10.5.16

#303

Varias veces me han preguntado porqué estudio las fronteras. Creo que ya he hecho mención a ello en alguna entrada anterior. Cada vez he contestado algo distinto. Que si mi hermana vive en California, que si somos una familia de migrantes, que si mis fronteras de la psique, que si... Las últimas veces, dado que ninguna me convencía, terminé aceptando que no tenía idea. Me gustan y disfruto las ciudades fronterizas, la convivencia que se da alrededor de éstas y, a nivel estético, la transgresión y apropiación de los muros que dividen dos paises, me resultan acciones sublimes de resistencia. Mi interlocutora no se quedó satisfecha con la respuesta, pero tampoco importó mucho. Estaba decidida a no seguir inventándome historias si no estaba convencida de la genealogía de mis intereses investigativos. No volví sobre el tema hasta hace unos días, cuando platicaba con una amiga francesa sobre la presencia de Chanel en Cuba, la pasarela que organizaron como una forma sutil de abanderamiento captilista, y su comparación con Rusia. Es decir, en la antigua URSS el capitalismo entró con McDonald's, en Cuba con Chanel. Lo mismo que en México, le dije. Me observó incrédula y me preguntó "cómo en México". Pues así, nosotros fuimos una economía cerrada de fronteras hasta mediados o finales de los años ochenta (economía mixta). No lo creía. Y yo no me acordaba. Le conté que hasta los doce o quince años toda mi ropa y todo lo que consumíamos era #hechoenmexico (usaba ropa de Suburbia y tenis Panam). Incluso teníamos nuestra propia marca de hamburguesas mexicanas, Burguer Boy.  La fayuca, nombre que le dábamos a los artículos gringos que se compraban en el mercado negro, se encontraban en Tepito. Reebok, Nike, etcétera, son marcas que nunca usé de niña ni tampoco sabía que existían. Con los viajes al extranjero me fui dando cuenta que había otro mundo fuera de nuestras fronteras, uno que disfrutaba igualmente pero que me era muy lejano hasta que me acostumbré a no compararlos. Con forme le iba platicando sentí nostalgia. Realmente disfruté la época de fronteras cerradas durante mi infancia y parte de mi adolescencia. Me gustaba saber que podía tener lo otro como una prohibición porque cada visita a Tepito se convertía en una aventura épica. Casi siempre íbamos en bola (la pandilla de la cuadra) para salir bien librados del "barrio bajo", pues corríamos el riesgo que nos robaran los ahorros de meses que llevábamos bajo el calzón para poder comprar unos tenis o una sudadera de "marca". Todo aquello se terminó con la entrada de McDonald's, la pandilla, las aventuras. Entró el capitalismo, se acabó la infancia y cumplí quince años. Era 1989 y estaba enamorada (de un chico y una chica al mismo tiempo). Solo quería dos cosas de regalo, ir a McDonald's vestida como las cantantes de moda e ir al concierto de Flans a conocer a mi alma gemela. Sigo en búsqueda de la última, no así de la genealogía de mi gusto por las fronteras. 

9.5.16

#302

La recta final de este proyecto sabático se ha complicado. Escribir cada día como manda durante 365 días seguidos es una prueba no superada. Está por terminar, ahora sí, mi año sabático y seguramente este proyecto quede inconcluso. Muchas distracciones. Mucha información en el ambiente. Mucho por hacer, por leer, por escribir. Facere es una palabra que resume esta época. El que no hace no existe. El que no es visible tampoco existe. Hay que estar todo el tiempo en el aparador y eso cansa. He de decir que yo estoy cansada de hacer, quizá por eso ahora duermo tanto y tan plácidamente. He hecho mucho en pocos años, no sé si bien hecho o no, pero hay constancia de ello. Y mucho de lo que hecho no lo recuerdo. Cuando vives pensando en hacer para el futuro no queda constancia de ello en el presente. Por lo tanto, tampoco queda constancia de ello en el recuerdo. Afortunadamente lo que mejor hago es escribir y de eso sí que he dejado un rastro (o muchos). ¿Que sería de mí sin este extraño placer que me da la escritura? (Me lo puedo imaginar). La escritura me salvó de hacer por hacer. La escritura es un hacer del recuerdo consciente la reflexión futura y no a la inversa. Quizá no logre llegar a los 365 días en tiempo y forma mas habré recuperado mi memoria.

