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19.10.24

Qué decir de cuando se llega a los 50 años

Hoy cumplo 50 años y aunque no lo creí en su momento, los 50 son los nuevos 30. Si hace 20 años no pensaba en llegar a esta edad, ahora tampoco pienso en que el pasado fue mejor. Cumplir años es superarse día día, una superación dialéctica, donde a veces avanzas un paso y retrocedes tres, hasta que te das cuenta que aquello con lo que creciste toda tu vida no es real. Te dicen que hay que buscar el amor, la felicidad, el éxito. Con los años sabes que nunca se encuentra porque nada de eso se busca, en todo caso lo procuras. Aunque parecen oraciones hechas, lugares común, eso que luego cuestiono del coaching, pues sí, ahora que cumplo 50 sé que hay muchas frases hechas que cobran sentido con el tiempo, con la edad. Una de esas, un gran aprendizaje de hecho, es que "el tiempo lo cura todo", o casi todo. Cura la tristeza, el dolor, el trauma, pero no lo cura por ósmosis, sino que, y aquí viene la parte a veces no tan divertida, hay que comprometerse y mucho. Comprometerse con conocerte a ti misma, otra frase trillada, conocer lo que duele y nombrarlo; conocer, experimentar, sentir lo que da alegría y nombrarlo; saber pedir perdón, reconocer los errores, que son muchos a lo largo de la vida, reconciliarse con la frustración, con la expectativa, con la muerte de un ser querido incluso; saber que lo que haces, dices, piensas te afecta y afecta al entorno. Con los años aprendes a cuidar las palabras para no herir-te, aprendes a escoger las batallas y a no quedarte callada, pero sobre todo aprendes a dejar ir conocidos, colegas, familia, lugares, trabajos. Soltar los silencios que incomodan, los juicios de valor y las críticas que lastiman. 

Con mis 50 años recién cumplidos abrazo a mis otras yo que he sido en cada década, a cada una de ellas las honro, las amo, las veo en la película de mi memoria y no cambio nada. Puedo decir sin temor a equivocarme que he hecho con estos 50 años lo que he querido y más de lo que he deseado, quizá, precisamente, porque nunca desee nada, nunca me imaginé llegar a esta edad, solo me dediqué a vivir al día, a viajar, a conocer el mundo, a leer, a escribir, a amar, a nadar, a jugar, a compartir. También sé que no llego sola, son muchas las personas que me han acompañado y a todas ellas les agradezco nunca soltarme, ofrecerme un lugar en su corazón, en su vida, en su estar en el mundo. 

Medio siglo se dice fácil, pero en el medio siglo de hace cien años pasaron dos guerras mundiales. A veces perdemos noción de lo que es la vida y estar vivos, por eso hago este ejercicio de escritura a manera de corte de caja. En medio siglo les cientos de libros, escribes miles de palabras, nadas n cantidad de kilómetros, duermes cantidad de horas, trabajas muchas más, respiras millones de veces, se regenera la piel, las neuronas y el alma n cantidad de veces. Con cada arruga, con cada cana, con cada lágrima derramada, con cada cicatriz, se engrosan los afectos, ya sea para que te vuelvas más o menos sensible. La sensibilidad que te permite observar las hojas que caen en otoño, escuchar el agua correr con la lluvia, reconocer la alegría del perro cuando llegas a casa y disfrutar del café en la cama. Con medio siglo detrás tienes una historia que contar, tienes una vida hecha y tienes un futuro por delante. Hoy cumplo 50 años y puedo decir, sin temor a equivocarme, que soy una mujer plena, realizada y amada. 

24.8.24

Agrado

A mi hermano le gustaba agradar

lo conseguía con su sonrisa 

Con su carisma 

Nada que ver con Agrado

El personaje de Almodovar en Todo sobre mi madre

Cuando mi hermano me preguntó por un nombre para su hotel

No dudé en decir Agrado

El nombre propio que resignificaba

La reminiscencia de nuestra estancia en Barcelona 

La dignificación de nuestro trasvestismo migrante

El agenciamiento político que vino con nuestra libertad fuera de la casa familiar 

