21.2.16

#252

Salimos temprano para ir a la otra frontera, una que mide más de cuatro mil kilómetros y divide Marruecos de Argelia. Una locura. Humanamente imposible de controlar, a pesar de estar cercada en su totalidad. Una cerca que nuevamente cruza poblaciones. Solo que esta frontera no es entre Occidente-Oriente, sino entre Oriente-Oriente. Hermanados por las tradiciones, la lengua, la religión, la familia. Divididos por factores irreconciliables. El mundo árabe, conformado por 22 países, pensado para contrarrestar el bloque occidental, no logró su cometido. Se ha vuelto servil a los intereses de unos cuantos. Un recorrido largo, a ratos cansado por la carretera en construcción. Imponente por la geografía que amuralla con las montañas áridas. No ha llovido, dicen cada tanto. Hay sequía. Un recorrido intrépido porque no dudamos en subirnos a cualquier taxi. Carros antiguos, Mercedes casi todos, una estética aporetica del mundo arabe. Tonos crema, ocre, terracota. Nada brilla. Salvo la ropa de las mujeres. Las mezquitas se asoman cada tanto y cada tanto también se escucha el llamado a rezar. Paramos en un pueblo antes de llegar a la frontera. Un té por no dejar. Otro más. Menta pura. Azúcar. Una lengua rasposa que grita, parece que ofende. Cuando te acostumbras es dulce y debe ser melódica. Todos escriben, poesía. O lo intentan. Casi siempre los hombres, las mujeres apenas se hacen notar. Lo femenino es lo privado. Quizá por obligación, quizá por gusto. Llegamos a la frontera. Imperceptible. La guerra de las banderas dice quien viene a mi lado. Y es verdad. De un lado la estrella de cinco picos negra sobre fondo rojo. La de Marruecos. Del otro lado la media luna menguante y la estrella, también de cinco picos, rojas ambas, sobre el fondo verde-blanco. La de Argelia. Una malla ciclonica que divide una geografía montañosa. Gente del otro lado tomando fotos como nosotros. Viento frío. Nadie más en el camino. Seguimos andando. Carros militares de vez en cuando. De allá para acá no pasa nada, pero si cruzas para allá, los militares te disparan, nos advierten. Las referencias de la lengua son las mismas: de aquí para allá, de este lado y del otro. Es lo que tienen las fronteras. Punto diegético de las narrativas centrado en la lógica dimensional. Nada más importa. El territorio se defiende incluso desde la ubicación semántica. Seguimos el recorrido. Llegamos al mar. El otro lado del Mediterráneo. Un azul brillante-opaco, como la luna que ya se asoma. Luna semi-llena gris plata. En mi vida había visto algo igual. Tomé la cámara y salí a la playa. Ráfagas de viento frío. Corrí a tocar el agua, hice algunas fotografías. Estaba extasiada. Feliz. Aturdida. Incrédula. Embelesada. Marruecos te conmueve el espíritu. Ahora entiendo el gusto y la locura de Paul Bowles. O te atrapa o te incomoda hasta la ceguera. Así es Marruecos. Regresamos agotados. Nada que decir porque habíamos visto mucho. Más de lo que los ojos están acostumbrados. El regreso nuevamente intrépido. Otro Mercedes, otro taxista. Un bache rompió el radiador. Había oscurecido. Reímos de nervios. Seguimos andando con la libertad de la pequeñez humana. Así es Martuecos y así son sus fronteras.

Foto: Roxana Rodríguez 

Foto: Roxana Rodríguez 

Foto: Roxana Rodríguez 

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