Día 4
Por fin tocaba la salida hacia Palestina. Había dudado mucho en cómo hacer el viaje, si sola o acompañada. Los primeros días buscaba un posible candidato de acompañante, con poco éxito. No me animé a hacerlo sola hasta que la inglesa me dijo que ella y la argentina habían encontrado el tour "político" que incluía Ramallah, Betlehem y Jericho. Es decir, si el gobierno israelí está enterado que se hacen tours desde Jerusalén a Palestina y no ha hecho nada para evitarlo, entonces podía fácilmente tener una coartada para cuando me enfrentara de nuevo al famoso interrogatorio, previo a dejar el país, que normalmente dura tres horas, dicen los que ya han pasado por ahí. Esta aseveración, a su vez, me hizo dudar de todo el performance del interrogatorio en el aeropuerto: cómo puedes por un lado sugerir no ir a Palestina porque es peligroso, a su vez que permites que las agencias de viajes vendan los tours denominados "políticos"... Busqué en el internet y son varias las compañías que los ofrecen. Aún así, esa noche dormí mal, pensando si estaría segura, a pesar de que ya muchas personas con las que había tenido algún tipo de comunicación, y habían estado en Palestina, me habían dicho que no tendría problemas.
I
Al levantarme no tenía ni idea del recorrido. Busqué en internet qué hacer en Ramallah y lo primero que apareció fue la visita al museo-casa de Mahmud Darwish, poeta palestino, me pareció un pretexto perfecto, porque además de que he leído bastante de su obra, en algún momento de mis múltiples pretensiones de investigaciones, pensé en hacer un trabajo crítico de su poesía... Así que rápido me bañé, comí algo en el camino y me dirigí a la estación de autobuses, que está en la puerta de Damasco. Ahí hay dos estaciones, la primera es la "oficial", la que te lleva a los territorios ocupados o controlados por el gobierno de Israel, incluido Bethlehem, la segunda es la que te lleva al resto de Cisjordania, incluido Ramallah. Dar con ella es un tanto complicado porque al momento en que preguntas a alguien por la calle te expones a que te ven con mala cara.
La van es la número 19 y el costo es bastante económico. Como el pesero, en México, el chofer espera a que se medio llene para iniciar el recorrido. Salimos y es difícil entender que la distribución de las vías está hecha de tal forma que las que te llevan a Cisjordania quedan replegadas y al margen de las que se ven cuando viajas por territorio israelí (esto se puede apreciar incluso en el google maps una vez que entiendes el detalle).
Pronto llegamos a la frontera, ningún control fronterizo, situación que me sorprendió porque pensé que en algún momento nos pararían para pedirnos los papeles. Luego pensé que era lo mismo al cruzar de El Paso a Juárez. Es decir, cuando vas de regreso a México realmente no importa quién entre al país, lo realmente significativo es quien entre a Estados Unidos, o, en este caso, a Israel. Pasamos un laberinto amurallado, grafiteado del lado palestino, y en breve nos encontramos en la estación de buses de Ramallah. No me sorprendió, al conocer previamente Nador, me la había imaginado bastante similar. Lo que me sorprendió fue lo que dije antes, esta cercanía que existe entra uno y otro sitio divido por un muro. Esta cercanía cultural que fue atravesada por la ocupación del territorio.
Era temprano y la estética de la ciudad no me llamaba mucho la atención. No había programado entrevistas con ninguna organización, así que no tenía ganas de deambular por ahí. Tomé un taxi que me llevó al museo de Darwish y me sorprendió bastante. Un estructura en la punta de un cerro en tonos terracota edificada en peldaños. La bandera palestina izada en la explanada. Me emocioné. Subí y entré al museo. Una sola habitación, algunas imágenes, artículos personales, premios, constancias, libros traducidos, una pantalla que transmitía un video. Eso era todo. Me quedé un rato contemplando, tomé algunas fotografía, entré a la tienda de souvenir, compré un libro de poesía con ilustraciones, firmé el libro de invitados y salí.
Una visita rápida, no por ello menos significativa. En tan poco tiempo es complicado externalizar lo que implica estar en estos territorios en todos los niveles, no solo pensando en lo profesional, en el júbilo que para mí implica la esencia de esta frontera, sino también en el plano personal. En los riesgos que asumo tomar por saciar esa sed de conocimiento. Y como eso se traduce en un estado de bienestar, de confort, de autocomplacencia, de libertad. Tomé un par de fotos más, y salí del sitio. Busqué otro taxi que me llevara nuevamente a la estación de buses para ir a Bethlehem. Empezaba a tener hambre y poco humor, así que le pregunté al taxista si me podía llevar él. Me dijo que sí, negociamos el costo del viaje y nos encaminamos.