El reconocimiento a nuestra homosexualidad 

Una recordatorio de la responsabilidad de llevar al otro

Al huésped, al solitario, al que está por venir 

Como alguien más lo hizo con nosotros 

Con su muerte, la de mi hermano,

a diferencia de lo que le sucede a Agrado,

el personaje de Almodovar,

Agrado dejó de ser un nombre propio para convertirse en un nombre común 






Creencias

Dejé de buscar respuestas en las creencias de los otros 

Por años vagué entre dogmas, cosmovisiones y relaciones diversas

Dejé el laicismo y me volví agnóstica

Dejé los rituales de iniciación 

hinduistas, budistas, cristianos, mexicas

incluso los del amor cortés

Aunque me hubiera encantado probar con los rituales 

órficos, pitagóricos y sáficos

Dejé de buscar respuestas en las creencias de los otros 

Porque me encontré conmigo

En un sueño:

Desde la orilla de la piscina cubierta de lirios observaba

A una bebé de meses que se hundía 

Me tiré al agua sin dudarlo

La tomé de las manos  

Para rescatarla del fango en el que ya reposaba inherte

Subimos a la superficie 

La recosté en mi pecho

Respiramos juntas

Dejé de buscar respuestas en las creencias de los otros 

Porque me encontré conmigo 







22.8.24

Desvanecimiento

Mi temor más profundo se hizo realidad

me desvanecí

un par de veces:

bajé el switch

El cuerpo reciente lo que no se dice

sudoración fría

palpitaciones aceleradas

El cuerpo reciente la tristeza

la mandíbula se contrae

la vista se nubla

El cuerpo reciente el trauma

no del presente

el que se hizo costra

alrededor del corazón

Respiraciones cortas

apneas incluso

no llega sangre a la cabeza

El cuerpo reciente la frustración

se desconecta

Me gusta la analogía si la pienso en inglés

un-plug

El desvanecimiento no da tregua

caes simplemente 

pierdes la conciencia en segundos

La primera vez, al volver en mí,

me rodeaban las caras de gente conocida

que entre risas, sorpresa y espanto me preguntaban 

si estaba bien

No supe qué contestar

pero a partir de ese día supe que estaba rota

Deshidratación, estrés, falta de sueño, ansiedad

posibles causas del desvanecimiento

dicen los médicos

El desvanecimiento es un síntoma

del quererse morir en vida

que el cuerpo rechaza

e inmune reacciona

hasta que de un día a otro

la misma sensación de desvanecimiento

se desvanece

Mi peor temor se hizo realidad más de una vez

y ahora sé lo que es estar viva


20.8.24

Amistad

Volar alto
recorrer el tiempo
reír en la arena
de los recuerdos

Infancia 
referente incondicional
de la amistad inocente
añoranza perenne
que con los años se transforma en exigencia
de aquello que no aprendimos a dar

el tiempo
los afectos
la generosidad
la hospitalidad

Vorágine de deseos condicionados

¿Dónde queda la política de la amistad?

La amistad imposible 
la amistad del tener que llevar-nos
[como Sísifo]
en la atemporalidad de cada relación
incluso cuando la amistad
se ha ido





Monotonía

Mientras camino con los perros

siento la monotonía 

mismo horario

misma rutina

Los perros son seres rutinarios

como nosotros los humanos

Mientras camino con los perros

siento la monotonía de la monogamia

del matrimonio

de compartir el día a día

de planear en conjunto

Mientras camino con los perros

siento la monotonía del paso de los años

de la estabilidad anelada

de la realización empeñada

Mientras camino con los perros

observo los árboles

siento el aire frío 

de madrugada

en la cara

habito la monotonía

como se habita el hogar




Trabajo de duelo

El tamaño del dolor

título del libro

de un escritor kosovar

ya muerto

Epitafio de un poema

¿De qué se duele

el doliente

en el duelo?

¿De la pérdida

de la tristeza

del dolor

del trauma?

Nunca se sabe

con certeza

de qué tamaño es el dolor

del doliente

salvo cuando deja

de doler

¿Es absurdo?, sí

el duelo es lo más absurdo

del estar sin estar

en vida

Puertas de nostalgia se abren

se cierran 

en cada duelo

siempre uno distinto

un dolor y un doliente nuevo

Nunca se aprende a sobrellevar el duelo

nunca llega la "pronta resignación"

es solo una frase hecha

un convencionalismo

¿De qué dimensión es el

dolor del doliente?

