Roxana Rodríguez
Ortiz[1]
Es innegable que la
Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) tiene tintes políticos desde
su creación, hace más de diez años, en el Distrito Federal. También es
innegable que dicho proyecto educativo ha sido fuertemente cuestionado por una
lógica eficientista de entregar resultados, cuando las bases teóricas del
modelo están dadas en función de lo cualificable y no de lo cuantificable.
Desde
su creación el proyecto educativo de la UACM está pensado para estudiar o
analizar las problemáticas y necesidades de la Ciudad de México, con miras a
mejorar las condiciones de vida de la población que la habita. Esto se puede
observar en los planes y programas de casi todas las licenciaturas e ingenierías
que se ofrecen desde sus inicios, e incluso en los programas de posgrado o en
los centros de investigación que actualmente existen en la UACM.
El
estudiante en el modelo educativo de la UACM es responsable de su educación. El
docente es un facilitador del conocimiento, mas no un transmisor de
información. El cuerpo académico-administrativo de la UACM es responsable de
planear las rutas curriculares afines a las necesidades de los estudiantes y de
ofrecer herramientas pedagógicas que faciliten el desarrollo de habilidades en
el estudiante, tanto en su tránsito por la universidad como a lo largo de su
vida profesional.
Este
proyecto también está pensado para tender puentes con la comunidad que lo
acoge. Esto es sumamente significativo principalmente porque la ubicación de por
lo menos tres planteles (Casa Libertad, San Lorenzo Tezonco Cuautepec, aunado a
los programas que se ofrecen en los reclusorios) está pensada para darle voz a
aquellos estudiantes que viven en los márgenes (políticos, económicos,
sociales, culturales) de la Ciudad de México y que simbólicamente empiezan a
apropiarse de espacios que antes les estaban negados.
A lo
largo de por lo menos un lustro de la conformación de ciertos planteles (San
Lorenzo Tezonco) se han observado cambios positivos para el entorno en dos
niveles: en lo económico porque atrae pequeños inversionistas (casi siempre
mujeres) que abren las puertas de sus casas para emprender microempresas (vinculadas
con los alimentos); en lo simbólico, la instalación de los planteles ha
coadyuvado a recomponer el tejido social de comunidades tanto con una tradición
ancestral (pueblos originarios), como comunidades con rezagos significativos
(zona conurbada); en lo político, mayor participación de la comunidad en la
toma de decisiones.
Ahora
bien, si consideramos los enormes retos que trae consigo echar a andar un
proyecto como éste, en una ciudad como la nuestra, podríamos afirmar que es una
batalla casi perdida desde su creación, por eso no me sorprende que en poco más
de diez años de su conformación las críticas contra la comunidad que trabaja o
estudia en la UACM sean tan devastadoras. Sin embargo, los que se han encargado
de denostar el modelo educativo quizá no se han dado cuenta que la riqueza
política del mismo está en revertir la condición social de la gente que habita
la ciudad de México en distintos niveles que se vinculan principalmente con la
reapropiación urbana de la ciudad.
Capitalización del capital humano de la UACM
Más
allá de señalar lo que no se ha hecho tanto a nivel federal como local con la
educación superior, o de plantear una serie de errores propios de la comunidad
universitaria que debe pasar por la autocrítica, me interesa precisar que
observo por lo menos tres escenarios, que van del corto al largo plazo, en los
que se puede capitalizar el modelo educativo de la UACM en el Distrito Federal.
El
primero de ellos, el de corto plazo, consiste en utilizar a la UACM como bastión
político de los partidos de izquierda cada vez que hay elecciones en el Distrito
Federal. En este sentido, el proyecto ha redituado en poca ganancia política
debido a que prevalece en los gobiernos locales la lógica eficentista de
entregar resultados en el corto plazo. Esto ha evitado que la UACM se convierta
en una hueste política del partido que impulsó el proyecto de sus inicios, pero
ha traído consigo un condicionamiento presupuestal a la entrega de resultados
cuantificables (número de estudiantes titulados) que impide (o limita) la
investigación e innovación científica, tecnológica y humanista.
El
segundo escenario, el de mediano plazo, es el que estamos atravesando. Después
de una década de actividades ya se puede hacer un corte de caja, acompañada de
una autocrítica, para reconocer si el modelo de la UACM funciona como está o se
le deben hacer cambios (considero que se debe normativizar la horizontalidad de
la toma de decisiones, más que hacerle cambios sustanciales al modelo educativo
de la UACM). En el mediano plazo se observa que al menos una generación de
estudiantes empieza a focalizar su atención en sus comunidades de origen y a desarrollar
investigaciones vinculadas con su entorno bajo la tutela de los y las docentes,
en lugar de salir a competir por un trabajo mal remunerado y con pocas
expectativas de desarrollo profesional. Quizá lo que ha faltado para
capitalizar políticamente dichos proyectos son programas que promuevan
habilidades vinculadas con la planeación estratégica, viabilidad y
sustentabilidad de dichos proyectos en el largo plazo.
El
tercer escenario, el de largo plazo, es el escenario en el que deberíamos estar
trabajando tanto con las dependencias de gobierno como con diferentes actores
sociales (ya sean públicos o privados). Este escenario no es nuevo en la
educación pero bien aprovechado y vinculado con la educación crítica y
comprometida con la sociedad que se promueve en la UACM puede generar cambios
sustanciales en el Distrito Federal. Es decir, en el momento que el estudiante
se hace consciente de su responsabilidad social frente a su comunidad (modelo
de la UACM) cambia todo el escenario de participación política, social,
económica y cultural, puesto que no será un estudiante que piense solamente en
“buscar” trabajo al terminar sus estudios, sino que será un estudiante que
ofrecerá salidas a las problemáticas de su comunidad. Esta idea es similar a lo
que promueven las universidad privadas con sus programas emprendedores, solo
que en el caso de la UACM no es una materia más que se debe cursar, sino que
implica una concientización subjetivada de su necesaria aplicación en un época
donde existe un déficit de recursos materiales, ideológicos y políticos.
Es
claro que en los últimos dos escenarios descritos se necesita voluntad política
(no de un partido en particular, sino de la sociedad en general) para lograr
los resultados esperados. También se necesita visón para capitalizar el capital
humano de por lo menos 14 mil estudiantes que actualmente están inscritos en la
UACM, más los que se inscriban posteriormente. En este sentido, para
capitalizar políticamente el modelo educativo de la UACM es necesario cambiar
el paradigma positivista de la producción en línea y transitar a la economía de
servicios que implica tanto la innovación científica y tecnológica como el
desarrollo de modelos sociales políticos y éticos afines a las democracias
contemporáneas.
[1]
Profesora e investigadora de la Academia de Filosofía e Historia de las Ideas
de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.