Ayer nos reunimos a cenar y ponernos al día. Es curioso cuando los hermanos nos hacemos adultos pero seguimos siendo los mismos niños para los ojos de los otros. Niños caprichosos, consentidos, quizá hasta inmaduros. Las hermanas mayores que ahora también son madres han cambiado su forma de ver a sus hermanos menores; a veces parecen ser más comprensivas pero siempre queda un dejo de tono maternal, una preocupación fidedigna, pero a la vez una postura de lo que está bien o está mal en el otro, no en quienes emiten el juicio. Ayer cenamos para reconocernos, para reencontrarnos. No sé si lo logramos. Han pasado varios años que no cenábamos juntos los cuatro, sin hijos y sin papás, ya sea porque algunos se fueron del país para cambiar de residencia o porque otras nos fuimos quedando cerca del lugar donde nos sentimos más seguras. Platicamos para romper el hielo. Supongo que ninguno tenía expectativas de arreglar el mundo, seguramente cada uno, a su forma, siente que lo tiene todo arreglado o está en ello. Nos juntamos con la ilusión de vernos, con el cariño de sabernos hermanos, cómplices de los secretos y lealtades de mis padres para con sus padres, y de nosotros para con nuestros padres. Padres que cada uno podría definir de distinta manera pues los acercamientos para con nosotros han sido diversos. Un día mi padre me dijo que los hijos son como los dedos de la mano, todos diferentes y a ninguno se le puede querer igual. En ese momento me pareció injusto, ahora estoy convencida que es parte de la condición humana, de nuestras carencias, pero sobre todo de nuestras lealtades.
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Ayer hablamos de los silencios, de las cosas que no se han dicho, de las lealtades que permanecen, como un secreto a voces que enrarecen el ambiente. Hablamos de los innombrables, de los excluidos, de los que existen como fantasma o como muertos vivientes. Quizá exagero, quizá solo a un par le es significativo y al resto no les interesa. A mí me interesa y me preocupan los silencios, no como ausencia de sonido, sino como evasión de responsabilidades. Cuánto daño puede hacer lo no dicho? Habremos confundido ser respetuosos con evasión? Vale la pena indagar en los velado? A mí no me corresponde. Sólo sé que también he tenido lealtades, y que esas lealtades nos hacen cómplices.
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Ayer cenamos juntos. Nos vimos como adultos. Opinamos sobre nuestras vidas. Nos despedimos con la lluvia.
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