Mi madre cuenta una anécdota que ejemplifica muy bien la literalidad con que siempre me he tomado las situaciones. Dice que de niña, al preguntarme si quería plata-no, yo le decía casi llorando: plata-sí. Nos sigue causando mucha gracia, pero en realidad recién me doy cuenta de la seriedad para mi día a día el empleo del lenguaje no-figurativo.
Estoy entrando a los cincuenta años, estoy saliendo del covid: ese espejo que nos permite ver de cerca nuestros demonios encubiertos por la inflamación de las células del cuerpo y que evidentemente afecta el sistema neurológico que es prácticamente todo aquello con lo que percibimos el mundo o la realidad, según cada quién.
Ayer pensaba en lo que nos depara este siglo (evidentemente en comparación con el siglo pasado) y no es nada alentadora la visión de mis futuros, si todo va bien, 30 años de vida. Ya sé, igualmente lo pienso pero no lo siento: un día a la vez, para qué pensar en el futuro si el presente es hoy. Frases inspiracionales de nuestro entorno.
Quizá mi fatalismo (que no pesimismo) se deba a que no encuentro de qué asirme (en términos intelectuales) para poder observar distinto el por-venir (por más que lea a Derrida o quizá por leerlo literal) dadas las circunstancias actuales: la(s) pandemia(s), la(s) guerra(s), el cambio climático, la desigualdad, la pobreza, la falta de agua, la escalada de la ultraderecha en los gobiernos y el regreso del conservadurismo en las sociedades (ambos amenazan la prevalencia de ciertos derechos ganados de la comunidades vulnerabilizadas por el patriarcado-capitalismo, entiendanse mujeres, indígenas, homosexuales, lesbianas, transexuales); nada que no hayamos observado en el siglo anterior, salvo el acelerado desarrollo tecnológico.
Si lo que se suponía debía ser la emancipación que me impuse como logro a finales del siglo XX en términos de realización y satisfacción personal y profesional, para el siglo XXI tiende a girar casi 360 grados. Satisfecha y realizada estoy aunque eso no me permite mirar el siglo por-venir de una forma, digamos lo menos, optimista.
Decir que soy privilegiada es una falacia conspiradora del neoliberalismo que reduce la acción política a mirarse el ombligo en términos académicos. Y querer sobresalir, igualmente en términos académicos, es el otro extremo de la inacción política.
Llevo días pensando con el cuerpo enfermo cómo recuperar mi equilibrio y la respuesta llega como epifanía: no querer ser alguien que no puede ser, que no existe y no existirá nunca. Sigo teniendo ese pensamiento literal donde lo no-figurado es un agujero negro por descubrir. La respuesta es sencilla: seguir escribiendo, enunciando las dolencias del alma que las del cuerpo son completamente tangibles.
Oaxaca 2022.
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