22.8.09

El viaje de la primeras veces


Aunque todo viaje implica siempre nuevas aventuras, ya sea por el lugar que vistas, el lugar en que te hospedas o las personas que te acompañan, este viaje en realidad fue único en su género porque por primera vez manejé sola en carretera, sin saber la ruta ni el tiempo que me tomaría llegar a Guanajuato (evidentemente hice más del esperado porque pasando Celaya tomé la federal en lugar de la autopista).
Cata me esperaba allá, ya había terminado de grabar y tendríamos tiempo para vacacionar juntas mientras terminaba el festival, así que sin pensarlo (de otra forma no lo hubiera hecho) cargué gasolina, conecté el ipod, compré agua y algo de comida, y atrevesé la ciudad. Ya en la carretera sentí cierta complacencia por haber burlado a mi mente racional y porque por primera vez fui a alcanzar a mi pareja (por el mero placer de estar con ella). No me importó que la carretera (la federal, me enteré llegando a mi destino) estuviera parchada y angosta; al contrario, me pareció extraño que estuviera tan abandona y, sobre todo, que nuestro expresidente no hubiera hecho una autopista cuando estuvo en el poder siendo él guanajuatense. Eso sí, el paisaje me pareció hermoso. Nada mejor como salir de la ciudad para sentir que estás de vacaciones, aunque sólo sea un fin de semana.
Llegando a mi destino tenía que pedir la llave del cuarto porque Cata estaba en una comida. Muy obediente me acerqué al mostrador de la recepción y, después de ensayar lo que tenía que decir (debía mentir sobre mi personalidad y hacerme pasar por ella), la señorita me preguntó: "¿es usted Catalina López?". A lo que yo contesté: "No, sólo voy a dejar la ropa"... Ups! me dije a mi misma, prueba no superada. Rápidamente le escribí a Cata para que me auxiliara mientras el guardia del hotel me escoltaba al cuarto para "dejar la ropa". Afortunadamente todo estaba previsto para que yo llegara, así que con sólo una llamada se aclaró la situación.
Ya instalada en el hotel, después de bañarme en tina y descansar un rato, por fin nos encontramos. Hasta ese momento me di cuenta que no sabía a qué había ido, pero ya no había vuelta atrás, así que hice acopio de todo mi buen humor, mi paciencia y mis ganas de pasarla bien porque finalmente iba como su dama de compañía. Así que, por primera vez me insatlé en una faceta que no conocía de mí: desprendida, liberada, segura y deshinibida. Esa noche cenamos con sus compañeros de trabajo en un lugar reservado para homenajear a Peter Greenaway (mi director de cine favorito por más de diez años), quien era, junto con su país, el invitado de honor del festival.
Sin saberlo, de pronto me vi rodeada de puros actores, algunos conocidos, otros no. Sin saberlo me enfrasqué en una rutina que duró tres días: de comida a cena, de cena a antro o viendo películas y cortos. Fueron tres días gratificantes por el hecho de compartir con Cata la experiencia de su trabajo y su profesionalismo; por darme la oportunidad de fluir, de "aventurarme" y de vencer mis propios prejuicios e inseguridades al grado que en una de esas comidas, donde la homenajeada era Carmen Aristegui, mi conductora favorita, hice acopio de mis fuerzas y me acerqué a saludarla y a rendirle pleitesía. Son pocas las personas a las que admiro, uno ya está muerto, la otra la tenía enfrente, así que después de dudarlo un poco, de sentir nervios infantiles como cuando estás frente a la maestra/o que te gusta, pedí que me tomaran una foto con ella (el autógrafo me pareció un exceso).
Por primera vez viajé sin ninguna expectativa, sólo por las ganas de hacerlo, por las ganas de estar con Cata.

25.7.09

Vacaciones en familia

Hace algunos meses escribí que ya no quería viajar sola, sino acompañada de gente que como yo disfrutara de una puesta de sol, de un buen café matutino, de un cena tranquila. Evidentemente esto no es posible cuando se viaja en familia, y menos a un club acuático, donde el resto de los vacacionistas también son familias con hijos, pocos o muchos, da igual. En estos seis días de "reposo" mi mente neurótica sólo pensaba en cómo se iban multiplicando el número de niños, adolescentes y adultos a mi alrededor, sin contar a mis cuatro sobrinos (que van desde los cinco hasta los veintiún años), mi hermana mayor y a mis papás.
Ahora que ya estoy en casa nuevamente, con mis cuatro gatos, y después de dormir por más de doce horas, cosa que no había podido hacer desde hace una semana, mi mente está más relajada y puedo ser más honesta conmigo y con la gente que me quiere: Verdaderamente disfruté de su compañía en estos días, a pesar de que no es el ritmo de vida al que estoy acostumbrada, me complace saber que pertenezco a un "clan" que, independientemente, de lo cercanos que estemos, podemos compartir una cena tumultuosa en un lugar ruidoso. A final de cuentas cada uno de los ahí presentes tenía una razón de por qué querer estar, para mí fue el placer de ver felices a mi sobrinos, de jugar con ellos en el agua, de comer juntos y de conocernos mutuamente.

