29.10.08

Moraleja: no puedo perder de vista la ruta

Empiezo la competencia midiendo la corriente. La autocomplacencia me da para salir al frente del grupo, tirando fuerte para evitar los atropellos de una nadadora con visor que sin sacar la cabeza avanzaba velozmente. Logro el primer cambio con algunas dificultades, ya estoy del lado derecho del río y ahí debo mantenerme casi medio kilómetro. Me concentro en el calor que poco a poco va generando mi cuerpo para contrarrestar el frío del agua. Quiero bajar el tiempo pero desconozco las vicisitudes de la corriente, me confío, el río baja más rápido que en mayo, el agua está más agitada y la vegetación mucho más crecida. Pierdo de vista la ruta, sólo pienso en el tiempo, y, en un momento, me encuentro encima de las algas. No me doy cuenta de su presencia hasta que me siento rodeada, si pataleo rozo con ellas, si braceo me enredo, si levanto la cara sólo veo algas. En un segundo mi mente se desquicia y empiezo a sentir como el cuerpo intenta salir a toda prisa de ese ramalar de vegetación acuática. La desesperación me lleva a más y, en vez de avanzar con un estilo ligero, empiezo a dar patadas de ahogada. Trago agua, la orilla está a un brazo, con sólo estirar la mano puedo salir huyendo y refugiarme en la cálida tierra seca. Prefiero cambiar de estilo y salir de pecho. Sigo tosiendo, cada vez con menos miedo, logro sobrepasar las algas. Estoy cansada y no llevo ni trescientos metros. Dudo por un momento si realmente deseo seguir adelante. Evidentemente ya perdí varios minutos en esto y no podré hacer la ruta en los veintitrés que había planeado. Del miedo paso a la frustración y al enojo. Varias veces me repito, a manera de reproche, me confié, me confíe, me confíe. En esta tarabilla sin sentido dejo de sentir las piernas y los brazos, estoy cansada física y mentalmente. Debo decidir si continuo o abandono la competencia. Prefiero continuar por mero orgullo y reconciliarme con el río. Empiezo nuevamente a tomar ritmo, el cansancio se desvanece y pronto comienzo a fluir. Fue sólo un momento de impaciencia, pero un momento en que se me iba la vida. Terminé un kilómetro de distancia en veintiséis minutos: tiempo suficiente para sentirme vulnerable y, paradójicamente, para hacerme fuerte. Pude dominar a la mente, pude salir avante, pude terminar la ruta, pero eso sí, no he podido quitarme el malestar de sentir enojo. No me puedo confiar, no puedo dejar que la soberbia ni el confort me invadan porque entonces pierdo la capacidad de asombro y la ilusión de vivir cada día. Una vez en tierra miré el lugar donde me había varado, desde afuera se ve tan escueto, sólo algunos pares de matorrales acuáticos. Seguí caminando, todavía tenía miedo.

14.10.08

sigo la línea curva

mi corazón se entrega a los vivos.
vuelvo a nacer en pleno otoño,
los treinta y tres no son suficientes,
quiero amar de nuevo.

hoy me desprendo de los muertos,
ya no intento la línea recta del comportamiento,
ahora deseo tomar las curvas
y dejar que mi espíritu flote en la montaña.

mi mente regresa al cuerpo.
al fin aire, no necesito pisar tierra,
y aunque una mentira fuera,
siempre he deseado volar alto.

hoy vuelvo a ser libre,
como la libertad de mi gata,
como la libertad de mi alma,
ambas encerradas en un crisol sin dueño.

Bendita desesperanza que trae la fatalidad
y más bendita aun la hora en que decidí huir de mi propia trampa.