31.8.08

el café en la barra

Para Bertha Rodas.

Desconozco cómo me hice adicta a frecuentar cafés, es un gusto que no termino de entender, pero a la menor provocación me cacho sentada en una nueva cafetería consumiendo un americano con un libro en el regazo. Conozco varios en esta ciudad, desde la grandes franquicias estadounidenses hasta los lugares más escondidos de los barrios. Me inclino por los que tienen mesas y sillas al aire libre, siempre y cuando la vista sea placentera (algo difícil en esta ciudad), aunque he de confesar que le soy fiel sólo a uno, a un lugar que está Coyoacán (Centenario 33), cuya característica principal son las barras, barras largas y de madera que lo circunscriben, y sin importar en qué punto de la barra te sientes, siempre tienes de frente a la persona que te atiende, de lado a otro cliente y detrás a alguien pidiendo por encima del hombro.
Esta cafetería es la analogía de la cantina (lugar emblemático de la sociedad mexicana): a los clientes asiduos el cantinero les pone la bebida en la barra y los saluda por su nombre cuando entran por la puerta; lo mismo sucede en la cafetería, ya no es necesario pedir, con sólo sentarte en la barra la persona que está detrás sabe a lo que vas, claro que para llegar a este punto se necesitan varias sesiones previas, y en la misma franja horaria, de otra forma no logras que te ubiquen. En este sentido, tomar café en la misma cafetería y a la misma hora se vuelve una rutina diaria. En mi caso, una rutina que al paso de los años me ha dejado muchas satisfacciones por lo libros que he leído, las amistadas que he hecho, las parejas que he conocido, y el tiempo que he invertido tratando de averiguar (situación que todavía desconozco) en qué consiste la magia que tienen las personas que trabajan detrás de la barra.
La primera vez que me paré en la barra me sentí desnuda frente al otro [otra, en este caso], las veces posteriores me pasó igual, sólo logré vencer mi timidez la vez que sin decir nada ya tenía servido mi vaso de café y una dona con chispas de chocolate, hasta ese momento me sentí como en casa y no he dejado de sentirme así desde hace diez años. La rutina se volvió costumbre y desde entonces soy una cliente asidua, ahora en diferentes horarios, ya no sólo por el gusto de tomar café, sino por la tranquilidad que da llegar a un lugar donde la mujer que me atiende es mi amiga y mi confidente. Una mujer taciturna que habla con los ojos y sonríe en contadas ocasiones, que tiene la palabra justa para la ocasión en turno y que sabe escuchar a sus clientes, detrás de la barra, haciendo honor a una costumbre cada vez menos frecuente en la sociedad contemporánea.
En definitiva, la suma de todos los factores (incluso aquéllos que no mencioné por creerlo innecesario) hacen que tomar café en la barra sea uno de los mejores momentos del día.

13.8.08

A Edwiviges:

La libertad tiene su precio.
Nunca más volví a ver a mi abuela.
Marjane Satrapi


No esperaste más, el cansancio acabó contigo, o quizá fue la soledad. Dudo que haya sido la vejez pues siempre fuiste fuerte, lo único que te aterraba era la enfermedad y estar hospitalizada. Te dije que llegaría en junio, pero el miedo se apoderó de ti y no dejó descansar a tu corazón. No te he llorado mucho, trato de ser fuerte ante tu ausencia. Ausencia que se hace presente ahora con tu muerte y no con mi distancia. Tú que siempre estuviste esperando, esperando el amor de tus padres y hermanos; el amor carnal de un amante, de un esposo; el amor filial de los hijos y de los nietos; no pudiste o no quisiste esperar más. Te fuiste sin hablar, como casi siempre lo hacías, nunca decías lo que te molestaba, tratabas de no hacer ruido, de no importunar a nadie, pero al final siempre estabas presente en todo y en todos. Presente en nuestro cuidado, en nuestra educación, en las peleas de mis padres, en la comida, en los cumpleaños. Presente para escucharme, para apapacharme, para darme un consejo. Siempre te admiré, siempre te presumí, pero tú nunca te enteraste. Yo nunca te lo dije, como nunca te dije que te amaba. La última vez que te vi ya eras anciana, nunca te había visto tan pequeña y tan débil como esa noche en que fui a despedirme de ti. Temí haberte despertado, pero ahora sé que fue lo mejor pues desde ese día supe que no te volvería a ver. Llegaré en junio pero tú no estarás, iré a tu cuarto que fue mi cuarto y ya no te veré. Ahora sólo estaré yo o quizá nadie. Edwiviges, te fuiste sin decir adiós o a Dios pediste que te dejara descansar. Como haya sido, ahora sólo espero que tus noches de insomnio hayan valido la pena, que tus miedos se hayan esfumado y que duermas en paz.