24.7.09

Autobiografía V

La gata de Gloria tiró el vino sobre el libro de Pamuk. Fue un augurio para no terminar de leerlo, tanta descripción me tenía cansada, empezaba a leer sin atención y estaba empeñada en terminarlo. Gracias bobina por abrirme los ojos: me falta mucho por leer, mucho por escribir y mucho por vivir para poder hacer mi autobiografía. Prefiero dejar este ejercicio para un futuro y continuar escribiendo sobre mi día a día... Supongo que es una forma de ir escribiendo el pasado.

30.6.09

Autobiografía IV

Estoy leyendo un libro de Orhan Pamuk, titulado Estambul. Ciudad y recuerdos, donde el escritor narra sus vivencias infantiles, o por lo menos hasta donde voy. Podría decir que es un texto autobiográfico de un autor que no es de mis favoritos, pero que tiene un estilo impecable: trazos delicados e imágenes realistas (aunque los recuerdos son demasiado descriptivos para mi gusto); de una ciudad que me encantaría conocer, y de un género literario que estoy descubriendo.
Adentrarme en la mente de ese pequeño personaje me ha servido de inspiración para copiar un estilo, hasta que pueda encontrar uno propio (siempre he creído que para escribir debes leer mucho y redactar más; debes copiar, como hacen los pintores, o repetir una pieza, como hacen los músicos), hasta que la pluma se suelte, la hoja en blanco no de miedo y las ideas fluyan.
Puedo asegurar que esta es una de las primeras veces que conscientemente abro la puerta a los recuerdos de mi infancia: empiezo de la más sencillo, con los deportes en los que era buena, con las cosas que dejé de hacer y todavía me arrepiento (tocar el piando), o con los idiomas que espero algún día aprender (por lo menos quisiera poder leer en alemán); sigo con los lugares que he visitado, en los que he vivido; con las parejas, los amantes, los amores imposibles o los amigos que he tenido, que tengo y que tendré, más una infinidad de situaciones que todavía no alcanzo a aterrizar. A pesar de que ahora mismo me parece una labor titánica, el estado en el que me encuentro me provoca un gran placer, me hace moverme a mi escritorio, sin importar la hora o el día, para escribir. Escribir sin parar con el fin de evitar que una idea se me escape, que un recuerdo se pierda, que una palabra se olvide o que un gesto se borre.
En pocas palabras, el libro de Pamuk ha abierto mi caja de Pandora: sueño despierta con mis propios sueños, me invento mi propia historia, y construyo otra tan lejana de lo que es ahora que me hace pensar que una autobiografía, cualquiera que ésta sea, dista mucho de la realidad, por lo menos de la realidad de quien la escribe.

27.6.09

Autobiografía III

Si la memoria le falla, recurra a las historias familiares: desde ahora en cada reunión familiar intentaré que hablen de mi niñez, aunque no puedo pedir mucho porque mis papás son tan elocuentes como yo. Confío en que mi hermana Ana Laura, la mayor de los cuatro, quien me lleva nueve años, y quien más se acuerda de nuestra infancia o, por lo menos, se la inventa... de ahí mi frustración con la elocuencia, ella lo es en exceso. No es fácil crecer con alguien así, sobre todo cuando quieres ser escritora (aunque sea de ensayo literario), porque siempre tiene una historia mejor que la mía o por lo menos la cuenta con más sabor.
Recuerdo que cuando niños, íbamos muy seguido a la casa de campo que tienen mis papás cerca del Popocatépetl, y Ana Laura cada mañana nos levantaba para llevarnos de escursión. Evidentemente no escalabamos ninguno de los dos volcanes; es más, no caminabamos más de 10 km de la casa, pero sí nos llevaba a las casas abandonadas donde nos contaba historias de seres fantásticos, de brujas y gatos muertos, de enanos que vivían en casa de árbol. Pasaba más del medio día y regresabamos a casa hambrientos y con ganas de seguir soñando con el próximo viaje. Ninguno de ellos fue igual al anterior, siempre había cosas nuevas por descubrir en ese inmenso mundo de la mente de mi hermana. Hasta la fecha me sigue pareceindo extraordinariamente fantasiosa y envidiable.