20.3.09

Ahora quiero viajar acompañada

Para Cata

Hay dos situaciones que disfruto enormemente por el simple hecho de saberme lejos de mi rutina: estar de vacaciones y viajar, no importa a dónde, pero sí con quién. De niña viajaba "en familia" gracias a que mis papás tuvieron a bien llevarnos a conocer gran parte de la República, de sur a norte, pasando por el centro: playas, montañas, más playas, desierto, ciudades coloniales, entre otros lugares hermosos que mi memoria no alcanza a recordar en su totalidad. Cada verano era un destino nuevo, algunas veces en carro, otras en avión, daba igual, el punto medular era salir de viaje juntos y pasar dos semanas jugando, comiendo y tomando el sol sin ningún tipo de preocupación.
Después vinieron las vacaciones en la playa con mis amigos de la prepa, ya fuera Guerrero o Oaxaca. Viajes de poco presupuesto —en una ocasión llegamos a dormir hasta ocho personas en una casa de campaña— en lugares paradísiacos donde nos limitabamos a descansar, comer y beber. Fue una época de grandes descubrimientos, de quererle ganar tiempo a la experiencia y de disfrutar con insolencia el paso de los días.
Con la mayoría de edad empecé mis viajes sola, primero un curso de verano en Londres, supuestamente para practicar mi inglés. Muchos años después decidí cambiar de residencia e irme a vivir a Barcelona, también para estudiar, aunque esta vez sí me apliqué. Al año regresé a México. Desde entonces he ido y venido, las vacaciones ya no son vacaciones, sino viajes académicos, ya fuera para revisar la tesis, para hacer investigación de campo o para asistir a congresos. He pasado de la vacación familiar a lo que se conoce vulgarmente, y mal empleado, por "turismo académico".
No había reparado en ello hasta ahora que viajé a un congreso en Morelia acompañada por mi pareja y dos amigas. Una de ellas consternada se preguntaba por qué no caminaba, conocía los museos, las iglesias o me subía al turibus; mientras lo único que yo quería era sentarme en los portales a observar a la gente, la catedral, los carros, las avenidas; lo único que quería era estar, descansar sin la premura de conocer los lugares de culto o de cultura. Con lo que tenía de frente era suficiente. Sin embargo, su preocupación era real porque no todos viajamos de la misma forma.
Afortunadamente me quedan muchos viajes académicos por hacer, la profesión los demana, sólo que ahora ya no quiero viajar sola, sino acompañada. Ahora deseo compartir lo que veo, lo que siento, lo que huelo, no importa desde donde, pero sí con quién: con una persona que, como yo, disfrute un paseo corto, una conversación lúdica, un silencio interminable, un café matutino, una cerveza al medio día y una cena típica.