4.8.08

espacio de la memoria


Regreso de Berlín, después de participar varios días en un taller temático sobre el espacio, la cultura y el poder. Temas que desarrollé en mi tesis con mayor o menor detalle y que marcan el camino de la investigación que he realizado por varios años sobre la frontera México-Estados Unidos. Sin embargo, el hecho de darme cuenta que Alemania es un país que ha decidido no olvidar su historia bélica, racista y xenófoba, y ha decidido ocupar el espacio físico de las ciudades con monumentos y museos; recordatorios constantes del daño y las muertes que puede ocasionar un pueblo bajo los influjos de una ideología que se propaga como plaga, me genera una gran sorpresa debido a que desconozco si esta medida funcione en estos tiempos posmodernos. Es decir, la impresión que me dan las nuevas generaciones es que prefieren el olvido, no el perdón, de los hechos que padecieron, o propinaron, sus padres y/o abuelos. En este sentido, todos estos monumentos que se han erigido para recordar a los muertos, para recordar la barbarie de una época, se han convertido en lugares turísticos, más que en lugares de culto, porque aquéllos que los visitamos somos precisamente los turistas, los que desconocemos los hechos, la historia, incluso la experiencia de una guerra, la hambruna (física y espiritual) que genera y el desasosiego de estar a la deriva. Lo que me hace pensar que el espacio que ocupa la memoria es aquel que cada uno le quiere dar a cada hecho dependiendo de lo traumática o enriquecedora que haya sido la experiencia. De tal forma, no se puede forzar a un pueblo entero a recordar o a olvidar un momento determinado de la historia de la humanidad, lo que sí debemos es evitar que vuelva a suceder, situación que hasta ahora no hemos logrado porque los mismos hechos que se suscitaron durante la segunda guerra mundial se repiten constantemente con diferentes actores y en diferentes partes del mundo. La pregunta, entonces, consiste en si es el espacio el que debe allanar la memoria o la memoria la que se hace presente en el espacio y, por ende, en el devenir comunitario?

decálogo postesis y postitulación

En diciembre del año pasado escribí en este mismo sitio un "decálogo para hacer una tesis" con la intención de liberarme un poco de la presión que sentía en ese momento. Hace un par de semanas finalmente la presenté y fue bastante alentador el resultado. Releyendo lo que puse en ese entonces me di cuenta que me equivoqué en un punto, en el número cinco, que se refiere a "no esperen comprensión de los suyos". Lo cierto es que el apoyo y la comprensión de los que están cerca de nosotros (amigos, compañeros de trabajo, parejas, amantes, familiares...) es invaluable, pero estamos tan inmiscuidos en terminar la tesis que seguramente esperamos demasiado de la gente -casi desearíamos que la escribieran por nosotros-, y no percibimos su presencia hasta que nos titulamos...cuando el tiempo nos sobra, nuestro cerebro empieza a relajarse y entramos en un momento de plenitud que queremos compartir con quienes no han dejado de estar ahí, cerca de nosotros, y que, con paciencia y amor, han sabido aguantar nuestra neurosis. De tal suerte, para no volver a cometer el mismo error es importante considerar los siguientes puntos una vez que hemos obtenido el grado:

1. Descansar hasta saciarse.
2. Hablar, con agenda en mano, a cada una de las personas que estuvieron con nosotros para agradecerles su apoyo.
3. Evitar caer en el relativismo del aburrimiento, sólo es cuestión de tiempo. Recordemos que varios meses (años) nuestra mente estuvo en constante estrés y cuesta trabajo cambiar la rutina.
4. Sentir a plenitud el cierre de un ciclo.
5. Gozar el resultado obtenido.
6. Caminar largamente bajo el rayo del sol para volver a agarrar color después de meses de encierro.
7. Leer los libros que fuimos haciendo a un lado en el camino para evitar que nos distrajeran de nuestro objetivo.
8. Deconstuir nuestra obsesiva mente y hacer cosas que nos resultan ridículas.
9. Recompensar nuestro trabajo con un obsequio.
10. Bosquejar el próximo reto sin iniciarlo inmediatamente... Sería irrisorio pensar que una vez obtenido este logro puedo dormirme en mis laureles porque ya que he superado esta experiencia me siento con más fuerza y madurez para iniciar otro.