4.8.21

La canícula regia, la contemplación de transitar el estado civil

I

De un día para otro la vida puede dar giros inesperados. Me acostumbré a cambiar de casa, de ciudad, de país; me acostumbré a empacar, a desempacar, a viajar ligera, a buscar en otras personas el hogar anhelado hasta que finalmente claudiqué por cansancio, no por convicción. Los últimos dos años me dediqué a habitar mi hogar. Me tatué una llave en el brazo izquierdo, la llave-escultura que vi en Belén y que es el símbolo que guardan los palestinos cuando son desocupados de sus territorios: el recuerdo de ese hogar al que seguramente no volverán pero que sigue siendo suyo como acto de resistencia. Mi acto de resistencia consistió en habitar el duelo que se engarzó con el confinamiento. El hogar nunca imaginado había surtido el efecto sanador de saber que el estar sola no es una condición sino un estado civil. 

II

Voy a cumplir un mes de habitar Monterrey. Lo primero que me impresionó fue la orografía; lo segundo, la canícula; lo tercero, la ciudad industrial que no descansa, como tampoco su gente. Hace unos días me cuestionaba cómo puede ser la naturaleza tan inasequible para muchos por el simple hecho de no poderla disfrutar ya sea por falta de dinero, por falta de tiempo, por la ausencia de la capacidad de asombro: mermas del sistema industrial, del capitalismo caníbal, de la desigualdad, de la injusticia. 

III

El estado civil soltera representa todo aquello que no deseamos en sociedad, en la sociedad a la que acostumbramos complacer, hasta que aprendes a estar sola, a habitar el hogar, a tener la energía suficiente para ir sola, a veces con tu perra, a todos lados. Pasar el umbral de esa vida contemplativa del estado civil es el ejercicio de resiliencia más político que he realizado estos últimos años. 

IV

La canícula es una palabra hermosa, no así sus efectos. Nunca como ahora había experimentado un cuerpo sudado, pegajoso, pesado, una sensación de calor interno que no cesa ni al amanecer ni al anochecer. La exposición constante a la luz brillante, incandescente. La indecisión de salir a respirar la humedad del ambiente que según que día puede sentirse como dos o tres más grados por arriba de lo que realmente marca el termómetro o respirar el aire del artefacto que se vuelve indispensable para habitar un hogar. Ya no sé si quiero que llueva o que solo esté nublado y corra el viento. Este mes me he dedicado a contemplar el clima, mi cuerpo, la ciudad que funciona a pesar de la canícula, con la exigencia que implica para las personas en general, pero especialmente para las que con su esfuerzo físico sostienen la industria de la maquila.

V

Ese acto de resiliencia fue la posibilidad de estar ahora aquí, compartiendo el hogar. De un día para otro la vida da giros inesperados, un día te avisan que tu hermano está muerto, otro día tienes que quedar confinada en tu casa sin ver a nadie por un virus que ataca al sistema mundo y cualquier otro día conoces a esa persona que llevas buscando toda la vida y decides vivir con ella a los tres meses de conocerla. Esa es la historia, nuestra historia, el por qué ahora estoy aquí. El estado civil tampoco es una condición, es un estar en el mundo, es la apertura a la otra, es la apertura de una misma, es el querer habitar nuestro propio mundo (como hoy me lo hicieron ver) cuando el resto del mundo parece que no encuentra sus propios recursos para encauzar lo que nos está tocando vivir en este incipiente siglo XXI.




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