De la dimensión de los que ya no están

de los que están muertos.


19.8.24

Silencio

La depresión 

es silencio

que oculta

lo más doloroso

del ser siendo

La depresión

es estar

sin saber cómo

topologizar

cronometrar

el tiempo real

no así la realidad

de lo otro

La depresión

se mide

en silencio

Puedes vivir  años

sin la autoconciencia de sí

hasta que

un día

después de habitar

las ausencias

las fugas

los hoyos negros de la memoria

y la descorporización del mi

[mi cuerpo, mi goce, mi deseo]

empiezas a 

imaginar un futuro posible

también en silencio

El futuro posible de quien escribe

deja rastro

e inicia el resto del viaje

nuevamente en silencio



Piscina

Piscina:

me gusta más que

alberca

Piscina:

fonética

y morfología

del agua contenida

Piscina:

estado meditativo

contemplativo

Navegar en hipnosis

tocando los bordes

de la piscina

como pez en el agua

Una tautologia


¿Para que nos entrenamos?

Nos entrenamos para vivir

casi nunca para morir

Nos entrenamos para ser felices

sin saber mentir

Nos entrenamos para sobrevivir

incluso a costa de la libertad

Nos entrenemos en el arte de amar

sin intentar seducir

en el arte de la política

con intención de persuadir

en el arte de la amistad

sin responsabilidad

Nos entrenamos para competir

sin aprender a perder

Nos entrenamos 

¿Para que nos entrenamos?

¿Nos entrenamos 

o nos condicionamos

a ser 

lo que no somos?




Incondicionalmente

Amar incondicionalmente 
a los perros 
as amar lo que somos

Amarnos 
a través de los perros
es amarnos incondicionalmente

Los perros aman
incondicionalmente
Aman lo que son





22.4.24

Mi relación con el Popocatépetl

Quiero escribir algo más largo sobre lo que ya de adulta empiezo a hilvanar con los flashazos de recuerdos que en oleadas de nostalgia empiezan a ocupar mi relación con la naturaleza. Recuerdos que aparecen al observar los gestos en las fotografías, las oraciones en la mirada o la gramática del afecto familiar. Hace unos días una amiga me dijo con sorpresa que era la segunda persona que conocía que había subido al Popocatépetl, volcán emblemático de la mitología nahua y un referente para quienes habitamos la Ciudad de México. 

El Popo es un volcán que nunca ha dejado de estar activo, haciendo alusión a la leyenda de su creación: un guerrero, Popocatépetl, manda construir una tumba donde sepulta y vela a su amada, Iztaccíhuatl, la princesa tlaxcalteca que muere de tristeza al enterarse de la supuesta muerte del guerrero en batalla. A diferencia de Romeo y Julieta o de Píramo y Tisbe, la amada no se quita la vida y el guerrero, el amado, se inmortaliza con la leyenda y con la actividad del volcán al que está prohibido subir desde 1994. Un año crucial para México y sin duda para mí propia reflexión intelectual. 

La familia de mi padre es originaria de los alrededores de los volcanes, entre Amecameca y Ayapango, Estado de México. Los diversos poblados con los que colindan hacen frontera con la reserva natural. Una reserva que en las últimas décadas ha estado expuesta el ecocidio tanto de las autoridades, los pobladores y el crimen organizado. Una imagen distópica de mi mirada infantil de los tiempos en los que subir al Popo era una manera de entretenernos y mantenernos ocupados. Fuimos cuatro hijos y ofrecernos el poder ser libres fue como mejor entendieron mis padres nuestra educación. 

La libertad de esa época, en los años ochenta del siglo pasado, con mis seis u ocho años, consistía en llevarnos al volcán y dejarnos libres. Subir lo más alto que pudieramos una vez que hacíamos base en Tlamacas, el refugio que sigue cerrado desde 1994, donde llegaban alpinistas de cualquier lugar del mundo. Una vez arriba nos dejábamos caer por las faldas del volcán con la inercia del peso de nuestro propio cuerpo. Regresábamos empanizados a la casa de campo de Atlautla, otro poblado que colinda con los volcanes, que mi padre tuvo a bien construir hace más de cuarenta años. Con tierra oscura y fina metida entre la ropa, las narices, los ojos, las orejas y demás orificios de nuestro cuerpo, nos reíamos de la hazaña con la esperanza de regresar pronto a tocar algún día la nieve. Sólo una vez lo logramos y fuimos muy felices.

