18.4.16

#293 Crónicas de viaje: Israel-Palestina

Día 3

El tour de este día me ilusionaba por la visita al Mar Muerto, pensaba que era la combinación perfecta del viaje: fronteras y mar (mis dos grandes pasiones). Sin embargo, el guía era bastante pro-Israel, a diferencia de lo que había sido el día anterior. Aunado a que la mala organización de la compañía, esperamos al rededor de una hora en el estacionamiento de alguna universidad porque no llegaba el bus que venía de Tel Aviv, incluía el paseo por la fábrica de sales minerales israelíes que en ningún momento lo tenía contemplado. El guía, un señor mayor, hablaba todo el rato. El bus en el que nos trasladábamos, con bocinas en cada asiento, hacia imposible aislarse del todo, a pesar de que llevaba mis audífonos, situación que desde el primer momento incomodó al guía porque se dio cuenta de mi poco interés por su narración. Los compañeros de viaje, a diferencia también del día anterior, pasaban de los cincuenta en promedio, era de las más jóvenes, junto con una pareja de mujeres polacas que me hicieron pensar en mis relaciones pasadas y en lo que no quiero para el futuro. Me vi perfecto en esa lógica de ser pareja-muegano que no habla con nadie. De por sí, nunca hablo con nadie estando sola, menos en un tour. Aunque en este viaje me esforcé un par de veces por traspasar esa otra barrera de mi introversión, pero luego pensaba, si ya de por sí es complicado estar aquí sola, para qué me esfuerzo más en hacer plática con esta gente que no comparte mi misma pretensión del viaje. Yo no vengo propiamente a admirar la historia de las religiones, sino a conocer la cultura actual donde se desarrolla el conflicto entre religiones. Al final, casi siempre me mantenía al  margen y escuchaba sin poner atención las barbaridades del guía, que decía cosas como: "los palestinos no quieren integrarse a la comunidad judía", justo cuando pasábamos junto al check point que está en la carretera, al salir de Jerusalén, para ir al Mar Muerto, y que da a la entrada de Ramallah. O, "los beduinos son pobres y les gusta vivir como pobres, como pueden observar en esas casuchas que están a la orilla de la autopista (sic), a pesar de que el gobierno israelí les ha ofrecido ayuda para trasladarlos a otra parte", también de camino al Mar Muerto. Con esos dos comentarios tuve suficiente para empezar a sentir malestar que se transformó en ataques de ansiedad, entre el ruido de su voz que ya me molestaba, y el tour que estaba planeado para comprar los productos israelíes, solo me quedaba distraerme y me hice compañera de viaje de un estadounidense de más de setenta años que tenía una empresa de seguridad y hacia negociaciones con el gobierno israelí. Lo acaban de operar de la rodilla y le costaba caminar. Luego entendí porqué en ese tour iba gente mayor.

I
Además del paisaje y la geografía de Medio Oriente, lo que tiene de gustoso el paseo es estar por abajo del nivel del mar. Llegado al punto 0, espera un guardián sentado a la sombra en lo que pudiera ser una glorieta sobre la carretera con una escultura al centro que indica la altura del nivel del mar. A partir de ahí, bajamos hasta los cerca de menos 400 metros, que es donde se encuentra el Mar Muerto (que en realidad no es un mar pero si se está muriendo).
Primero dejamos a las chicas que habían pagado el spa en el Mar Muerto. Cuatro ingleses se bajaron. Estuve a punto de hacer lo mismo, pensé que sería una forma de no padecer al guía el resto de las seis horas que me quedaban, pero me ganó el deber ser, como siempre, y continué el viaje.

II
Llegamos a la fábrica de cosméticos y sales minerales extraídas del Mar Muerto. El guía nos ofreció un vale de descuento, para ello había que ver la presentación. Afortunadamente llevaba rato con ganas de hacer del baño y en el momento en que la dependienta de la tienda, bastante mal humorada, nos obligaba a entrar en la sala para oír su explicación, como si se tratara de una organización piramidal, le dije al guía que tenía que hacer del baño y salí huyendo. Afuera estaba mi amigo Paul y nos pusimos a hablar de filosofía, desde ahí ya nos buscábamos a cada rato con la mirada cuando llegábamos a un lugar distinto.

