A todas luces este viaje estaba pensado para nosotras. Después de un año de muchos cambios físicos, emocionales y espirituales necesitábamos parar para reconocernos, ya habíamos dado el paso de vivir juntas, ahora nos faltaba la luna de miel y estos días juntas nos confirmaron la gracia de encontrarnos en este camino para compartir la vida, el cotidiano y los momentos excepcionales. En los viajes sabes si eres compatible con las personas que amas y éste lo volvió a corroborar.
Al llegar revisamos nuestra agenda, decidir qué hacer con cinco días para nosotras solas en un lugar prácticamente desconocido, a lo mucho habremos estado dos veces antes hace ya varios años. Vimos la guía del hotel, pasamos de las actividades al aire libre (bici de montaña, parapente, actividades de agua), seleccionamos el masaje y la visita a la Stupa. Años pasé en el budismo tibetano, años creí en su filosofía de vida y nunca me enteré de la existencia de la Stupa. Salimos temprano del hotel para llegar a primera hora, fuimos las primeras y únicas por un rato, entramos al templo y dedicamos unos minutos a meditar, un lugar frío, con una estética irreal, quizá solo simbólica para quienes como yo buscamos al maestro por varios años. Al entrar el silencio que resguardan las gruesas paredes se escucha como el cableado de luz que cruza la zona boscosa en la que se refugia el templo. Estaba ahí, sentada-meditando, y pensaba en que llegas al lugar cuando estás lista para comprender la naturaleza de la motivación. Tras años de trabajo espiritual, de negarme a confiar-me en el ritual metafísico, no solo me vuelvo a topar con la práctica meditativa, sino que logro la comprensión de mi propio recorrido filosófico al volver a releer la autobiografía de Altusser. Es decir, veinte años después de haberme iniciado en el budismo y de haber leído por primera vez El porvenir es largo, donde aparecen varios de los filósofos, especialmente Derrida, que le han dado forma a mi trayectoria profesional, afirmo sin caer en el determinismo que cuando estás lista para mirar en retrospectiva tus propias experiencias y logros, y regocijarte del camino andado, eres capaz de abrazar la potencia a la que Spinoza, en palabras de Altusser, se refiere: el conatus vital. En resumen, estas vacaciones son la “expansión y alegría del cuerpo y del alma unidos como uña y carne”.
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