6.5.24

"Why your rating matters"

Los últimos dos viajes que realicé en Uber (del hotel al aeropuerto de Monterrey y del aeropuerto de la CDMX a mi casa en un mismo día) fueron bastante incómodos porque en ninguno de los dos autos funcionaba el aire acondicionado, eran modelos viejos y el segundo auto además desprendía un olor a gasolina que se fundía con el olor del asfalto recién empleado para pavimentar Viaducto. Le pregunté al chofer por el aire acondicionado y me contestó que lo sentía que por ahora no funcionaba. 

Al dejarme en mi destino busqué dónde poner una queja y sólo atiné a llenar la opción que te da la aplicación para evaluar el viaje. Luego le piqué a mi usuario y ahí me di cuenta que mi rating de viajera-usuaria es de 4.6. Lo comparé con el de Claudia que es de 4.8 y me quedé boquiabierta. Me explico: cuido mucho no azotar la puerta del auto cada vez que me subo y bajo, no dejarme caer como costal de papas en el asiento, no cruzar las piernas para no ensuciar la tapicería de enfrente, saludo y me despido cortésmente, nunca como en los viajes y mucho menos dejo basura, pero no puedo evitar poner cara de disgusto si el auto al que me subo está sucio o huele a encerrado. No platico con los choferes, pero tampoco les niego una respuesta si me preguntan algo. Es decir, la calificación que yo me pondría sería de cinco como usuaria de Uber, atendiendo incluso la misma definición que podemos encontrar en la aplicación.


"El rating es una muestra de que la gente disfruta pasar tiempo contigo-conmigo". Romantizar el servicio es la falacia más empleada de "los empresarios de sí mismos" que trabajan en el delivery por necesidad, por falta de empleos y mejores condiciones salariales y laborales en el país y en el mundo. Pero el rating mide todo en nuestra vida, ya lo observábamos en un episodio de Black Mirror, serie inglesa que causó furor hace algunos años, en alusión al reflejo de nosotras mismas en la pantalla negra del celular, donde no contar con suficientes likes te imposibilitaba incluso para pedir un crédito hipotecario y te aislaba de participar en eventos sociales donde todos conviven viendo su celular.


La percepción que podemos llegar a tener de la gente sin duda es nuestro motor para entablar una relación afectiva o laboral, pero el rating como un sistema de evaluación constante en el que estamos obligados a interactuar no necesariamente es una medición del cuidado, de la justicia, del hacer ciudadanía o de terminar con la explotación, sino un parámetro voraz de alienación al sistema digital. 

22.4.24

Mi relación con el Popocatépetl

Quiero escribir algo más largo sobre lo que ya de adulta empiezo a hilvanar con los flashazos de recuerdos que en oleadas de nostalgia empiezan a ocupar mi relación con la naturaleza. Recuerdos que aparecen al observar los gestos en las fotografías, las oraciones en la mirada o la gramática del afecto familiar. Hace unos días una amiga me dijo con sorpresa que era la segunda persona que conocía que había subido al Popocatépetl, volcán emblemático de la mitología nahua y un referente para quienes habitamos la Ciudad de México. 

El Popo es un volcán que nunca ha dejado de estar activo, haciendo alusión a la leyenda de su creación: un guerrero, Popocatépetl, manda construir una tumba donde sepulta y vela a su amada, Iztaccíhuatl, la princesa tlaxcalteca que muere de tristeza al enterarse de la supuesta muerte del guerrero en batalla. A diferencia de Romeo y Julieta o de Píramo y Tisbe, la amada no se quita la vida y el guerrero, el amado, se inmortaliza con la leyenda y con la actividad del volcán al que está prohibido subir desde 1994. Un año crucial para México y sin duda para mí propia reflexión intelectual. 

La familia de mi padre es originaria de los alrededores de los volcanes, entre Amecameca y Ayapango, Estado de México. Los diversos poblados con los que colindan hacen frontera con la reserva natural. Una reserva que en las últimas décadas ha estado expuesta el ecocidio tanto de las autoridades, los pobladores y el crimen organizado. Una imagen distópica de mi mirada infantil de los tiempos en los que subir al Popo era una manera de entretenernos y mantenernos ocupados. Fuimos cuatro hijos y ofrecernos el poder ser libres fue como mejor entendieron mis padres nuestra educación. 

