31.7.13

Día 144

Salimos del piso que alquilamos durante nuestra primera parte de la estancia en Berlín y nos movimos al piso de Mercè. Un piso de boutique o de museo, según como cada quien entienda el arte de decorar. Todos los detalles en su lugar, una bailarina miniatura por aquí, un sillón rojo por acá. Un estudio con una enorme mesa de trabajo, una recámara minimalista, una cocina con el espacio bien aprovechado. Colores armónicos y, sobre todo, calor de hogar. Parecerá cliché pero se siente cuando una casa te acoge, cuando quien la habita es hospitalaria con quien llega, cuando hay un disfrute de compartir la intimidad incluso en los silencios, a través del tiempo, con la distancia. Mercé y yo nos conocimos gracias a mi hermano, con el tiempo nos hemos visto varias veces en varias circunstancias, algunas más gratas que otras, mas siempre con cariño. Ahora nos encontramos en Berlín y amablemente nos ha dejado entrar a su espacio. No es una deuda pendiente pero la hospitalidad le regresa siempre a ese otro que en algún momento te abre las puertas de su casa. Es un trueque que se comprende casi siempre que has migrado y sabes lo que es necesitar del otro, no sólo en lo material también, o sobre todo, en lo espiritual. Hoy compartimos la comida que nos hizo con amor y generosidad. Hoy siento que estoy en deuda (honrosa deuda de la hospitalidad) pero no sabré a quien se la pagaré, el tiempo y el destino son así. Hoy siento una felicidad por este gesto de hospitalidad y de amistad.


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