8.12.25

Abecedario

Escribo un abecedario

de la A a la Z

palabras

sustantivos

conceptos

categorías

experiencias

sentimientos

emociones

afectos

El acertijo de la semántica

es cíclica y asíncrónica 

a mis angustias

deseos

pasiones

Escribo un abecedario

porque he compuesto una autobiografía

con claves de existencia

de solvencia

de amor propio

De la A a la Z

escribo lo que resta 

de dicha

de vivida

Escribo un abecedario

a manera de rompecabezas

donde cada pieza es

en sí misma

un pedazo de mí misma

Referentes

Buscamos con quién identificarnos

Una tarea imposible en este siglo XXI

Alguien que nos haga sentir que no estamos en falta

Por ser mujer

Por ser lesbiana

Contrario a lo que la supuesta libertad capitalista nos ofrece

La visibilidad lésbica sigue siendo un tabú

Películas de amor heterosexuales y heteronormadas

Como si las lesbianas no amaramos

o tuvieramos prohibido amarnos en la pantalla grande

Cantantes que escriben sobre el amor entre mujeres

pero donde el género se difumina en las letras que componen

¿le habla a él o a ella? 

Futbolistas que cuesta arriba salen del closet

pero tener una familia se vuelve una exageración

para los seguidores que sin reparo ofenden 

por no seguir la regla

Marimacha o femenina

bisexual o queer

activa o pasiva

¿Cómo cogen las lesbianas?

cuando no existe un falo de por medio que de satisfacción

Ignorancia o malicia

Las lesbianas se rosan, se frontan, se masturban

¿Acaso eso es placer?

¿Acaso no responde a la gramática de la pornografía?

No hemos sabido cómo gestionar una semántica lésbica

Necesiatmoas referentes que se atrevan

No nos gusta ser las primeras

Preferimos esperar a que nos digan 

cómo ser

cómo amar

cómo desear

incluso cómo pensar

La valentía no es lo nuestro

y la rebeldía se reprime

Nos rebelamos contra el sistema

aunque deseamos que el sistema 

nos acepte

nos vea

nos reconozca

Al sistema no le importamos más que como marca registrada

LESBIANA

economía rosa

docíl

desechable

Necesitamos referentes que se atrevan

a vivir en el margen

sin sacrificar el deseo

sin sacrificarse a sí mismas



Iztapalapa

Una urbanización que creció en las faldas de los cerros

Una estrella a la que los creyentes se aferran

Una urbanización periférica

como tantas otras que conforman la zona metropolitana


El via crucis de millones de personas 

es salir a trabajar cada día sobre la serpiente dorada

La serpiente que se tragó la vida del pueblo originario 

para hacerse moderna


"De Iztapalpa para el mundo"

Si ya era famosa por sus fiestas patronales 

fue gracias a los Ángeles Azules

que se hizo mundialmente conocida


De azul no queda nada

Puro concreto sobre conceto

Iztapalapa le hace honor a su nombre en náhuatl

"lozas sobre el agua"


Adentrarse en sus entrañas es una travesía

Llevo veinte años trabjando en un rincón de Iztapalapa

en la frontera con Tlahuac

otra urbanización que se hizo moderna


El destino me botó allí

en el borde

al límite

en tierra de nadie


Informalidad

suciedad

abandono

desasosiego


En el trayecto observo la indolencia

de los habitantes que se ufanan por conqusitar la banqueta

para sacar el puesto

o acaparar el cruce de las vialidades para ganarse una moneda


La gente de a pie no reclama

el maltrato de quienes gobiernan con cinismo

aprovechan para beneficarse del abuso

"El que no transa no avanza"