5.5.16

#301

He aprendido a vivir con la ansiedad, una intrusa afable que cada tanto me asfixia y hace desvanecer. O por lo menos eso quisiera mi mente. Los cinco, diez minutos, que dura un espasmo ansioso, se viven como una eternidad de angustia, de muerte. Muertes pequeñas en la sinapsis de las neuronas que al momento de la apnea, instinto natural de sobrevivencia, por lo menos en la cultura occidental, dejan de irrigar sangre al cerebro. Azúcar pide a gritos el cuerpo por la descompensación producida de sensaciones del miedo. Pienso en la biopolítica de Foucault, la autoinmunidad de Derrida y la vulnerabilidad de Butler... Sin tan solo esa intrusa espasmódica llamada ansiedad me llevara de la mano para traducir en conceptos el juego y el desplazamiento de la atemorizante falacia de la seguridad (nacional, humana, psíquica, física) al tan deseado y reprimido ridículo (figurativo, propio y ajeno). He luchado tantos años con la ansiedad que ahora puedo enunciarla como una amiga-enemiga del devenir presente. Conozco tan bien el síntoma que puedo adelantarme a ella y esperar el momento en que el cuerpo temblará de frío, la boca se hará pastosa, el estómago pequeño, las manos sudorosas y la cabeza pesada. Una vez ahí, respirar aunque los pulmones se cierren. Pensar en las alternativas de sobrevivencia: correr al refugio del hogar, tomar azúcar, desvanecerse, respirar hasta que ceda la mente. Nunca pedir ayuda. La gente que no ha vivido un espasmo ansioso difícilmente sabe cómo reaccionar. Después viene el letargo, las neuronas se agitaron, es tiempo de ceder al ridículo de los deseos sin pedir permiso y sin pedir perdón. La ansiedad mi intrusa-amiga-enemiga seguirá ahí hasta que decida evidenciar mi vulnerabilidad sin temor a la autoinmunidad. Donde lo inmune ha sido lo consciente, paradójicamente lo autoinmune puede ser lo resilente.

28.4.16

#300

Tres apuntes sobre la generosidad:

1. Dos cosas me sorprenden de la respuesta de la gente cuando alguien es generoso: o desconfían y se vuelven agresivos, o intentan ningunearte y se vuelven agresivos.

2. La generosidad es un estado ontológico social que se ha desprendido de su yoicidad (entiéndase exceso de ego) no así de sus pasiones ni mucho menos de sus deseos. 

3. La generosidad es a la hospitalidad lo mismo que la inteligencia a la sabiduría... Por lo tanto, se comente un error al pensar que la generosidad es asitencialismo y que la inteligencia es erudición.



#299

El regreso a Barcelona fue más duro de lo que pensaba. El viaje a Israel-Palestina dejó una huella traumática que todavía no se bien a bien cómo se presentará en su próxima manifestación, quizá ansiedad en un avión, quizá solo dormida, como sucedió hace días que de un sobresalto desperté, no lo sé... lo único cierto es que esa huella se vincula con un gran temor. No es causalidad que la últimas semanas haya aflorado mi hipocondría cuando tenía meses de sentirme completamente sana. El viaje develó una huella clavada en el espíritu que el corazón no ha sabido digerir. Paradójicamente esa huella libero otras en efecto dominó. Llevo días sintiéndome otra. Otra que se puede ver a sí misma sin juzgarse, sin exigirse, sin regañarse. Otra que encuentra en la sutileza de los gestos la sabiduría. Otra que encuentra la mejor forma de enojarse riéndose del mundo y de sí misma. He cambiado. El viaje me ha cambiado. No el viaje de una semana, aunque estoy convencida que la ida a Israel-Palestina no la hubiera podido realizar sin la fuerza y la confianza que me han dado los años. Lo más placentero de estar viva es ser una misma, repito con sorpresa. Antes de ayer, por ejemplo, me grabaron presentado avances de mi investigación. Y al verme en la grabación conecté con los demonios que mi mente se ha narrado durante, por lo menos, las últimas dos décadas. Es decir, al dejar la adolescencia me convencí que era ruda (así tenía que ser por ser lesbiana), que era parca y poco interesante, ya no digamos divertida (así tenía que ser por ser la tercera hija de cuatro), que mis facciones indígenas eran burdas (así tenía que ser porque lo dicta el canon eurocéntrico)... Y puedo seguir con la lista que hice de mis propios defectos, que si la gordura, la celulitis, las chichis, las nalgas, los muslos...todo grande, obvio. En el espejo de la represión no cabe el ridículo. Y pienso en Derrida, y en la autoinmunidad, cuando la violencia ha cedido a sus propias fronteras no queda más que el respiro, la libertad, la resilencia. La autoinmunidad no destruye, cambia, transforma. El triple suicidio metafórico puede postergarse al infinito. O puede transformar el tanatos en eros. Dejando a un lado el halo metafísico, que está presente sin duda, la transformación hacia la vulnerabilidad es una elección de vida y es una práctica cotidiana. Las huellas traumáticas se difuminan y se aprende a vivir con ellas desde la generosidad con una misma.