1.8.13

Día 145

Hace casi diez años que no viajaba en tren, ayer viajamos de Berlín a Amsterdam. Un viaje largo de por sí, pero al aumentarle las tres horas que estuvimos paradas en distintos puntos casi hicimos lo mismo, en tiempo, que de México a Berlín. En fin, en estas situaciones lo mejor es no desesperar y dejarse llevar, sentir el ritmo del tren, escuchar la velocidad, tratar de dormir. Debido a nuestra inexperiencia de viajes en tren compramos en segunda clase en un tren que iba de Praga a Amsterdam, por lo que cuando pasó por Berlín ya iba bastante ocupado. Nuestro "camarote" iba lleno: seis "couches" (no camas) donde apenas cabe una persona acostada acomodadas en forma de litera en dos columnas con un espacio de 50 cm de ancho entre una y otra. Entramos, no sin antes despertar a las otras pasajeras. De repente pensé que no lo lograría, pero contrario a ello pude dormir la mayor parte del viaje con sus respectivas incomodidades, como ir al baño de vez en vez durante la noche. Las demás viajeras eran una familia, al principio pensé que rumana o búlgara, después que eran gitanas (sólo suspicacias porque no se les veía la cara). Pensé que lo mejor era tratar de dormir y no molestar a las otras, más por temor de que nos hicieran algo que por respeto del sueño comunitario. Al amanecer ellas se despertaron primero y empezaron a mover sus valijas, a hacer ruido, a hablar entre ellas. Faltaban casi tres horas para nuestro destino y traté de dormir un rato más sin conseguirlo, sólo escuchaba. No llevábamos agua ni comida y sabía que en algún momento me daría hambre. Vi que tenían unos plátanos y pensé en pedirles que me vendieran unos, pero dadas las condiciones de nuestra poca empatía decidí voltearme y seguir acostada. Minutos después era insostenible estar ahí. Tres de ellas paradas en el diminuto pasillo que dividía las columnas de "camas" hacía imposible seguir acostada. Decidimos hacer asiento las camas y ahí empezó nuestra relación. Nos dieron de comer, platicamos de nuestros países, de las novelas mexicanas, de nuestros gobiernos, de la pobreza. Platicamos en el único lenguaje que conoce la gente que le interesa el otro, el lenguaje de la compasión y la comprensión. Ellas venían de Eslovaquia, nosotras de México. Una de ellas (la hija) había aprendido inglés escuchando canciones y entre todas tratamos de darnos a entender en las lenguas que nos vinieran del corazón. Casi 13 horas juntas, la mayoría en sueño, el resto conociéndonos. Coincidencias de los viajes. Intercambiamos correos, México les interesaba mucho, supongo que por influencia de las telenovelas. Nos despedimos amorosamente sabiendo que no nos volveremos a ver pero que los gestos de la condición humana a veces o en su mayoría son muy generosos.

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Llegamos a Amsterdam
Ciudad de ensueño
Arquitectura de cuento
Vida de bienestar
El costo seguramente es alto
Y el turismo lo mantiene.


 


Hoy tengo poco ánimo de perderme entre la gente, prefiero quedarme encerrada en el hotel. Me reconforta la complicidad de los viajeros pero me agota la insaciable necesidad de recorrer hasta el último rincón. Mañana será otro día.

