Para Daniel
Llegué a Cancun con ilusiones y sentimientos encontrados. Era la segunda vez que participaba en una competencia de natación en aguas abiertas. La primera vez fue hace dos años en Acapulco donde la experiencia fue todo un éxito personal. Esta vez esperaba que los resultados fueran similares, sobre todo porque la distancia doblaba a la anterior.
Para esta prueba me preparé durante el primer semestre del año y los dos últimos meses me dediqué de lleno a estar en forma: entrenar, dormir temprano, comer bien, hidratarme, tomar multivitamínicos, trabajar con la mente e incluso me imaginé todos los escenarios posibles, salvo el no terminar la prueba.
El día del entrenamiento. |
Efectivamente se sentía corriente en contra pero nada que no pudieramos sobrellevar. Además, sabíamos que los primeros tres kilómetros serían los más complicados por la presencia de un "bajo" (asentamiento de tierra) que limita el cauce del agua e incluso provoca que las corrientes choquen.
Después nos llevaron mar adentro en la lancha y nos volvimos a echar a nadar. Esta vez las olas eran más grandes y la corriente no disminuía. Estabamos a mitad de la ruta, entre el kilómetro cinco o seis aproximadamente: Cancún quedaba de frente e Isla Mujeres a la espalda. Me centré en el punto que no podríamos perder de vista durante la competencia para evitar perdernos una vez estando en el agua, exploré diferentes posibilidades para sortear las olas y bosquejé la estretegia. Todos estabamos listos, o por lo menos eso suponíamos.
Nos fuimos a descansar. Las instrucciones eran claras: no tomar el sol para no deshidratarnos. Comer carbohidratos y tomar agua. Dormir temprano, cancelar los pensamientos negativos y vislumbrar la llegada a la meta.
Por la libre 2011: Isla Mujeres-Cancun |
Cruzamos en alrededor de cuarenta minutos, nos bajaron en el muelle y esperamos. Una espera ansiosa. El sol ya había aparecido desde un par de horas antes y empezaba a hacer mella en nosotros. Tardamos varios minutos más en acomodarnos nuevamente sobre el mismo muelle por el que habíamos bajado y del que brincaríamos para empezar a nadar.
Parte de mi estrategia consistía en nadar en grupo. Tenía claro que no me podía separar de mis otras dos compañeras porque si me perdía inmediatamente me apanicaría y eso limitaría mi andar. De tal suerte, esperamos a que saliera la última categoría para echarnos al agua. Finalmente no competíamos ni por un lugar ni por un tiempo particular. Competíamos de manera personal, cada una por sus propios motivos y convicciones.
Poco antes de empezar a nadar. |
Empezamos a nadar como cardumen: yo iba en medio de mis otras dos compañeras marcando la ruta y el paso. Las instrucciones eran claras: no perder de vista las bollas y, si de repente no las encontrabamos, entonces buscar el punto clave que nos guiaría a Cancun, para eso era necesario nadar con la cabeza afuera de vez en vez, incluso más seguido de lo pensado.
Como en cualquier competencia, al inicio todos pasamos por encima de otros hasta que el grupo se empieza a diluir, o hasta que cada quien agarra su paso, por lo que debemos cuidarnos para que no nos den una patada en la cara y no nos tiren los gogles porque si nos entra el agua salada a los ojos la podemos pasar muy mal por un rato.
Corriente del día de la competencia. |
Llegamos al tercer o cuarto kilómetro, casi habíamos nadado durante tres horas. La corriente no disminuía y las olas cada vez eran más grandes. Me costaba mantener el ritmo y avanzar. Desde antes de iniciar la prueba sabía que este reto no consistía en la fuerza física sino en el control mental y la concentración. Seguimos avanzando un poco más pero empezaba a desconcentrarme, por mi mente pasaron cantidad de ideas, tenía una lista inagotable de temas que quería resolver durante las horas del trayecto pero no había podido trabajar en ninguno.
Seguí avanzando con la certeza de nadar hasta llegar a la meta pero una ola me reventó en la espalda y sentí que el mar me succionaba. Me dio miedo, pensé en Daniel, me imaginé su muerte. Seguí nadando y de pronto decidí parar. Ya no quería estar ahí. Me la estaba pasando mal. Le dije a Estela que me iba, ella intentó convencerme para nadar más pero ya no quería. Les gritamos a los de la lancha para que nos recogieran. La prueba se había terminado ahí. No habíamos recorrido ni la mitad de los 10 kilómtros y habíamos nadamos el tiempo en que pensabamos terminar la competencia.
Este año el mar decidió lidiar con los nadadores, contrario a lo que había sucedido en los años anteriores. La corriente no fue benévola con ninguno. Fue una prueba extrema para todos los que competimos. Cada quien sabe porqué decidio continuar o declinar. A mí solo me queda agradecer por esta gran experiencia de vida y, en especial, a los que me apoyaron en cuerpo y alma. Quizá el año entrante lo vuelva a intentar pero no se me va la vida en ello.
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