4.7.13

Día 117


Las ventanas cautivan. Hablan. Transportan. Estoy en el comedor de mi casa y volteo hacia a la derecha. Veo por la ventana. La flor solar que reposa sobre la bisagra se mueve con voluntad, a pesar de estar nublado, como si quiera hablar, como si quisiera salir. Me alegra el día. Los pequeños detalles del cotidiano sorprenden, hacen más ligera la vida. 



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De qué depende que algunos piensen en la muerte, en la finitud, y otros en la vida, en lo infinito? Es una diferencia ontológica considerable. Ahora entiendo lo que decía Gramsci: "soy pesimista de mente y optimista de acción". Así soy también y ahora me queda más claro. La muerte se hace presente cuando has estado cerca de morir, cuando te ves en la cama de un hospital de repente. La muerte te sigue pero no por eso te paraliza. Todo lo contrario. Te hace sentirte vivo, más vivo que antes. Quizá también te hace intolerante a lo infinito porque has tocado tu propia finitud, porque sabes que todo es temporal, incluso la muerte en si. También así son los duelos: temporales.

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Reencuentro con amigos. El tiempo no pasa en balde. Hemos cambiado y nos reconocemos, a veces nos identificamos, otras nos dejamos ir. Sólo quedan los recuerdos de la amistad. Una amistad sincera que supo despedirse en tiempo.

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