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1.9.23

Y después del trabajo de duelo-trauma viene la calma

El duelo me sorprendió como sorprende la muerte de alguien que amas. El trabajo de duelo es una trabajo de tiempo completo y no puedes claudicar hasta que deja de doler tanto. El duelo-duele y no es un pleonasmo. El trabajo de duelo es solitario, a veces trágico, a veces dulce, a veces se instala, hasta que un día, sin darte cuenta, lo integras a tu vida diaria. El duelo es una luz que prendes-apagas con la memoria, el recuerdo, la generosidad. 

Poco tiempo después de tener bajo control el apagador del duelo experimenté nuevamente la presencia del miedo, la angustia, la ansiedad. Me tardé en identificar con lo que me enfrentaba: los fantasmas de alguien que desconozco, a quien no le pude ver la cara, las dudas de si hubiera... o el miedo nuevamente a la muerte, a la mía. Hasta que un día entendí que también había que trabajar el trauma. 

El tiempo deja de ser importante cuando te instalas en el trabajo de duelo-trauma, lo único que importa es sobrevivir y así lo hice. Sobreviví a tu muerte y empecé a pensar a sentir la mía. Debí talar profundo para encontrar las raíces que nos unían, además de la homosexualidad, y cortar con eso que nos fue consumiendo para pertenecer: las sutilezas del lenguaje corporal que son imperceptibles y van minando la certezas de lo que se es. ¿Y qué se es? ¿Importa? ¿A quién le importa? 

Han pasado casi cinco años, Arturo, y hoy te puedo decir que siento calma. Una calma de ver a mi madre ilusionarse por las próximas elecciones, la calma de saber que mi padre sigue entero y más amoroso. La calma de mis perros que vinieron después de tu muerte, la calma de un hogar compartido con Claudia. La clama que me dan mis estudiantes que quieren comerse al mundo y a veces no saben por dónde empezar a conocerlo. La calma de la gente que ya no está, de los amigos que ya no lo son, de los que lo siguen siendo y de los que vendrán. La calma de navegar mientras nado. La calma de abandonar el agujero negro en el que se convierte el trabajo de duelo-trauma. 

Las certezas que ahora tengo son las certezas de quienes nos antecedieron: "no hay mal que dure cien años, ni nadie que lo aguante" o "después de la tormenta viene la calma". La calma se convierte en el bien más preciado y en la fuerza para seguir viviendo.

22.3.23

Los hermanos*

¿Por qué es tan importante para mí escribirle a mi hermano? ¿Escribir sobre mi hermano? Dejar testimonio de su muerte, de mi duelo, de su pérdida, del vacío, del dolor. Dar cuenta de cada momento desde que lo asesinaron. A veces pienso que intento revivir esos momentos escribiendo sobre ello. Mi padre diría que lo deje en paz, que no tiene caso, que lo deje estar. Y a veces yo también lo pienso, pero no lo siento.

Si escribo es más por la necesidad de dejar testimonio, no para hablar de la justicia, del perdón; esos apartados todavía están por escribirse, no porque no los haya pensado, sino porque con la muerte he aprendido a diferir las convicciones. Mi idea de justicia no se relaciona con la legalidad; menos en un país donde es consuelo poder enterrar a tu muerto en vez de seguirlo buscando.

Aprendí a hacer justicia por el asesinato de mi hermano con la escritura, a hablar de él, a recordarlo desde ese nosotros que no existe más, o que quizá nunca existió. Un nosotros que se fue desconfigurando con el paso del tiempo: ausente, nunca inexistente. “Ni perdón ni olvido”, repetimos en las consignas cuando marchamos. A veces las entiendo, a veces no me hacen sentido. Hacer justicia en este caso es no olvidarlo, no necesariamente no perdonar.

Tengo dos fotos de Arturo en el estudio de mi casa que intercambio según mi estado de ánimo. En la que más me gusta, estamos en la cocina del piso de Agullers, Barcelona, girados tres cuartos de pie y de cara a la cámara; él está atrás de mí, mientras cocinamos pimientos de padrón; acabo de llegar a España para estudiar el posgrado, tengo veintiocho años y el veinticinco. Pocas semanas después de instalarme en ese piso, uno que habíamos alquilado para vivir juntos, empezaron nuestras desavenencias. Lo que en su momento viví como deslealtad, se lo perdoné hasta que lo pude enunciar.

La otra foto es la que más me recuerda a él: es una foto que le tomé en la playa de Barra Vieja, Acapulco, México, en diciembre de 2015; un viaje familiar, para reencontrarnos los hermanos y los papás. Aparece de pie sobre la arena girado tres cuartos de frente a la cámara. Al fondo, el reflejo del atardecer que habíamos terminado de presenciar sentados sobre el pareo que lo envolvía. En esta fotografía me mira fijamente como ahora pienso que me mira desde dónde esté: con ojos melancólicos, de despedida, de sólo porque eres mi hermana (y no cualquiera) dejo que lo hagas, pero me fastidia que me hagas volver. Y sí, es verdad que te hago volver cada tanto para que me contestes ¿por qué?, ¿por qué así? Incluso cuando escribo esto hablo con él en mis pensamientos. Hablar es un decir.

Tengo muchas otras fotos de nosotros, muchos recuerdos, muchas anécdotas. Ahora me río cuando pienso en algunas… Como esa vez en Barcelona, diciembre de 2016, que se había peleado con su novio el día de la boda de una amiga, y el novio decidió que no iba a la boda. Llegamos a la ceremonia civil, todos preguntábamos por su ausencia, burlas, risas, silencios. En el salón de fiestas Arturo ya tenía cara de puchero. Me acerqué a preguntarle si quería que lo trajera. Me sonrió como niño y asintió. Pedí un taxi, fui por el novio a donde se estaban quedando; ya en el auto le advertí: si fueras mi novio terminaría contigo en este momento, pero como eres el de mi hermano vengo por ti sólo porque quiero que esté feliz. Defenderlo siempre lo hice y estoy segura de que si hubiera podido lo hubiera hecho hasta el final.

