28.2.21

El behemoth de la pandemia

Lo que esperábamos durara unos meses sigue en activo: confinamiento, contagio, muerte provocada por el virus; fenómenos que circunscriben nuestro día a día desde hace más de un año. Una guerra silenciada de nuestras pasiones: polisemia afectiva. Durante un año aprendimos a diagnosticar los síntomas de la enfermedad y de la muerte. Claudicamos, cedimos ante nuestra vulnerabilidad frente a lo desconocido. Aquello que con entusiasmo e incredulidad poco a poco fue tocando los hogares de nuestros seres queridos, incluso los propios, nos desdibujó de la escena privada. Estábamos impedidos a salir a la calle quienes podíamos quedarnos en casa, más por convicción que por necesidad. Cautela, distancia, aislamiento. Lo que inició como una afrenta al sistema de salud y a la economía mundial se convirtió en una carrera de obstáculos para continuar alimentando al Leviathan, la maquinaria institucional, la razón instrumental.
Nos subimos al tren de la aplicabilidad, a la virtualidad autómata, transformando nuestros procesos cognitivos bajo el auspicio del imperativo categórico sin cuestionar, sin leer las instrucciones del manual que la enfermedad nos había entregado sin acusar de recibido.
Improvisamos en nuestras casas, las convertimos en oficinas, salones de clase; desterritorializamos la afectividad con tal de sobrevivir y despolitízamos nuestra actividad intelectual en búsqueda de una verdad: la de la ciencia. Dejamos de decidir, de ocupar los espacios ganados como ciudadanas y aprendimos a simular con los webinars y las redes sociales que teníamos consciencia de clase sin mirar al otro a la otra. Nos subimos a la palestra pública para dogmatizar y darle rigidez a las clases, a las etnias, a las diferencias sexuales, síntomas que han capitalizado los diferentes conservadurismos en todos los continentes con las implicaciones negativas para el devenir de las siguientes generaciones; desdibujamiento de los derechos sociales en las políticas venideras. 
Lo que ahora nos ocupa es vacunar a la población en su mayoría, aunque son los países más ricos los que han acaparado el inventario de las mismas; salir de las crisis económicas, echar a andar nuevamente la maquinaria del consumo, que siguió otros derroteros e hizo posible engrosar la brecha de desigualdad en el mundo; y volver a aquello que entendíamos como nuestra normalidad a pesar de nuestras otras angustias.
“Échale ganas”, “ya va a pasar”, se volvió el slogan de los cursos que por internet crecieron como la espuma. Se la empresaria de ti misma, aprovecha el tiempo y aprende algo nuevo mientras esto pasa, nos siguieron repitiendo e introyectamos esa otra posibilidad de convertirnos en capital humano para el neoliberalismo sin detenernos a pensar, a reflexionar no solo en lo que debíamos hacer sino en por qué lo hacíamos. 
Sobrevivir. Aprender a sobrevivir a la pandemia ha sido el derrotero de nuestras pasiones. ¿Cuándo sabremos si hemos pasado la prueba?, ¿cuándo tomaremos la decisión de incorporar a nuestro Behemot para encausar la guerra contra el Leviathan?
La pandemia cederá, quizá vendrán otras y, nosotras, ¿habremos aprendido a sobrevivir a nuestros miedos?

