23.12.15

días de fiesta

Si en México me sentía cada vez más fuera de lugar con las fiestas decembrinas de la tradición judeocristiana, ahora que estoy en Barcelona no las siento. La familia, especialmente mis papás, son el último eslabón del anclaje a eso que no entiendo porqué se debe celebrar, y ahora que no estoy cerca de ellos, pues no me siento en la obligación de celebrar nada. De hecho me gusta no tener que pensar en ello. Demasiado pensar y poco sentir, dice mi terapeuta. Pero no es porque sea una mujer no creyente, sino porque creo en muchas cosas y creo que se debe venerar todo lo que nos hace estar vivos, incluyéndonos a nosotros mismos porque transitar por este camino tiene lo suyo, y no es una afronta sencilla. En fin, desde que llegué hace unos días he huido de las zonas comerciales, aunque con la crisis en España, los comercios todavía no se reponen del todo y es un poco más notoria la necesidad que tienen de vender en estas fechas. Hoy, por ejemplo, recibí una tercera llamada del centro de yoga, al que me asome a preguntar por su tarifas, de la vuelta de la casa donde me estoy quedando para decirme que aproveche las ofertas de diciembre. Eso hace unos años hubiera sido impensable en la ciudad del "tú mismo". Cuando por primera vez me dijeron "tu misma", como respuesta a una pregunta cualquiera como "no volvemos a ver pronto", entendí que aquí se iba a lo suyo, o a lo propio. Ayer (otro ejemplo) caminando por el Born, uno de los barrios más fancy, hasta hace algunos años, nos "invitaban" a entrar a los bares semi vacíos. En otra época, si hubiéramos querido beber algo, tendríamos que haber esperado para entrar a alguno de esos sitios. Supongo que las fiestas cambian año con año, según el ánimo de la gente. Lo que me queda claro es que estos días de fiesta responden, con intenciones fidedignas en muchos casos, a la economía mundial. Esperamos diciembre para cobrar el aguinaldo, para comprar regalos, hacer regalos y recibir regalos. No existe nada menos artificial que esto. Por eso propongo que estos días sean de guardar y si no se puede, pues pensar que son días de juntar, juntar alegrías y no esperanzas.



18.12.15

De Berlín (df) a Barcelona

Empaqué mi vida en cajas. Decidí cortar los hilos y tomar un descanso. Un descanso del país sumido en una gran confusión social donde cada iniciativa es anulada con un bloque de corrupción, aunque entre tanto caos de repente algo sale gracias a la tenacidad de unos cuantos. Un descanso de la universidad que se deja llevar por las inercias y mezquindades comunitarias. Desde mi perspectiva, así no se construye comunidad, pero ese es el camino que decidieron seguir. Un descanso de un "proyecto de vida" que me planteé hace muchos años y que consistía en tener una pareja estable y hacer una pequeña familia. Muchos años insistí en ello y ahora estoy recuperando mi noción de ser. Finalmente, un descanso de esa gran ciudad que se llama df y que día a día te merma el alma sin darte cuenta hasta que estás fuera. Como lo puedo ver, vivir, sentir con pocos días de haber llegado a Barcelona. Lo primero, caminar por la calle sin prisa y con calma (como dice Silvio); lo segundo, andar de noche sin miedo; lo tercero, que me lo ha hecho saber una amiga, la ciudad no te absorbe, no te come viva. 
Llegué con dos maletas llenas de recuerdos, sentimientos y, sobre todo, proyectos profesionales. Una decisión drástica como muchas otras en mi vida, solo que ahora me lo trabajé casi dos años. Dos años que fui planeando el cómo llegar hasta este punto. Una estancia, un nuevo reto (o muchos retos), un país u otro, al final me decidí por una ciudad, ésta, que conozco muy bien y que me ha recibido sin poner resistencia. Una ciudad con su propia lengua y otra historia. Una lengua que me resuena familiar aunque no la hable. Antes de partir sentí que estos dos años fueron la analogía de un entrenamiento previo a una competencia de largo aliento (una que se llama vida). No me malinterpreten, piensen en una competencia como nadar en aguas abiertas donde no hay más que un solo competidor en medio de un océano. No hay ganador ni perdedor, solo un proyecto, llegar al otro lado, con lo que eso implique. Así pues, un día antes de partir sentí que estaba lista, me había preparado, me había encargado de dejar todo en orden, y había cerrando ciclos afectivos. Volé con la certeza y seguridad que necesita un atleta para conseguir su meta, pero sin la esperanza que carcome la conciencia. Lo que suceda de aquí en adelante ya es parte de mi propio acontecimiento. Un devenir y una huella.

3.12.15

De la escritura

Empecé a escribir a los siete años por ocio y en el yeso de mi pierna derecha. Me rompí el dedo gordo corriendo descalza mientras hacía el calentamiento previo a entrenar en la alberca. De ahí vinieron los diarios. Escribir enajenante a veces, otras sin ninguna prisa. No conservo ninguno de ellos. Los fui tirando por pudor a que alguien descubriera mis secretos. Secretos de adolescente atormentada que sufría por desamor o, mejor dicho, por falta de amor. Dejé los diarios cuando apareció el blog y con ello también abandoné el pudor. Ahora todo lo conservo, las libretas de apuntes, las hojas sueltas, las ponencias, los borradores de libros y lo que aparece en este espacio desde 2007 (verborreas mentales o escritura creativa). No he borrado nado de lo que he escrito hace casi diez años. Escribo convulsivamente a veces, otras con parsimonia. Ya no escribo secretos, ahora me cuento historias. A veces de desamor, a veces de mucha ironía. No he dejado de escribir desde entonces, y no me reconozco sin la escritura. 