Tlamacas, foto de internet.

Subida al Popocatépetl, años ochenta del siglo XX.

Tlamacas, años ochenta del siglo XX. Debo ser la del jorongo amarillo y mi hermano el del jorongo rojo.
 

Así podría empezar la historia que me interesa contar. Este es sólo un avance aprovechando que es el día internacional de la madre tierra.


20.3.24

El agotamiento de habitar la CDMX

Sentir agotamiento no es igual a la sensación de fatiga. El agotamiento es un tipo de cansancio crónico del que a veces no me puedo recuperar ni con las horas de sueño. El agotamiento de habitar una ciudad tan compleja como la CDMX o en general cualquier ciudad. Aunque parezca una mala idea quejarse del ruido de la ciudad en las redes sociales, ese ruido que ya es imperceptible para quienes estamos acostumbrados, son los nómadas digitales que están gentrificado los barrios quienes nos dejan ver que no es normal el número de decibeles en el que cohabitamos. Como tampoco es normal el tiempo que pasamos en el tráfico en auto particular, ya no digamos en transporte público. 

Tampoco es normal vivir en una ciudad cooptada por la economía informal, particularmente en las zonas más hacinadas, ya no las más pobres, donde lo que impera no es la inseguridad, sino la falta de consenso para favorecer a las personas que las habitan. Zonas que carecen de áreas verdes, de banquetas para caminar, de un adecuado sistema de recolección de basura. Zonas que carecen de agua y han crecido allanando los cerros, talando los árboles, robándole terreno a las áreas naturales y dejando que el transporte concesionado se adueñe de las avenidas. Escenarios distópicos que observo cada tercer día que voy a dar clases a la universidad desde hace veinte años.

A esto se suma el estrés que hemos acumulado desde la pandemia, muchas pudimos quedarnos en nuestras casas, pero nos convertimos en esclavas del celular, del estar conectadas 24/7, un hábito que ha sido difícil erradicar porque la demanda del hacer-se presente, ya no sólo del hacer, también es parte del agotamiento colectivo. En la academia no estamos exentas, la convulsión de no dejar de escribir o de dar conferencias, clases y de organizar seminarios, es parte de ese agotamiento colectivo. Comemos mal, dormimos mal, amamos mal. Nos queda poco tiempo para el tiempo libre, para favorecer la calidad de vida, para tomar vacaciones, para hacer un picnic, para exigir a nuestros gobernantes que no abandonen los pocos espacios que tenemos para disfrutar al aire libre. 

Hace ya varios años, con la contaminación atmosférica, empezamos a observar que los pájaros en la ciudad caían muertos en el asfalto. No quiero sonar fatalista, pero la analogía funciona para prever que a nosotras nos puede pasar igual con el agotamiento si no regresamos al cuidado colectivo, si no proponemos una ecología del afecto.

17.2.24

Amanece lloviendo

Amanece lloviendo

la rutina de sacar a los perros se nos descuadra

a Ramona no le gusta mojarse

es febrero, no tendría porque llover, pero se agradece

Lo que sea agua en la cdmx es un respiro para la sequía

la del alma

la del cuerpo

la que ha dejado la corrupción y la violencia

La gotas en la ventana

el vaho de la madrugada

señuelos de la vigilia

del sueño

de la pesadilla

Vomitar hasta saciarse es depurar el inconsciente

o eso quiero interpretar 

Desperté alterada

una señora que cumple años me pide dinero 

a cambio de los recuerdos de la infancia

Un terreno inhóspito

el del recuerdo

no en el que pasamos los fines de semana

Subíamos al Popocatepetl

contabamos historias 

dejábamos el asfalto

corríamos por el campo 

libres

sin ataduras

Recuerdos

sueños que se lleva el agua

Amanece lloviendo

no podemos sacar a los perros

19.5.22

¿Saber perder?

