19.4.25

Dejar de ver

Hoy me caché

que había dejado de ver

mientras nadaba 

En cada respiración

al sacar la cabeza

para tomar aire

cerraba los ojos

Desconozco si para evitar la luz del sol

o a la gente que antes era cercana

Clavar la mirada en el fondo de la alberca

como una tortuga que se esconde en su caparazón

resultaba más placentero 

más seguro

que ver por encima de la superficie

Perdí el sentido de la navegación

ese que tanto disfrutaba en cada brazada

Perdí el ritmo, la cadencia, el disfrute

por dejar de ver al ras del pasto 

que crece fuera de la alberca

Hoy me caché

que había dejado de ver

mientras nadaba

No sé en qué momento pasó

solo pensé que si quería volver a nadar

en mar abierto debía abrir

nuevamente los ojos

y encontrar el rumbo







Vuelta de campana

La cruz o la T

según cada quien

indica que debes dejar de respirar

tomar la distancia adecuada

hacer la maroma

girar sobre tu propio eje

mientras desde el abdomen

avientas las piernas contra la pared

Tener la pericia necesaria

para no pasarte ni quedarte corta

esperar a que las puntas de los pies

encuentren la pared 

y hacer el amortiguamiento con los talones

las rodillas

la cadera

Expulsar el cuerpo

salir nadando en flecha

sobre la línea que queda entre la superficie

y el agua

una línea imaginaria entre flotar 

o sumergirte

Soltar poco a poco el aire por la boca

hasta sentir la urgencia

de salir a respirar

Una muerte pequeña

es cada vuelta de campana

donde el mundo gira

y tú con él

como la vida misma




11.4.25

Las oscuridades que tocas durante la vida

Decidí volver a ser estudiante por unos meses y me inscribí en un seminario sobre ateologías. Cada semana debemos enviar notas de la sesión en cuestión que iré subiendo en el blog.

Primera sesión

Con la instrucción de escuchar la canción “You Want it Darker” para la primera sesión del seminario escogí a bote pronto el remix electrónico de Solomun. El remix inmediatamente me redirigió a cuando de madrugada, después de una noche de fiesta con mi hermano menor, regresábamos a la casa familiar. La oscuridad del antro donde nos hicimos cómplices de la fiesta gay durante los años noventa del siglo pasado contrastaba con las luces del amanecer y la música vibrante que nos dejaba sordos cuando prendían las luces del lugar, una vez que la fiesta terminaba. Salíamos borrachos, extenuados y extasiados de bailar sin parar, de cantar, gritar y tratar de ligar a alguien, daba igual, era de noche y todo se valía. 

Después de la primera sesión escuché la versión de la canción original. La interpretación de esta contrastaba con la dicha del recuerdo. Un canto solemne de esos a los que Leonard Cohen nos tiene acostumbradas, una voz rasposa, penetrante, una cadencia con pocas licencias y muchas texturas. La alegría del primer momento se esfumó en un segundo y me remitió a una segunda oscuridad, la de su muerte. La oscuridad del agujero negro en que se convierte la propia existencia durante el tiempo que tardas en intentar sanar del trauma (algo que creo nunca se logra), mientras haces eso que Derrida llama el trabajo de duelo. 

Durante la sesión me resultaba difícil organizar ambos sentimientos, el de una gran dicha y el de una gran tristeza. Escuchaba la interpretación de la canción y trataba de entrelazar ambos momentos, tocar ambas oscuridades mediante la mediación de una lectura completamente ajena a lo que estaba sintiendo. “Hineni hineni / I’m ready, my Lord”. Pensaba en mi hermano a quien la muerte lo sorprendió de manera violenta y pensaba en lo que he sentido los últimos seis años. Castigo, sufrimiento, aceptación no son propiamente las categorías con las que me he querido identificar estos años, pero sin duda las he transitado constantemente.

Una oración me hizo sentido mientras la sesión transcurría: el espíritu capturado por Dios se da en la oscuridad. Momento en el que pierdes el control. Tocar la oscuridad muchas veces en la vida, acostumbrarte a ella, es quizá la posibilidad de saber que estás viva, aunque alguien más ya está muerto.