21.1.09

Obama: la representación del poder blanco

Después de varios días de descanso retomo el blog con un asunto meramente político que he trabajado durante varios días, podría decir que desde el momento en el que Obama ganó las elecciones. He de reconocer que primero me dio gusto, después dudé de mi euforia. Actualmente considero que nos están dando atole con el dedo, por mencionar, de la manera más popular que conozco, el hecho de que un negro sigue siendo negro, aunque sea presidente del imperio; situación que no cambia ni la discriminación ni el racismo ni la xenofobia que ha permeado la convivencia entre culturas, personas, razas y etnias disímiles a lo largo de la historia de la humanidad. De tal suerte, vaticino —y acepto apuestas— que los primeros cuatro años de gobierno del presidente Obama servirán para pagar favores –como sucedió con Fox—; es decir, para poner en puestos de poder a todas aquellas personas que cedieron sus lugares (prestigio, trayectoria, popularidad), como Hillary Clinton, para que él ganara las elecciones; así como para revertir la pérdida de influencia ideológica estadounidense, a nivel mundial, después de librar, por varias décadas, un batalla sin fundamento contra el terrorismo. En este sentido, la figura de Obama se erige como el ave Fénix, pero su actuación como líder se verá restringida a una simple representación del poder porque no tendrá la facultad de hacer cambios, como quedó demostrado en el discurso de toma de posesión, donde tanta cautela en sus palabras sólo refleja la ausencia de una postura política particular que realmente se incline por generar cambios estructurales, sistemáticos e institucionales en el país vecino que beneficien no sólo a sus ciudadanos, sino también las relaciones con los otros.
Ahora bien, más que sorprenderme la euforia de los estadounidenses —es incluso de esperarse cuando existe un vacío de líderes en el mundo y después de una debacle económica— me indigna que la euforia de un pueblo desmerezca la memoria de otros, como sucede en nuestra sociedad, donde hechos similares pasan desapercibidos. El ejemplo más reciente es la llegada de Fox al poder, después de setenta años del PRI en el gobierno, que marcó una ruptura política con una elite social, pero no arrojó mejoras significativas en la calidad de vida de la mayoría. Un ejemplo previo es el mandato de Benito Juárez en el siglo XIX, época de gran inestabilidad social, y fuertemente influenciada por ideologías extranjeras, que limitaban la actuación de los indígenas a seres de segunda clase —circunstancia que desafortunadamente no ha cambiado en la actualidad. Aunque esta situación es la menos importante si consideramos que la mayor parte de los mexicanos no tienen memoria y son fuertemente influenciables por los medios de comunicación; en este sentido, lo verdaderamente grave es que participemos en la fiesta de un país que nos ha dominado por siglos sólo por el simple hecho de que un negro llegue al poder.
Mi posición, como se puede observar, es pesimista en su totalidad, pero eso no me limita a creer que después de estos primeros cuatro años de gobierno, después de que le hayan cobrado con intereses todo el dinero invertido en la campaña, Obama sea tan perseverante como para reelegirse y genere los cambios sustanciales que no sólo espera, también le demanda, la sociedad mundial, en beneficio de la humanidad en general.

24.11.08

Aunque las palomas no vuelen la vida continúa

Para Dan

El plan original consistía en hacer un picnic en la casa de campo de mis padres, cerca del Popocatépetl; en un principio la convocatoria fue bien recibida por los comensales, pero conforme se acercó el día, quizá por el frío, quizá por los compromisos, poco a poco fueron cancelando y al final sólo viajamos tres. Situación que agradezco porque en un momento de distracción olvidé las llaves de la casa y no me di cuenta hasta que llegamos a nuestro destino. Afortunadamente, los tres íbamos sin ninguna expectativa, sólo queríamos beber, comer y descansar. Después de un par de burlas, lo primero que se me ocurrió para mitigar mi error fue pasar a casa de Dan, un amigo de mis padres que desde hace más de veinte años vive en la que en un momento fue su casa de campo. A Dan tenía muchos años de no verlo, pero sabía que no habría ningún problema; por los muchos recuerdos que tenía de mi infancia, sabía que si queríamos comer, pasarla bien, platicar y beber, la opción era su casa, donde por lo menos el alcohol nunca faltaba. Una vez instalados con una montejo en la mano, intentando decidir lo que íbamos a hacer, fui presa de mis recuerdos. Empecé a sentir nostalgia y melancolía por los fines de semana que pasamos en su casa, por las borracheras interminables de mis padres, por los paseos que mi hermana mayor organizaba, donde la vida citadina y rutinaria era desplazada por excursiones a haciendas abandonadas; así como por las palomas que antes habitaban su casa. Ahora sólo quedan las de ornato: una colección que ha ido creciendo gracias a los regalos que lleva la gente que, como yo, sólo está de paso. Cada paloma guarda un secreto, hay que saber escucharlas en silencio para entender su historia y la historia de Dan: un hombre que al paso de los años ha decidido cambiar su vida y abrir su corazón a nuevas experiencias. Al final del día, los tres habíamos superado nuestras expectativas, no sólo descansamos, comimos y bebimos, también nos adentramos en la placentera dimensión de quien detiene el vuelo, pero no por eso deja de vivir como si fuera su último día.