II
Una vez puestos, me ofreció uno de sus chicles, esta vez no dudé en aceptarlo, ya entendí que es un gesto de cortesía. Le iba explicando lo que quería hacer y entendió a la perfección sin decirnos mucho. Cuando me veía tomar fotos o video disminuía la velocidad. Cuando le preguntaba por tal o cual construcción me explicaba en pocas palabras. Cuando afirmaba una obviedad solo asentía. Alrededor de hora y media duró el trayecto desde el museo hasta el centro de Bethlehem. Le pregunté qué significaba para él la ocupación. Me dijo que no le interesaba (mentía) que él solo se dedicaba a trabajar y a estar con su familia. Después de un rato, me confesó que había nacido en algún lugar de lo que ahora es Israel, que tenía pasaporte palestino, pero que en realidad ese pasaporte no servía para mucho. Que solo podía ir a Jordania con él pero que tampoco le interesaba salir de Ramallah, ahí estaba su familia nuclear, la otra, algunos, se habían quedado en Israel. El recorrido fue ilustrador y él me iba mencionando los puntos álgidos, como el check point que existe cuando sales de Ramallah para tomar hacia Bethlehem. Pregunté por qué estaba ahí el ejercito israelí y contestó que ellos se encargan de controlar ese paso porque Ramallah funciona como la capital de la Autoridad Nacional Palestina, aunque el control lo tiene Israel. El tema es bastante complejo y no solo es necesario deconstruir las capas culturales, sino también las capas de las negociaciones políticas. Al final, tantas capas hacen que el conflicto se vuelva incomprensible, lo cual, sin duda, favorece a quienes tienen el mayor armamento y la capacidad militar.
III
Llegamos a Bethlehem. El chofer preguntó a otro taxista cuánto me cobraba por llevarme al check point de regreso a Jerusalén y nos despedimos. Comí algo en una de las terrazas de la plaza principal y hacía tiempo porque había empezado a llover. No me quería mojar y tampoco sabía bien a bien qué hacer. Si ir a la iglesia, lo cual me llamaba poco la atención, o conseguir un taxista que me llevara a la zona del muro a ver los grafitis de #Bansky, que ahora también son parte del servicio de visitas guiadas que ofrecen las compañías a los turistas, no solo para que los observes, sino para que también hagas tus propios dibujos. Cuando me lo contaron me pareció absurdo, pero a estas alturas del viaje ya todo me parecía una sin razón de unos cuantos que se empecinan en controlar el territorio.
Decidí subir por la calle de las tiendas de souvenir, igual me encontraba con algún regalo para llevar a mi familia, pero en el camino fui interceptada por un señor mayor que me ofrecía imanes con imágenes de la virgen (de esos recuerdos para el refrigerador). Ya me habían advertido de los vendedores de la calle y su insistencia. Le dije que no varias veces y para escabullirme me metí en una iglesia pequeña, el espacio que supuestamente utilizó la virgen María para amamantar a Jesús (imagen que se expone en una de las esquinas). Un lugar fresco, como cueva y vació. Me alegré de estar ahí, necesitaba un poco de silencio.
Al salir el señor seguía ahí. Me insistía en que le comprara, me contó sus penurias. Volví a negarme varias veces hasta que me ofreció el servicio de taxi o de guía por la iglesia. Detuve la camita y giré para negociar con él: no me interesa la iglesia, quiero ir a la frontera. Podemos hacer un recorrido rápido por aquí y luego la llevo a donde quiera, me contestó. Acepté gustosa. Mi segundo taxista en el día que me había encontrado en el camino de mi investigación. Mohamed me metió a la iglesia de la Natividad, resguardada por la policía árabe, y como nos es católico pues pasaba de los turistas y en realidad no me explicaba nada, solo me mostraba cosas que él suponía importantes para los católicos o para la geografía política del momento. Al salir me llevó a la mezquita que estaba enfrente. Primera vez que entraba a una mezquita. Me enseñó el piso donde rezan los hombres, al de mujeres ni nos asomamos. Me explicó el funcionamiento del rito y al final me sugirió leer el Corán. Asentí simplemente. Después me llevó a la "fábrica" de los souvenirs. Un 30 por ciento más barato le va a salir todo... Error. Si te dejas embaucar por un árabe pierdes. Son tan astutos para dorarte la píldora que al final terminé pagando una fortuna por un puñado de regalos nada ostentosos.
Al salir de ahí nos subimos a su auto. Un renult blanco de los años setenta. Había sido profesor de historia y geografía. Actuaba como tal. Me dio lecciones todo el camino. Explicaba con pasión cada rincón de la frontera y había encontrado en los grafitis de #Bansky un refugio a su frustración. Interpretó cada uno y desde la enunciación de la resistencia sentía orgullo de su lucha, de su pueblo. Estaba encantada con el recorrido. Visitamos no solo el muro, me explicó cómo el ejercito va aislando casas, ocupando territorio, me llevó de un lado al otro de la montaña, me enseñó los nuevos territorios ocupados, que están de frente a Bethlehem y que son ahora destinos turísticos. Para que los extranjeros ya no se queden de este lado, sino del otro, los israelíes construyeron tiendas y restaurantes, también hoteles. Nos quitan lo poco que tenemos de ingresos y allá todo es más caro.
