24.10.14

Fe o locura

He tenido encuentros y desencuentros con la religión católica, esa única religión que nos enseñaron como las tablas de multiplicar en nuestra sociedad. Una religión que ha propiciado una forma mexicana de ser donde la culpa ha sido el mejor aliado de la ausencia de responsabilidad. Tengo mucho que reprocharle a esta religión que desde niña marcó mi devenir; un reproche social, no un reproche afectivo. Si bien es cierto que no fue mi primera educación, los preceptos católicos estuvieron lacerando mi condición por casi diez años, los años de la primaria y la secundaria. No recuerdo bien a bien qué dice la Biblia, solo recuerdo que tenía que rezar todas las mañanas. No recuerdo la idolatría por los sacerdotes, pero sí recuerdo que íbamos a la iglesia todos los domingos. Lo paradójico es que en una crisis de adolescencia el primer lugar de refugio al que acudí fue la iglesia. Tenía una duda existencial que carcomía mi espíritu y decidí entrar a hablar con un sacerdote, no era mi intención confesarme pues hacía rato que no creía ni en el pecado ni en la culpa. Acudí ahí porque imaginaba la iglesia como un espacio de sabiduría. Tremenda decepción, el sacerdote solo se limitó a decir que estaba pecando por si quiera pensar que podrían gustarme las mujeres. Salí desconcertada. La primera vez que me atrevía a poner en palabras un sentimiento fidedigno frente a un extraño que la sociedad le otorga el don de sabio, resultó ser un fiasco. Pequé de ingenuidad. A partir de ese momento rompí toda relación con la iglesia católica, y me revelé a sus ritos. En general, me revelé a todos los ritos de las religiones a las que seguí por varios años en busca de una respuesta a la afección espiritual que sentía. Tiempo después asumí y acepte mi condición, mis preferencias, más por amor a mi misma, que como respuesta a lo social. La religión se esfumó hasta que empecé a trabajar las fronteras y la migracion. Me irritaba y me irrita la práctica asistencialista de ciertos religiosos que ven en los migrantes una forma de ganar adeptos, pero también reconozco en otros la extenuante labor de acompañarlos, de escucharlos e incluso de defenderlos. Ayer hablé con uno de ellos, ya no en la iglesia, sino en el auditorio, le pregunté otra de mis dudas existenciales: "cómo haces para no perder la fe con todo el dolor y sufrimiento que te rodea?". 
-tratando de no volverme loco, me contestó.
La locura quizá es la antítesis de la fe, pensé, pero no me aclara en la emoción lo que es tener fe. Le volví a preguntar: "pero cómo haces para que no te afecte?
-Sí me afecta, pero estoy entrenado en la guerra, afirmó y se quedó en silencio un momento, como si hubiera cometido una indiscreción. Después agregó que está consciente de que es probable que pueda desarrollar alguna enfermedad por el estrés, por el dolor de esas otras personas a quienes también les tiene que curar las heridas, no solo intentar curar el alma.
Seguimos hablando de la fe, de la institución religiosa, de la hospitalidad. No me queda claro todavía como no ha perdido la fe, pero supongo que al final del día eso no es lo que más le inquieta, sino quizá perder la cordura.
A diferencia de la anterior, esta vez reconocí las palabras sinceras de alguien que no se asume como verbo y palabra divinas, sino como un actor social responsable de lo que le pueda pasar a esos otros que transitan por el mundo cruzando fronteras. Esta vez me fui satisfecha con la conversación aunque la inquietud de perder la fe o asumir la locura siga siendo una duda existencial.

11.10.14

Imágenes

Construimos nuestros recuerdos de emociones, quizá de palabras, olores, sensaciones. Las imágenes se evaporan en nuestra memoria, se transforman, se distorsionan, se difieren.
Los budistas reniegan de las fotografías porque el recuerdo, si es necesario, está en la conciencia, no en la ficción.
Escribo porque la realidad me supera y prefiero creer que la felicidad o la ignorancia son solo ficción. Quizá creer también es ficción. Lo que no es ficción es la felicidad propia, la felicidad que dura un suspiro, la felicidad de quienes se aman y son producto del amor. Hoy, como nunca, una imagen destapó mi histeria y me dejó sentir la felicidad más profunda. Esa imagen se llevó mis miedos, mis celos, mis apegos. Solo me provocó una duda: cómo llegaron ahí? a verse con ese amor a cuarenta y cinco años de relación. A reconocerse como dos cómplices y compañeros en la inmensidad natural. Hoy estoy pletórica porque esos dos seres que me dieron vida alcanzaron la plenitud de su vida juntos. Esta imagen no es ficción, es la pura realidad.




