Aunque todo viaje implica siempre nuevas aventuras, ya sea por el lugar que vistas, el lugar en que te hospedas o las personas que te acompañan, este viaje en realidad fue único en su género porque por primera vez manejé sola en carretera, sin saber la ruta ni el tiempo que me tomaría llegar a Guanajuato (evidentemente hice más del esperado porque pasando Celaya tomé la federal en lugar de la autopista).
Cata me esperaba allá, ya había terminado de grabar y tendríamos tiempo para vacacionar juntas mientras terminaba el festival, así que sin pensarlo (de otra forma no lo hubiera hecho) cargué gasolina, conecté el ipod, compré agua y algo de comida, y atrevesé la ciudad. Ya en la carretera sentí cierta complacencia por haber burlado a mi mente racional y porque por primera vez fui a alcanzar a mi pareja (por el mero placer de estar con ella). No me importó que la carretera (la federal, me enteré llegando a mi destino) estuviera parchada y angosta; al contrario, me pareció extraño que estuviera tan abandona y, sobre todo, que nuestro expresidente no hubiera hecho una autopista cuando estuvo en el poder siendo él guanajuatense. Eso sí, el paisaje me pareció hermoso. Nada mejor como salir de la ciudad para sentir que estás de vacaciones, aunque sólo sea un fin de semana.
Llegando a mi destino tenía que pedir la llave del cuarto porque Cata estaba en una comida. Muy obediente me acerqué al mostrador de la recepción y, después de ensayar lo que tenía que decir (debía mentir sobre mi personalidad y hacerme pasar por ella), la señorita me preguntó: "¿es usted Catalina López?". A lo que yo contesté: "No, sólo voy a dejar la ropa"... Ups! me dije a mi misma, prueba no superada. Rápidamente le escribí a Cata para que me auxiliara mientras el guardia del hotel me escoltaba al cuarto para "dejar la ropa". Afortunadamente todo estaba previsto para que yo llegara, así que con sólo una llamada se aclaró la situación.
Ya instalada en el hotel, después de bañarme en tina y descansar un rato, por fin nos encontramos. Hasta ese momento me di cuenta que no sabía a qué había ido, pero ya no había vuelta atrás, así que hice acopio de todo mi buen humor, mi paciencia y mis ganas de pasarla bien porque finalmente iba como su dama de compañía. Así que, por primera vez me insatlé en una faceta que no conocía de mí: desprendida, liberada, segura y deshinibida. Esa noche cenamos con sus compañeros de trabajo en un lugar reservado para homenajear a Peter Greenaway (mi director de cine favorito por más de diez años), quien era, junto con su país, el invitado de honor del festival.
Sin saberlo, de pronto me vi rodeada de puros actores, algunos conocidos, otros no. Sin saberlo me enfrasqué en una rutina que duró tres días: de comida a cena, de cena a antro o viendo películas y cortos. Fueron tres días gratificantes por el hecho de compartir con Cata la experiencia de su trabajo y su profesionalismo; por darme la oportunidad de fluir, de "aventurarme" y de vencer mis propios prejuicios e inseguridades al grado que en una de esas comidas, donde la homenajeada era Carmen Aristegui, mi conductora favorita, hice acopio de mis fuerzas y me acerqué a saludarla y a rendirle pleitesía. Son pocas las personas a las que admiro, uno ya está muerto, la otra la tenía enfrente, así que después de dudarlo un poco, de sentir nervios infantiles como cuando estás frente a la maestra/o que te gusta, pedí que me tomaran una foto con ella (el autógrafo me pareció un exceso).
Por primera vez viajé sin ninguna expectativa, sólo por las ganas de hacerlo, por las ganas de estar con Cata.
Cata me esperaba allá, ya había terminado de grabar y tendríamos tiempo para vacacionar juntas mientras terminaba el festival, así que sin pensarlo (de otra forma no lo hubiera hecho) cargué gasolina, conecté el ipod, compré agua y algo de comida, y atrevesé la ciudad. Ya en la carretera sentí cierta complacencia por haber burlado a mi mente racional y porque por primera vez fui a alcanzar a mi pareja (por el mero placer de estar con ella). No me importó que la carretera (la federal, me enteré llegando a mi destino) estuviera parchada y angosta; al contrario, me pareció extraño que estuviera tan abandona y, sobre todo, que nuestro expresidente no hubiera hecho una autopista cuando estuvo en el poder siendo él guanajuatense. Eso sí, el paisaje me pareció hermoso. Nada mejor como salir de la ciudad para sentir que estás de vacaciones, aunque sólo sea un fin de semana.
Llegando a mi destino tenía que pedir la llave del cuarto porque Cata estaba en una comida. Muy obediente me acerqué al mostrador de la recepción y, después de ensayar lo que tenía que decir (debía mentir sobre mi personalidad y hacerme pasar por ella), la señorita me preguntó: "¿es usted Catalina López?". A lo que yo contesté: "No, sólo voy a dejar la ropa"... Ups! me dije a mi misma, prueba no superada. Rápidamente le escribí a Cata para que me auxiliara mientras el guardia del hotel me escoltaba al cuarto para "dejar la ropa". Afortunadamente todo estaba previsto para que yo llegara, así que con sólo una llamada se aclaró la situación.
Ya instalada en el hotel, después de bañarme en tina y descansar un rato, por fin nos encontramos. Hasta ese momento me di cuenta que no sabía a qué había ido, pero ya no había vuelta atrás, así que hice acopio de todo mi buen humor, mi paciencia y mis ganas de pasarla bien porque finalmente iba como su dama de compañía. Así que, por primera vez me insatlé en una faceta que no conocía de mí: desprendida, liberada, segura y deshinibida. Esa noche cenamos con sus compañeros de trabajo en un lugar reservado para homenajear a Peter Greenaway (mi director de cine favorito por más de diez años), quien era, junto con su país, el invitado de honor del festival.
Sin saberlo, de pronto me vi rodeada de puros actores, algunos conocidos, otros no. Sin saberlo me enfrasqué en una rutina que duró tres días: de comida a cena, de cena a antro o viendo películas y cortos. Fueron tres días gratificantes por el hecho de compartir con Cata la experiencia de su trabajo y su profesionalismo; por darme la oportunidad de fluir, de "aventurarme" y de vencer mis propios prejuicios e inseguridades al grado que en una de esas comidas, donde la homenajeada era Carmen Aristegui, mi conductora favorita, hice acopio de mis fuerzas y me acerqué a saludarla y a rendirle pleitesía. Son pocas las personas a las que admiro, uno ya está muerto, la otra la tenía enfrente, así que después de dudarlo un poco, de sentir nervios infantiles como cuando estás frente a la maestra/o que te gusta, pedí que me tomaran una foto con ella (el autógrafo me pareció un exceso).
Por primera vez viajé sin ninguna expectativa, sólo por las ganas de hacerlo, por las ganas de estar con Cata.
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