19.4.16

#296 Crónicas de viaje: Israel-Palestina

Día 6

I
Estaba como nueva. Había podido dormir cantidad de horas, las que no había dormido en los días anteriores. Tenía previsto hacer un tour para conocer Jaffa, después una comida con unos amigos de mi hermano que están viviendo ahí y un paseo por la playa en la tarde. Un café en la terraza y empecé a escribir las travesías del viaje. Llegaba la inspiración después del reposo. Escribí hasta poco antes de la once de la mañana que era cuando iniciaba el tour.

II
Compré un juego, aquí afortunadamente tiene mucha fruta, y descubrí el juego de granada, una delicia. Algunos días lo mezclaba con jugo de naranja, otros con toronja. Es mejor la primera combinación, la segunda es muy ácida. Me dirigí al punto de encuentro. La torre del reloj de Jaffa, de la cual obviamente nos contaron la historia. Aquí todo son historias inventadas o reinventadas, donde casi siempre los protagonistas principales por casualidad, terminan siendo judíos... El guía, un cuarentón ingles, bastante flemático. Nos caímos mal desde el principio. De hecho, a estas alturas del partido yo ya me caí un poco mal a mí misma. Había decidido hacer el performance de turista ignorante no politizada que se creía el cuento de todo. Además, a diferencia de la gente en Jerusalén que está muy pendiente de ti, acá te ignoran toda el tiempo, no solo con la mirada, también con el cuerpo, la gente es invasiva del espacio vital e irrespetuosa de tu dignidad, ya no digamos de tu propia cultura. No les interesa más que lo que sea judío, de preferencia europeo o estadounidense. Lo demás no existe.

III
Obviamente, desde el inicio del tour me desconecté. El guía en algún momento se dio cuenta y me dijo en su mal español, si no entiendes algo me puedes preguntar. Le contesté en mi perfecto español. Entiendo todo, gracias. Nos enseñó Jaffa, los recovecos, con los cuales seguramente no hubiera dado en un día. Algunos lugares hermosos. De hecho, si fuera una persona no politizada y critica del sistema (en general) diría que Jaffa es un gran lugar para conocer.
Cuando sacó el antiguo testamento y empezó a leer partes, no pude más. Ahí me concentré en el helado de chocolate que me estaba comiendo. Pensé en abortar la misión, pero todavía me queda tiempo para ir a la próxima cita, así que esperé a que concluyera el tour. En un momento me le acerqué, quizá solo por molestarlo, y le dije con mi perfecto inglés (o eso hubiera querido, falso, mi inglés es muy básico) que me recomendara algunos libros, que era investigadora y necesitaba comparar las posturas. Se enfadó un poco, me dio un par de nombres e hizo como si le urgiera contestar una llamada. Seguimos avanzando, se acercó a mí. Me dijo que había escuchado a Edward Said en Oxford, cuando era estudiante. No sé que dijo sobre la conferencia, y le contesté que había estado en Palestina. Nuevamente se incomodó y dejó de escucharme. Se acabó el tour. Pidió amablemente su propina.

IV
Había quedado a las dos para comer. Empezaba el shabat y la gente estaba como loca en la calle, comprando por aquí y por allá. Mucho tráfico por todos lados. Tenía que caminar a Tel Aviv, había visto que eran como cuarenta minutos, decidí hacerlo. Obviamente me perdí, terminé tomando un taxi que afortunadamente me llevó al destino. Esto es lo que tiene Tel Aviv, hay gente amable todavía, poca, pero hay. Me encontré con los amigos de mi hermano. Me dio un gusto enorme hablar con gente conocida y en español, llevaba toda la semana pensado en inglés. Hablamos de todo, la comida estaba buenísima. La cocina israelí tiene su punto de exótico, incluso para una mexicana. Ese día pidieron entre varios de los platillos algo como cuello de ternera a las especies. Buenísimo. Nos tomamos algunas cervezas y nos despedimos un par de horas después. Había sido muy ilustrador, me habían resuelto no solo dudas, sino que había podido confirmar algunas aseveraciones.

V

Regresé a Jaffa por el malecón. De un lado, la playa de los israelíes, que aunque no está estipulado, la misma distribución urbana así lo delimita. Por otro lado, llegando a Jaffa, los musulmanes. Me senté alrededor de una hora a observar a la gente pasar mientras se ponía el sol. Sentí paz. Me acordé de Derrida y su monolingüismo del otro, lo importante que es la lengua materna y el sentimiento de orfandad cuando te prohiben hablarla. El ocaso, un espectáculo, como en cualquier rincón del mundo. Compré algo para cenar en la terraza. Quería seguir escribiendo.

Foto: Roxana Rodríguez

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