9.5.16
#302
La recta final de este proyecto sabático se ha complicado. Escribir cada día como manda durante 365 días seguidos es una prueba no superada. Está por terminar, ahora sí, mi año sabático y seguramente este proyecto quede inconcluso. Muchas distracciones. Mucha información en el ambiente. Mucho por hacer, por leer, por escribir. Facere es una palabra que resume esta época. El que no hace no existe. El que no es visible tampoco existe. Hay que estar todo el tiempo en el aparador y eso cansa. He de decir que yo estoy cansada de hacer, quizá por eso ahora duermo tanto y tan plácidamente. He hecho mucho en pocos años, no sé si bien hecho o no, pero hay constancia de ello. Y mucho de lo que hecho no lo recuerdo. Cuando vives pensando en hacer para el futuro no queda constancia de ello en el presente. Por lo tanto, tampoco queda constancia de ello en el recuerdo. Afortunadamente lo que mejor hago es escribir y de eso sí que he dejado un rastro (o muchos). ¿Que sería de mí sin este extraño placer que me da la escritura? (Me lo puedo imaginar). La escritura me salvó de hacer por hacer. La escritura es un hacer del recuerdo consciente la reflexión futura y no a la inversa. Quizá no logre llegar a los 365 días en tiempo y forma mas habré recuperado mi memoria.
5.5.16
#301
He aprendido a vivir con la ansiedad, una intrusa afable que cada tanto me asfixia y hace desvanecer. O por lo menos eso quisiera mi mente. Los cinco, diez minutos, que dura un espasmo ansioso, se viven como una eternidad de angustia, de muerte. Muertes pequeñas en la sinapsis de las neuronas que al momento de la apnea, instinto natural de sobrevivencia, por lo menos en la cultura occidental, dejan de irrigar sangre al cerebro. Azúcar pide a gritos el cuerpo por la descompensación producida de sensaciones del miedo. Pienso en la biopolítica de Foucault, la autoinmunidad de Derrida y la vulnerabilidad de Butler... Sin tan solo esa intrusa espasmódica llamada ansiedad me llevara de la mano para traducir en conceptos el juego y el desplazamiento de la atemorizante falacia de la seguridad (nacional, humana, psíquica, física) al tan deseado y reprimido ridículo (figurativo, propio y ajeno). He luchado tantos años con la ansiedad que ahora puedo enunciarla como una amiga-enemiga del devenir presente. Conozco tan bien el síntoma que puedo adelantarme a ella y esperar el momento en que el cuerpo temblará de frío, la boca se hará pastosa, el estómago pequeño, las manos sudorosas y la cabeza pesada. Una vez ahí, respirar aunque los pulmones se cierren. Pensar en las alternativas de sobrevivencia: correr al refugio del hogar, tomar azúcar, desvanecerse, respirar hasta que ceda la mente. Nunca pedir ayuda. La gente que no ha vivido un espasmo ansioso difícilmente sabe cómo reaccionar. Después viene el letargo, las neuronas se agitaron, es tiempo de ceder al ridículo de los deseos sin pedir permiso y sin pedir perdón. La ansiedad mi intrusa-amiga-enemiga seguirá ahí hasta que decida evidenciar mi vulnerabilidad sin temor a la autoinmunidad. Donde lo inmune ha sido lo consciente, paradójicamente lo autoinmune puede ser lo resilente.
28.4.16
#300
Tres apuntes sobre la generosidad:
1. Dos cosas me sorprenden de la respuesta de la gente cuando alguien es generoso: o desconfían y se vuelven agresivos, o intentan ningunearte y se vuelven agresivos.
2. La generosidad es un estado ontológico social que se ha desprendido de su yoicidad (entiéndase exceso de ego) no así de sus pasiones ni mucho menos de sus deseos.
3. La generosidad es a la hospitalidad lo mismo que la inteligencia a la sabiduría... Por lo tanto, se comente un error al pensar que la generosidad es asitencialismo y que la inteligencia es erudición.