31.7.13

Día 144

Salimos del piso que alquilamos durante nuestra primera parte de la estancia en Berlín y nos movimos al piso de Mercè. Un piso de boutique o de museo, según como cada quien entienda el arte de decorar. Todos los detalles en su lugar, una bailarina miniatura por aquí, un sillón rojo por acá. Un estudio con una enorme mesa de trabajo, una recámara minimalista, una cocina con el espacio bien aprovechado. Colores armónicos y, sobre todo, calor de hogar. Parecerá cliché pero se siente cuando una casa te acoge, cuando quien la habita es hospitalaria con quien llega, cuando hay un disfrute de compartir la intimidad incluso en los silencios, a través del tiempo, con la distancia. Mercé y yo nos conocimos gracias a mi hermano, con el tiempo nos hemos visto varias veces en varias circunstancias, algunas más gratas que otras, mas siempre con cariño. Ahora nos encontramos en Berlín y amablemente nos ha dejado entrar a su espacio. No es una deuda pendiente pero la hospitalidad le regresa siempre a ese otro que en algún momento te abre las puertas de su casa. Es un trueque que se comprende casi siempre que has migrado y sabes lo que es necesitar del otro, no sólo en lo material también, o sobre todo, en lo espiritual. Hoy compartimos la comida que nos hizo con amor y generosidad. Hoy siento que estoy en deuda (honrosa deuda de la hospitalidad) pero no sabré a quien se la pagaré, el tiempo y el destino son así. Hoy siento una felicidad por este gesto de hospitalidad y de amistad.


30.7.13

Día 143


Día de museo y bar.
Cada vez hacemos menos en un día.
Si al principio recorríamos todos los rincones de Berlín, ahora vamos con un propósito diario. Sin duda cada viaje tiene sus propias demandas y ritmos.

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Retrospectiva de Martin Keepenberger en el Hamburgerbanhof




Éstas son mis favoritas de una muy larga exposición en un lugar hermoso. Un galerón largo y rectangular que alberga colecciones de gran formato.


Lo que más me impresiona además de las dimensiones de los museos en Berlín es el hacer de la visita a estos sitios tan anacrónicos de pensar en arte una actividad lúdica donde a veces hasta interactuar es posible con las obras.


Mucho más que decir pero hoy estoy saturada. Unas chelas a un bar y listo.

29.7.13

Día 142

Qué tanto el clima determina cierta disposición para actuar de tal o cual manera? Dicen que ayer fue el día más caluroso desde 1959, casi 40 grados. Con este calor, en una ciudad que recordaba nublada incluso en verano, la gente sale a las calles a tomar el sol, a refrescarse a los lagos aledaños, a desnudarse y a disfrutar de lo que pocos días en el año puede hacer. Otros, quizá los menos, refunfuñan. Yo que estoy de paso no lo aguanto más. Afortunadamente hoy está nublado y mañana también, cae llovizna, este es el Berlín de mis viajes pasados. 
El verano en Europa no sé si lo vuelva a considerar como un destino vacacional. Creo que es tiempo de cambiar de continente.


Día 141

Ayer fuimos al lago a refrescarnos, salir del asfalto que quema los pasos, darnos un baño de energía, liberarnos de una ciudad cargada que pesa con el paso de los días. Los lagos circunscriben la ciudad, como también lo hace el río. Aguas verdes donde el andar es viscoso. Caminar con temor al entrar al lago: musgos, algas, piedras. No se ve el fondo sólo se siente. Caminar como lo hacen los otros y esperar a que la distancia entre los pies y el fondo nos haga flotar. La gravedad desaparece. Olor a clorofila. 



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El lago poco a poco se va poblando, aún así es silencioso, el entretenimiento en Berlín es introyectado. Parece que sólo tienes un metro cuadrado para ser expresivo. Todos los respetan. En México eso es imposible. Lo estridente se trae en la sangre. A ratos el silencio de los otros se agradece, a ratos abruma. 
Poco a poco ocupamos nuestro metro cuadrado. Vemos la copa del árbol que nos da sombra y dormitamos, comemos, bebemos. Vemos los otros cuerpos desnudos, cuerpos que se tocan, se rozan, se acarician. El pudor no es un límite, el deseo tampoco. Nos vemos desnudos, unos con descaro, otros de reojo, todos nos observamos. Susurramos, fantaseamos. Así es la desnudez: mostrarnos tal como somos.



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Llegó la tarde.
Nos vestimos.
Volteamos hacia atrás.
Dejamos nuestra desnudez 
en el lago.