¿Cuál puede ser la relación ontológica con la orografía de un lugar? Desde que llegué a esta ciudad que denominan "la ciudad de las montañas" me lo pregunto. La primera vez que salí en el auto, di vuelta a la derecha para tomar una avenida, vi de frente una masa de piedra grisácea, a veces más cercana a un onix gigante y me paralicé, lo que tenía de frente era el cerro de las Mitras, inmediatamente me acordé de la imagen de la montaña cada vez que en la serie Game Of Thrones sentenciaban "the winter is comming", aunque estábamos en plena canícula y todavía harían falta varios meses a mi estadía para percibir que el invierno se acercaba.
Cerro de las Mitras, 2021. Foto: Roxana Rodríguez |
Desde el mes de julio que llegué a habitar esta ciudad, cada que salgo a caminar, a cualquier lugar en auto, veo a mi derecha el cerro de las Mitras, el que más disfruto, el que me paraliza y el que me hace pensar en la relación ontológica que puedan tener quienes nacieron aquí con sus montañas: el cerro de la Silla, la Sierra Madre, el cerro de las Mitras y un puñado de cerros menores que se han ido comiendo los grandes complejos de la construcción. Quiero pensar que me inquietud es genuina porque al crecer cerca de los dos volcanes más grandes del país, el Popocatépetl y el Iztacihuatl, volcanes que subí, caminé recorrí y bajé en avalancha, usando mi propio cuerpo como una tabla durante mi infancia, no puedo evitar preguntarme, cada vez que observo la orografía de Monterrey, por qué está tan presente la ideología de la modernidad-modernización donde el ser humano se piensa superior a la naturaleza y construye edificios de grandes alturas que compiten (o intentan) con la belleza de un cerro, o casas en medio de la nada donde los osos llegan en verano a bañarse a las albercas, o avenidas donde los ríos todavía tienen memoria y construcciones menores en los cerros que ya tienen a desaparecer. Todo ello en un ciudad que se la come el clima árido por falta de árboles, por la escasa lluvia que por lo menos este se ha padecido con más vehemencia durante el verano y entrado el otoño, tanto por la contaminación que genera la industria en el aire, en el agua y en las personas que alimentan la maquinaria industrial del capitalismo caníbal de esta ciudad.
Vista de la ciudad, com el Cerro de la Silla al fondo, 2021. Foto: Roxana Rodríguez. |
Mi experiencia con la montañas siempre ha sido de juego, de placer, de descubrimiento, de aventura, de riesgo, de encontrarme perdida en medio de la inmensidad de la naturaleza, aquella que nos permite respirar, comer, vivir, por qué en este país seguimos siendo tan ciegos y prepotentes con lo que la naturaleza nos ofrece no solo a nivel de políticas ecológicas, culturales, sociales, sino especialmente a nivel ontológico, epistemológico, ético, estético. Desconozco si en el corto plazo podremos hacer el reajuste suficiente en la percepción que tenemos como cultura después de cuarenta años que se instaló el neoliberalismo en el país y regresar o reinventar la política para que de cuenta no solo del cambio climático y las repercusiones que sabemos tienen en el resto del mundo, del planeta que habitamos, sino especialmente en la relación de afecto que podamos empezar a desarrollar con las otras especies, incluyendo la humana y cómo se pueda abordar desde esto que empiezo a desarrollar como parte de mi trabajo intelectual: la ecología del afecto. Quizá lo más cercano que tenemos para poder a empezar a transitar hacia ello es preguntarnos por nuestra relación con las montañas, quienes por ahora habitamos esta ciudad.
Sobrevolando la Sierra Madre, 2021. Foto: Roxana Rodríguez, |
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