Estoy leyendo un libro de Orhan Pamuk, titulado Estambul. Ciudad y recuerdos, donde el escritor narra sus vivencias infantiles, o por lo menos hasta donde voy. Podría decir que es un texto autobiográfico de un autor que no es de mis favoritos, pero que tiene un estilo impecable: trazos delicados e imágenes realistas (aunque los recuerdos son demasiado descriptivos para mi gusto); de una ciudad que me encantaría conocer, y de un género literario que estoy descubriendo.
Adentrarme en la mente de ese pequeño personaje me ha servido de inspiración para copiar un estilo, hasta que pueda encontrar uno propio (siempre he creído que para escribir debes leer mucho y redactar más; debes copiar, como hacen los pintores, o repetir una pieza, como hacen los músicos), hasta que la pluma se suelte, la hoja en blanco no de miedo y las ideas fluyan.
Puedo asegurar que esta es una de las primeras veces que conscientemente abro la puerta a los recuerdos de mi infancia: empiezo de la más sencillo, con los deportes en los que era buena, con las cosas que dejé de hacer y todavía me arrepiento (tocar el piando), o con los idiomas que espero algún día aprender (por lo menos quisiera poder leer en alemán); sigo con los lugares que he visitado, en los que he vivido; con las parejas, los amantes, los amores imposibles o los amigos que he tenido, que tengo y que tendré, más una infinidad de situaciones que todavía no alcanzo a aterrizar. A pesar de que ahora mismo me parece una labor titánica, el estado en el que me encuentro me provoca un gran placer, me hace moverme a mi escritorio, sin importar la hora o el día, para escribir. Escribir sin parar con el fin de evitar que una idea se me escape, que un recuerdo se pierda, que una palabra se olvide o que un gesto se borre.
En pocas palabras, el libro de Pamuk ha abierto mi caja de Pandora: sueño despierta con mis propios sueños, me invento mi propia historia, y construyo otra tan lejana de lo que es ahora que me hace pensar que una autobiografía, cualquiera que ésta sea, dista mucho de la realidad, por lo menos de la realidad de quien la escribe.
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