27.12.20

La vida en el campo II

Llevo tres semanas en esta casa de campo que tienen mis padres cerca de los volcanes del lado del Estado de México, una ruta que pudo haber sido ecoturistica si los gobiernos de por lo menos cuatro estados lo hubieran querido (cdmx, edomex, Puebla, Morelos), aunque no pierdo la esperanza que en algún momento de lo que dura esta pandemia a alguien se le prenda el foco y por lo menos le alcance para frenar el acelerado crecimiento de los comercios entre los varios municipios que circunscriben este pedazo del corredor (Atlautla, Amecameca, Ozumba, por mencionar los tres más importantes). 
De mi infancia y las múltiples veces que mis padres nos llevaron a los volcanes tengo ese recuerdo de los alpinistas de muchas partes del mundo haciendo base en Amecameca. Donde antes conseguías de lo mejor en equipo de lo que ahora se conoce por senderismo, con el cierre del Popocatépetl se volcó a la fayuca China. 
Los volcanes siguen ahí, y nos regalan unos paisajes hermosos, pero la gente también se ha quedado y ha migrado y ha urbanizado lo que quedaba de rural, incluyendo este pedazo de oasis que está poco a poco desapareciendo, primero porque el crimen organizado hace una década orilló al abandono de quienes tenían alguna casa aquí y, ahora, con la pandemia, se empieza a gentrificar y no se si con la intención de hacer comunidad o estar solo de paso.
En estas semanas que he disfrutado el olor a campo, a frío, a pino y me he regocijado en el silencio y la soledad del estar, también he padecido lo que no es tan evidente: el miedo a ser mujer, estar sola (lo que se entiende a no tener marido o pareja hombre), a ser libre, a generar sospechas por hablar con el vecino, o a llamar a la policía en un momento de vulnerabilidad, en un país donde es difícil ser-hacer todo eso siendo mujer.
Después de tres semanas sigo pensando que la vida pospandemia está en el campo y voy a procurarme que así sea, pero quizá no sea este el lugar indicado o quizá falta hacer mucho trabajo en comunidad para aceptar las diferentes formas de vida.


Vista desde Tlamacas, Estado de México. Foto: Roxana Rodríguez Ortiz


25.12.20

Decidir

Y Ramona no tiene rutina 
Como tampoco yo
Hace años escribí 
Que no quería 
Pertenecer 
Y que nadie 
Me perteneciera
Lo sigo sintiendo
Solo que ahora tengo un hogar 
Una familia 
Una vida 
La que he decidido 
Vivir 


29.11.20

El efecto Maradona: soñar que el deporte no tiene género

Hace unos días murió Maradona, el miércoles para ser exacta. Vi la noticia en las redes y no puede mas que sentir aflicción. Rápidamente busqué las causas de la muerte, un impulso que tengo cada tanto, no solo por morbo, también por interés en quien muere. No fue covid, lo que hubiera sido normal, menos en Maradona que no era normal ni pertenecía a la nueva normalidad. Subí mi post donde comentaba su muerte, la muerte de uno de los grandes de mi época, mi época de infancia. Una infancia feliz. 
Al poco rato de estar tonteando en la redes empiezo a leer publicaciones de mujeres, algunas alegrándose de la muerte de un macho, violador, pedofilo y otras hablando desde su lugar de admirar, reconocer o justificar su tristeza por la muerte de Maradona. A muchas mujeres que se pronunciaron en franca tristeza por la muerte del D10S las desterraron de la Amazonia feminista que pulula con mucha fuerza en las redes, otras decidieron subirse al barco de explicar porqué sus afectos por el futbolista.
Yo leí con angustia la debacle en la que se había convertido el acto en sí: la muerte de Maradona  y no daba crédito de lo que estaba sucediendo. Me debatía entre escuchar a quienes revictivizaban a las víctimas (lo que en teoría nunca se debe hacer según los protocolos contra la violencia de género), y lo que yo sentía, junto con un montón de gente más en todo el mundo por la muerte de Maradona. Estaba enojada nuevamente con la condición humana y los falsos debates, moralinos, contradictorios, sobre una figura pública, pero también sobre el actuar de quienes se erigen como la policía de la moral. 
Días han pasado, la gente sigue escribiendo a diestra y siniestra sobre el personaje y la gente sigue rindiéndole tributo al futbolista fuera y dentro de la cancha.
Yo había decidido no escribir nada, más por pereza, que por necesidad, hasta que vi un tuit de Gabriela Sabatini, otra de las grandes deportistas que ha dado la Argentina, y me acordé de mi sesión de análisis del jueves, donde tuve que trabajar mi aflicción por lo que estaba leyendo en redes, pues no entendía y sigo sin entender la polarización en la que incurre la gente sobre las figuras que han hecho historia por sus destrezas en el deporte, en el arte, en la política. Y la comentaba a mi analista, que también es argentina, mi experiencia de infancia y porqué en repetidos foros afirmo no ser feminista mas sí tener prácticas feministas. Mi infancia transcurrió rodeada de hombres con los que jugaba fútbol, béisbol, carreterita. Hacíamos películas simulando ser Rocky y veíamos los mundiales, las olimpiadas y compartíamos las participaciones de Valenzuela, Sánchez, Maradona, entre otros. Personajes todos ellos que me recuerdan esa feliz época de mi vida que no existe más, como Maradona, pero que marcó mi vida y mi no-ser-feminista. Por instinto le dije, no recuerdo tener referentes mujeres de esa época, y al segundo corregí. También las tuve e igualmente me afligiría la muerte de Comaneci, Sabatini, Graff, Navratilova, de quien también han hablado y no siempre refiriéndose a sus habilidades deportivas. 
No me alegro de la muerte de Maradona, me aflijo por quienes ven venganza en ello. Dudo que las polarizaciones binarias entre izquierda derecha o feminismos machismos abonen a sus propias causas ideológicas, incluso creo que abonan más a los epistemicidios. De lo único que estoy convencida es que un Maradona o una Sabatini nos permiten soñar cuando somos niñas, soñar en que el deporte no tiene género. 