Aquello que nunca nos dicen, o por lo menos no a mí, desde muy temprana edad, es que vamos a perder salud, colegas, amigos, trabajos, proyectos, amores, deseos, esperanzas, fe(s), dinero, competencias, hermanos(as), padres, madres, estabilidad, bienestar, agua, aire, tierra y un largo etcétera a lo largo de nuestra vida. Ayer me tocó perder algo de todo esto y quizá más, como me ha pasado en otros momentos. Afortunadamente con los años y quizá también con las muertes de tus seres cercanos nunca lo he vuelto a sentir como las primeras veces porque perder es no perderte en ti misma y no juzgar sino reconocer que perdiste.

Ayer pude poner en palabras muchas situaciones que se volvieron una constante en mi relación con los hombres desde que soy adolescente. Ayer puede observar cada una de esas relaciones en retrospectiva y todas comparten el común denominador de cuando terminas una relación de pareja: "por un detalle" que colmó el vaso de agua. Ayer pensé nuevamente ¿en qué me equivoqué?, ¿qué hice mal?, ¿por qué la ruptura fue tan desastrosa, como han sido las anteriores? Me cuesta y siempre me ha costado trabajo entender ¿qué se pierde? ¿El cotidiano, la rutina quizá, la compañía, el pertenecer, el afecto, el compartir, las historias, las experiencias? En todo caso se transforman. Nos perdemos en lo que ya no es. Ayer entendí que en cada una de esas relaciones pretendía sustituir la relación de amigos de la infancia que tuve con mi hermano. Y todas ellas terminaron como terminó la relación con mi hermano. 

Saber perder (más que ganar) es quizá la máxima del estar en el mundo. Desde niña me expuse a situaciones de competencia: la gimnasia, la natación, las carreras callejeras en la bici, carreterita en la banqueta, el tenis, el futbol, el basquetbol, en la escuela, en la casa, en la academia, en puestos de representación universitaria, en las relaciones afectivas en general, en la muerte. De todas estas situaciones aprendí que a veces se gana y otras se pierde. Y que es mejor perder con responsabilidad. Ayer me equivoqué. Reaccioné erróneamente ante una situación particular y perdí. Perdí el piso, perdí el compromiso conmigo misma, perdí de vista aquello que estoy trabajando: la ética.

Los hombres han sido en muchas etapas de mi vida mis mejores amigos, incluso diría que mi gran debilidad o mi guilty pleasure son las relaciones con los hombres. Emocional y sexualmente disfruto el encuentro, la compañía, la relación con las mujeres ¿una contradicción? No, un estar en el mundo sin etiquetas, en eso siempre he sido congruente. Lo que ahora aprendo con esta pérdida y agradezco el desencuentro de ayer es que no quiero volverme a relacionar así con los hombres a quienes considero mis amigos entrañables. Si vuelvo a perder algo, que no sea el respeto, el respeto a mi mísma.

Estadio Olimpico Atenas 2016 (en un ejercicio terapéutico del saber perder)


5.11.21

ecología del afecto: relación ontológica con la orografía en la ciudad de las montañas

 ¿Cuál puede ser la relación ontológica con la orografía de un lugar? Desde que llegué a esta ciudad que denominan "la ciudad de las montañas" me lo pregunto. La primera vez que salí en el auto, di vuelta a la derecha para tomar una avenida, vi de frente una masa de piedra grisácea, a veces más cercana a un onix gigante y me paralicé, lo que tenía de frente era el cerro de las Mitras, inmediatamente me acordé de la imagen de la montaña cada vez que en la serie Game Of Thrones sentenciaban "the winter is comming", aunque estábamos en plena canícula y todavía harían falta varios meses a mi estadía para percibir que el invierno se acercaba.