La libertad de esa época, en los años ochenta del siglo pasado, con mis seis u ocho años, consistía en llevarnos al volcán y dejarnos libres. Subir lo más alto que pudieramos una vez que hacíamos base en Tlamacas, el refugio que sigue cerrado desde 1994, donde llegaban alpinistas de cualquier lugar del mundo. Una vez arriba nos dejábamos caer por las faldas del volcán con la inercia del peso de nuestro propio cuerpo. Regresábamos empanizados a la casa de campo de Atlautla, otro poblado que colinda con los volcanes, que mi padre tuvo a bien construir hace más de cuarenta años. Con tierra oscura y fina metida entre la ropa, las narices, los ojos, las orejas y demás orificios de nuestro cuerpo, nos reíamos de la hazaña con la esperanza de regresar pronto a tocar algún día la nieve. Sólo una vez lo logramos y fuimos muy felices.

Tlamacas, foto de internet.

Subida al Popocatépetl, años ochenta del siglo XX.

Tlamacas, años ochenta del siglo XX. Debo ser la del jorongo amarillo y mi hermano el del jorongo rojo.
 

Así podría empezar la historia que me interesa contar. Este es sólo un avance aprovechando que es el día internacional de la madre tierra.


8.4.24

Dos mujeres una presidenta: ¿quién ganó el debate?

Empiezo con la siguiente reflexión: ya estoy deprimida por los siguientes 6 años de Claudia Sheinbaum en la presidencia. 
Ayer fue el primer debate presidencial: dos mujeres una silla y al parecer ya está cantado, cantadísimo, el resultado de las elecciones del 2 de junio del presente año, por más que quiera seguir alimentando la esperanza del cambio. El cambio ha sido mi convicción para votar en las elecciones desde que empezó el siglo. A manera de consuelo me repito qué bueno que no me gustan los juegos de azar porque ya hubiera perdido todo. 
Le reconozco a Claudia su ambición por ser presidenta, una ambición distinta a la de Xóchitl. Una ambición que suma más seguidores incluso. La ambición de Claudia la conozco muy bien, es la misma que se vive en la academia. Cuando eres hija de académicas, intelectuales, políticos o la combinación de los tres, ya tienes más de medio camino de ventaja con respecto a la competidora que nació en precariedad, con carencias educativas o en una familia proletaria no intelectual. Una ventaja simbólica, política importantísima que te da tener acceso a las bibliotecas familiares, a los viajes en el extranjero, al dominio de otros idiomas desde muy niña, a la posibilidad de dedicarte a estudiar lo que sea y, especialmente, al tener una red de relaciones públicas ya dadas. Claudia pertenece a ese sistema, Xóchitl no: esa es una pequeña gran diferencia para que las ambiciones (de poder) de las personas en este país se hagan realidad. 
A Xóchitl, por su parte, le reconozco, incluso le admiro, su ingenuidad, pensó que podía hacerlo sola, como lo ha hecho toda su vida, pero no le alcanzó ni el capital político ni su propio capital humano. Para ser presidenta de México no es suficiente con ser la empresaria de sí misma que logró salir de la pobreza de su infancia, mucho menos cuando la gente ambiciona más de lo que los buenos ejemplos pueden mostrar o enganchar. 
La gente en México no quiere presidentas luchonas porque la población lucha todo los días para llegar al mes. La gente en México quiere votar por la presidenta que irradie una imagen presidencial (sic). Esa fue una de las conclusiones de ciertos académicos en una mesa de debate postdebate. ¿Qué es una imagen presidencial? Ser soberbia, autoritaria, grosera, burlona, como se presentó Claudia ayer con respecto a Xóchitl. ¿Dictar cuándo se habla de los feminicidios, de las violencias que sufrimos las mujeres y cuando no? ¿No contestar ni hacerse responsable de omisiones o negligencias criminales como en diferentes momentos fue increpada? Pues sí, esa es la gente que ocupa los espacios de poder en este país y otros.
Al terminar el debate no pude más que sentirme identificada con Xóchitl: sentir esa rabia controlada de querer hacer las cosas mejor y darte cuenta que quizá esa batalla ya estaba perdida mucho antes: cuando la sinceridad, la honestidad, la vulnerabilidad y las carencias de vida no son suficiente para convencer a la población de que un México mejor para todos y todas es posible.

