Pude dormir poco. La habitación era cómoda pero Jerusalén es muy ruidoso, al rededor del hotel hay varías construcciones y edificios abandonados. Israel, en general, está todo el rato en construcción. Obviamente no es casualidad. El hotel estaba bien ubicado, una zona céntrica cercana a la Puerta de Jaffa, una de las entradas del cuadrante de los templos, y lo suficientemente alejado de la avenida (Jaffa porque desemboca en la puerta del mismo nombre) por la que circula el tranvía que normalmente está llena de gente local y turistas (cada vez más extranjeros se animan a hospedarse ahí, debido a la tensa-calma que existe en estos tiempos entre palestinos e israelíes, normalmente hacen el viaje a Jordania y de ahí cruzan la frontera para entrar a Jerusalén).
I
Busqué un sitio para desayunar donde pasara la gente y poder observar a los lugareños. Jerusalén es lo suficientemente urbano para ser una ciudad pequeña donde prevalecen las costumbres ortodoxas del recato, la no exhibición del cuerpo, sobre todo femenino, el honor a la familia sin importar el número de hijos que se tenga (mientras más mejor). Obvio mi presencia incomodaba a varias. Como en Nador, en varios momentos sentí esa exclusión-tolerante de ser la otra. Mujer-sola-soltera-cabello-corto-cano. Algo que no se ve por la calle de Jerusalén, salvo entre las muy jóvenes (menos de 25 años). El resto de las mujeres van cubiertas de cabeza a pies, ya sean árabes, judias, armenias, cristianas. La estética es diferente entre ellas, aún así es posible identificar los trazos culturales de dominación patriarcal sobre el cuerpo de la mujer. Incluso cuando hacen el servicio militar (otra forma de dominación patriarcal), dos años en que la estética femenina se masculiniza, las opciones de ocupar su cuerpo con otros discursos son pocas, por lo menos en Jerusalén, y pocas lo logran.
Con sorpresa observo que sus grandes instituciones controlan la moral y la estética: la religión (cualquiera de las tres religiones del libro que conviven en esta ciudad) y el ejército. Los y las niñas pasan de cumplir sus obligaciones sagradas a cumplir con sus obligaciones ciudadanas. Es decir, después de consagrarse con la pureza espiritual, entregan su cuerpo al mandato nacional. En la calle se pueden observar jóvenes (hombres y mujeres) en uniforme militar armados, una imagen completamente normalizada y asumida entre la sociedad. En Israel, tarde o temprano, todos son soldados, y es mejor que no tengas una enfermedad que te lo impida porque eso es incluso sinónimo de vergüenza familiar y nacional.
II
Camino a la puerta de Jaffa, lugar donde se dan cita los turistas, como yo, que han comprado un tour para conocer ese cuadrante dividido por religiones: judios, musulmanes, cristianos, católicos, armenios, ortodoxos y no ortodoxos. De todo. Espero a que se junte el grupo. La verdad es que el tour poco me importaba, era más un pretexto para conocer en poco tiempo los recovecos y, por lo menos, el tour de este día cumplió su cometido. Cuatro horas a paso veloz recorriendo los templos todavía amurallados en la vieja ciudad de Jerusalén (Iglesia de la Sagrada Sepultura, el Muro de las Lamentaciones y la Mezquita de Al-Aqsa), más la tumba del Rey David, que se encuentra en otro lado de la ciudad. Los tres primeros, impresionantes, no sólo por la carga histórica, también por la devoción de la gente ahí presente. El último, es bastante más hechizo y siempre dudo de los lugares que me recuerda al Epcot Center de mi infancia (parques temáticos, entiéndase la analogía).
II
Casi siempre me pasa que cuando llego a un sitio nuevo tardo en ubicarme, pero en este viaje el factor tiempo era importante pues solo estaría una semana, entonces decidí poner la mayor atención posible y con todos mis sentidos. Error. En estas ciudades te consume la violencia latente y muy a flor de piel. A los tres días ya había fundido mi cerebro y un poco el espíritu.
