13.8.13

Día 158

Se acabó la magia del verano caluroso berlinés, ahora se siente el verano de cada año, un verano lluvioso con vientos fríos y sol a ratos. Cambiamos los shorts y las chanclas por la chamarra y el paraguas porque de un rato a otro se esconde el sol y cae un aguacero que dura cinco minutos pero que moja con ganas. Así es el Berlín que conocía, con razón la gente afirmaba que era inusual tanto calor, con razón los berlineses estaban tan contentos de tener, al menos, dos o tres semanas de intenso calor. Un pretexto perfecto para salir a los lagos aledaños a refrescarse en las aguas verdes o a las albercas que están en la ciudad o a los parques a tomar el sol en bañador. Pretérito. El clima nos regresa a la realidad de las ciudades europeas con sus cuatro estaciones del año bien delimitadas. Es otro Berlin de un cielo azul intenso que se deja aborregar por las nubes que sin más lo oscurecen de repente. Así hasta el humor de la gente cambia en un plis plas. Con un clima así el meteorológico es el gurú del día a día.

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La parte Este de Berlin es muy evidente todavía a los ojos del visitante, no sólo por la arquitectura sino también por los referentes simbólicos que los gobiernos actuales han tenido a bien mantener intactos. El primero de ellos es la antena de televisión, el edificio o la edificación más alta (cerca de 300 metros de altura), seguido por los edificios uniformes e iguales en tonos arena de la Karl-Marx-Allee, o la biblioteca que lleva el mismo nombre, más otros vestigios de edificios del régimen socialista, como el restaurante Moscú (cerrado) que se encuentra en esta misma avenida. Andar por esas calles es un viaje sin vuelta a un pasado lejano y en mi caso sólo teórico. Un paseo sin ideología sólo con el referente inmediato de otro sistema productivo que contrasta con la actual Alemania.





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