El miércoles, en el tradicional 2x1, que aplica en la Cineteca Nacional, fuimos a ver la más reciente película de Christopher Nolan: Oppenheimer, el científico que inventó la bomba atómica, bajo encargo del gobierno estadounidense, y mató a cientos de miles de personas en Japón.
La reflexión-discusión ética alrededor de esta invención es y sigue siendo indispensable porque no solo le corresponde a este acto atroz en la historia de la humanidad, sino también a los inventos que están por venir, entre ellos, uno que nos da mucho dolor de cabeza últimamente, la inteligencia artificial y uno más complejo todavía de comprender: el diseño genético.
Dos son los argumentos centrales de la defensa ética de Oppenheimer, como científico, y son muy sencillos: si no lo inventamos nosotros lo van a hacer otros (rusos, alemanes o japoneses) y conociendo las consecuencias devastadoras de la bomba no habrá otra guerra con estas características. En realidad los dos argumentos son válidos para la época que les estaba tocando vivir, no para la nuestra. Eso no ha impedido que se sigan probando bombas de todo tipo en diferentes continentes (con el pensamiento banal del "por si las dudas).
La película tiene varias capas: la vida de Oppenheimer, la geopolítica de la guerra fría, el invento en sí mismo de la bomba y la relación entre colegas (la más relevante es la relación Oppenheimer-Einstein que además es de un solo diálogo). Ninguna de esas capas realmente es suficiente para sostener, mucho menos para aprobar, la invención de la bomba atómica. Sabemos que la ciencia, lo vimos durante la pandemia de covid-19, responde a los intereses gubernamentales y económicos de las empresas, sean farmacéuticas o, en este caso, armamentistas.
Lo único que me interesa comentar de la película, no es la única que recurre a ese recurso cinematográfico, es el interés de Nolan de evidenciar el fluir de la conciencia de Oppenheimer (como en la serie Gambito de Dama), de ahí que los efectos audiovisuales (que en la Cineteca no se aprecian porque tienen muy descuidadas las salas), su símil en la literatura son las figuras retóricas, sean indispensables para que las diferentes capas de la película sitúan al espectador dentro y fuera de la mente del científico.
Eso me lleva a pensar o a concluir lo siguiente: sí o sí es imposible seguir inventando cosas que no consideren los ecosistemas de los seres vivos-no-vivos y a las mentes geniales se las consume el antropoceno a pesar de poder observar, adentrarse y recrear las más profundas imágenes de lo que es el ser-vida (la Gaia). La pregunta que me queda pendiente por resolver es si se puede inventar en "beneficio del ser humano" sin destruir la propia humanidad del ser humano.
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