27.6.09

Autobiografía III

Si la memoria le falla, recurra a las historias familiares: desde ahora en cada reunión familiar intentaré que hablen de mi niñez, aunque no puedo pedir mucho porque mis papás son tan elocuentes como yo. Confío en que mi hermana Ana Laura, la mayor de los cuatro, quien me lleva nueve años, y quien más se acuerda de nuestra infancia o, por lo menos, se la inventa... de ahí mi frustración con la elocuencia, ella lo es en exceso. No es fácil crecer con alguien así, sobre todo cuando quieres ser escritora (aunque sea de ensayo literario), porque siempre tiene una historia mejor que la mía o por lo menos la cuenta con más sabor.
Recuerdo que cuando niños, íbamos muy seguido a la casa de campo que tienen mis papás cerca del Popocatépetl, y Ana Laura cada mañana nos levantaba para llevarnos de escursión. Evidentemente no escalabamos ninguno de los dos volcanes; es más, no caminabamos más de 10 km de la casa, pero sí nos llevaba a las casas abandonadas donde nos contaba historias de seres fantásticos, de brujas y gatos muertos, de enanos que vivían en casa de árbol. Pasaba más del medio día y regresabamos a casa hambrientos y con ganas de seguir soñando con el próximo viaje. Ninguno de ellos fue igual al anterior, siempre había cosas nuevas por descubrir en ese inmenso mundo de la mente de mi hermana. Hasta la fecha me sigue pareceindo extraordinariamente fantasiosa y envidiable.

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