Cerro de las Mitras, 2021. Foto: Roxana Rodríguez


Desde el mes de julio que llegué a habitar esta ciudad, cada que salgo a caminar, a cualquier lugar en auto, veo a mi derecha el cerro de las Mitras, el que más disfruto, el que me paraliza y el que me hace pensar en la relación ontológica que puedan tener quienes nacieron aquí con sus montañas: el cerro de la Silla, la Sierra Madre, el cerro de las Mitras y un puñado de cerros menores que se han ido comiendo los grandes complejos de la construcción. Quiero pensar que me inquietud es genuina porque al crecer cerca de los dos volcanes más grandes del país, el Popocatépetl y el Iztacihuatl, volcanes que subí, caminé recorrí y bajé en avalancha, usando mi propio cuerpo como una tabla durante mi infancia, no puedo evitar preguntarme, cada vez que observo la orografía de Monterrey, por qué está tan presente la ideología de la modernidad-modernización donde el ser humano se piensa superior a la naturaleza y construye edificios de grandes alturas que compiten (o intentan) con la belleza de un cerro, o casas en medio de la nada donde los osos llegan en verano a bañarse a las albercas, o avenidas donde los ríos todavía tienen memoria y construcciones menores en los cerros que ya tienen a desaparecer. Todo ello en un ciudad que se la come el clima árido por falta de árboles, por la escasa lluvia que por lo menos este se ha padecido con más vehemencia durante el verano y entrado el otoño, tanto por la contaminación que genera la industria en el aire, en el agua y en las personas que alimentan la maquinaria industrial del capitalismo caníbal de esta ciudad.

Vista de la ciudad, com el Cerro de la Silla al fondo, 2021. Foto: Roxana Rodríguez.


Mi experiencia con la montañas siempre ha sido de juego, de placer, de descubrimiento, de aventura, de riesgo, de encontrarme perdida en medio de la inmensidad de la naturaleza, aquella que nos permite respirar, comer, vivir, por qué en este país seguimos siendo tan ciegos y prepotentes con lo que la naturaleza nos ofrece no solo a nivel de políticas ecológicas, culturales, sociales, sino especialmente a nivel ontológico, epistemológico, ético, estético. Desconozco si en el corto plazo podremos hacer el reajuste suficiente en la percepción que tenemos como cultura después de cuarenta años que se instaló el neoliberalismo en el país y regresar o reinventar la política para que de cuenta no solo del cambio climático y las repercusiones que sabemos tienen en el resto del mundo, del planeta que habitamos, sino especialmente en la relación de afecto que podamos empezar a desarrollar con las otras especies, incluyendo la humana y cómo se pueda abordar desde esto que empiezo a desarrollar como parte de mi trabajo intelectual: la ecología del afecto. Quizá lo más cercano que tenemos para poder a empezar a transitar hacia ello es preguntarnos por nuestra relación con las montañas, quienes por ahora habitamos esta ciudad.

Sobrevolando la Sierra Madre, 2021. Foto: Roxana Rodríguez,





4.8.21

La canícula regia, la contemplación de transitar el estado civil

I

De un día para otro la vida puede dar giros inesperados. Me acostumbré a cambiar de casa, de ciudad, de país; me acostumbré a empacar, a desempacar, a viajar ligera, a buscar en otras personas el hogar anhelado hasta que finalmente claudiqué por cansancio, no por convicción. Los últimos dos años me dediqué a habitar mi hogar. Me tatué una llave en el brazo izquierdo, la llave-escultura que vi en Belén y que es el símbolo que guardan los palestinos cuando son desocupados de sus territorios: el recuerdo de ese hogar al que seguramente no volverán pero que sigue siendo suyo como acto de resistencia. Mi acto de resistencia consistió en habitar el duelo que se engarzó con el confinamiento. El hogar nunca imaginado había surtido el efecto sanador de saber que el estar sola no es una condición sino un estado civil. 

II

Voy a cumplir un mes de habitar Monterrey. Lo primero que me impresionó fue la orografía; lo segundo, la canícula; lo tercero, la ciudad industrial que no descansa, como tampoco su gente. Hace unos días me cuestionaba cómo puede ser la naturaleza tan inasequible para muchos por el simple hecho de no poderla disfrutar ya sea por falta de dinero, por falta de tiempo, por la ausencia de la capacidad de asombro: mermas del sistema industrial, del capitalismo caníbal, de la desigualdad, de la injusticia. 

III

El estado civil soltera representa todo aquello que no deseamos en sociedad, en la sociedad a la que acostumbramos complacer, hasta que aprendes a estar sola, a habitar el hogar, a tener la energía suficiente para ir sola, a veces con tu perra, a todos lados. Pasar el umbral de esa vida contemplativa del estado civil es el ejercicio de resiliencia más político que he realizado estos últimos años. 