III
El guía nos lleva primero por la iglesia, estéticamente impecable, pero la verdad es que no me interesaba mucho y entendí poco de lo que nos iba exponiendo. Mi curiosidad estaba puesta en el conflicto judio-musulman o israelí-palestino. Caminamos por la Vía Dolorosa, visitamos algunas de sus puertas, la vía por donde supuestamente Jesús cargó la cruz, unas callejuelas que sirven a su vez de mercadillo para los turistas y que con mucha facilidad puedes perderte por lo laberíntico que resulta la disposición de los templos en esta zona. Apenas estaba por empezar lo bueno para mí. Después del descanso para el refrigerio, el guía nos encamina hacia la primera frontera interna que se debe cruzar para entrar al Muro de los Lamentaciones (o Muro Occidental). Israel es toda frontera dentro de frontera, la arquitectura, por lo menos en Jerusalén es así, incluso fuera del cuadrante de los templos.
Llegamos a uno de los puntos de revisión, por lo menos ubiqué dos para entrar y, como era lunes, cuando normalmente se celebra el Bar Mitzvah, había muchas personas en el templo, entre turistas y religiosos, aunque eso no parecía inmutar a los guardias. Primera sorpresa, aquí el uso de la fuerza prevalece entre todos. Los israelíes no conocen el respeto por el espacio ajeno ni mucho menos por la dignidad del otro y como todos han sido, son o serán soldados, porque los educan para la guerra, el conflicto no es de desigualdad económica (como en otros países), es por dominar al otro, por desterrarlo de su espacio vital si le estorba, incluso para llegar antes en la fila del bus. Y bajo esta consigna, alejada completamente de algún tipo de moral, lo israelíes llevan por mucho la ventaja con respecto a su contraparte, si fuera el caso de la única capa del conflicto, que no lo es.
El guía no se detiene sino hasta la otra frontera, la que se debe cruzar para entrar a la Mezquita. Y nos explica que para entrar a lo que los judíos llaman el Monte del Templo, se debe pasar otro control y solo está abierto en ciertas horas del día y puede ser que si la policía cree que es inseguro abrirlo entonces no podamos acceder a él. Es por ello que prefiere formarse mientras nosotros visitamos el Muro de las Lamentaciones. Hasta este punto, por más atención que ponía, no entendía nada. Me costaba seguir al grupo, pero sobre todo me costaba entender el conflicto de la seguridad-religión-muros. Como faltaban cuarenta minutos para que abrieran el acceso a la Mezquita, fui a pasear por el Muro, a dejar mis lamentos en la pared, una tradición que consiste en escribir algo que te aflige o que deseas o lo que quieras en un papel y meterlo entre la hendiduras de las rocas. El Muro está dividido, como todo en Israel, por un lado las mujeres, por otro los hombres. Después de hacer lo propio, dejar mi papel, que en algún momento lo incinerarán junto con el resto, regresé donde el grupo. Faltaban diez minutos para saber si podíamos entrar o no y ya la fila daba la vuelta a la esquina. Solo una hora se puede estar adentro una vez que se accede. Esta puerta de entrada no es la única, pero es por la que entran los judíos, los musulmanes usan otra. Todas están controladas por la policía israelí, aunque una vez adentro quien controla es la autoridad palestina. Primer eslabón perdido para entender algo del conflicto. Los conflictos de los últimos años que se han dado en Jerusalén tienen que ver con quién puede o no rezar en este espacio, donde confluyen las dos religiones mayoritarias, la judía y la musulmana. Los musulmanes se oponen a que los judíos usen ese espacio para su ritos y los judíos quieren expulsar a los musulmanes de ahí para construir un tercer templo. Quien a la fecha regula la convivencia entre religiones, por más absurdo que parezca, es el rey de Jordania, que se ha erigido como un tipo de mediador en el conflicto. Un mediador que a la fecha respetan los representantes de ambos lados.
IV
Una vez adentro de la Mezquita puede pasar de todo y es, de hecho, uno de los sitios más inseguros para estar mientras siga el conflicto entre judíos y musulmanes. En ambos casos hay provocaciones. Mientras estuvimos ahí entró un grupo de judíos ortodoxos que normalmente tiene que ir acompañado por la policía, y a su paso, las mujeres musulmanas les empiezan a gritar consignas. A su vez, los niños musulmanes usan la explanada del domo dorado para jugar futbol, situación que irrita a la autoridad judía. Mientras, la autoridad musulmana es quien se encarga de decir si la gente está en condiciones adecuadas para entrar debido a su vestimenta. Las mujeres no pueden enseñar casi nada de piel, y los hombres normalemnte no pueden entrar en bermudas, de ser así tiene que comprar una kufiya (la china que es barata, la palestina solo se encuentra en Cisjordania) que les amarran a la altura de la cadera y que simula un falda mal cortada. Si digo que la no-convivencia que se da en este espacio es surrealista, me quedo corta, es tétrica. Los templos están cerrados por lo que solo se pueden observar desde afuera.
