Hace casi diez años que no viajaba en tren, ayer viajamos de Berlín a Amsterdam. Un viaje largo de por sí, pero al aumentarle las tres horas que estuvimos paradas en distintos puntos casi hicimos lo mismo, en tiempo, que de México a Berlín. En fin, en estas situaciones lo mejor es no desesperar y dejarse llevar, sentir el ritmo del tren, escuchar la velocidad, tratar de dormir. Debido a nuestra inexperiencia de viajes en tren compramos en segunda clase en un tren que iba de Praga a Amsterdam, por lo que cuando pasó por Berlín ya iba bastante ocupado. Nuestro "camarote" iba lleno: seis "couches" (no camas) donde apenas cabe una persona acostada acomodadas en forma de litera en dos columnas con un espacio de 50 cm de ancho entre una y otra. Entramos, no sin antes despertar a las otras pasajeras. De repente pensé que no lo lograría, pero contrario a ello pude dormir la mayor parte del viaje con sus respectivas incomodidades, como ir al baño de vez en vez durante la noche. Las demás viajeras eran una familia, al principio pensé que rumana o búlgara, después que eran gitanas (sólo suspicacias porque no se les veía la cara). Pensé que lo mejor era tratar de dormir y no molestar a las otras, más por temor de que nos hicieran algo que por respeto del sueño comunitario. Al amanecer ellas se despertaron primero y empezaron a mover sus valijas, a hacer ruido, a hablar entre ellas. Faltaban casi tres horas para nuestro destino y traté de dormir un rato más sin conseguirlo, sólo escuchaba. No llevábamos agua ni comida y sabía que en algún momento me daría hambre. Vi que tenían unos plátanos y pensé en pedirles que me vendieran unos, pero dadas las condiciones de nuestra poca empatía decidí voltearme y seguir acostada. Minutos después era insostenible estar ahí. Tres de ellas paradas en el diminuto pasillo que dividía las columnas de "camas" hacía imposible seguir acostada. Decidimos hacer asiento las camas y ahí empezó nuestra relación. Nos dieron de comer, platicamos de nuestros países, de las novelas mexicanas, de nuestros gobiernos, de la pobreza. Platicamos en el único lenguaje que conoce la gente que le interesa el otro, el lenguaje de la compasión y la comprensión. Ellas venían de Eslovaquia, nosotras de México. Una de ellas (la hija) había aprendido inglés escuchando canciones y entre todas tratamos de darnos a entender en las lenguas que nos vinieran del corazón. Casi 13 horas juntas, la mayoría en sueño, el resto conociéndonos. Coincidencias de los viajes. Intercambiamos correos, México les interesaba mucho, supongo que por influencia de las telenovelas. Nos despedimos amorosamente sabiendo que no nos volveremos a ver pero que los gestos de la condición humana a veces o en su mayoría son muy generosos.
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Llegamos a Amsterdam
Ciudad de ensueño
Arquitectura de cuento
Vida de bienestar
El costo seguramente es alto
Y el turismo lo mantiene.
Hoy tengo poco ánimo de perderme entre la gente, prefiero quedarme encerrada en el hotel. Me reconforta la complicidad de los viajeros pero me agota la insaciable necesidad de recorrer hasta el último rincón. Mañana será otro día.
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