Muchas veces en la terapia me he preguntado qué sería capaz de hacer después de su muerte, y lo tengo claro: todo, pero nada de lo que haga me regresa a mi hermano, más que su recuerdo. Decirnos adiós una y mil veces.


*Viñeta del libro ¿Cómo habitar un hotel? (Rodríguez, 2021).  

25.10.19

me cuesta tanto darme cuenta que ya no estás aquí

Ayer estaba buscando unas fotografías de Spinoza para subirla a la nota que estaba escribiendo, me acordé que tenia unos Cd's en algún lugar del cubículo que ocupo en la universidad. Los encontré en una bolsa de plástico dentro de una gaveta, algunos traían fecha, otros nada. Empecé con los más viejos, 2004-BCN, ponía en mi letra, lo metí en la PC (único lugar donde puedo abrir un DVD-CD) y al abrirse fui directo a las fotos, le doy click y cuál fue mi sorpresa, unas fotos de amigos, de mi hermano y mías. Me tardé en reaccionar, presente, pasado, México, Barcelona, cuánto tiempo de ello, qué estaba haciendo ese año y porque ahí, y especialmente dónde está mi hermano ahora. Todos esos pensamientos en muy poco segundos. Dejé de respirar como normalmente hago cuando me impresiona algo, que últimamente es más seguido de lo que quisiera, de ahí mis constantes ataques de ansiedad. Sentí la punzada en el pecho, estaba entre clase y clase, trabajando en mi cubículo y pronto debería volver al salón. Al tiempo, estaba escribiendo por guats up con una de las amigas que salía en esa foto porque era su cumpleaños. Rápidamente reaccioné y subí tres fotos de éstas a Fb con una nota que decía "un regalito para...". Lo único que se me ocurrió en vez de ponerme a llorar, fue compartir la sorpresa de verme, vernos, verlo tan joven, tan fresco, tan risueño. Reconocerme, reconocemos en esos años de complicidad migrante. Al poco tiempo recordé que en octubre de 2004 volví a Barcelona a entregar la tesina del master, y ahí estábamos todos los que años atrás habíamos convivido como una gran familia de migrantes, mexicanos, italianos, alemanes, compartiendo a diario las calles, cafeterías, bares, parques de Barcelona. Sentí felicidad de tener esos recuerdos, de conservar las fotografías. Hoy las vuelvo a abrir, ya no en el cd que se quedó en el cubículo, sino en la copia que subí al dropbox, desde mi casa, mi escritorio, desde donde giro la cabeza siempre a la izquierda para ver tu foto que decidí tener en mi altar. Veo tu foto en la computadora, veo tu foto en el altar y me cuesta tanto darme cuenta que ya no estás aquí.



17.3.19

Mi lucha es seguirte amando aunque ya no estés

En la noche del lunes recibí esa llamada que nunca es bien recibida. El inicio de un viaje comenzaba. Mi hermano, el menor, había muerto en su casa, en Oaxaca. Nunca una muerte tan cercana y dolorosa había tocado mi puerta. Lo primero que dije fue que era broma, luego que era un idiota. Lloré. Hice la maleta y se lo comuniqué a mis padres. Nunca una tristeza tan grande como la de una madre por la muerte de su hijo. Algo que no experimentaré pero lo puedo vivir con el dolor y paradójicamente con su fortaleza para sobrellevar lo que inicia con su partida.
Arturo, mi hermano, era mi consentido, como del resto de mis hermanas, de sus amigas, de sus colegas. Arturo era mi debilidad y mi antagonista. Los últimos años la pasamos a la distancia con una relación de desacuerdos constantes, pero cuando nos encontrábamos se nos iluminaban los ojos. Nos amábamos y nos cuidamos también a la distancia. Esta vez no lo pude hacer, como lo hice tantas veces de niños, hasta que decidió volar solo. Esta vez se fue para siempre y solo me queda su recuerdo.
Después de vivir en varios países, de trabajar en publicidad para varias compañías, Arturo decidió jubilarse y emprender el proyecto cúspide de su carrera. Agrado Guest House, más que un hotel en Oaxaca, una casa de huéspedes, un centro cultural, un espacio de hospitalidad para quienes están de paso. En poco tiempo le dio forma, identidad, le impregnó su personalidad. Logró lo que se propuso y logró ganarse el corazón de muchos como lo hizo en las distintas ciudades donde vivió.
Arturo fue mi cómplice y mi aliado, a veces hasta cuándo nos íbamos de fiesta, pero yo siempre he sido más aburrida, como él decía, ya sabía que cuando me iba a dormir no había vuelta atrás, él no, él vivía cada día como si fuera el último y ese último día también llegó.
Cinco días después de su muerte escribo esto en el lugar que era su casa y también en el lugar donde encontraron su cuerpo. Escribo una carta de despedida para quien ya no está, ironías. Una carta para mitigar el duelo, para acallar la tristeza, para dejarte ir.
Con tu partida he decidido no enarbolar más que la bandera de la justicia porque ambos entendíamos que nuestra homosexualidad nos pertenece a nosotros, nuestras luchas son todas y a todas hay que apostarle con el corazón abierto. Mi lucha ahora es lograr que se esclarezca tu homicidio. Mi lucha es seguirte amando aunque ya no estés.

Hasta pronto, Artur!
Roxana