14.9.14

Andar a paso lento

Ayer fui al campo, a la casa de campo que desde hace muchos años, casi toda mi vida, tienen mis papás en un rincón desolado en el Estado de México. Fue el pretexto para tomar aire fresco, para estar con ellos, para andar a su paso, para distraerme de mi propia inercia. También fue el pretexto para escuchar aquello índescible que no tiene nada de reprochable. Su historia la sabrán contar mejor las interesadas o quizá sea sólo una ficción más.
Me quedo con esta imagen: las dos tendidas bajo la sombra del árbol, madre e hija, hablando. Un hablar pausado, a veces entrecortado, a veces ansioso. Un hablar liberador del alma. No hay historia, nunca la hubo. Sólo existió un gran deseo de hacer las cosas bien. Como si el bien se pudiera evaluar. O quizá la intención. O quizá el resultado. Aunque casi creo que un resultado no se mide igual, no representa la misma satisfacción para quienes están involucrados.
Me quedo con aquello que sólo me libera, que abraza a mi niña interna que por años buscó este espacio, este momento de equilibrio. Un momento donde la tensión se disipa y sólo quedan madre e hija hablando "de sus cosas". Esas cosas que sólo importan a ellas pero que pueden ser irrelevantes para el resto. Ayer, como nunca, me sentí conectada filialmente a mi madre. Una madre que siempre ha estado, pero que hice a un lado por mi absurda rebeldía.

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Otra imagen: los tres a la mesa, un plato de frijoles, dos platos de arroz. Los tres comiendo a cucharadas arroz con frijoles. Silencios largos. De esos que alimentan el alma. Pensé en Oriente. Pensé que momentos como éste no tienen que ver con una cultura en particular, sino con una intimidad compartida. Los tres metiamos nuestra cuchara a los frijoles como si lo hubiéramos hecho siempre. Esas cosas no se aprenden, se sienten.

18.8.14

"Vas a quedar con el ojo cuadrado"

Fuimos al Muac. En teoría a distraer a mi sobrino y los sorprendidos fuimos nosotros. Vimos la exposición al ritmo de un niño de 10 años, que vive a la velocidad del internet, y que difícilmente se detiene a experimentar, porque nació conectado a la consola. La primera exposición la recorrimos sin problemas y a paso lento; la segunda, un caos. La historia de su familia, de sus abuelos, narrada mediante expresiones artísticas de diversa índole que marcaron las décadas cincuenta y sesenta del siglo pasado. Tres generaciones observando lo que estaba a nuestro alcance: Para mis padres, recuerdos de su juventud; para mí, los movimientos sociales; para mi sobrino, desconcierto. No entendía por qué lo habíamos llevado ahí. Al salir nos formamos en la máquina de fotos, ilusión de los cuatro. Un día perfecto, pensé. No había visto a mis padres con esa inquietud traviesa de verse "con el ojo cuadrado". A mí sobrino, sin embargo, le pareció un tanto bobo. Tres generaciones fotografiadas con un retoque que te hace un ojo de forma cuadrada. Publicidad del museo. Nos tardamos y mi sobrino se desesperaba aún más. Pasamos, fui sentando a cada uno en el banco y vi sus rostros, la intimidad de quién se expone al ridículo, los tres me sorprendieron, los tres disfrutaron el juego. Salimos del museo "con el ojo cuadrado" y el espíritu rebosante.

23.7.14

#Gaza

He escrito cantidad de tuiters referentes a #Gaza pero todavía no entiendo por qué es necesaria tanta violencia y destrucción en el mundo...
He llenado mi vista de imágenes de niños muertos en #Gaza y todavía no entiendo por qué no hemos podido detener esta masacre...
He seguido en las redes sociales a cantidad de palestinos e israelíes para entender lo que pasa en #Gaza pero ellos tampoco lo entienden. Ambición de muchos.
He tratado de hacer una analogía para entender lo que pasa en #Gaza pero en nuestra sociedad la destrucción se ha vuelto espectáculo.
Quisiera entender lo que nos sucede como humanidad y sólo encuentro indiferencia hacia el otro/otra.
Las redes sociales están plagadas de epitafios de los muertos de #Gaza pero eso no me permite entender por qué nos seguimos matando entre nosotros.