IV

La canícula es una palabra hermosa, no así sus efectos. Nunca como ahora había experimentado un cuerpo sudado, pegajoso, pesado, una sensación de calor interno que no cesa ni al amanecer ni al anochecer. La exposición constante a la luz brillante, incandescente. La indecisión de salir a respirar la humedad del ambiente que según que día puede sentirse como dos o tres más grados por arriba de lo que realmente marca el termómetro o respirar el aire del artefacto que se vuelve indispensable para habitar un hogar. Ya no sé si quiero que llueva o que solo esté nublado y corra el viento. Este mes me he dedicado a contemplar el clima, mi cuerpo, la ciudad que funciona a pesar de la canícula, con la exigencia que implica para las personas en general, pero especialmente para las que con su esfuerzo físico sostienen la industria de la maquila.

V

Ese acto de resiliencia fue la posibilidad de estar ahora aquí, compartiendo el hogar. De un día para otro la vida da giros inesperados, un día te avisan que tu hermano está muerto, otro día tienes que quedar confinada en tu casa sin ver a nadie por un virus que ataca al sistema mundo y cualquier otro día conoces a esa persona que llevas buscando toda la vida y decides vivir con ella a los tres meses de conocerla. Esa es la historia, nuestra historia, el por qué ahora estoy aquí. El estado civil tampoco es una condición, es un estar en el mundo, es la apertura a la otra, es la apertura de una misma, es el querer habitar nuestro propio mundo (como hoy me lo hicieron ver) cuando el resto del mundo parece que no encuentra sus propios recursos para encauzar lo que nos está tocando vivir en este incipiente siglo XXI.




27.12.20

La vida en el campo II

Llevo tres semanas en esta casa de campo que tienen mis padres cerca de los volcanes del lado del Estado de México, una ruta que pudo haber sido ecoturistica si los gobiernos de por lo menos cuatro estados lo hubieran querido (cdmx, edomex, Puebla, Morelos), aunque no pierdo la esperanza que en algún momento de lo que dura esta pandemia a alguien se le prenda el foco y por lo menos le alcance para frenar el acelerado crecimiento de los comercios entre los varios municipios que circunscriben este pedazo del corredor (Atlautla, Amecameca, Ozumba, por mencionar los tres más importantes). 
De mi infancia y las múltiples veces que mis padres nos llevaron a los volcanes tengo ese recuerdo de los alpinistas de muchas partes del mundo haciendo base en Amecameca. Donde antes conseguías de lo mejor en equipo de lo que ahora se conoce por senderismo, con el cierre del Popocatépetl se volcó a la fayuca China. 
Los volcanes siguen ahí, y nos regalan unos paisajes hermosos, pero la gente también se ha quedado y ha migrado y ha urbanizado lo que quedaba de rural, incluyendo este pedazo de oasis que está poco a poco desapareciendo, primero porque el crimen organizado hace una década orilló al abandono de quienes tenían alguna casa aquí y, ahora, con la pandemia, se empieza a gentrificar y no se si con la intención de hacer comunidad o estar solo de paso.
En estas semanas que he disfrutado el olor a campo, a frío, a pino y me he regocijado en el silencio y la soledad del estar, también he padecido lo que no es tan evidente: el miedo a ser mujer, estar sola (lo que se entiende a no tener marido o pareja hombre), a ser libre, a generar sospechas por hablar con el vecino, o a llamar a la policía en un momento de vulnerabilidad, en un país donde es difícil ser-hacer todo eso siendo mujer.
Después de tres semanas sigo pensando que la vida pospandemia está en el campo y voy a procurarme que así sea, pero quizá no sea este el lugar indicado o quizá falta hacer mucho trabajo en comunidad para aceptar las diferentes formas de vida.


Vista desde Tlamacas, Estado de México. Foto: Roxana Rodríguez Ortiz


22.8.20

La vida en el campo

I
Con el confinamiento, que se hizo demasiado largo en la Ciudad de México y el resto del país, había que buscar opciones para sacudirse la inercia de la asfixia, de la hipocondria, de la vulnerabilidad. Después de casi cuatro meses de estar postrada, paralizada, inmóvil en el departamento de portales, mi madre me envía un mensaje donde informan que la alberca del club campestre empezará a funcionar sin la posibilidad de usar las regaderas. El rostro se me iluminó con la sola idea de volver a estar en el agua y al aire libre. Inmediatamente les escribí a mis padres en el chat de los tres y les dije, vámonos. Vamos a instalarnos en la casa de campo y aprovechamos para ir al club a despejarnos. Hace más de un mes de eso y ahora vivimos media semana en la ciudad y media semana en el campo.