20.3.24

El agotamiento de habitar la CDMX

Sentir agotamiento no es igual a la sensación de fatiga. El agotamiento es un tipo de cansancio crónico del que a veces no me puedo recuperar ni con las horas de sueño. El agotamiento de habitar una ciudad tan compleja como la CDMX o en general cualquier ciudad. Aunque parezca una mala idea quejarse del ruido de la ciudad en las redes sociales, ese ruido que ya es imperceptible para quienes estamos acostumbrados, son los nómadas digitales que están gentrificado los barrios quienes nos dejan ver que no es normal el número de decibeles en el que cohabitamos. Como tampoco es normal el tiempo que pasamos en el tráfico en auto particular, ya no digamos en transporte público. 

Tampoco es normal vivir en una ciudad cooptada por la economía informal, particularmente en las zonas más hacinadas, ya no las más pobres, donde lo que impera no es la inseguridad, sino la falta de consenso para favorecer a las personas que las habitan. Zonas que carecen de áreas verdes, de banquetas para caminar, de un adecuado sistema de recolección de basura. Zonas que carecen de agua y han crecido allanando los cerros, talando los árboles, robándole terreno a las áreas naturales y dejando que el transporte concesionado se adueñe de las avenidas. Escenarios distópicos que observo cada tercer día que voy a dar clases a la universidad desde hace veinte años.

A esto se suma el estrés que hemos acumulado desde la pandemia, muchas pudimos quedarnos en nuestras casas, pero nos convertimos en esclavas del celular, del estar conectadas 24/7, un hábito que ha sido difícil erradicar porque la demanda del hacer-se presente, ya no sólo del hacer, también es parte del agotamiento colectivo. En la academia no estamos exentas, la convulsión de no dejar de escribir o de dar conferencias, clases y de organizar seminarios, es parte de ese agotamiento colectivo. Comemos mal, dormimos mal, amamos mal. Nos queda poco tiempo para el tiempo libre, para favorecer la calidad de vida, para tomar vacaciones, para hacer un picnic, para exigir a nuestros gobernantes que no abandonen los pocos espacios que tenemos para disfrutar al aire libre. 

Hace ya varios años, con la contaminación atmosférica, empezamos a observar que los pájaros en la ciudad caían muertos en el asfalto. No quiero sonar fatalista, pero la analogía funciona para prever que a nosotras nos puede pasar igual con el agotamiento si no regresamos al cuidado colectivo, si no proponemos una ecología del afecto.

11.3.24

Han pasado cinco años de tu muerte

Carta a mi hermano muerto

Es más, la paz es tan deliciosa 

que la Verdad la llama alimento glorioso.

Marguerite Porete

Han pasado cinco años de tu muerte. Puedo decirte con toda seguridad que estoy mejor que aquel lunes 11 de marzo de 2019 en el que me informaron por teléfono que te habían matado. No voy a negar que los momentos malos fueron muy malos, que nunca había sentido mayor tristeza que con tu muerte. Tristeza que con los años acrecentó mi ansiedad y poco a poco se convirtió también en depresión. Una depresión que tampoco había sentido nunca. La depresión de tener que aceptar que no habrá sentencia para tu asesino por lo doloroso del proceso en sí mismo. Tu muerte vino a cambiar todo, mi propia vida, la vida familiar. Tu muerte abrió la caja de pandora de lo no dicho, esos silencios que nos opacaban para estar bien y para ser nosotros. Con tu muerte me hice de una perra adorable, Ramona, y también aprendí cosas nuevas, como a hacer el trabajo de duelo y a no pasar página o a guardar silencio. El trabajo de duelo se juntó con el confinamiento y con otras pérdidas. De todas ellas he salido bien librada. Logré recuperar las riendas de mi vida y la ganas de seguir viva. Me casé con una mujer maravillosa, Claudia, con la que seguramente te llevarías muy bien. Me hubiera gustado que se conocieran, como también me hubiera gustado verte envejecer. Esos son los momentos en los que realmente te extraño y es más real tu muerte. Pude hacerte justicia a mi manera, escribiendo, como lo hago ahora y eso por fin me da calma. La calma con la que pienso vivir el resto de los años sabiendo que estamos en paz. 

Hasta otros atardeceres, Arturo.