29.2.16

#254

Ha pasado la fiebre marroquí. La lluvia y el viento del fin de semana arremetieron con los recuerdos. Un libro, una vivencia, me remitió a lo que subyace a la experiencia. El puro placer. Me he convertido en una hedonista, voyeurista ya lo era. La combinación perfecta para un sabático. Para un trance, para hilar en fino. Insisto que estoy en crisis de los cuarenta, aunque una crisis bastante disfrutable. Hedonismo y estoicismo se han visto de frente. Una aporía a todas luces. El miedo y la inseguridad son malas consejeras, no así el estado del hedonista que se empecina en sentir, en vivenciar, en ponerle rostro a cada aspecto de la vida. Mientras el estoico se recoge para contemplar y disfrutar, disfrutarse en su fuero interno. No sé si son ontologicamente incompatibles, lo cierto es que ahora tránsito de un estado a otro con mucha facilidad y poca incertidumbre. Lo voyeurista siempre me acompaña. Ese siempre ha sido mi talón de Aquiles. Incluso en los momentos de más calma. 

21.2.16

#253

5:30 am
Llamada
Las mezquitas
Asincrónicas
Hacen eco 
De la palabra

5:30 am
Hora de levantarse
Escucho atenta
El embrujo
Sin saber lo que dice

5:30 am
Cuatro amaneceres
Similares
Hoy lo extrañaré 
Cuando despierte

O quizá extrañaré tus ojos
Diciendo lo indecible
Lo imaginado
Lo que cada una cree 
Haber escuchado
En silencio
En el silencio de una sonrisa 
Cómplice
La de las 5:30 am


Foto: Roxana Rodríguez 







#252

Salimos temprano para ir a la otra frontera, una que mide más de cuatro mil kilómetros y divide Marruecos de Argelia. Una locura. Humanamente imposible de controlar, a pesar de estar cercada en su totalidad. Una cerca que nuevamente cruza poblaciones. Solo que esta frontera no es entre Occidente-Oriente, sino entre Oriente-Oriente. Hermanados por las tradiciones, la lengua, la religión, la familia. Divididos por factores irreconciliables. El mundo árabe, conformado por 22 países, pensado para contrarrestar el bloque occidental, no logró su cometido. Se ha vuelto servil a los intereses de unos cuantos. Un recorrido largo, a ratos cansado por la carretera en construcción. Imponente por la geografía que amuralla con las montañas áridas. No ha llovido, dicen cada tanto. Hay sequía. Un recorrido intrépido porque no dudamos en subirnos a cualquier taxi. Carros antiguos, Mercedes casi todos, una estética aporetica del mundo arabe. Tonos crema, ocre, terracota. Nada brilla. Salvo la ropa de las mujeres. Las mezquitas se asoman cada tanto y cada tanto también se escucha el llamado a rezar. Paramos en un pueblo antes de llegar a la frontera. Un té por no dejar. Otro más. Menta pura. Azúcar. Una lengua rasposa que grita, parece que ofende. Cuando te acostumbras es dulce y debe ser melódica. Todos escriben, poesía. O lo intentan. Casi siempre los hombres, las mujeres apenas se hacen notar. Lo femenino es lo privado. Quizá por obligación, quizá por gusto. Llegamos a la frontera. Imperceptible. La guerra de las banderas dice quien viene a mi lado. Y es verdad. De un lado la estrella de cinco picos negra sobre fondo rojo. La de Marruecos. Del otro lado la media luna menguante y la estrella, también de cinco picos, rojas ambas, sobre el fondo verde-blanco. La de Argelia. Una malla ciclonica que divide una geografía montañosa. Gente del otro lado tomando fotos como nosotros. Viento frío. Nadie más en el camino. Seguimos andando. Carros militares de vez en cuando. De allá para acá no pasa nada, pero si cruzas para allá, los militares te disparan, nos advierten. Las referencias de la lengua son las mismas: de aquí para allá, de este lado y del otro. Es lo que tienen las fronteras. Punto diegético de las narrativas centrado en la lógica dimensional. Nada más importa. El territorio se defiende incluso desde la ubicación semántica. Seguimos el recorrido. Llegamos al mar. El otro lado del Mediterráneo. Un azul brillante-opaco, como la luna que ya se asoma. Luna semi-llena gris plata. En mi vida había visto algo igual. Tomé la cámara y salí a la playa. Ráfagas de viento frío. Corrí a tocar el agua, hice algunas fotografías. Estaba extasiada. Feliz. Aturdida. Incrédula. Embelesada. Marruecos te conmueve el espíritu. Ahora entiendo el gusto y la locura de Paul Bowles. O te atrapa o te incomoda hasta la ceguera. Así es Marruecos. Regresamos agotados. Nada que decir porque habíamos visto mucho. Más de lo que los ojos están acostumbrados. El regreso nuevamente intrépido. Otro Mercedes, otro taxista. Un bache rompió el radiador. Había oscurecido. Reímos de nervios. Seguimos andando con la libertad de la pequeñez humana. Así es Martuecos y así son sus fronteras.

