11.3.08

Me declaro voyeurista

Para Mayra, Juan, Felipe y Beto por enseñarme su Juárez.

Una ciudad no se conoce si no te asomas a escudriñarla de noche: el momento idóneo para entregarte a la morbidez humana y a los placeres lacerantes de la pobreza ajena. Un espectáculo meramente voyeurista de quien, con mirada ajena, irrumpe el devenir de los cholos, las maquiladoras, las prostituas, los franeleros y demás seres que a diario acuden a la dionisíaca fiesta de Avenida Juárez. Un lugar de paso para los que van y vienen a diario de uno a otro lado; un lugar de descanso para los que se instalan en una de las tantas barras a platicar con una lady que animosa les sirve trago tras trago mientras aparenta escuchar las mismas aventuras que otros cientos de deportados le han contado.

La Avenida Juárez encarna desde el medio día cualquier infierno representado en la literatura, salvo que en éste no importa si se está de por vida o, simplemente, de paso; de igual forma te regodeas en el fuego de la desesperanza externa o te consumes en el propio desasosiego. Nada que una cerveza fría y el cantante mal entonado de "Don Beto" pueda mitigar, pues mientras la música suene, los cuerpos calientes de los danzantes descansan en el brazo de quien los envuelve en un pasito duranguense.

El recorrido es exhaustivo y sería una necedad intentar allanar cada uno de los antros que existen en la Juárez, porque después de esta aventura el ánimo queda reducido, pero las imágenes permanecen en la memoria y sólo encuentran su cauce en las palabras que representan lo que se puede ver en Juárez, nada que la ficción no haya intentado reproducir, pero que nunca será suficiente para transmitir una serie de binomios emocionales que se llegan a experimentar cuando te encuentras en limbo, en la frontera que divide la cotidianidad de la morbidez humana. Una frontera efímera e inquebrantable porque sólo existe en cada uno de los que con morbo nos adentramos en este recorrido para, desde el anonimato, liberar nuestras fantasías más perversas.

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