15.2.15

Frontera sur II

Leonora me contó de su municipio, Libertad. Leonora-Libertad, pensé mientras me platicaba de sus logros en la Parroquia de su localidad. Escuchaba atenta y de vez en vez me distraía pensando en su edad. Un cuerpo firme, pequeño, cara arrugada por el trabajo en el campo. Hago de todo, me decía. Cultivo café, tejo pulseras y bolsos, también vendo un licuado de vitaminas. Una vez viaje a Guadalajara. Lleganos muchas personas de todos lados. Fueron a algún encuentro de migración, le pregunté. No, que va, de la empresa. Cúal empresa?, dije intrigada. La de los licuados. No ve que vendo licuados de vitaminas. En Libertad, dije con ironía. Sí, también deja, me contestó con una sonrisa. Si vendo cuatro mil pesos semanales, nos dan un bono de diez mil dólares. Claro, yo no vendo tanto...
Luego volvimos sobre la parroquia y de ahí al trabajo que hace en su comunidad. Migración y género. Las mujeres no quisieron hablar, se tardaron mucho. Les dolía pensar en ello, quizá cinco años o más. Ahora -baja la voz- ya se habla de la violencia de género. La miro y espero, mientras Leonora duda de lo que me está contando. Decide continuar: A mí, mi marido me apoya pero no va a la iglesia. Ya no se lo pido. Unas cosas por otras. El párroco nos da todo para hacer nuestro trabajo. Esa fue la condición cuando quisimos hacerlo por nuestra parte con organizaciones. Llegan hasta cincuenta mujeres en cada sesión, las organizaciones no logran tanto. También nos dan cursos, ahora estoy tomando un seminario de derechos humanos que nos va a dar el padre de la pastoral.
Terminamos de cenar, ya todos se habían levantado, y Leonora seguía hablando. También me quería retirar pero sus ojos negros querían seguir hablando. Le serví agua y seguimos. Parecía un interrogatorio. Y sus hijos, le pregunté. En Estados Unidos, contestó. Todos, volví a preguntar. Solo tres, los otros están conmigo, dijo volteando la cara al piso. Y usted, nunca quizo irse, continúe. No, pero tengo visa, voy cada año a verlos, contestó confiada.
Llegó el cansancio, se me cruzó con la impotencia del día. La miré directo a los ojos, esperando que me lanzará un salvavidas, ahora era yo quien me sentía vulnerable, y rematé preguntando: cómo le hace? Me observó y entendió lo que decía. Con confianza y esperanza, contestó sin vacilar. Confianza en qué?, pregunté. En la fe, afirmó. Por eso les digo a mis hijos que vayan a la iglesia. Usted también debería de ir, ahí en las escrituras están las respuestas.
No quise escuchar más, salimos del comedor, nos despedimos en el pasillo. Nos vemos en el próximo encuentro le dije. No estaré, me voy a Estados Unidos a ver a mis hijos.




Frontera sur I

Balsas que no entrañan esperanzas sino continuidades.
Balsas que se sostienen inopias como las sociedades que le circunscriben.
Balsas que subsisten con el comercio del sueño que se volvió ilícito.
Balsas que aseguran el devenir de la movilidad humana hecho delito.
Balsas que en el Suchiate deambulan de un lado a otro con el contrabando.
Balsas cargadas de contradicciones inherentes a sus propios limites.


23.1.15

La intimidad del cuerpo

Sigo con el monotema de vestidores. Me sorprende que las mujeres, desde las más jóvenes hasta las más mayores, oculten su cuerpo. Un cuerpo trabajado y en muchos casos bastante más firme que el común denominador. 
Las mujeres que veo andar por las regaderas y los vestidores supongo, porque no he visto a una completamente desnuda, que tendrán menos grasa corporal que yo por las rutinas de ejercicio a las que se someten diariamente. Creo que tengo más celulitis que ellas; sin embargo, la toalla es su mejor aliada para ocultarse. Lo que no entiendo es porqué lo ocultan, porqué se ocultan. 
Para entrar a la alberca, por ejemplo, se enrollan la toalla arriba del traje de baño y al salir lo mismo, aunque los baños no son mixtos y están bien delimitadas las entradas de "hombres" y "mujeres", e incluso cuando no tenemos que salir a la intemperie, por aquello que les de frío... 
La gran mayoría de ellas se pone la ropa interior en las regaderas, la sola idea de pensar en ponerme ropa cuando todavía estoy húmeda o el ambiente es húmedo me descoloca. Otras hacen marabares en los pasillos para ponerse la crema en todo el cuerpo sin quitarse la toalla que tienen enrollada de los pechos a las nalgas, de igual forma se ponen la ropa interior, sin perder el estilo y mucho menos la posición de la toalla (lo mismo cuando se desvisten). 
Las más tímidas o conservadoras (si se les puede llamar así) esperan a que se desocupe uno delos dos vestidores para encerrarse en ellos (yo también lo he usado, solo cuando los pasillos están llenos). 
Es tan rígida su relación con el cuerpo que en momentos me he sentido incómoda al untarme crema en el cuerpo completamente desnuda con cinco o seis mujeres que hacen marabares alrededor mío para tratar de ocultar, no sé si sus senos, sus nalgas, la celulitis, las estrías, las cicatrices, todo aquello que nos hace mujeres. 
Todo esto que describo no tendría que sorprenderme, incluso debería estar acostumbrada y quizá ocultarme como ellas dada nuestra cultura de doble moral, donde la mujer recatada es la buena madre que se sacrifica por su familia... Blablabla...
Lo que me llama la atención es que aunque el cuerpo se esconda, se tiene el fetiche de la sugerente ropa interior. Es una incógnita: porqué no se pueden desvestir de cuerpo entero pero sí pueden valorar la poca ropa que cubre sus partes "más íntimas". Creo que el sentido de la seducción está pensado hacia el otro y no hacia una misma. De ahí que la intimidad se entienda y se viva como ocultar, ocultar el deseo, jugar a ser el objeto de deseo. Una fórmula que funciona bastante bien en nuestra sociedad. Quien tiene el poder es quien lo esconde en los artilugios de la seducción.
Debo reconocer que me da flojera esta actitud y creo que si tuviéramos la capacidad de vernos de cuerpo completo, desnudas en la totalidad, erradicaríamos muchos de los problemas sociales actuales. La intimidad del cuerpo es y será una forma falocentrica de controlar incluso a las mismas mujeres que se precian de su recato.