#299
El regreso a Barcelona fue más duro de lo que pensaba. El viaje a Israel-Palestina dejó una huella traumática que todavía no se bien a bien cómo se presentará en su próxima manifestación, quizá ansiedad en un avión, quizá solo dormida, como sucedió hace días que de un sobresalto desperté, no lo sé... lo único cierto es que esa huella se vincula con un gran temor. No es causalidad que la últimas semanas haya aflorado mi hipocondría cuando tenía meses de sentirme completamente sana. El viaje develó una huella clavada en el espíritu que el corazón no ha sabido digerir. Paradójicamente esa huella libero otras en efecto dominó. Llevo días sintiéndome otra. Otra que se puede ver a sí misma sin juzgarse, sin exigirse, sin regañarse. Otra que encuentra en la sutileza de los gestos la sabiduría. Otra que encuentra la mejor forma de enojarse riéndose del mundo y de sí misma. He cambiado. El viaje me ha cambiado. No el viaje de una semana, aunque estoy convencida que la ida a Israel-Palestina no la hubiera podido realizar sin la fuerza y la confianza que me han dado los años. Lo más placentero de estar viva es ser una misma, repito con sorpresa. Antes de ayer, por ejemplo, me grabaron presentado avances de mi investigación. Y al verme en la grabación conecté con los demonios que mi mente se ha narrado durante, por lo menos, las últimas dos décadas. Es decir, al dejar la adolescencia me convencí que era ruda (así tenía que ser por ser lesbiana), que era parca y poco interesante, ya no digamos divertida (así tenía que ser por ser la tercera hija de cuatro), que mis facciones indígenas eran burdas (así tenía que ser porque lo dicta el canon eurocéntrico)... Y puedo seguir con la lista que hice de mis propios defectos, que si la gordura, la celulitis, las chichis, las nalgas, los muslos...todo grande, obvio. En el espejo de la represión no cabe el ridículo. Y pienso en Derrida, y en la autoinmunidad, cuando la violencia ha cedido a sus propias fronteras no queda más que el respiro, la libertad, la resilencia. La autoinmunidad no destruye, cambia, transforma. El triple suicidio metafórico puede postergarse al infinito. O puede transformar el tanatos en eros. Dejando a un lado el halo metafísico, que está presente sin duda, la transformación hacia la vulnerabilidad es una elección de vida y es una práctica cotidiana. Las huellas traumáticas se difuminan y se aprende a vivir con ellas desde la generosidad con una misma.
19.4.16
#298 Crónicas de viaje: Israel-Palestina
Día 8
I
El avión salía a las nueve am. Tenía que estar a las seis am. Había puesto el despertador a las cinco am. Salí a la calle a coger un taxi, tuve que caminar un poco, me consolaba que para ellos el domingo era nuestro lunes y que en algún momento pasaría alguno libre. Veinte minutos tardé en conseguirlo. Llegué al aeropuerto 6:20 am y mal humorada. Busqué la aerolínea y obviamente estaba repleta. Otro avión jumbo para la vuelta. Una familia de judíos-argentinos se colaron delante de mí. Ya había entendido que la actitud pasiva no va con esta sociedad, si quieres que no pasen por encima de tu espacio vital tiendes que empezar a repartir codazos y así lo hice. Llegué frente al entrevistador. No carburaba ni en inglés ni en español. Me preguntó que a donde iba le dije a Jerusalén y Tele Aviv. Me volvió a preguntar, le dije que a Barcelona. Pidió el pasaporte, se lo entregué. Preguntó porque había estado en Nador, le contesté. No hizo más preguntas. Pidió que lo siguiera. Me imaginé en el cuarto de las entrevistas. Imprimió una etiqueta y la pegó a la mochila. Me deseó buen viaje y alcancé a entender que me iban a revisar.
II
Al entregar el pase de abordar me enviaron a otra puerta. Junto a una negra y a una árabe. A todas nos revisaron el equipaje de mano, nuevamente el escaneo de todos los aparatos eléctricos. Terminó la revisión y me dejaron ir. No lo podía creer. Ya había preparado mi entrevista en la cabeza. Dudé, seguramente no me volverán a dejar entrar nunca más a este país. Tampoco me importó, no sé si quiero volver en estas condiciones. Fui por mi pase de salida, ahora el permiso es rosa y sustituye al sello de migración en cualquier otro país. Me senté a esperar. Nuevamente el vuelo iba retrasado. Empecé a leer La nostalgia feliz, era lo único que me distraía. Llamaron para abordar, nos formamos, nuevamente la gente queriéndose meter en mi lugar y con mi bolsa los golpeaba. No está de más decir que esta actitud termina sacado de sus casillas a cualquiera que no esté acostumbrado. En el avión lo mismo para ocupar los asientos. En un momento del viaje me dio un ataque de ansiedad, pero esta vez pensé que si me pasaba algo, que se hicieron cargo ellos, seguramente me dirían que me tranquilizara en tono militar y me darían una cachetada... Ya estaba muy molesta porque todo el rato pegaban en el asiento quienes no podían quedarse sentados. Preferí retomar la lectura y me topé con una párrafo de Nothomb: "Esta pulsión de aniquilación de uno mismo tiene una potencia demencial. Nunca me he dejado vencer por ella, pero la he experimentado miles de veces, sin que ninguna explicación haya logrado convencerme". Me tranquilizó. Al poco rato sirvieron de comer y después pude dormir.