Foto: Roxana Rodríguez
Llegamos a uno de los puntos de revisión, por lo menos ubiqué dos para entrar y, como era lunes, cuando normalmente se celebra el Bar Mitzvah, había muchas personas en el templo, entre turistas y religiosos, aunque eso no parecía inmutar a los guardias. Primera sorpresa, aquí el uso de la fuerza prevalece entre todos. Los israelíes no conocen el respeto por el espacio ajeno ni mucho menos por la dignidad del otro y como todos han sido, son o serán soldados, porque los educan para la guerra, el conflicto no es de desigualdad económica (como en otros países), es por dominar al otro, por desterrarlo de su espacio vital si le estorba, incluso para llegar antes en la fila del bus. Y bajo esta consigna, alejada completamente de algún tipo de moral, lo israelíes llevan por mucho la ventaja con respecto a su contraparte, si fuera el caso de la única capa del conflicto, que no lo es.
El guía no se detiene sino hasta la otra frontera, la que se debe cruzar para entrar a la Mezquita. Y nos explica que para entrar a lo que los judíos llaman el Monte del Templo, se debe pasar otro control y solo está abierto en ciertas horas del día y puede ser que si la policía cree que es inseguro abrirlo entonces no podamos acceder a él. Es por ello que prefiere formarse mientras nosotros visitamos el Muro de las Lamentaciones. Hasta este punto, por más atención que ponía, no entendía nada. Me costaba seguir al grupo, pero sobre todo me costaba entender el conflicto de la seguridad-religión-muros. Como faltaban cuarenta minutos para que abrieran el acceso a la Mezquita, fui a pasear por el Muro, a dejar mis lamentos en la pared, una tradición que consiste en escribir algo que te aflige o que deseas o lo que quieras en un papel y meterlo entre la hendiduras de las rocas. El Muro está dividido, como todo en Israel, por un lado las mujeres, por otro los hombres. Después de hacer lo propio, dejar mi papel, que en algún momento lo incinerarán junto con el resto, regresé donde el grupo. Faltaban diez minutos para saber si podíamos entrar o no y ya la fila daba la vuelta a la esquina. Solo una hora se puede estar adentro una vez que se accede. Esta puerta de entrada no es la única, pero es por la que entran los judíos, los musulmanes usan otra. Todas están controladas por la policía israelí, aunque una vez adentro quien controla es la autoridad palestina. Primer eslabón perdido para entender algo del conflicto. Los conflictos de los últimos años que se han dado en Jerusalén tienen que ver con quién puede o no rezar en este espacio, donde confluyen las dos religiones mayoritarias, la judía y la musulmana. Los musulmanes se oponen a que los judíos usen ese espacio para su ritos y los judíos quieren expulsar a los musulmanes de ahí para construir un tercer templo. Quien a la fecha regula la convivencia entre religiones, por más absurdo que parezca, es el rey de Jordania, que se ha erigido como un tipo de mediador en el conflicto. Un mediador que a la fecha respetan los representantes de ambos lados.
IV
Una vez adentro de la Mezquita puede pasar de todo y es, de hecho, uno de los sitios más inseguros para estar mientras siga el conflicto entre judíos y musulmanes. En ambos casos hay provocaciones. Mientras estuvimos ahí entró un grupo de judíos ortodoxos que normalmente tiene que ir acompañado por la policía, y a su paso, las mujeres musulmanas les empiezan a gritar consignas. A su vez, los niños musulmanes usan la explanada del domo dorado para jugar futbol, situación que irrita a la autoridad judía. Mientras, la autoridad musulmana es quien se encarga de decir si la gente está en condiciones adecuadas para entrar debido a su vestimenta. Las mujeres no pueden enseñar casi nada de piel, y los hombres normalemnte no pueden entrar en bermudas, de ser así tiene que comprar una kufiya (la china que es barata, la palestina solo se encuentra en Cisjordania) que les amarran a la altura de la cadera y que simula un falda mal cortada. Si digo que la no-convivencia que se da en este espacio es surrealista, me quedo corta, es tétrica. Los templos están cerrados por lo que solo se pueden observar desde afuera.
Foto: Roxana Rodríguez
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