29.10.08

Moraleja: no puedo perder de vista la ruta

Empiezo la competencia midiendo la corriente. La autocomplacencia me da para salir al frente del grupo, tirando fuerte para evitar los atropellos de una nadadora con visor que sin sacar la cabeza avanzaba velozmente. Logro el primer cambio con algunas dificultades, ya estoy del lado derecho del río y ahí debo mantenerme casi medio kilómetro. Me concentro en el calor que poco a poco va generando mi cuerpo para contrarrestar el frío del agua. Quiero bajar el tiempo pero desconozco las vicisitudes de la corriente, me confío, el río baja más rápido que en mayo, el agua está más agitada y la vegetación mucho más crecida. Pierdo de vista la ruta, sólo pienso en el tiempo, y, en un momento, me encuentro encima de las algas. No me doy cuenta de su presencia hasta que me siento rodeada, si pataleo rozo con ellas, si braceo me enredo, si levanto la cara sólo veo algas. En un segundo mi mente se desquicia y empiezo a sentir como el cuerpo intenta salir a toda prisa de ese ramalar de vegetación acuática. La desesperación me lleva a más y, en vez de avanzar con un estilo ligero, empiezo a dar patadas de ahogada. Trago agua, la orilla está a un brazo, con sólo estirar la mano puedo salir huyendo y refugiarme en la cálida tierra seca. Prefiero cambiar de estilo y salir de pecho. Sigo tosiendo, cada vez con menos miedo, logro sobrepasar las algas. Estoy cansada y no llevo ni trescientos metros. Dudo por un momento si realmente deseo seguir adelante. Evidentemente ya perdí varios minutos en esto y no podré hacer la ruta en los veintitrés que había planeado. Del miedo paso a la frustración y al enojo. Varias veces me repito, a manera de reproche, me confié, me confíe, me confíe. En esta tarabilla sin sentido dejo de sentir las piernas y los brazos, estoy cansada física y mentalmente. Debo decidir si continuo o abandono la competencia. Prefiero continuar por mero orgullo y reconciliarme con el río. Empiezo nuevamente a tomar ritmo, el cansancio se desvanece y pronto comienzo a fluir. Fue sólo un momento de impaciencia, pero un momento en que se me iba la vida. Terminé un kilómetro de distancia en veintiséis minutos: tiempo suficiente para sentirme vulnerable y, paradójicamente, para hacerme fuerte. Pude dominar a la mente, pude salir avante, pude terminar la ruta, pero eso sí, no he podido quitarme el malestar de sentir enojo. No me puedo confiar, no puedo dejar que la soberbia ni el confort me invadan porque entonces pierdo la capacidad de asombro y la ilusión de vivir cada día. Una vez en tierra miré el lugar donde me había varado, desde afuera se ve tan escueto, sólo algunos pares de matorrales acuáticos. Seguí caminando, todavía tenía miedo.

14.10.08

sigo la línea curva

mi corazón se entrega a los vivos.
vuelvo a nacer en pleno otoño,
los treinta y tres no son suficientes,
quiero amar de nuevo.

hoy me desprendo de los muertos,
ya no intento la línea recta del comportamiento,
ahora deseo tomar las curvas
y dejar que mi espíritu flote en la montaña.

mi mente regresa al cuerpo.
al fin aire, no necesito pisar tierra,
y aunque una mentira fuera,
siempre he deseado volar alto.

hoy vuelvo a ser libre,
como la libertad de mi gata,
como la libertad de mi alma,
ambas encerradas en un crisol sin dueño.

Bendita desesperanza que trae la fatalidad
y más bendita aun la hora en que decidí huir de mi propia trampa.