III
Casi al aterrizar un hombre abre el compartimento de arriba del asiento y empieza a meter maletas. Lo observo. Deja la mía al fondo y le digo que la ponga arriba. No cierra la gaveta. Le digo que tenga cuidado, que ahí va mi cámara. Duda y le digo en tono irónico, qué no hay otro espacio donde guardar sus cosas. Voltea y abre otra gaveta. Aquí. Dónde quiere que ponga sus cosas, me pregunta. Me río de enojo. Donde están. Se da la vuelta y se va. Estoy a punto de enfurecer. Aterrizamos. Por fin. Me urge dejar ese avión, el slogan de la compañía dice algo como no solo es un avión, es el país entero. Pienso que es la extensión de su pequeño-gran coto de poder, ahí no puedo gritarle a ninguno porque me encierran, pero ya estando afuera puedo enloquecer si es necesario. Corro para cruzar migración lo antes posible y no volver a ver a esta gente. Para mi decepción, habían llegado tres vuelos al mismo tiempo y tenían abiertas solo cinco ventanillas. Me formo, no sin antes luchar con dos grandulones que querían rebasarme. Empiezo a dar golpes con mi mochila. Una hora en la fila, una hora con dos hombres encima de mí que no conocen el mínimo respeto por el espacio vital. Mi turno, revisan mi pasaporte, ven mi visa, y me dan la bienvenida. Estoy en casa.
I
El avión salía a las nueve am. Tenía que estar a las seis am. Había puesto el despertador a las cinco am. Salí a la calle a coger un taxi, tuve que caminar un poco, me consolaba que para ellos el domingo era nuestro lunes y que en algún momento pasaría alguno libre. Veinte minutos tardé en conseguirlo. Llegué al aeropuerto 6:20 am y mal humorada. Busqué la aerolínea y obviamente estaba repleta. Otro avión jumbo para la vuelta. Una familia de judíos-argentinos se colaron delante de mí. Ya había entendido que la actitud pasiva no va con esta sociedad, si quieres que no pasen por encima de tu espacio vital tiendes que empezar a repartir codazos y así lo hice. Llegué frente al entrevistador. No carburaba ni en inglés ni en español. Me preguntó que a donde iba le dije a Jerusalén y Tele Aviv. Me volvió a preguntar, le dije que a Barcelona. Pidió el pasaporte, se lo entregué. Preguntó porque había estado en Nador, le contesté. No hizo más preguntas. Pidió que lo siguiera. Me imaginé en el cuarto de las entrevistas. Imprimió una etiqueta y la pegó a la mochila. Me deseó buen viaje y alcancé a entender que me iban a revisar.
II
Al entregar el pase de abordar me enviaron a otra puerta. Junto a una negra y a una árabe. A todas nos revisaron el equipaje de mano, nuevamente el escaneo de todos los aparatos eléctricos. Terminó la revisión y me dejaron ir. No lo podía creer. Ya había preparado mi entrevista en la cabeza. Dudé, seguramente no me volverán a dejar entrar nunca más a este país. Tampoco me importó, no sé si quiero volver en estas condiciones. Fui por mi pase de salida, ahora el permiso es rosa y sustituye al sello de migración en cualquier otro país. Me senté a esperar. Nuevamente el vuelo iba retrasado. Empecé a leer La nostalgia feliz, era lo único que me distraía. Llamaron para abordar, nos formamos, nuevamente la gente queriéndose meter en mi lugar y con mi bolsa los golpeaba. No está de más decir que esta actitud termina sacado de sus casillas a cualquiera que no esté acostumbrado. En el avión lo mismo para ocupar los asientos. En un momento del viaje me dio un ataque de ansiedad, pero esta vez pensé que si me pasaba algo, que se hicieron cargo ellos, seguramente me dirían que me tranquilizara en tono militar y me darían una cachetada... Ya estaba muy molesta porque todo el rato pegaban en el asiento quienes no podían quedarse sentados. Preferí retomar la lectura y me topé con una párrafo de Nothomb: "Esta pulsión de aniquilación de uno mismo tiene una potencia demencial. Nunca me he dejado vencer por ella, pero la he experimentado miles de veces, sin que ninguna explicación haya logrado convencerme". Me tranquilizó. Al poco rato sirvieron de comer y después pude dormir.
III
Casi al aterrizar un hombre abre el compartimento de arriba del asiento y empieza a meter maletas. Lo observo. Deja la mía al fondo y le digo que la ponga arriba. No cierra la gaveta. Le digo que tenga cuidado, que ahí va mi cámara. Duda y le digo en tono irónico, qué no hay otro espacio donde guardar sus cosas. Voltea y abre otra gaveta. Aquí. Dónde quiere que ponga sus cosas, me pregunta. Me río de enojo. Donde están. Se da la vuelta y se va. Estoy a punto de enfurecer. Aterrizamos. Por fin. Me urge dejar ese avión, el slogan de la compañía dice algo como no solo es un avión, es el país entero. Pienso que es la extensión de su pequeño-gran coto de poder, ahí no puedo gritarle a ninguno porque me encierran, pero ya estando afuera puedo enloquecer si es necesario. Corro para cruzar migración lo antes posible y no volver a ver a esta gente. Para mi decepción, habían llegado tres vuelos al mismo tiempo y tenían abiertas solo cinco ventanillas. Me formo, no sin antes luchar con dos grandulones que querían rebasarme. Empiezo a dar golpes con mi mochila. Una hora en la fila, una hora con dos hombres encima de mí que no conocen el mínimo respeto por el espacio vital. Mi turno, revisan mi pasaporte, ven mi visa, y me dan la bienvenida. Estoy en casa.
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