Me explicó lo de los impuestos, del bloqueo, del control del agua. Depende al cien por ciento de la economía de Israel, otro tanto del mercado negro que entra por Jordania. Las pocas fábricas de material de construcción que existían las demolió el ejercito israelí y la economía es de autoservicio, agricultura, algo de ganadería, trabajo de la madera del olivo (que es con lo que hacen mucho del tallado de los souvenirs) y no mucho más. También me llevó a los campos de refugiados. Campos que han dejado de serlo, ahora son pequeñas ciudades perdidas al interior de la propia ciudad.
En los años noventa del siglo pasado, en los campos se podían observar las casa de campaña, después empezaron a construir cuartos pequeños por familia, pero al crecer las familias, los cuartos se hicieron casas. No solo se reprodujo la población en poco tiempo, también las ciudades fueron creciendo sin contar con una planeación o desarrollo urbano. Estos campos, uno de ellos da al cementerio árabe, son como las favelas, si entras seguro no sabrás como salir sin la asistencia de algún lugareño. Me llevó a dos, el Ayda Refugee Camp, cerca a la Tumba de Raquel. Otro eslabón perdido en el conflicto porque es un lugar sagrado de los musulmanes que los israelíes ya tienen bardeado y amurallado. El otro campo al que me llevó se llama Al Azza, y existe un tercero, si no mal recuerdo que ya no conocimos.
Me contó de su familia, de la enfermedad de su esposa, de sus hijos que están en la cárcel, uno en Gaza, otro en Israel, de sus diez nietos. Al terminar me dejó en la parada del bus 231, el que va a Jerusalén.
IV
En la parada, mientras esperaba a que saliera el bus, sentí por primera vez un gran temor. Decenas de autos llenos de jóvenes con banderas palestinas empezaron a circular en sentido contrario tocando las bocinas. Paraban el tráfico y gritaban consignas. Me quedé paralizada. Pensé que si se les ocurría iniciar algo ahí no tendría forma de correr a ningún lado. La gente del bus tampoco sabía que hacer, pero estaban menos asustados que yo, parece que es una imagen cotidiana. Una imagen potente de la juventud que está dispuesta a luchar. Me acordé de las últimas marchas en México, de los estudiantes desaparecidos, de la frustración que sentimos muchos con la injusticia y la voracidad del capitalismo. Incluso me alegré de verles, ya cuando se había ido. La lucha sigue, aunque dudo que sean ellos los que salgan adelante si sus aliados no se suman para defenderlos. El chofer, que se había bajado para ver desde la altura de calle a los jóvenes, arrancó el bus y regresamos a Jerusalén. Desde la altura vi nuevamente el muro serpenteante que se empezaba a esconder, a trasformar, a confundir con la arquitectura de Jerusalén. Llegamos al cruce fronterizo, más moderno que el de Ramallah, unas diez casetas de vigilancia sobre la autopista, donde los militares se encargan de controlar el pase fronterizo, más parecido a la garita de San Isidro, en Tijuana.
El chofer paró en un costado y la gente empezó a bajar. No sabía si bajar también, hice el intento de moverme y el chofer con la mano me indicó que me sentara. Obedecí. Sólo nos quedamos la anciana que venía en el asiento de frente y yo. Los demás hicieron una fila de frente a dos jóvenes soldados. Uno de ellos se subió al bus, echó una mirada rápida. Me vio, no sabía si verlo a los ojos o no, pero como no me acostumbro a no hacerlo, le devolví la mirada. Afortunadamente llevaba lentes oscuros puestos de otra forma hubiera visto mi cara de congojo y cansancio que ya tenía a esa hora del día. Un interrogatorio en ese momento no estoy muy segura que lo hubiera soportado. Dudó y me pidió el pasaporte, se lo ofrecí, vio el país de procedencia y se bajó del bus. Dí las gracias por ser mexicana-mujer-sola-soltera-cabello-corto-cano. Agradecí a todos mis ancestros indígenas por haber diseñado el calendario solar que es el símbolo de nuestro pasaporte. Los demás fueron subiendo uno por uno después de enseñar el permiso de trabajo. Una vez arriba todos volvimos a la autopista y de un momento a otro ya estábamos en Jerusalén, el nombre de las calles ya no estaba en árabe sino en hebreo.
Muro: Israel-Palestina en Jerusalén / Foto: Roxana Rdoríguez
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