III
Llagando a Masada, que es este complejo que se atribuyen los israelíes como antecedente de su cultura en esta zona, entendí porqué en el tour iba gente mayor. A Masada actualmente se puede subir andando o en teleférico. Obvio, nosotros subimos en teleférico. Fue lo único que agradecí de mi error al elegir esta compañía, con el clima, aunque nublado, caminar en subida al medio día hubiera acabado con mis nervios. Es curioso, y por lo mismo hay que desconfiar de ello, los israelíes todo el rato están buscando, aludiendo, expresando y justificando su pertenencia a dicho territorio en el Antiguo Testamento. Un argumento bastante endeble que resulta, a su vez, ser su Talón de Aquiles, por ello usan la fuerza y la dominación. Aquí el guía abusó de lo recreativo (otro Epcot Center) para mostrarnos lo brillante que fueron los ingenieros judíos de esa época, que en realidad eran romanos, cuando construyeron semejante maravilla. Lo escuchaba atónita y pensaba, este sujeto nunca ha estado en Mexico, si bien es cierto que la geografía y la vista del Mar Muerto, para mí resulta exuberante, lo cierto es que las pirámides son mucho más majestuosas que este montón de piedras (como diría mi papá) que enuncian el discurso del colonizador actual. Lo que ha hecho la naciente nacionalidad israelí (hablo en sentido administrativo, no religioso) es colonizar un territorio con ayuda de Occidente, una responsabilidad histórica compartida entre Europa, Estados Unidos y Medio Oriente, que les pasará factura tarde o temprano.

IV
El Mar Muerto es incómodo, es cierto que flotas, pero en realidad no te sostienes, tienes que ejercer algún tipo de resistencia. Si te entra el agua a los ojos, no te la acabas, es de un ardor impresionante, más vale cerrarlos y abrirlos varias veces hasta que dejen de arder. De hecho te arden todas las partes que segregan mucosa... Obvio la cara nunca la debes meter, y después de un rato, entre las nalgas, sientes una comezón, que me recordó el comercial del desparacitante. Y luego pensé, ojalá la sal del mar sirva también de desparacitante, no solo de exfoliante. Eso sí, sales con la piel suave, suave, suave. Lo malo viene después, compartir las pocas regaderas con las turistas. Me tocó un grupo de chinas, lo cual no me disgustó porque es otra estética y cuidado del cuerpo. No lo digo como voyeur, sino como morbosa.
Otro indicio para entender el conflicto está justo aquí, en el Mar Muerto, un territorio rico en minerales que está dividido entre Jordania e Israel. Jordania es el único país que reconoce el pasaporte palestino y es la única puerta de entrada y salida para quienes habitan las fronteras del territorio ocupado (Cisjordania).

V
Al fin de la tarde había quedado para cenar con unas chicas que había conocido el día anterior. Esa primera noche habíamos ido al único bar gay de Jerusalén, un tanto por casualidad, no porque supiéramos de su existencia. Y en esta ocasión les tocaba a ellas escoger otro bar. Ellas ya habían viajado por Jordania y Tel Aviv, pronto dejarían Israel. Como en chiste, éramos una inglesa-india, una argentina-europea y una mexicana-indígena. Salvo por la argentina, hubiéramos pasado por la clase-turista-del-excluido, y así se lo hicieron sentir a la inglesa con sus rasgos indios muy marcados en el restaurante donde cenamos. Ahí, por primera vez, empecé a sentir la discriminación israelí y el maltrato por los turistas que no son, como todos sabemos, los más ricos del mundo. Después de comer con un mal sabor de boca, a pesar de que la comida era buena, nos dirigimos a un bar. Error, bar de adolescentes que no tenía punto de comparación con el ambiente del de la noche anterior. Vacío, ruidoso, sucio. Una chica de camarera mal encarada. Nos trajo las bebidas de mala gana y decidimos terminarnos esa y salir huyendo. Al pagar no dejamos propina. Lo cierto es que no sabía que se tenía que dejar propina hasta ese día. Error. La camarera montó en furia y nos exigió su diez por ciento de propina. Nos decía que debíamos pagarle por su trabajo. Salimos del lugar y nos persiguió todavía un par de metros hasta que otro chico de otro bar la calmó. Ahí ya empecé a sospechar de la buena voluntad de la gente en Jerusalén.

Foto: Roxana Rodríguez


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