Foto: Roxana Rodríguez 

Foto: Roxana Rodríguez 

Foto: Roxana Rodríguez 

20.2.16

#251

Púas
Cercas
Zanjas
Límites

Guarde su celular
No tome fotos
No use el flash
Límites

Garita
Autos
Policía
Límites

12 km de frontera
Una división artificial
Una ida sin vuelta
Un deseo censurado

Cuando te lo impiden
Cruzas
Cuando la frontera te divide
Cruzas 

De quien quiera que sea
Ese famoso ideal de bienestar 
Que intentan proteger
Es también una ficción

La frontera es occidental
Como el cuidado de los perros
No es necesario domesticar
Con púas

Se encierra quien 
Dentro queda
El resto 
Rodea la zanja 
Desde el Monte Gurugú


Foto: Roxana Rodríguez 
 

Foto: Roxana Rodríguez 


Foto: Roxana Rodríguez


Foto: Roxana Rodríguez 








#250

Ayer lo volví a intentar. Había decidido quedarme en el hotel mientras los demás trabajaban en la universidad. Ventana a la calle central, en un tercer piso. El sol calentaba por una orilla. Acomodé la mesa-tocador y lo único que me molestaba era el espejo de frente en la que de reojo me veía cada tanto. Abrí el iPad para saber qué lectura continuaba en mi investigación. Roberto Esposito. Bios. Con poco ánimo empecé, aunque fue un día productivo de lectura veloz, ubicando la genealogía, la intención, la diferencia con Derrida y su vínculo con Luhmann, lo que más me gustó fue su relación con Spinoza. Ahí me detuve por última vez. Antes ya lo había hecho un par de veces durante el día. La primera cuando entraron para hacer la habitación. Decidí estirar las piernas y caminar al malecón. Me había acostumbrado a la gente y a sus modos. El día anterior habíamos andado en grupo y era más fácil lidear con los prejuicios. El mar estaba aturdido, oscuro. Hacía viento. Poca gente paseaba. Me senté en una banca a sentir el tiempo. Su tiempo. Sin prisa y con calma. Así mi vida últimamente. De reojo ví a una mujer sentada en la cafetería del malecón. La única que existe al finalizar la rambla y sobre el mar. Una construcción antigua y carcomida por la humedad, con mesas exteriores orientadas a los cuatro puntos cardinales. Mientras me acercaba intercambiamos miradas. Era extranjera, como yo. Pedí permiso para tomar un té de menta fuera. Caminé hacia donde estaba y le dije hola. Tenía ganas de hablarle. Me ganó el color verde profundo de sus ojos, más que la curiosidad de saber qué hacía en Nador. Ciudad fronteriza y no turística. Español, le pregunté con una sonrisa. Francés, contestó también sonriendo. Uf! Inglés, pregunté con última opción. Se giró e hizo un gesto con la mano afirmando que no habría forma de dialogar y volvió la mirada al libro que tenía entre las piernas. Me senté agitada, las preguntas que quería hacerle se quedaron en mi mente y poco a poco fui reacomodando mis pensamientos y mis emociones. Francés!, nunca he querido aprender francés, ni siquiera por mi gran devoción a Derrida (seguro él lo entendería, como ahora entiendo el monolingüismo de la lengua). Contemplé el mar, la gente, el malecón. Me dio el sol en la cara y sentí calma. Silencio. No volvimos a decir nada. Solo nos acompañamos con nuestra presencia en un país donde la vida de la mujer no es pública. Me despedí con una sonrisa y regresé al hotel. Seguí leyendo a Esposito, con poco ánimo y frío. Mi cuerpo había perdido el calor del medio día.


Foto: Roxana Rodríguez 

Foto: Roxana Rodríguez

Foto: Roxana Rodríguez