19.11.20

«"A ver, a ver; 'tiempo fuera', ¿quién dijo eso?"», Laura Luz. De entrevistas a entrevistas

Hace casi un mes me escribe Marisol, una estudiante de mis inicios como docente en la UACM, para decirme que está trabajando en "x" lugar y que les gustaría entrevistarme. Como política personal, casi siempre digo que sí a las invitaciones que me hacen quienes fueron mis estudiantes, mucho por el placer de que recuerden mi trabajo, mucho por apoyar su causa. Me dice que harán una entrevista previa para conocerme y hablar de la dinámica. 

Espero paciente instrucciones, como siempre hago cuando me dicen que me van a entrevistar. Nunca pregunto nada, ni quién es el/la entrevistador/a, ni de qué va la entrevista. Aprendí con los años que es mejor el factor sorpresa para no prejuzgar el evento en sí que ya es un performance. Tengo esa primera plática con quién hará la entrevista, debo reconocer que no la ubico de nada, pero me cae bien de inicio. Me pregunta sobre mi infancia, sobre mi vida, de lo que hago. Me platica que empieza leyendo un cuento de su autoría sobre la persona en cuestión, o sea sobre mí. 




Primer descoloque, estoy acostumbrada a que no me pregunten nada de mí, sino de lo que sé, de lo que pienso (incluso creo que para eso me pagan, para pensar sobre lo que investigo, no por quien soy). Todavía estoy en Oaxaca, acabo de escribir un manuscrito sobre la muerte, el duelo, mi hermano, la amistad, el amor, la hospitalidad y un montón de cosas que traigo a flor de piel, no solo se las platico sino que le comparto el manuscrito así como está. Nos despedimos. 

Termina mi residencia artística en Oaxaca. Regreso a la CDMX. Llega el día de la entrevista. Como hago todas las veces que me toca presentar un libro o que me entrevisten, recojo la casa, platico con Ramona, mi perra, le doy unos premios para que se esté quieta, a veces estos eventos duran cinco minutos, otras se alargan un tanto más, y Ramona se desespera, algunas yo también. Obediente, siguiendo las instrucciones, saco del refrigerador la botella de vino que había abierto el día anterior, la pongo sobre el escritorio-mesa de mi comedor-estudio (que incorporé como parte del home office durante mi sabático-confinamiento) y me siento a la hora indicada a que inicie la conexión. 

Con la pandemia todo es virtual, lo que a mí me encanta porque como soy diurna hogareña ensimismada, me cuesta un montón salir de casa después de cierta hora, pero con las conexiones por internet, me saco la ropa de estar , que es la que uso todo el día para trabajar, me pongo algo medianamente presentable, me lavo los dientes, me medio peino, y me paso del futón del estudio a la mesa del comedor-escritorio. Estas dinámicas de pandemia me han hecho ser más sociable de lo que normalmente acostumbro en no-pandemia.

Platicamos un poco antes de "entrar al aire", me encantan esas metáforas, y empieza el performance, me dejo llevar, hablo sin tapujos de quien soy, de mis experiencias, de mi vida. Me divierto cantidad, me río mucho. Me desconozco como también creo que me desconoce quien nos está viendo-escuchando. Lo que hasta ese día se había vuelto costumbre, una entrevista, me sorprende y mucho. Hay de entrevistas a entrevistas y sin duda hay que tener oficio para hacerlas, pero no cualquier oficio, sino el de la escucha atenta, la responsabilidad de lo que se dice, el acierto de las preguntas, la cadencia de los tiempos y el respeto por lo que se quiere saber, Laura Luz logró todo eso e hizo mágico este encuentro que aquí les comparto: