22.1.16

#229

Voy de retraso... Retraso de la escritura. La regla casi siempre llega a su tiempo, aunque este mes se adelantó. Quiero pensar que fue por tanto cambio: de casa, de país, de trabajo, de actividad física (dígase ejercicio)... De estado civil no, ese lo mantengo desde hace un año y poco más. El retraso se debe a mi voracidad, quiero hacer todo: leer, escribir, escuchar, conocer gente, ver series... Aquí te da tiempo de eso y más. Así es cuando migras, te reinventas la rutina. Todavía no entiendo porqué pues en México no saldría de mi casa ni iría al museo ni vería un documental, no iría a una conferencia. Todo el mismo día, y, con tiempo de sobrar para pasarme por casa para leer a Auden (hace años que no leo poesía). Así es migrar. Buscarse la vida. Inventarse los días. Aprender a escuchar los fantasmas y a vivir con los demonios. Un aprendizaje constante. Voy de retraso porque al final del día puede más el cansancio que la necesidad de escribir. El tiempo de la escritura al migrar es asincrónico. Como también el deseo de estar en casa. Cuando me asalta la angustia, escribo. Cuando se apacigua la nostalgia, estoy. Voy de retraso, pero tampoco hay prisa.

21.1.16

#228

Lo más cerca que he estado últimamente de una relación es en mis clases de yoga. De vez en vez me tocan, respiran a mi lado, caminan cerca... Sudo. Hiperventilo. Nos despedimos... No les tengo que decir que prefiero dormir sola... Quién iba a decir que a cierta edad disfruto la yoga por la tarde. 

#227

Aparecí en la biblioteca. Busqué la más cercana a mi casa y encontré un lugar hermoso: Biblioteca Publica Episcopal del Seminari Conciliar de Barcelona. Que, entre otras, hospeda a la Facultad de Filosofía de Cataluña. Un edificio del siglo XIX, de techos muy altos, puertas de madera, patios centrales de los que se asoman las palmeras al voltear por los grandes ventanales que iluminan la biblioteca. Silencio en cuanto entras. Silencio fetichista de quienes quieren terminar algo, una idea, un texto, un ejerció de traducción. A diferencia de los cafés de autoservicio que funcionan como despacho u oficina hipster, en la biblioteca, que no ha dejado de estar de moda, hay calma. Tomé el asiento vacío, de frente al gran ventanal y con los libros de filosofía a la espalda. En realidad no iba a consultar nada, solo quería un lugar cómodo y caliente para estar, estar conmigo, estar con Derrida.

17.1.16

#226

Antojos. Ahora como por antojo. Una dieta balanceada, si se quiere ver de esa forma. Y una variedad de tipos de comida. Mi favorita, quizá por la cercanía al gusto, es la árabe. De vez en vez me paso por el raval a comerme un durum o un falafel. Luego están las croquetas. Esas las encuentras por cualquier lado y es difícil que a alguien no le queden bien. Aunque yo no las haría nunca. Está el bar de la esquina de mi casa. Un bar de barrio. De esos que prefiero. Los lugares fancy solo son para hacer relaciones, ligar gente, pasar el rato. Casi siempre la comida es mala en calidad, poca en cantidad y cara. Por eso es mejor llegar comida y solo beber. Ayer por la noche estuvimos en uno de esos. Restaurante de modernos barceloneses que me causa sensación. Camareras hipsters, guapas y muy seguras de sí. Luego están las pizzas, si son delgadas mejor. El sushi de spicytuna, hay uno en Valencia (la calle) que es bufete, puedes comer lo que quieras por trece euros. Las hamburguesas, sobre Gran Vía hay uno que de sabor me recuerda a esta cadena de hamburguesas de mi infancia: Buger Boy (desapareció del mercado con los años). Las quesadillas y sincronizadas, me las hago en casa. Dudo mucho de los restaurantes mexicanos fuera de México, sobre todo cuando mezclan el tex-mex. Mis gustos no son muy sofisticados, como se puede observar, soy de las que disfrutan lo sencillo, aunque pruebo de todo. Así también soy para escoger a mis amigos, y sobre todo mis parejas. El primer requisito indispensable es que les guste comer "-y en eso soy irreductible". No les perdono que no sepan comer... 

#225

Las galletas príncipe son mis favoritas. Me gusta comerlas en la cama con un café. Si se puede acompañada, que así fue como las descubrí, está muy bien, y si no solo bajo las cobijas, escribiendo, leyendo o viendo el techo, también se está muy bien. Eso sí, ese placer solo los fines de semana. Sábado y/o domingo, que es cuando me tengo permitido quedarme en cama, no importa si son vacaciones o estoy de sabático. Hoy es uno de esos días. Escribo bajo las colchas comiendo una galleta príncipe (las mejores son las de España y no las de Marinela) y tomando café. Es domingo y no hay prisa por salir, menos si hace frío y está la calefacción prendida. Tampoco hay prisa para estar acompañada. Menos después de ver Langosta, la película. Me la reconendaron y fui corriendo a verla. Salí girando en un tacón. Una peli inteligente, cruda y cómica al mismo tiempo. Salí sin saber si era mejor estar sola o acompañada. Es decir, si el mensaje del director era alguno de los anteriores. Luego pensé que al director no le interesaba dar ningún mensaje, por eso el final abierto. En realidad estaba buscando una respuesta a mi duda perenne de ser o estar. No lo resolví. No lo voy a resolver. No quiero resolverlo. Me gusta la gente, me gustan los abrazos y los besos, me gustan los arrumacos, me gusta dormir sola, me gusta dormir de cucharita, me gusta compartir mi vida, me gustan los silencios, me gusta la complicidad, me gusta mi vida. Esto es lo que hay. Esto es el efecto de las galletas príncipe un domingo por la mañana.