Iztapalapa me desconcierta

me enfurece

me agobia

aún así entro y salgo cada día 







10.9.25

Repetición: el poder entrar y salir de la vida

El trabajo de análisis me ha dejado esta experiencia de la repetición. Enunciar el síntoma ha sido una práctica constante desde hace ya más de un lustro. Al principio no entendía nada, a veces pensaba que perdía el tiempo. Que la ansiedad no se iba. He sido ansiosa funcional muchos años de mi vida. Aprendí a convivir con ella. En algunos años la ansiedad se presentó en forma de ataques de pánico severos, en otros con taquicardias incontrolables. Ir a restaurantes, hacer fila, esperar me generaban no solo impaciencia, sino también angustia. Pero tenía mis antídotos, tomar un jugo azucarado, nunca una Coca-Cola. No tomar refresco fue una dieta que me impuse desde muy niña. Beberla era el síntoma de mucha enfermedad. Y yo no estaba enferma, solo tenía ansiedad. Pero la ansiedad se agravó con la muerte de mi hermano y se juntó con la depresión. No entendía nada, lo que había podido controlar se me escapaba de las manos, la vida misma entró en un bucle a veces oscuro, otras difuminado. Solo sentía tristeza, dolor y mucha ansiedad. En cada sesión de análisis repetía en diferente intensidad, con distinta convicción lo mismo que escribo ahora. El cuerpo habla, eso es innegable. Habla porque se alimenta del sujeto de lenguaje. El lenguaje afectivo. Un lenguaje que se basa en la repetición. La repetición de lo que está mal, de lo que está bien, de lo que eres, de lo que no eres, de lo que quieres ser y no puedes. Un círculo vicicoso. Yo sabía que no quería sentir ansiedad y me aislaba para no tener episodios de pánico. Después me molestaba conmigo misma por no lograr acomodar lo que sentía con mi vida. Una vida que estaba ya muy lejos de lo que recordaba, de la alegría, libertad y voluntad que había experimentado en el pasado. Me convertí en una autómata funcional. Dejé de sentir y ese fue mi goce con tal de no sentir ansiedad. Cada semana en el análisis repetía lo mismo hasta que el síntoma paulatinamente fue cediendo. La puerta giratoria del síntoma es irreconciliable con la repetición. Sales y entras, sales y entras, no te das cuenta, hasta que te das cuenta. Algunos dicen que solo es necesario parar la mente. No es tan fácil cuando el cuerpo siente, llama, llora, sufre. Sufre el sujeto de lenguaje al que le impusieron una identidad, la que no es suya, la que nunca lo fue y nunca lo será. Repetir es poder entrar y salir de la vida. La vida del sujeto de lenguaje que repite el síntoma que habita su cuerpo. Vivir nunca es sencillo, pero ahora sé que se puede decidir entrar o salir por la puerta giratoria del goce.

10.7.25

El oficio de escribir con pluma fuente

Nos cambiamos de casa cuando tenía siete años. A esa edad desconocía lo que implicaba mudarse, después se volvió una costumbre en mi vida. El nuevo hogar nos dio más libertad a todos, mis padres escogieron una escuela a unas cuadras para que nos pudiéramos ir caminando. Una escuela la Sallista donde además de rezar por la mañana, usábamos pluma fuente en las clases. Escribir con pluma fuente y letra manuscrita es quizá lo que definió mi vocación. Regresábamos a casa con los dedos pintados de azul porque la tinta se escurría, no importaba si la pluma era recargable o de cartuchos. 

Scheaffer o Parker eran las marcas que mis padres nos compraban, yo no supe de la Bic hasta que entré al bachillerato, cuando también cambié a letra de molde, más por pertenecer que por decisión propia. Dejar la pluma fuente fue por rebeldía y cambiar la letra una tontería. Asocié al bolígrafo con la letra de molde y la manuscrita con la fuente. Ahora tengo una letra horrible y cuando no quiero que nadie entienda lo que escribo la hago todavía más ilegible, a veces incluso para mí.

Con los años me adapté, nunca me acostumbré, al bolígrafo. Entendí con el tiempo que usar pluma fuente era una cuestión de estatus y lo que menos quería era dar una impresión de arrogancia en un bachiller de exiliados españoles, mientras me sumergía en la literatura existencialista, pero cuando escribía en mis diarios me dolía la mano, no le encontraba el toque, si presionaba mucho se quedaban las letras grabadas, si lo hacía con soltura, como si escribiera en el aire, como estaba acostumbrada con la pluma fuente, las palabras quedaban mancas. Con los años me acostumbré a escribir en computadora, luego en el celular y cuando empecé a estudiar el doctorado regresé a los cuadernos.

En las papelerías buscaba el bolígrafo de punto fino para que resbalara en el papel mientras escribía en la hoja blanca. También compraba cuadernos sin rayas, de hoja gruesa y de pasta semi dura. Pasaba por los aparadores y buscaba la pluma fuente, pensaba en comprarme la que mi papá tenía y llevaba en la bolsa de la camisa cada día que salía de casa al trabajo. Un recuerdo de niña, cuando creía que algún día sería tan importante como él y podría llevar la pluma en mis camisas. A esa edad no aspiraba a ser escritora, solo quería tener la pluma. Tampoco sabía que asociaba el ser importante con la admiración que le tenía.

Al terminar el doctorado fueron mis padres quienes me regalaron esa pluma fuente. Una Montblanc edición especial de Beethoven. Me la dieron cuando regresé de presentar mi tesis en Barcelona, una tesis sobresaliente. Ellos decidieron no ir al examen y yo vi su regalo como una manera de reconocer mi esfuerzo sin saber muy bien a qué me dedicaba. Me estaban esperando con una botella de champán y la caja de la pluma. Seguía enojada con ellos, pero no pude disimular que me habían sorprendido, que era el mejor regalo que me habían dado en muchos años y que quizá en algún momento los podría perdonar por no haberme acompañado. El perdón se tardó en llegar. Guardé la Montblanc con recelo muchos años, me daba pudor llevarla a la universidad, sacarla en mis conferencias, no quería, nuevamente, parecer arrogante. 

Con los años de usarla en el hogar, el callo del dedo índice de la mano derecha recuperó su forma, ahora está todo el rato pintado según el color de la tinta que use. Ya no tengo pudor en sacar la pluma fuente en público, como tampoco tengo pudor de escribir desde lo más íntimo. Afortunadamente el callo de la escritura es una cuestión de oficio, el oficio de escribir con pluma fuente.