compartió de los suyos. Obviamente pensé que a partir de ese momento tendrían acceso directo a toda la información de mi teléfono. 

D: mientras busca, me puede decir que hace exactamente en la universidad [Autónoma] de Barcelona y en qué departamento está...
Y: tenemos un convenio firmado entre universidades que nos permite la movilidad docente para hacer un proyecto en conjunto. En el departamento de Sociologia.
D: La informó a la gente de la universidad que iba a hacer investigación en Israel. 
Y: sí, cuando estábamos firmando el convenio les envié un mail con mis intereses de hacer el viaje.
D: hace cuanto tiempo de eso?
Y: más de un año.
D: tendrá el mail donde les informa?
Y: puede ser, casi siempre borro todo pero quizá esté, lo busco.

Mientras buscaba me seguía preguntando datos de las reservas de hotel, cuánto tiempo me pensaba quedar, si conocía gente en Israel, hace cuanto tiempo había comprado el boleto de avión... Un momento de mucha concentración porque al tiempo que contestaba sus preguntas sin titubear trataba de encontrar en mi celular todos los documentos que afortunadamente sí tenía.

D: ya vamos a terminar... Ya verá que es mejor hacerlo ahora...

Sonrío... He de decir que nunca dejé de verle los ojos y en ningún momento me irrité ni mostré ansiedad... De antemano sabía que este viaje empezaría así.

Y: aquí están los documentos... 

Le doy el celular y los empieza a leer. Cuando llega al mail, donde explicó que quiero investigar Israel-Palestina, voltea inmediatamente.

D: tiene pensado viajar a Palestina.
Y: bueno, eso creía antes de conocer la situación... No sabía que la situación era tan grave...
D: pues le recomiendo que no vaya.
Y: ok.
D: qué resultados espera obtener con su viaje?

Pienso la respuesta unos segundos.

Y: no sé, hasta que esté ahí lo sabré, puede ser que no me sirva para nada... No lo sé...

Único momento en que lo observo titubear. Casi siempre la honestidad funciona en estos casos. En realidad no sabía con lo que me encontraría en el viaje, es más, no sabía si podría entrar a Israel.

D: ya casi terminamos. Enséñeme los mensajes de Facebook de su amigo en Tel Aviv. La credencial de la universidad. El boleto de vuelta y la reservación de los hoteles. Mientras los busca voy a hablar con mi jefe.

Le enseñó todo lo que me pide, los lee con calma, me regresa el celular y desconecta sus datos móviles.

D: pase por acá, voy a revisar su bolsa de mano.

Lo sigo, saco la cámara y el kindle, que es lo único que llevaba, además de la cartera, y empieza a escanear uno por uno. Me hace firmar una hoja donde autorizo a que revisen mi equipaje. Una vez que ha terminado me lleva al mostrador donde entrego la mochila.
Se despide de mí deseándome buen viaje. Me despido, doy media vuelta y respiro. 

II
Llego a la entrada que conecta con las salas de espera. Debido a los últimos ataques en Bruselas, el control y la revisión son aún más exhaustivos... Ademas, han aislado las salas de la sección del shopping center, solo hay un pequeño duty free. Pienso en lo aburrida que estaré por unas horas. Paso los dos controles sin problema y faltan dos horas para el vuelo, o por lo menos eso pensaba. El avión se retrasó y partimos una hora después de cómo estaba programado. En el ínter dudé un par de veces seguir con la travesía y en una ocasión estuve a punto de no hacer el viaje. Tenía ansiedad. El interrogatorio había surtido el efecto de saberme observada por un poder omnipresente.

Segunda sorpresa, la comunidad israelí es más muegano que la mexicana y mucho más escandalosa (entre otras características que con el paso de los días me provocaron mucha intolerancia, nuca había experimentado tanto malestar con una comunidad y mucho menos en tan poco tiempo). Durante el viaje, la ansiedad se hizo presente al despegar, afortunadamente un señor mayor ocupó el espacio que quedaba vacío junto a mí (en los asientos de la salida de emergencia de un avión jumbo donde puedes estirar las piernas) e intentó ser amable con mi soledad. Las sobrecargos mal encaradas, especialmente con las mujeres solteras, no hacen placentero el viaje (una cuestión cultural que desarrollo en las siguientes crónicas). Intento dormir algo después de terminar el libro de Amélie Nothomb pero no lo logro.

III
Llegamos, ya es de noche y pienso en lo que me falta, no sé si pueda con otro interrogatorio igual. Ubico migración, hay poca gente. Veo las caras detras de los mostradores, donde están los encargados de darte el permiso azul (la tarjeta de la visa por tres meses y que sustituye los sellos en el pasaporte por motivos que desconozco hasta ahora) e intento que sea nuevamente un joven el que me interrogue, pero la mujer mayor se adelanta. [Ya empezaba a desconfiar de las mujeres y su mal carácter.] Sonrío y la saludo. Empiezan las preguntas. Tres solamente: a dónde va, por qué tiene visa española, qué hace. Contesto. Duda un momento. Me entrega mi permiso azul. Respiro, sonrío y me acuerdo de David (el entrevistador). Tenía razón, era mejor hacer el interrogatorio previo a hacer el viaje. Siento un gran júbilo, durante años había pensado en hacer este viaje y finalmente me hallaba aquí, en Israel. 

Agarro mi maleta, salgo del aeropuerto y busco el lugar de los shutle que me llevan a Jerusalén. Había decidido empezar el recorrido allí. 

Tercera sorpresa, la infraestructura urbanística y especialmente de las autopistas oculta todo aquello que no quiere ser mostrado. En menos de una hora estaba en el hotel. En menos de una hora ya estaba dormida. El primer día había resultado agotador y hasta que no llegué a Tel Aviv, días después, no pude realmente dejar de sentirme observada.