De bibliotecas

Cuando me mudé a este piso que estoy por dejar, ahora con más conciencia, que cuando dejé el otro, pensé en que no cargaría nuevamente con los libros. Y así lo haré. Un cuarto de mi biblioteca lo doné a la universidad, lo que se refiere a migración y fronteras. Dos cuartos de mi biblioteca, toda la literatura, lo vendí a una librería de viejos, y con lo que me dieron compré un kindle, que entiendo le caben más textos que los que puedo ir acumulando cada vez que me cambie de casa. El otro cuarto, los libros de filosofía, decidí conservarlos, más por un asunto del fetichismo académico que por ganas de cargar. 
Hace unos años me enorgullecía ver mi biblioteca acomodanda por género y en orden alfabético, mucho tiempo libre para tenerla impecable, con el paso de los años, pero sobre todo con las mudanzas, fui dejando de comprar libros. Hoy soy muy feliz con el kindle, aunque reconozco que éste nunca sustituirá a los libros, y por eso decidí, escuchando a la nostalgia, escoger diez; una tarea no muy complicada cuando es superior la obsesión de viajar ligera:

Herta Müller: todo lo que tengo lo llevo conmigo;
Paul Bowles: el cielo protector;
Jane Bowles: dos damas muy serias;
Fernando Pessoa: libro del desasosiego;
Huaruki Murakami: what i talk about when I talk about running;
Raymond Carver: what we talk about when we talk about love.
Xhevdet Bajraj: el tamaño del dolor;
Sei Shonagon: el libro de la almohada;
Ho Xuan Huong: perfume primaveral;
Jorge Luis Borges: siete noches;
Thomas Mann: la muerte en Venecia.

Ahora, mi biblioteca se reduce a eso, diez libros y un kindle. ¿Se necesita más?

28.10.15

La moral y la educación

Por dos años estuve a cargo de la coordinación del Colegio de Humanidades y Ciencias Sociales. Repito: humanidades y ciencias sociales. Hago énfasis por lo que eso significa o se supone tendría que significar para el devenir de nuestras comunidades, específicamente dado el compromiso que tiene una universidad pública con la sociedad. 
Decidí participar en un proceso de elección para asumir este encargo por motivos personales (comprobar que me había equivocado en lo que había estudiado), y dado que sentí una obligación moral de continuar con una batalla que habíamos iniciado por defender el proyecto de nuestra universidad. 
En ambos casos los resultados fueron inversamente proporcionales a lo que esperaba: soy buena administradora (no política); el proyecto es lo de menos. A algunos solo les interesa el poder por el poder.
Estos dos años, sin duda, significaron un aprendizaje y un crecimiento emocional invaluable. Muchas satisfacciones personales y colectivas; muchas desavenencias; y un replanteamiento constante de la condición humana y de mis ideales.
Uno de ellos, pensar que la educación puede cambiar al país o que el problema fundamental del país (del mundo) es la falta de educación, es falso. 
Por dos años coordiné el trabajo de más de quinientos profesores, todos licenciados, algunos con maestría, los menos con doctorado. Disciplinas diversas: filósofos, sociólogos, antropólogos, literatos, politólogos, comunicólogos, aristas, creadores, entre algunas otras áreas del conocimiento. ¿Y cuál fue mi sorpresa? La falta de congruencia y el poco compromiso con la universidad.
Activistas de a pie que marchan, escriben, hablan, desde la comodidad de su escritorio. Investigadores que solo buscan el financiamiento de sus proyectos, da igual si la idea fue suya o de un estudiante o algún colega. Docentes que solo les interesa cumplir con sus horas de clase. Egoísmo, mezquindad e hipocresía. Con eso me tope y con eso trabajé dos años.
Después de esto, obviamente dudo que el problema del mundo sea la falta de educación, o por lo menos de educación académica. El problema y la solución está en la condición humana: en aceptarla como es y en querer modificar actitudes que comprometan el devenir de la sociedad. 
Hace días que le estoy dando vueltas en la cabeza a este tema y de repente, como me ha sucedido en un par de ocasiones, encuentro en la escritura de Herta Müller la respuesta. Es un principio moral (quizá en un sentido kantiano) del que carecen los intelectuales, incluso en situaciones críticas de sobrevivencia:


"Eso no se hace", pensé varias veces durante esos dos años. Así no avanzamos. Así todo intento de querer cambiar nuestro pequeño mundo se desvanece, se vuelve inocuo y solo alimenta la mediocridad ideológica del capitalismo tardío. El engranaje de la maquinaria ahora es engrasado por quienes critican al sistema sin cuestionarse primero a ellos mismos.
Hubo otros casos, los menos, que pusieron delante de sus intereses los intereses de la comunidad y con eso avanzamos tres pasos para regresar dos y empezar de nuevo. Concluyo entonces, el problema no es la educación, es la falta de responsabilidad colectiva; discernir entre lo "que se hace" y "no se hace".