10.1.15

diálogos de vestidores

I

Cinco mujeres, algunas desnudas, otras semidesnudas, otras vestidas se encuentran en el estrecho pasillo de los vestidores del club. Habla la más joven (alrededor de 35 años) sobre la relación que según se entiende por lo que cuenta tiene poco de haber iniciado.

Mujer joven: Estoy feliz, aunque he de decir que también se está bien sola.
Mujer B: Se te ve feliz, disfruta ahora.
Mujer C: Cómo, está aquí?
Mujer joven: Sí, ya está instalado en la casa, de hecho anda por aquí haciendo ejercicio.
Mujer D: qué rápido, se queda a vivir entonces?
Mujer joven: Sí, está buscando qué hacer, y la verdad me trata muy bien. De momento se encarga de la casa, aunque me está costando trabajo acostumbrarme. Ayer, por ejemplo, llegué y me había hecho la cena. Espagueti a la boloñesa.
Mujer B: Suspira y la ve con admiración.
Mujer joven: Pero que no sabe que estoy a dieta... (alza la voz)

Silencio en el pasillo. Mujer joven va por su maleta al casillero.

Mujer joven: Pensé en decirle "que no sabes que estoy a dieta", pero mejor no dije nada y me lo comí.

La mujer E, que no ha dicho nada, y está en el otro extremo del pasillo (cuatro metros de diferencia), se deja de ver al espejo, camina hacia la mujer joven.

Mujer E: que bueno que no le dijiste nada.
Mujer C: si no, nunca te va a volver a hacer la cena.
Mujer E: no lo mal acostumbres tan pronto.
Mujer joven: por eso no le dije nada, tendré que hacerlo a mi forma. De momento que se vaya caminando a la casa.

Mujer joven se despide enviando besos al resto y se va.


II

La misma escena, diferente mujeres.
Entre una mujer enana entrada en los cincuenta que siempre pide casillero de los que están abajo, por obvias razones. Casi nunca habla, solo saluda. Hace mucho frío y las que están ahí se quejan del clima y dudan de si ponerse más capas de ropa o no. Le preguntan a las que van llegando la temperatura.

Mujer A: Que tal, hace frío en la calle?
Mujer B: mmmm, se siente fresco, pero hoy por lo menos salió el sol.
Mujer A: Estoy pensando si ponerme otro suéter o no.
Mujer enana: es mejor, ayer fui a la Herradura y hacía un frío casi de cinco grados, como es bosque estaba imposible, pero tenía que dar consulta.
Mujer C: a qué te dedicas?
Mujer enana: soy psicoterapeuta, vidente, astrologa y sanadora.
Mujer C: de verdad?
Mujer enana: sí, llevo muchos años en esto de los astros, la mística y las cartas astrales. Cual es tu signo?
Mujer C: Léo.
Mujer enana: como yo. Te puedo hacer tu carta astral si quieres.
Mujer C: Claro, luego te doy mis datos. 

Mujer C agarra su toalla, se despide y se va. La otra mujer que escucha atentamente la conversación, mucho más joven que las anteriores, deja de verse en el espejo y se asoma al pasillo.

Mujer D: Me interesa mucho que me hagas la carta astral.
Mujer enana: qué signo eres?
Mujer D: Virgo. Qué necesito traerte y cuánto cobras.
Mujer enana: acata de nacimiento, con eso es suficiente ahí vienen todos los datos . 
Mujer D: te la traigo, cuándo vienes otra vez? Me urge empezar el año con certezas.
Mujer enana: no te preocupes, una carta astral te dará lo que buscas sin dudarlo.

Mujer enana agarra su aletas, su bolsa, se despide, y se encamina a la alberca.