II
Esta casa de campo tiene años. Mi infancia transcurrió como ahora, los fines de semana la pasábamos acá y los domingos regresábamos a la ciudad para preparar los deberes del día siguiente. Los lunes eran el peor día. Con el cansancio a cuestas de los días al aire libre, corriendo, subiendo árboles, contándonos historias, los días de escuela se volvían insufribles. Yo solo quería estar en la calle, jugando. El campo es el recuerdo de mi infancia.  Una infancia plena y feliz. Como ahora lo es mi adultez, en confinamiento, con el olor de los pinos, del estiércoles de vaca en el piso, con la imagen de las milpas que se extiende hasta el horizonte y con la fuerza del Popocatépetl a cuestas. Este confinamiento me ha quitado la venda de los ojos y me ha permitido ver aquello por lo que vale la pena vivir: lo natural y la naturaleza en armonía con nuestro devenir.

III
Amanezco en Atlautla de Victoria, rodeada de volcanes y cerca de Sor Juana (así le dicen a Nepantla). Si lo pienso a la distancia, nunca me lo hubiera imaginado. Este es mi presente, el presente del confinamiento. Un presente que evidencia un giro en mi propia historia, en la forma de entender la vida, mi vida. Marca la discontinuidad de la aspiración profesional para velar por la ansiada alegría. A diferencia de la felicidad, la alegría es solo mía. Y esa alegría no se sustenta en los tótems convencionales de occidente ni de la modernidad. La alegría es potencia de afectar y ser afectada como me sucede viviendo en el campo y compartiendo el tiempo libre con mis padres. Conociéndonos, disfrutándonos, viviéndonos, casi siempre sin decirnos nada. El campo también es silencio, los silencios de lo que no es necesario dar explicaciones.



25.10.19

me cuesta tanto darme cuenta que ya no estás aquí

Ayer estaba buscando unas fotografías de Spinoza para subirla a la nota que estaba escribiendo, me acordé que tenia unos Cd's en algún lugar del cubículo que ocupo en la universidad. Los encontré en una bolsa de plástico dentro de una gaveta, algunos traían fecha, otros nada. Empecé con los más viejos, 2004-BCN, ponía en mi letra, lo metí en la PC (único lugar donde puedo abrir un DVD-CD) y al abrirse fui directo a las fotos, le doy click y cuál fue mi sorpresa, unas fotos de amigos, de mi hermano y mías. Me tardé en reaccionar, presente, pasado, México, Barcelona, cuánto tiempo de ello, qué estaba haciendo ese año y porque ahí, y especialmente dónde está mi hermano ahora. Todos esos pensamientos en muy poco segundos. Dejé de respirar como normalmente hago cuando me impresiona algo, que últimamente es más seguido de lo que quisiera, de ahí mis constantes ataques de ansiedad. Sentí la punzada en el pecho, estaba entre clase y clase, trabajando en mi cubículo y pronto debería volver al salón. Al tiempo, estaba escribiendo por guats up con una de las amigas que salía en esa foto porque era su cumpleaños. Rápidamente reaccioné y subí tres fotos de éstas a Fb con una nota que decía "un regalito para...". Lo único que se me ocurrió en vez de ponerme a llorar, fue compartir la sorpresa de verme, vernos, verlo tan joven, tan fresco, tan risueño. Reconocerme, reconocemos en esos años de complicidad migrante. Al poco tiempo recordé que en octubre de 2004 volví a Barcelona a entregar la tesina del master, y ahí estábamos todos los que años atrás habíamos convivido como una gran familia de migrantes, mexicanos, italianos, alemanes, compartiendo a diario las calles, cafeterías, bares, parques de Barcelona. Sentí felicidad de tener esos recuerdos, de conservar las fotografías. Hoy las vuelvo a abrir, ya no en el cd que se quedó en el cubículo, sino en la copia que subí al dropbox, desde mi casa, mi escritorio, desde donde giro la cabeza siempre a la izquierda para ver tu foto que decidí tener en mi altar. Veo tu foto en la computadora, veo tu foto en el altar y me cuesta tanto darme cuenta que ya no estás aquí.