Día 5
I
Jueves. Primer día que me siento a desayunar con calma. Un desayuno abundante, me lo comí todo. Regresé al hotel por mi maleta para tomar el tranvía que me llevaría a la estación central de buses (CBS). Tomé el 405, el que va a Tel Aviv. Cosa curiosa, la estación está en un edificio de cuatro o seis pisos, abajo es un tipo de centro comercial, tipo mercado, arriba salen los autobuses. Alcancé ventana y junto a mí se sentó un soldado, iban varios, uno con un arma enorme en el asiento de enfrente. Todos adolescentes, entre 18 y 21 años, que es la edad en la que hacen el servicio militar. Ni que decir, estaba atónita. La gente de mi alrededor lo tiene completamente normalizado. Pensaba, en México, esto todavía nos asusta, aunque con las políticas de seguridad actuales espero nunca lleguemos a normalizar estas prácticas en la calle. En fin, intenté dormir, no pude. Puse música. (En este viaje la música y Amelie Nothomb fueron mis acompañantes. Me leí tres libros de ella en una semana.) Iba viendo el paisaje, las construcciones de las nuevas carreteras, los puentes, los túneles. Impresionante la capacidad para construir (y destruir).
II
Llegamos a Tel Aviv. Desde el primer día me pareció que esta ciudad es un San Diego venido a menos. Y así lo comprobé durante los días que estuve aquí. Por un lado edificios muy altos, casas habitación casi todos, y muchos desocupados, parece que la gente ha decidido comprar casas para tenerlas de "reserva" por si algo pasa en Europa. Por otro lado, casas de una o dos plantas, algunas modernas, otras no tanto. Construcciones de los años cincuenta en adelante. Obviamente al ser una ciudad reconstruida sobre otras ciudades que ya existían, mucho del cemento y materiales de construcción se han tirado al mar. Es absurdo el derroche de recursos en esta ciudad (en este país). Además de que los bienes inmuebles son tan caros que resulta imposible para los más jóvenes hacerse de una vivienda.
Llegamos a la estación de buses, nuevamente en el piso más alto y abajo otro centro comercial venido a menos. Contrastes, todo el tiempo contrastes. Al salir del bus nos piden los papeles y si están de buenas nos dejan pasar, si no te revisan el equipaje. Nuevamente vieron mi pasarte y no me detuvieron. Para salir de la estación tardé como media hora, no tenía idea en dónde estaba la calle. Al salir, pedí un taxi para el hotel. Había reservado en Jaffa, que obviamente ya la alcanzó la mancha urbana de Tel Aviv, entonces todo está junto con pegado. Me instalé en la habitación, fue lo que más me gustó. Grande, de techos altos, iluminada, con un terraza que daba a una de las calles principales.
III
Caminé al puerto. La primera impresión me agradó bastante. Tel Aviv es como un San Miguel Allende con mar. Restaurantes y bares a la orilla. Galerías de arte de todo tipo en los edificios del puerto. Caminé algunos metros por el malecón y pensé ¿que sería de Tel Aviv si fuera musulmán? Contrastes con respecto a la otra punta en la que había estado hace unos meses, en Nador, casi 4,000 km de distancia. Contrastes culturales parece que irreconciliables. Mi perspectiva occidentalizada de las zonas con mar, de principio, me hicieron creer que esto era mejor que lo otro. Ahora reculo, no puedo opinar, son distintas sociedades y cada una tiene lo propio.
Regresé a la zona del hotel, repleta de tiendas de todo tipo. Es una zona que se está transformando, por un lado están las tiendas que venden artículos para restaurantes y cocinas, muebles y objetos antiguos. Un tipo de lagunilla. Por otro, están las boutiques de pequeñas confeccionistas que hacen su propia marca. En este punto del viaje me debatía entre comprar algún regalo o no, por un lado ya me había gastado mucho dinero en todo el viaje (la comida es muy cara, también el hospedaje), otro tanto en la tienda de souvenirs en Palestina, y, en realidad, lo que más me agobiaba era el boicot que en teoría debería estar haciendo en contra de Israel. Absurdo a estas alturas pensar en ello me decía a mi misma. Al final decidí no gastar más de lo necesario, es decir, solo compraría la comida y listo. Busqué un sitio para comer algo ligero. Al terminar fui directo a la habitación. No quería saber más nada de la gente. Me dormí toda la tarde y toda la noche. No podía más ni con la luz del día ni con el ruido, mucho menos con mis propios pensamientos.
Foto: Roxana Rodíguez
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